[Crítica retro] «El amigo americano»: Patricia Highsmith, Wim Wenders y compañía

La obra del cineasta alemán —ambientada en la turbulenta Europa de la década de 1970— inmortalizó las carreras profesionales de los actores Dennis Hopper y Bruno Ganz (en la imagen destacada), quienes protagonizaron este filme nominado a la Palma de Oro del Festival de Cannes, en la temporada correspondiente a su estreno (1977).

Por Gabriel Anich Sfeir

Publicado el 13.1.2021

Hace 100 años, el 19 de enero de 1921, nació en Fort Worth la escritora estadounidense Patricia Highsmith, una de las más insignes plumas de la novela negra. Su obra está marcada por los conflictos existencialistas, las tensiones psicosexuales y la ambigüedad moral de sus personajes.

Aparte de novelas como Extraños en un tren (llevada al cine por Hitchcock en 1951), Mar de fondo y El temblor de la falsificación, su obra más conocida es la saga de Tom Ripley, cuyas cinco entregas publicadas entre 1955 y 1991 siguen las andanzas y crímenes de un sociópata americano que vaga por Europa.

Ripley ha sido llevado a la pantalla en no pocas ocasiones, siendo las películas más conocidas aquellas basadas en El talentoso señor Ripley, primera novela de la serie: René Clément dirigió a Alain Delon en A pleno sol (Plein Soleil, 1960) y Anthony Minghella hizo lo propio con Matt Damon en 1999.

Ambas nos presentan a un joven de apariencia inocente, pero con ansias de escalar posiciones en la sociedad, que lo llevan a cometer fraudes y hasta asesinatos.

Haremos un reconocimiento a Highsmith en su centenario comentando El amigo americano (Der Amerikanische Freund, 1977), uno de los filmes clave del Nuevo Cine Alemán de la década de 1970, dirigido por el alemán Wim Wenders.

Es una adaptación de El juego de Ripley, tercera parte de la serie, publicada en 1974 y cuyos derechos fueron adquiridos por Wenders a partir del manuscrito original de Highsmith, autora admirada por el cineasta germano nacido en Dusseldorf. También incorpora elementos de la segunda novela de Ripley, La máscara de Ripley, aparecida en 1970.

 

«El amigo americano» (1977)

 

Pura cinefilia de principio a fin

Wenders realizó sus estudios secundarios en Oberhausen, ciudad donde fue emitido el manifiesto de cineastas alemanes en 1962 llamando a relanzar la alicaída industria fílmica nacional de posguerra.

Estudios incompletos de medicina y de filosofía llevaron a Wenders a probar fortuna en París, donde se dejó llevar por la cinefilia imperante. Volvió a Alemania Federal a graduarse en la Escuela de Cine de München.

En sus primeras producciones, Verano en la ciudad (Summer in the City, 1970) y El miedo del arquero al tiro penal (Die Angst des Tormanns beim Elfmeter, 1972) Wenders armó un equipo con el director de fotografía Robby Müller y el escritor austríaco Peter Handke (Premio Nobel en 2019).

Sería entonces cuando incursionaría en su género preferido, la road movie, con la trilogía compuesta por Alicia en las ciudades (Alice in den Städten, 1974), Movimiento en falso (Falsche Bewegung, 1975) y En el curso del tiempo (Im Lauf der Zeit, 1976).

Después vendrían dos producciones rodadas en EE. UU. que cosecharían prestigiosos premios: el León de Oro en Venecia para El estado de las cosas (The State of Things, 1982) y la Palma de Oro en Cannes para Paris, Texas (1984).

Otra de las obras más importantes de Wenders sería su reflexión sobre la división y posterior reunificación de Alemania en El cielo sobre Berlín (Die Himmel über Berlin, 1987) y su secuela ¡Tan lejos, tan cerca! (In Weiter Ferne, so Nah, 1993).

El amigo americano transcurre principalmente en la Hamburgo de los años 70 y nos presenta a dos hombres: el mercader de arte americano Tom Ripley (Dennis Hopper) y el fabricante de marcos Jonathan Zimmermann (Bruno Ganz).

Cuando se cruzan en una subasta, Ripley se entera del pasado de Jonathan: padece una grave leucemia y no tiene muchas esperanzas de vida. Fiel a su sentido amoral, Ripley lo pone en contacto con el mafioso francés Raoul Minot (Gérard Blain), quien busca un asesino a sueldo para ejecutar a un gánster rival en París.

Frente a este dilema, Jonathan acepta este macabro trabajo, desesperado por dejar dinero a su mujer Marianne (Lisa Kreuzer) y a su hijo pequeño para cuando la enfermedad lo haya desterrado de este mundo.

Tenemos frente a frente a dos polos opuestos: el inescrupuloso Ripley y el honrado Jonathan. Uno delinque por placer y el otro por necesidad. Sombrero de cowboy en alto, el solitario americano manipula como quiere al debilitado europeo, pero también es un hombre frágil y no tardará en echarle una mano, sobre todo cuando las circunstancias se vuelvan en contra de ambos hombres. Surge así una amistad que de convencional tiene poco y nada.

