[Crónica] Crisis institucional y decadencia del lenguaje

Una vez más, olvidamos que, sin una política orgánica y coherente, las buenas intenciones se diluyen en idealismos sin base y en proclamas inútiles. Así, tuvimos en nuestras manos la inmejorable posibilidad de generar cambios sustanciales desde el punto de vista de su estructura, y la coyuntura se nos escurrió, interminable, como agua entre los dedos.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 6.9.2022

En momentos de crisis es bueno reflexionar con los poetas y con los sabios que tenían alma de vates (el que vaticina, el que ve donde otros no ven, el consejero). Es lo que Miguel de Unamuno sugirió al presidente de Chile, exiliado en París, Arturo Alessandri Palma, hace un siglo, aunque mucho caso no pareció hacerle el llamado «León de Tarapacá».

Hace 2 mil 500 años, en la mayor potencia entonces conocida —que vuelve en el siglo XXI a recuperar su sitial como República Popular China—, la China Imperial de la dinastía Qin, el Emperador convocó a Confucio, su gran consejero y asesor, en vista de los gravísimos sucesos que afectaban al gigante asiático. Según relatan las crónicas, este habría sido el diálogo:

—Maestro, requiero su ayuda ante el grave dilema que padece nuestro reino. Le pido me diga cuál es la causa de la crisis y cuál podría ser la solución. Le doy tres meses de plazo para que reflexione, antes de responderme.

—Su Majestad, no necesito ese tiempo; puedo responderle enseguida,

—Dígame, entonces…

—La causa de la crisis estriba en la decadencia del lenguaje; la solución está en devolver al lenguaje su dignidad perdida.

Una de tantas críticas al proyecto de Constitución recién abortado, incluyendo la muerte de la madre y la fuga del padre, es su imperfección lingüística, su imprecisión semántica y las consiguientes confusiones en materias que requieren de la mayor elocuencia, como los ámbitos: identidad nacional, ordenamiento jurídico, sistema público de salubridad, vivienda, derecho de propiedad, educación y otros.

La respuesta a estos planteamientos, ha sido acudir al viejo dicho popular: «en el camino se arregla la carga», previendo cambios necesarios de redacción que se llevarían a efecto después, dejando para mañana lo que no hicisteis bien hoy; también un modo de ser muy chileno, la eterna postergación, sin fecha de vencimiento y con muchos caramelos circunstanciales para paliar el desencanto.

Debió haberse actuado con mayor acuciosidad, sin duda. Perdimos un precioso tiempo en discusiones insustanciales, en ritos improcedentes y en escandalillos de poca monta, atizados por los medios de comunicación al servicio —casi absoluto e incontrarrestable— del adversario político (lingüística y sociológicamente es más propio decir «enemigo»), que se opuso, desde el inicio del proceso generado por el «estallido social», a todo cambio de la espuria Constitución de 1980, la que no fue jamás «la casa de todos», sino la fortaleza cuartelera y empresarial que nos encadenó al capitalismo salvaje, que hoy seguimos padeciendo, aherrojados por la vil y eficaz cerradura jurídica de Jaime Guzmán y sus cómplices paniaguados, dentro y fuera del Parlamento.

Después del rotundo triunfo en el plebiscito de entrada, parecieron abrirse al fin las anchas alamedas clausuradas, a sangre y fuego, hace medio siglo. Sí, esta semeja ser la medida cronológica de nuestros sueños tronchados, cincuenta años.

 

Un Presidente indeciso y titubeante

Las poderes retardatarios —mucho más hábiles en su praxis que las demandas progresistas— han requerido y requieren mucho menos tiempo para aplastar los legítimos anhelos populares y sus —¡ay!— gastados conceptos: justicia social, igualdad de género, plurinacionalidad cultural, etcétera.

La Derecha cuenta con todo el poder económico y financiero (invirtieron miles de millones de pesos en la sucia campaña del Rechazo). Por si fuera poco, cuentan con la fuerza incondicional de las armas (FF.AA.), para cautelar sus intereses y privilegios. Hace más de un siglo que procede de la misma manera, con periodicidad perversa e implacable.

Con gran destreza —hay que reconocerlo— la Derecha fue captando adherentes para su cometido, incluyendo a esos sectores políticos de naturaleza advenediza que terminan, siempre, adhiriendo a sus presupuestos negacionistas, por miedo e indecisión, propios de su frágil ideología.

Asimismo, se sumaron al proceso desestabilizador grupos sociales y aun camarillas de cierta intelectualidad acomodada, financiada por El Mercurio, mientras avivábamos su corrosión con nuestros propios, grandes y continuos errores. Una vez más, olvidamos que, sin una política orgánica y coherente, las buenas intenciones se diluyen en idealismos sin base y en proclamas inútiles.

