[Crónica] El Premio Nacional de Literatura: Escribir es un oficio que no puede acuartelarse en un género

Para la disputa de este año 2025, he recibido algunas cartas de personas que promueven a algunos narradores, pero yo me sumé a la postulación de Juan Mihovilovich Hernández, un autor total (también es poeta), y quien se ha instalado en sus ancestrales tierras maulinas, Longaví, en medio de árboles y praderas, luego de haber ejercido la judicatura en la Patagonia, y la defensa de los derechos humanos desde la década de 1980.

Por Jaime Hales Dib

Publicado el 19.8.2025

El año 1942 se entregó por primera vez un Premio Nacional: era el de Literatura. Y así, durante mucho tiempo fue el único reconocimiento oficial del Estado. Año tras año, un escritor era distinguido de ese modo, hasta que en el año 1973 todo cambió.

Con el golpe de Estado olvidaron los gobernantes de facto algo tan importante como eso y la agrupación de escritores estaba concentrada en salvar la vida de los perseguidos y poner su casa como espacio de protección para narradores, escultores, pintores y otros artistas.

La Sociedad de Escritores de Chile cumplió en eso un sobresaliente papel. Su presidente, Luis Sánchez Latorre fue el dique de contención, combinando amabilidad con seguridad, evitando que la dictadura se ensañara con la SECH como algunos lo pretendieron desde las esferas oficiales. La mayor parte de los escritores eran contrarios al golpe y muchos de ellos pertenecían a los llamados partidos de izquierda.

Sin duda que en eso, Sánchez Latorre fue un extraordinario dirigente. Debemos decirlo: él escribía en Las Últimas Noticias de El Mercurio y eso le servía de escudo, sobre todo porque sus contribuciones en ese medio no eran políticas. Pese a muchas presiones, jamás apoyó a la dictadura.

Cuando entré a la SECH, en 1982, él me dijo: «Hay que fortalecer nuestra comisión de derechos humanos». Me sumé a los esfuerzos que hacían Teresa Hamel y Rebeca Navarro, a quienes apoyaban con gran dedicación la abogada Carmen Hertz —que no era socia— y su pareja el escritor Carlos Cerda.

La dictadura, que carecía de suficientes escritores de mérito, alivianó su carga declarando que el Premio se otorgaría cada dos años e impuso la norma de separar a los escritores entre narradores y poetas, quienes se alternarían en la premiación.

Olvidaba, por supuesto a ensayistas y dramaturgos, porque probablemente no había entre ellos muchos que los apoyaran. Los escritores somos narradores, poetas, ensayistas. Algunos, hasta hemos escrito obras de teatro. Escribir es un oficio que no puede acuartelarse en un género.

Cuando hubo elecciones presidenciales libres, el candidato Patricio Aylwin, en un emocionante acto en el Teatro Carlos Cariola, se comprometió a muchas cosas, entre ellas a que los premios nacionales serían entregados «anualmente y por los pares».

Esta fue una de las tantas cosas que una vez como Presidente no cumplió, no porque no fuera posible, como tal vez otras, sino simplemente porque no le interesaba. Ni a él ni casi a nadie en el gobierno.

Hicimos enormes esfuerzos, infructuosos, por tratar de convencerlo de que en sus viajes se hiciera acompañar por escritores, como lo hacen los presidentes cultos. No era su caso. O que abriera las puertas del servicio exterior —en las áreas reservadas para nombramiento presidencial— a gente de la cultura. No fue posible.

Lo único que logramos en su gobierno fue gracias a Ricardo Lagos y Jorge Arrate, sus ministros de educación, que se allanaron a la formulación de un proyecto de Ley del Libro, para fomentar la lectura en un Chile que prolongaba su apagón cultural. Y fue Ley.

Me correspondió hablar en el acto de promulgación y aunque agradecí la firma, dejé algunas señas sobre las tareas pendientes. Una de ellas era la anualización del Premio Nacional de Literatura.

