[Crítica] «Los espíritus de la isla»: Soledades en conflicto

El filme del premiado realizador ingles, de origen celta, Martin McDonagh es un largometraje de época, que con el trasfondo y fuera de campo de la denominada Guerra Civil Irlandesa, expone el absurdo existencial de las rencillas humanas frente a la inmensidad del tiempo y de la muerte.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 18.2.2023

Hay dos clases de soledad: Una que hasta «acompañada» destruye… otra que «sola o acompañada» edifica, planifica y revive…
Anónimo

Considerado como uno de los mejores dramaturgos contemporáneos —es el autor teatral inglés más representado en América del Norte tras el inmortal Shakespeare— McDonagh nos retrata en este filme con su habitual maestría una historia de hombres en conflicto.

Se trata de su cuarto largometraje —el anterior fue el galardonado Three Billboards Outside Ebbing, Missouri (2017)— que en la actualidad se exhibe en las salas cinematográficas españolas siendo uno de los más firmes candidatos a los premios Óscar de este año con ocho nominaciones entre ellas las de mejor película, mejor director y mejor actor.

Fiel a su estilo —cultiva el teatro de la crueldad postulado por Antonin Artaud que busca despertar las fuerzas dormidas en el espectador enfrentándolo a sus conflictos— nos ofrece una oscura tragicomedia —de tintes clásicos atemporales— aderezada con refrescantes notas de humor británico.

La protagonizan dos actores consagrados quienes ya trabajaron juntos bajo la dirección del anglo irlandés en la notable In Bruges (2008): Colin Farrell (Pádraic ) y Brendan Gleeson (Colm), ambos se muestran brillantes en sus interpretaciones. Del resto del excelente reparto destacan Kerry Condon (Siobhán ) y Barry Keoghan (Dominic).

 

Conflictos coincidentes

La acción transcurre en una isla irlandesa de pocos habitantes quienes en su mayoría viven aislados y encerrados en sí mismos. En ese espacio de aislamientos dos hombres amigos entran en conflicto por la repentina voluntad de uno de ellos que abruptamente decide romper todo tipo de contacto con su hasta entonces inseparable camarada.

Surge el conflicto en un tiempo complejo pues todo sucede en plena Guerra Civil Irlandesa (1922 – 1923), una contienda que ocurrió hace 100 años. Una guerra fratricida que obligó a la población a elegir entre dos bandos enfrentados convirtiendo ipso facto a muchos amigos en enemigos.

Genial esa coincidencia argumental que McDonagh muestra sutilmente tan sólo en momentos puntuales, porque no vemos la simbólica contienda comunitaria que transcurre a la otra orilla de la pequeña isla, no la vemos pero sí que en ocasiones apreciamos algún destello luminoso o la oímos en la distancia como alegoría de la oscura amenaza que crece entorno a esos dos hombres en conflicto.

 

Humanidades sombrías

En la brillante cita inicial de autor desconocido que me facilitó mi amigo Paco Sánchez —y que abarca muchos más aspectos de la condición humana— se hace referencia a dos tipos de soledad, una que edifica y revive y otra que «hasta acompañada destruye».

McDonagh nos sumerge en un micro cosmos de individuos de soledades destructivas, de soledades sombrías sin atisbo de remisión.

Ahí están Pádraic y Colm tras su intempestiva ruptura. Y en mayor o menor medida el resto de personajes retratados, especialmente los dos que sienten mayor afecto por el «bueno» de Pádraic: su hermana Siobhán y Dominic, un joven maltratado por su padre y que lo tiene a él como referente.

Siobhán y Pádraic nunca han tenido pareja, viven juntos en armonía a pesar de su gran diferencia de ser, ella se refugia en los libros en plena consciencia de su sombría realidad y él en su sencillez inconsciente es feliz gracias a esa amistad que cree imperecedera.

Por eso no puede aceptar el radical rechazo de su «amigo» quien justifica su mutación alegando que junto a él «pierde el tiempo». Y es que Colm es músico y consciente de su edad asegura querer dejar su huella artística en el mundo antes de abandonarlo. Y alega a su favor que nadie es recordado una vez muerto por haber sido amable, una afirmación muy discutible que Pádric no es capaz de rebatir.

En todo caso esas argumentaciones se irán evidenciando como farsa, en este sentido se nos muestra que simbólicamente Colm colecciona máscaras teatrales.

Una farsa que no obstante coloca a Pádric ante el espejo, ante el verse débil e inseguro al sentirse rechazado por no tener «suficiente nivel» pues él no es ni artista ni intelectual ni líder, él es un hombre común que nunca se ha planteado nada profundo ni se ha explorado a sí mismo.

Ese abandono del «amigo» podría ser la vía para que Pádric se descubriera y se encontrase como persona única. Y de otra forma en ese «soltar lastre» el músico que quiere ser recordado podría también hacer lo propio con su vacío disfrazado de patéticas máscaras.

Así lo dejo para no entrar en innecesarios spoilers aunque creo necesario recordar que se trata de una obra en la línea de su autor, un dramaturgo interesado en remover consciencias por el impacto de la a menudo violenta sombra humana que se esconde tras las comillas, las apariencias y las máscaras.

Y sí, hay soledades que destruyen tal y como muestra esta excelente obra audiovisual; considero que es necesario mostrarlo como recordatorio de la realidad del mundo pero sin olvidar que cada uno es libre de abandonarse a ellas o bien aprender de ellas con la voluntad de transmutarlas.

 

 

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es un pedagogo terapeuta titulado en la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Los espíritus de la isla (2022).