Una road movie de crímenes sigue a los personajes en ciudades como París, Hamburgo y Nueva York. La cámara de Müller captura planos gélidos de estas urbes, sobre todo sus edificios en construcción, escaleras mecánicas, muelles y aeropuertos, recordando así a la obra pictórica de Edward Hopper. La fotografía se une magistralmente con el montaje (a cargo de Peter Przygodda) en la escena del primer encargo, en el Metro de París.

Somos partícipes de la tensión imperante entre los vagones del tren, los andenes de la estación y sus escaleras, para luego ser testigos de la huida de Jonathan a través de las cámaras de seguridad.

Es un claro guiño al clímax de El tercer hombre (The Third Man, 1949) de Carol Reed.

La cinefilia de Wenders es delatada con la elección del reparto: todos los delincuentes son interpretados por directores de cine: el mismo Ripley es Dennis Hopper, mítico impulsor del New Hollywood con otra película de viajes, Busco mi destino (Easy Driver, 1969).

Nicholas Ray, director de Rebelde sin causa (Rebel Without a Cause, 1955) encarna al pintor Derwatt, supuestamente fallecido pero escondido en Nueva York mientras Ripley vende sus cuadros a incautos compradores europeos.

El mismo Wenders realizó con Ray el documental El relámpago sobre el agua (Lightning Over Water, 1980), encontrándose el autor de Johnny Guitar (1954) en sus últimos días a consecuencia de un cáncer diagnosticado durante el rodaje de El amigo americano.

Otros roles de mafiosos corresponden a los franceses Gérard Blain (Les Amis, 1971) y Jean Eustache (La Maman et la Putain, 1973), así como al americano Samuel Fuller (The Naked Kiss, 1964).

No podía faltar el homenaje de rigor al noir.

 

En una Europa convulsa

Ante todo, El amigo americano es una película eminentemente europea. Son los años de estancamiento e inflación en Europa, la cual a su vez sufre cada día la actividad terrorista de grupos revolucionarios, como se aprecia en los grafitis del puerto de Hamburgo.

Destaca el hecho de que los respectivos idiomas originales son respetados en el filme: los americanos hablan entre sí en inglés, los alemanes en alemán, los franceses en francés. Es una Europa donde América se hace presente con sus automóviles, ropa, bebidas, cigarrillos y juegos como el billar.

Y sobre todo por un vaquero (nada más americano, en palabras de John Ford) como Ripley, que siembra muerte y corrupción por el Viejo Mundo: el “amigo americano” que supuestamente salvará a Jonathan.

Resulta especialmente metafórica una conversación entre Jonathan y Minot en un apartamento parisino con vistas a una réplica de la Estatua de la Libertad sobre el Sena: ¿dónde está la libertad de alguien que no puede escapar de la muerte? ¿Puede el europeo confiar en la “amistad” que le ofrece el americano?

Volviendo a nuestros protagonistas, si bien no se revelan el pasado ni los otros crímenes de Ripley, en El amigo americano vemos en él a un sociópata desesperado por encontrar su identidad, y por ende, tan frágil como sus víctimas.

A su vez, Jonathan vende su rectitud a Ripley y secuaces para asegurar el bienestar de su familia. Dos almas perdidas se cruzan en un juego en que lo peor del ser humano no tardará en manifestarse.

Si bien hay diferencias como en toda adaptación cinematográfica (por ejemplo, en la novela Ripley se encuentra casado con una acaudalada francesa y Jonathan es un inglés llamado Trevanny), Wenders logra capturar con maestría los conflictos que relata Highsmith en su obra, así como las constantes y conflictivas interacciones entre América y Europa.

Ambos plantean la concepción de la mentira como un pecado equiparable al asesinato: en película y novela, Ripley hace creer a Jonathan y a la comunidad que su enfermedad está empeorando, con tal de arrastrarlo al oficio de sicario.

Jonathan no sólo asesina por dinero, sino que engaña a su familia de que viaja a París y otras ciudades para tratarse clínicamente, pero las sospechas de Marianne no tardan en aparecer e incriminar a su marido a causa de su “amigo americano”.

La mentira barre con vidas y familias, todo mientras el pequeño Daniel Zimmermann juega con un zoótropo, una de las máquinas mágicas que preparó la llegada del cine.

El cine, leal socio de la literatura.

 

*Reseña autorizada para ser publicada exclusivamente en el Diario Cine y Literatura.

*El amigo americano se estrenó en mayo de 1977 en el Festival de Cannes, donde fue nominada a la Palma de Oro. Disponible en Mubi.

 

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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es licenciado en ciencias jurídicas y sociales titulado en la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma Casa de Estudios. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Gabriel Anich Sfeir

 

 

Imagen destacada: El amigo americano (1977).