La soprano rusa Aigul Khismatullina y el bajo ucraniano Taras Berezhansky fueron con creces los mayores aciertos vocales y artísticos en el comienzo de una nueva temporada lírica en el Teatro Municipal de Santiago, y con un Orquesta Filarmónica que parece cada vez más convencida y comprometida en su labor, cuando a cargo de su conducción se encuentra el director musical residente, Pedro-Pablo Prudencio.
Por Enrique Morales Lastra
Publicado el 13.6.2024
Después de su dirección de escena durante la temporada pasada con Rigoletto, existían fundadas expectativas con respecto al desempeño de Christine Hucke, ahora a cargo del famoso clásico de Wolfgang Amadeus Mozart.
Aunque el cambio de Jorge González por Rebekka Dornhege Reyes en el diseño escénico y de vestuario, pueden explicar esa sensación de un montaje por debajo de la performance de conjunto, que dejara la exitosa versión que la misma régisseur viñamarina nos entregara en agosto de 2023.
No es que esta puesta en escena de La flauta mágica sea en su globalidad regular o derechamente «mala», pero en comparación con el anterior trabajo de Hucke que habíamos tenido la oportunidad de apreciar en el coliseo de la calle Agustinas, queda un sabor de boca un tanto amargo, pues se esperaba una progresión mayor en el desarrollo creativo de la realizadora.
Donde más allá de una insistencia de ciertas nociones estéticas —como la de los módulos que vuelve a reiterar en esta dirección—, y cuya utilización, en relación a la manera artística en que los justificó en Rigoletto, están lejos de convencer o de explicarse a satisfacción, en vistas de ese prodigioso y recordado debut en el Municipal de Santiago, del cual habíamos quedado presos y cautivos.
Por pasajes, especialmente en el primer acto, el extático diseño de González (que recuerda en sus escenas iniciales a un montaje tipo «concierto») hacen que los movimientos de los cantantes concebidos por Hucke, se visualicen desprovistos de un sentido o conceptualización dramática, más allá de la música y de su argumento literario, propinándole un golpe mortal a un clásico cuyo comienzo, nos introduce en un vértigo difícil de superar en otras partituras del canon.
La idea de separar la territorialidad del escenario con un panel negro intervenido digitalmente, de alguna manera constriñe la geografía de las tierras de la Reina de la Noche, a una idea de encierro y de cierto agobio infernal, alejado un tanto de la esencia ignota y misteriosa de esos dominios, desde donde surgen, por lo demás, la belleza redentora de Parmina, y las cuales se transforman en el gran motivo a redimir desde el principio hasta el final de la obra.
En ese sentido, los elementos holográficos, que pueden dotar de rasgos o de atributos simbólicos a situaciones difíciles de recrear físicamente (en un ejercicio efectuado con bastantes logros en la Sigfrido del mes de mayo), en esta ocasión se formulan de una manera un tanto «gratuita».
Salvo en el segundo acto, la preponderancia de lo «tecnológico» en este montaje, en compañía de movimientos y de desplazamientos modulares que pretenden esbozar una tímida noción teatral del conflicto, se aprecia dubitativa y tal vez maniatada por el riesgo de un salto al vacío escénico.
Como decíamos, y ya en el segundo acto, elementos tradicionales del diseño de La flauta mágica, tales como el carro de Papageno o los aposentos sacerdotales de Sarastro, se complementan con mayor sentido estético y dramático en concomitancia con las proyecciones digitales, al instaurar una idea narrativa un tanto más certera en la confluencia de escenas reconocibles y famosas en el imaginario de los espectadores, y las cuales se aprecian aumentadas en su valor diegético, gracias a la utilización de los mencionados recursos técnicos.
Para sintetizar, la puesta en escena de Hucke y de Jorge «Chino» González se inicia dando pasos en falso, un poco «fome», la verdad, incapaz en su ascetismo digital, de proponer una construcción teatral a cabalidad de esa simbología maniqueísta esbozada por la partitura de Mozart, aunque luego concluye con una segunda parte donde la geografía fantástica del proscenio, se abre con mayor apertura y libertad espacial, ante esa disputa religiosa y moral que guarda La flauta mágica dentro de sus esenciales y esotéricas motivaciones.
Un asunto de sensibilidades líricas
La soprano rusa Aigul Khismatullina —en su esperado retorno al Municipal de Santiago— lució una voz ligera, excelentemente proyectada, de agudos limpios y brillantes, y su desempeño en el aria Der hölle rache —que demanda una depurada técnica y también una importante dosis de seguridad escénica—, impactó por su dominio de la coloratura y su solvente registro del sobreagudo, en una exhibición de bellísima sensibilidad (y comprensión) lírica
Khismatullina, poseedora de un arte interpretativo de primera línea internacional, se encuentra pronta a debutar en el Gran Teatre del Liceu de Barcelona.
Por su parte, y al igual que en la temporada pasada tras su irrupción en Rigoletto, uno de los cantantes más celebrados por el público, fue el bajo ucraniano Taras Berezhansky —dueño de una hermosa y poderosa voz, y provista de una exuberante musicalidad—; y quien ofreció una contundente versión del pagano sacerdote Sarastro, en especial cuando le correspondió abordar la famosa aria In diesen heil’gen.
Asimismo, la soprano chilena Annya Pinto estuvo bastante sólida y correcta en su rol de Pamina, con su voz brillante, esmaltada y rica en matices y contrastes, a la cual nos tiene acostumbrados.
El tenor ruso Dmitry Ivanchev (Tamino) se mostró un escalón más abajo que sus compañeros estelares, y donde pese a exhibir una interpretación convincente, y de contar con evidentes cualidades actorales, tiene, no obstante, una voz algo falta de volumen para los detalles de este exigente rol.
Después, el bajo barítono ruso Alexander Miminoshvili (Papageno) y la soprano chilena Marisol Vega (Papageno), lucieron competencia en el recitativo arioso –estilo esencial del género– además de un plausible dominio escénico en el dúo que juntos les correspondió protagonizar.
La Orquesta Filarmónica de Santiago se escuchó compenetrada y convencida bajo la dirección del maestro residente Pedro-Pablo Prudencio, en una exhibición musical llena de sutilidad, perspicacia, fineza y fuerza sonora, la cual dejó atrás las dudas que se guardan —por lo menos esfumadas en esta presentación— en torno al desempeño de la agrupación estable del Municipal de Santiago, cuando no se encuentra al frente de su conducción, su director titular, el maestro italiano Roberto Rizzi Brignoli.
Por último, las funciones de La flauta mágica de Wolfgang Amadeus Mozart —con sus dos elencos— continuarán hasta el próximo sábado 22 de junio en el escenario del coliseo de la calle Agustinas.
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Crédito de las imágenes utilizadas: Patricio Cortés del Teatro Municipal de Santiago.