[Crítica retro] «Klute»: Nueva York es la ciudad del pecado con Jane Fonda en sus calles

Este filme del realizador estadounidense Alan J. Pakula es el título que inicia su llamada trilogía de la paranoia —donde explora la soledad de sus personajes en el contexto de una sociedad corrompida—, y a la cual seguirían «Asesinos S.A.» (1974) y la recordada «Todos los hombres del Presidente» (1976).

Por Gabriel Anich Sfeir

Publicado el 18.11.2020

“Perturbación mental fijada en una idea o en un orden de ideas”. Así define el Diccionario de la RAE la voz paranoia, de origen griego. Una de las obsesiones mentales más difundidas en el arte es el temor de ser observados y controlados por otros, y uno de los cineastas más interesados por la paranoia, dedicándole una trilogía al respecto, fue el estadounidense Alan J. Pakula (1928-1998).

Pakula nació en una familia judía del barrio neoyorkino del Bronx y se graduó en arte dramático de la Universidad de Yale. Se trasladó a Hollywood, donde comenzó una exitosa carrera como director, formando sociedad con el director Robert Mulligan.

Durante la década de 1960 produjo varias películas con Mulligan, destacando Matar a un ruiseñor (To Kill a Mockingbird, 1962), basada en la novela homónima de Harper Lee y nominada a varios premios Oscar.

Sin dejar la producción, Pakula estrenó su primer filme como director en 1969, la comedia dramática El cuco estéril (The Sterile Cuckoo, 1969), protagonizada por Liza Minelli, en pleno auge del New Hollywood.

Sería entonces cuando Pakula realizaría en la década de 1970 su célebre “trilogía de la paranoia”: Klute, mi pasado me condena (Klute, 1971), Asesinos S.A. (The Parallax View, 1974) y Todos los hombres del presidente (All the President’s Men, 1976).

Estas tres películas exploran la soledad de los personajes, hombres y mujeres comunes, atrapados en una corrompida sociedad norteamericana, donde la verdad es ocultada y la honestidad apenas asoma. Las personas deben enfrentarse al poder, con distintos resultados.

Esto encajaba con el ambiente social y político estadounidense de una década marcada por la pérdida de poder en el escenario mundial, manifestada en la derrota militar en Vietnam, el embargo de los países productores de petróleo contra Washington y el escándalo de Watergate que causó la caída del Presidente Richard Nixon.

A partir de esta trilogía, Pakula continuó su carrera con obras como La decisión de Sophie (Sophie’s Choice, 1982), Se presume inocente (Presumed Innocent, 1990) y El informe pelícano (The Pelican Brief, 1993), las que no escatiman en seguir explorando el trastorno paranoico. Consagrado como de los más importantes cineastas americanos de su generación, Pakula falleció en un accidente de tránsito en 1998.

 

Jane Fonda en «Klute» (1971)

 

La trilogía de la paranoia

Hoy comentaremos Klute, el segundo largometraje de Pakula y la primera entrega de su trilogía de la paranoia, estrenado en junio de 1971. El guion original lleva la firma de los hermanos Andy y Dave Lewis, ambos de dilatada trayectoria en la TV norteamericana de la época.

En un pueblo de Pensilvania desaparece sin dejar rastros Tom Gruneman, un ingeniero químico empleado por una importante empresa dirigida por Peter Cable (Charles Cioffi). Éste encarga su búsqueda a un amigo cercano de la familia de Gruneman, el solitario detective John Klute (Donald Sutherland).

La única pista es una carta obscena aparentemente escrita por Gruneman a una prostituta de la ciudad de Nueva York, Bree Daniels (Jane Fonda). Klute comienza a seguir a Bree, pero de a poco ambos comienzan a desarrollar una relación poco convencional que los lleva a buscar a un posible asesino serial que apunta a trabajadoras sexuales de la “Gran Manzana”.

Esto podría parecer un thriller sobre un detective tras los pasos de un peligroso psicópata, pero Klute no es sobre el personaje del mismo nombre. Es la historia de Bree, una mujer indefensa en un mundo hostil. El sexo es su única arma, manipulando así a sus clientes, importantes hombres de negocios.

