La acción intelectual que emprende el autor estadounidense Eliot Weinberger con la literatura y la cultura es ocuparla como un vasto campo de juegos —o bien al modo de una vertiginosa geografía sembrada de artilugios y de pequeños tesoros recolectados en sus viajes—, lo cual despierta el asombro y también atiza los sueños más maravillosos en la intimidad de sus lectores.
Por Alfonso Matus Santa Cruz
Publicado el 25.10.2025
La sabiduría no es un artículo de bolsillo ni se oculta en la obra de un museo, acaso viaja en el viento, en ese coro de voces que susurran y se cuelan en nuestros sueños más hermosos. No hay mayor ilusión conceptual en nuestra época que la propiedad intelectual.
Con todo, los bufones anónimos o los trovadores que inspiraron algunas de las frases más ingeniosas de Shakespeare probablemente hayan concentrado más creatividad en sus meñiques que cualquier fiscalizador cultural o autor de esta modernidad autorreferencial.
Son los escritores que respiran al son de la tradición y se pasean por la cultura inspirados por el asombro y la curiosidad, esa extraña especie de intelectuales peregrinos, los que mantienen a flote ese raudal de conocimiento y de encantadoras supersticiones que ilumina el rostro humano, esa infinidad de rostros que es el rostro de todos.
Esa humildad, esa apreciación impenitente por las obras de los otros es lo que relumbra en los versos iniciales del poema de Adam Zagajeski titulado «En la belleza ajena»: «Hallamos consuelo solo / en la belleza ajena, en la / música ajena, en la poesía ajena».
La búsqueda del consuelo por la belleza ajena, la aventura impenitente del lector cazador recolector en busca de pequeños asombros y asociaciones imprevistas, los vínculos entre las abejas y el manto de coronación de Napoleón; o bien los lazos existentes a través del Yoga Sutra de Patanjali y de Coleridge, o entre las visiones de místicos taoístas con algunas montañas de China.
En fin, las innumerables constelaciones que iluminan la imaginación de nuestra memoria colectiva, es lo que articula el maravilloso libro que compendia los Ensayos elementales del escritor, editor, traductor ocasional y comentarista político estadounidense, Eliot Weinberger.
Un renovador del género, o, más bien, un experimentador en toda regla, un arqueólogo de la literatura que parece haberlo leído todo, hasta el punto de llegar a los pasillos más improbables de la biblioteca de Babel.
Editor y traductor de los ensayos de Borges, a diferencia del enciclopedista de textos apócrifos, la estrategia narrativa de Weinberger no se construye a partir de la inventiva, sino que, como apunta en alguna entrevista, todo lo que hace es recolectar textos verídicos, improbables, fantásticos y extravagantes, pero, al fin y al cabo, reales.
Y, desde allí, con esa materia prima a disposición, teje su trama de referencias con una prosa poética capaz de seducir y de persuadir a cualquier lector imbuido con un mínimo de curiosidad.
Ese juego de correspondencias
En una entrevista reciente con The Paris Review, Weinberger dice que su lector ideal es aquel que lee unas pocas páginas y luego se queda dormido y tiene un sueño fantástico.
Y la sensación que se tiene al leer cualquiera de los textos, más breves o más extensos de su obra, es la de habitar un sueño, ya sea al desplazarse por la antigua historia china con distintos personajes llamados Chang o al acompañar los avatares proféticos y alegóricos de su biografía poética de Mahoma.
Así, la imaginería conjugada nos convoca y subyuga en una especie de hipnosis capaz de llevarnos a esos inesperados vericuetos de la historia, al velador o la gruta en que alguien escribió algunas palabras memorables o sonó un sueño espléndido.
¿Cómo llega un escritor a engendrar una forma tan personal como este ensayo impersonal? No es ningún secreto que todo autor es consecuencia de sus lecturas, de sus influencias y hallazgos, de su temperamento y las predilecciones idiosincráticas que lo hacen saltar de un libro a otro.
Desertor universitario tras apenas un año en Yale, Weinberger nunca participó de una escena literaria propiamente tal, según dice, pero comenzó a traducir a Octavio Paz muy joven y consiguió que el mismo escritor de Piedra de sol leyera sus versiones y las aprobara gracias a un amigo en común.
Desde allí su carrera se fue afianzando muy a su manera: más traducciones, una vida itinerante como escritor de viaje, la fundación de una revista literaria donde publicaba todo lo que quería ver, como a los poetas objetivistas (Oppen, Charles Reznikoff y Muriel Rukeyser) y traducía mucha poesía china.
Más adelante, atizado por la indignación ante la violencia de su país, concibió escritos de comentarios políticos, sobre todo su texto Lo que escuché sobre Irak. Y siempre, leudando en silencio, esa constelación de ensayos parte collage erudito parte prosa mitopoética sobre burros, las estaciones, el viento.
Textos que abarcan los sueños de japoneses en el siglo XIII o suecos en el siglo XVIII, los lacandones, los santos, las escenas indias, los rinocerontes y las versiones del Génesis, que fueron construyendo su reputación como un renovador del género gracias a su peculiar forma de entramar anécdotas y metáforas con palabras llanas y una prosa impresionista, exacta, deslumbrante, valiente y maravillosa.
Una obra que engendra su propia forma. Una verdadera enciclopedia idiosincrática de la imaginación humana, el gozo lector, el asombro ante los peculiares campos de resonancias simbólicas que entraman algunas palabras, animales, elementos y la inusitada belleza que brota a partir de ese juego de correspondencias.
Aunque la gran poeta Denise Levertov, cuyo hijo frecuentaba el mismo colegio que Eliot, dijo de él que nunca fue un niño, me parece que lo que hace con la literatura y la cultura es ocuparla como un vasto campo de juegos, una geografía vertiginosa sembrada de artilugios y pequeños tesoros que recolecta en sus viajes como un nómada curioso dispuesto solo a conservar lo elemental, lo que despierta el asombro y atiza los sueños más maravillosos.
***
Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, el de barista y el de brigadista forestal.
Actualmente reside en la ciudad Puerto Varas, y acaba de publicar su primer poemario, titulado Tallar silencios (Notebook Poiesis, 2021). Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

«Ensayos elementales», de Eliot Weinberger (Editorial Anagrama, 2025)

Alfonso Matus Santa Cruz
Imagen destacada: Eliot Weinberger en 1990.