Tuvimos en nuestras manos la inmejorable posibilidad de generar cambios, si no sustanciales desde el punto de vista de su estructura, como quisieran algunos «cabeza-caliente», convencidos de que un sistema político y socioeconómico se cambia por la aplicación de una simple frase de intenciones.

Cambios que estimamos suficientes para transformar ejes clave en la maquinaria del poder, para corregir aberraciones como las AFP, las isapres, la falta escandalosa de royalties a las multinacionales, la propiedad privada de las aguas, las leyes extractivas y otras.

Esperábamos del joven gobierno de Boric, Jackson, Siches y compañía, un compromiso auténtico con los cambios prometidos y luego esbozados en la Constitución fallida. No ocurrió así, para desgracia de nuestro sufrido y sufriente pueblo (me refiero, con estas dos sílabas, a todos los luchadores y trabajadores con conciencia de clase; excluyo al lumpen y a los analfabetos televisivos).

Un Presidente indeciso, titubeante, derrotado antes de presentar batalla, aquiescente con los propios verdugos del proceso constituyente, poniéndose el parche antes de la herida, buscando un consenso falaz —como el obtenido después de octubre 2019— con los enemigos de toda transformación; librándolos de la cuenta de nocaut cuando yacían en la lona, para proponerles volátiles instancias de una supuesta «tercera vía», que no existe sino en los desvaríos de La Moneda, entre los fantasmas de una civilidad extraviada hace 75 años (Partido Radical mediante).

Teníamos 32 cuando el cruento golpe militar sepultó nuestros sueños, con el símbolo trágico y brutal de la Casa de Gobierno en llamas, bombardeada por traidores y criminales de uniforme, secundados por los privilegiados, ya fuere con traza de parlamentarios o de capitalistas sin patria ni bandera. Ahora bordeamos los 82.

No requirieron hoy del grotesco lema «por la razón o la fuerza»; la razón fue sustituida por una descomunal campaña de desinformación, desacreditando el proceso constituyente en todas las instancias posibles, con la colaboración de los «quinta columna» sabidos; la fuerza suficiente reside en el poder económico, de estructura feudal, aunque emplee en sus transacciones todos los elementos tecnológicos al uso y satisfaga la depresión de sus ejecutivos con técnicas de autoayuda, esa «filosofía de supermercado», que reemplaza las clases de ética o la prisión debida.

—¿Qué pasa ahora, Moure? —me pregunta un poeta amigo, coetáneo, quien posee un arma defensiva admirable, el sentido del humor, con cierta dosis de cazurrería gallega.

—Nada —le digo. A seguir esperando, ¿qué otra cosa nos queda, compañero?

—Ten en cuenta —me dice, que los gallegos tardaron quinientos quince años en obtener el reconocimiento de su «Autonomía con carácter de nacionalidad histórica», el respeto —institucional, al menos— por su tradición, su lengua y su cultura.

—Entonces, tendremos que seguir aguardando, como en el poema «Penélope», de Xosé María Díaz Castro, que dice (traduzco del gallego al castellano imperial):

 

PENÉLOPE

Un paso adelante y otro atrás, Galicia,
y la tela de tus sueños no se mueve.
La esperanza en tus ojos se despereza.
Aran los bueyes y llueve.

Un rumor de navíos muy lejanos
te rompe el suave sueño como una uva.
Pero tú te envuelves en sábanas de mil años,
y en sueños vuelves a escuchar la lluvia.

Traerán los caminos algún día
la gente que llevaron. Dios es el mismo.
¡Surco va, surco viene, Xesús María!,
y toda cosa ha de pagar su diezmo.

Desovillando los prados como en un sueño,
el Tiempo va de Pargua a Pastoriza.
Se va enterrando, surco a surco, el Otoño.
¡Un paso adelante y otro atrás, Galicia!

 

—Si Confucio hubiese sido poeta, le habría respondido al Emperador con un buen verso.

—Sí, que en el caso chileno, pudiera rematar así: ¡Un paso adelante y cincuenta atrás, Chile!

—Bueno, Moure, ¿y en cuanto a la dignidad del lenguaje?

—Ese es otro canto, al que le está faltando mucha rima y música de fondo.

 

 

***

Edmundo Moure Rojas, escritor, poeta y cronista, asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano, y además fue el gestor y fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes.

En la actualidad ejerce como director titular y responsable del Diario Cine y Literatura.

 

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: Gabriel Boric Font, Presidente de la República de Chile.