Pero aparte de ser una lucrativa prostituta de lujo, Bree también sufre de trastornos de la personalidad que la llevan a buscar otros rumbos sin éxito como la actuación (la vemos recitar una obra de G.B. Shaw). Las sesiones de Bree con su terapeuta nos revelan su incapacidad de expresar amor, así como la falta de control sobre su vida: “siento que no estoy sola”.

Esa paranoia se expresa primero en el seguimiento que hace Klute de Bree. La instrumentaliza para encontrar a su amigo Tom, cayendo también en la manipulación de la prostituta. Pero ambos solitarios deben unir fuerzas para detener a alguien que los observa, para evitar que siga cometiendo más fechorías.

En el camino Bree encuentra por fin a un hombre que está dispuesto a protegerla, a diferencia de los clientes y proxenetas con los que se relaciona.

Pakula dirige esta obra enfatizando el estudio psicológico de los personajes, antes que las investigaciones sobre potenciales crímenes. Para ello se vale de una minimalista banda sonora de Michael Small, que transmite la vulnerabilidad en que se encuentran los personajes.

La fotografía corre por cuenta del legendario Gordon Willis, responsable de la saga de El Padrino de Coppola y no pocas películas de Woody Allen, cuya cámara retrata ambientes claustrofóbicos y aislados del resto de la sociedad.

Nueva York es presentada como una ciudad del pecado, tanto en los bajos fondos de clubes y burdeles, como en los edificios corporativos de las empresas.

Jane Fonda se pone en la piel de Bree, cuya magnífica perfomance le valió su primer Oscar a Mejor Actriz, consagrando a una sex symbol de los años 60 como una intérprete seria. No encarna a la típica prostituta presentada hasta entonces en la gran pantalla, fría y atractiva, sino a una mujer humana y frágil, necesitada de afecto.

Bree sueña con una vida mejor y sin peligro, pero la sociedad es hostil con ella: las drogas y el asesinato están a la orden del día; y las instituciones ni siquiera pueden detener al psicópata que ya ha cobrado la vida de dos amigas de Bree y que ahora se dirige por ella.

Esta mujer de la gran ciudad será salvada por un hombre de pueblo, cada vez más sospechoso del círculo en que se movía su amigo perdido y con la convicción de que no puede permitir que la indefensa Bree sea la siguiente víctima.

Klute es parte de varias películas americanas de la década de 1970 que exploraron la paranoia, el voyerismo y la vigilancia en medio de la crisis política, económica y moral que atravesó la sociedad estadounidense, en contraste a lo que filmó Hitchcock en La ventana indiscreta (Rear Window, 1954)

Esa idea de control a través de la vigilancia queda patente en La conversación (The Conversation, 1974) de Coppola, La fuga de Logan (Logan’s Run, 1976) de Michael Anderson y Network, poder que mata (1976) de Sidney Lumet.

Además, esta obra de Pakula es un llamativo neo-noir de esos años (que llegó a la cúspide con Chinatown de Polanski en 1974) que preparó el camino para el thriller erótico característico de los años 80.

El mundo presentado en Klute es uno donde no existe la intimidad, donde todos están expuestos al mal en sus distintas formas.

Si bien las siguientes partes de la trilogía de la paranoia de Pakula se basan en el conflicto entre los individuos y el poder político, aquí es la sexualidad el elemento de dominación entre hombres y mujeres, en ambos sentidos.

Bree controla en la cama a los hombres, pero Bree y sus compañeras son controladas por los hombres a través del dinero y el crimen. No se puede confiar en nadie. Las pocas luces de esperanza son muy pero muy tenues.

 

*Reseña autorizada ser publicada exclusivamente en el Diario Cine y Literatura.

*Disponible para arriendo y compra en Apple TV.

 

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Gabriel Anich Sfeir (Rancagua, 1995) es licenciado en ciencias jurídicas y sociales de la Universidad de Chile y ayudante en las cátedras de Derecho Internacional Público y Derecho Comunitario en la misma Casa de Estudios. Sus principales aficiones son la literatura policial y el cine de autor.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Gabriel Anich Sfeir

 

 

Imagen destacada: Klute (1971).