 

Las fibras de la esencia de lo humano

Recién ahora, en 2025, es decir 35 años después, se ha conquistado esa anualización, gracias a un presidente que valora la literatura y a un Congreso que sumido en una mediocridad generalizada, prefirió apoyarlo para no aparecer rechazando algo que ni siquiera generaba gastos importantes.

¿Seguirá esa alternancia? Si fuera así, ¿cuándo se valorará al que escribe en todos los géneros? ¿Tendría que ser otro premio?

¿Y los pares? En eso se ha avanzado. Por fin hay escritores en el jurado. Por cierto no es un jurado de pares, pero por lo menos dos personas que se dedican al oficio de escribir están siendo consideradas.

Escribo sobre este tema, haciéndome una pregunta más: ¿Cuáles deben ser los criterios para otorgar este premio? ¿La trayectoria? ¿La cantidad de libros? ¿Las opiniones de los críticos literarios? ¿El peso de los medios de comunicación con reconocimiento en los ambientes políticos oficiales? ¿Las conexiones políticas de los escritores? ¿Su compromiso con los derechos humanos o las luchas sociales? ¿Sus otras participaciones culturales? ¿Los nexos de amistad con los funcionarios del gobierno de turno? ¿Deben ser egresados de la Universidad de Chile?

Reviso mi lista de contactos y me encuentro con más de veinte personas que merecerían el Premio Nacional de Literatura. Me doy cuenta que me estoy excluyendo, lo que no debiera hacer.

Pero esas veinte personas son casi todas mayores. Sólo en mi generación, es decir, los que pudimos romper las barreras de la dictadura para publicar en Chile, hay muchos que tienen méritos suficientes, pero por su edad tal vez mueran antes.

En países cultos, como Uruguay, se otorgan varios premios cada año: en poesía, novela, cuentos, ensayos y teatro. No sujetos a una obra determinada, sino a un trabajo integral del escritor. ¿Algún candidato se hará cargo de algo así?

He recibido algunas cartas de personas que promueven a algunos escritores. Yo me sumé a la postulación de Juan Mihovilovich Hernández.

Escritor total, poeta y narrador, que se ha instalado en sus ancestrales tierras maulinas, Longaví, en medio de árboles y praderas, luego de haber ejercido la judicatura en la Patagonia. Abogado, luchador por los derechos humanos, activista de la cultura donde ha estado, su aporte a la sociedad chilena en todas las áreas ha sido valioso y debe seguirlo siendo.

Pertenece a una generación que ha vivido con intensidad el tránsito entre dos siglos, dos eras cósmicas y cambios en valores, tecnología, estilos, como nunca antes se había vivido en el planeta en tan poco tiempo. En medio de esa vorágine, su literatura es vigente y poderosa, porque toca las fibras de la esencia de lo humano, profundamente situado en la realidad chilena y universal al mismo tiempo.

Su obra no presenta puntos débiles y somos muchos los que hemos gozado, llorado, conmocionado, con sus textos. Es entusiasta y creativo, sigue aportando con su pluma sin descanso y un reconocimiento tan merecido, fortalecerá la expectativa de que tengamos nuevas obras de Juan y a Juan para muchos años.

Y luego, año a año, seguirán otros.

 

 

 

 

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Jaime Hales Dib (1948) es abogado formado en la Universidad de Chile, poeta, narrador y profesor.

En 1995 fundó la Academia de Estudios Holísticos SYNCRONIA, luego fue agregado cultural en México, y también formó parte del directorio y fue secretario general de la Sociedad de Escritores de Chile.

Además, integró el Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile, participó en la comisión redactora de la Ley del Libro, fundó la Editorial Casa Doce, ha publicado varios textos de su autoría y ha dado recitales poéticos en diversas ciudades de Chile y en el extranjero (Francia, España, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Panamá, Uruguay, Argentina y México).

En la actualidad es columnista y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Jaime Hales Dib

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich Hernández (por Ricardo Lobos).