Concierto 3 del Ceac de la Universidad de Chile: Mosaicos imprevistos

La buena ejecución y conducción de la Orquesta Sinfónica Nacional dirigida por el maestro sueco Ola Rudner, permitió nitidez. Porque todas esas partituras en conjunto (Esteban Correa, Grieg y Dvořák) tal vez por disímiles pusieron en relieve ese rasgo simple pero transversal a los clásicos: ser esa clase de objetos que tienen la capacidad de interpelar en nosotros sentimientos o ideas que trascienden con el tiempo sin reiterar nada.

Por Deysha Poyser

Publicado el 8.4.2019

Tal vez el lector esté conmigo en esto. Una determinada disposición a las piezas musicales; una escucha atenta y entonces silente de repertorios aprendidos, nos lleva a movernos, pensar y sentir con ella en abierta complicidad -complicidad que desconoce, en primera instancia, toda normatividad prescriptiva por impertinente.

Esta cuestión nos puede dejar en una posición tal frente a lo experimentado, que nos es fácil intuir qué hace de una pieza un clásico. Pero esta manera de llegar a la idea de clásico es una vereda en la que escasean transeúntes. Mientras más desolado esté este camino, la intuición de clásico se desvanece y en su lugar, se hace espacio una pesada y tosca etiqueta con el mismo nombre. Etiqueta que empobrece nuestra disposición a experimentar con atención nuevas obras. No es el momento para tematizar preguntas excitantes tales como: ¿es nuestra experiencia un componente de la obra?, si es cierta y honda la complicidad que sospechamos: ¿es estrictamente personal la experiencia de la misma?, ¿cómo se vuelve universal una experiencia singular; de esto se trata nuestra intuición de clásico?

La noche del viernes 5 de abril pude pensar sobre todo esto. Desencadenar, no necesariamente tematizar la propia reflexión, es uno de los tantos aspectos productivos de escuchar música. Tal vez el lector generoso también pueda estar conmigo en esto. Esa velada fue particular en ese y otros sentidos; convivieron piezas de vocabularios y temáticas muy distintas al punto que, una como oyente salió creyendo que algo se dijo con las tres piezas y que toca detenerse e intentar atraparlo. Los contrastes entre las tres obras, acaso fortuitos, son los responsables.

La obra Pasacalle para orquesta de nuestro compositor Esteban Correa, quien estuvo presente, inauguró la noche. De sonidos audaces e inquietantes logró disputar el protagonismo a Grieg y Dvořák, con 14 minutos contundentes. El compositor serenense, profesor de Estado en educación musical, evidencia su intención: el encuentro y extravío de un tema inicial que es declarado por un solitario contrabajo, como a capela. Se oye con él una voz grave y seria. Surge, se transforma y decae este tema en apariencia sencillo. Se percibe una dinámica enérgica que se resiste en sus contornos a toda referencia figurativa y, sin embargo, parece conducirnos por espacios sonoros muy concretos que terminan por gatillar un fuerte involucramiento sensorial en el oyente, debido seguramente, a la riqueza tímbrica desplegada. La dirección invitada pero ya muy conocida para la orquesta; la del sueco Ola Rudner, fue de una notable sensibilidad. Esto se puede constatar escuchando otras interpretaciones de las que existen registros en la web; una pensaría que se requiere largo trato con un autor para ganar la sensiblidad adecuada. La pieza no obstante fue recibida con moderación por parte del público asistente que, en todo caso, expresó cordial agradecimiento.

Un cambio en el programa de último momento nos hizo escuchar luego la famosa Suite no.1 Peer Gynt de Edvard Grieg. Probablemente nuestro oído musical la pueda tararear antes que recordar su nombre o recordar el drama para teatro para el cual fue creada. El connotado dramaturgo también noruego, Henrik Ibsen tematiza con la historia de Peer Gynt, la vida de un campesino de sueños extraordinarios, destinado con sus aventuras a sufrir el descalce de sus fantasías. Las cuatro partes de la Suite son verdaderos cuadros figurativos: La mañana, La muerte de Åase, La danza de Anitra y En la gruta del rey de la montaña, constituyen descripciones elocuentes que si el lector repasara en este momento, se sonreiría si le pido que enumere la de veces que le ha parecido escucharlo en películas, canciones de rock y hasta juegos. Crea atmósferas sugestivas para cuestiones demasiado propias, resulta en una exposición de clara univocidad: un amanecer, un lamento, la sensualidad y la violencia.

Finalmente, la Sinfonía n.º 7 en re menor Op. 70 de Antonín Dvořák. Profusa en imágenes, no resulta figurativa como la incidental de Grieg. Fue también escrita por encargo, pero por la Sociedad Filarmónica de Londres el año 1885. Se dice que en ella se percibe el patriotismo del checo y su gran admiración por Brahms, sin embargo la noche del viernes pude oír un ímpetu diferente con ocasión de lo escuchado anteriormente. Su espíritu romántico precisó lo que en las otras obras también fuera expuesto: una experiencia de encuentro con diferentes modulaciones expresivas de vivencias propiamente humanas.

La buena ejecución y conducción de la Sinfónica Nacional permitió nitidez. Todas estas piezas en conjunto y tal vez por disímiles pusieron en relieve ese rasgo simple pero transversal a los clásicos. Ser esa clase de objetos que tienen la capacidad de interpelar en nosotros sentimientos o ideas que trascienden con el tiempo sin reiterar nada: si clásicos son aquellas obras que, a la vez que renuevan el vocabulario de un tiempo, se renuevan ellas mismas sin necesidad de alteración o de traducción alguna. Un clásico es tal vez, la cristalización de un motivo que pone nuestra experiencia como elemento común a todas las experiencias. Algo con forma de pregunta nos es inoculado.

En este sentido, celebro particularmente escuchar composiciones locales. Correa es de los pocos compositores chilenos que ha podido estrenar, entonces oír sus creaciones. Conviene escucharnos más, acaso contamos con más clásicos de lo que pensamos entre nuestras filas.

La temporada 2019 de la Orquesta Sinfónica Nacional de Chile proseguirá el próximo viernes 12, sábado 13, miércoles 17 y jueves 18 de abril a las 19:40 horas, cuando la agrupación laica y universitaria interprete el gran Réquiem de Mozart junto al Coro Sinfónico de la Casa de Bello para conmemorar la Semana Santa, en el Teatro de la Universidad de Chile, ex Baquedano.

 

Deysha Poyser es licenciada en ciencias biológicas de la Pontificia Universidad Católica de Chile, y actualmente es tesista de la misma casa de estudios a través de su programa de licenciatura en estética. Sus intereses e investigaciones académicas y personales se enmarcan en una preocupación por una reflexión fenomenológica consistente sobre lo vivo, la vida, la subjetividad y la experiencia. Cultiva su amor por las artes en su tiempo libre.

 

El chileno Esteban Correa recibe el aplauso del Teatro de la Casa de Bello por su obra «Pasacalle para orquesta»

 

 

Tráiler:

 

 

Crédito de las fotografías utilizadas: Centro de Extensión Artística y Cultural de la Universidad de Chile.