[Crónica] La guerra híbrida como ensayo de uniformidad

Por mi doble condición de argentina y de armenia observo con estupor el barrido de viejas estructuras ideológicas y jurídicas en aras de una nueva normatividad que cambiaría orgánicamente a dichas naciones, con el fin de reconfigurar tanto sus fronteras monetarias, como sus límites financieros, territoriales y soberanos.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 11.2.2024

El valor igualdad en el ámbito internacional, proyección a la esfera mundial de una causa democrática, no encuentra eco en la realidad. La ausencia de toda igualdad fáctica entre los estados es a todas luces evidente. Para muchos, la igualdad entre los países no es más que una fórmula política.

Así, en la época anterior a la Revolución Francesa, en Occidente, los hombres estaban jerarquizados en estamentos y esta desigualdad también se proyectaba a la comunidad internacional, cuyos miembros se clasificaban en dos categorías: los estados con honores reales, es decir los reinos y las grandes repúblicas (Venecia y Países Bajos), y los demás estados que carecían de tales honores.

La Revolución Francesa declaró la igualdad de los ciudadanos en el orden interno, lo que no impidió que se admitiese una desigualdad en las condiciones reales. Como consecuencia de la influencia ideológica de los teóricos de la revolución, tal idea se trasladó al ámbito internacional.

De modo tal que en el plano jurídico, a partir de dicho principio, se sigue la inmunidad jurisdiccional de los estados, territorial y normativa. Sin embargo, ciertamente, es el predominio de ciertas potencias lo que domina la arena política.

Con el correr del tiempo, la igualdad de los estados no significó igualdad material entre ellos, ni igualdad en la participación de las funciones internacionales, ya que la capacidad de un estado como órgano de derecho internacional depende de su poderío. Así, la Organización de Naciones Unidas distingue entre miembros permanentes y no permanentes según el peso que tengan los estados.

Cuatro o cinco grandes países asumieron la dirección de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, y la elaboración de los tratados de paz en la conferencia de Moscú, Teherán, Yalta y Postdam, dependieron de las decisiones que tomaron estas naciones.

 

Una disputa por la redefinición mundial

Por su parte, la doctrina nacionalsocialista negaba abiertamente el principio de igualdad, contraponiéndole el elemento jerárquico de los llamados grandes espacios, cada uno dirigido por una gran potencia hegemónica: Europa y África, por Alemania e Italia; Asia, liderado por Japón; y América, por EE.UU., que, por su parte, rechazaba dicho concepto.

La competencia de un estado se ejerce sobre un territorio y se extiende sobre todas las personas que lo habitan. El sistema de soberanía territorial se estandarizó según el esquema del derecho civil romano y la soberanía implicó propiedad.

El exclusivismo significa monopolio de la fuerza, competencia coercitiva y ejercicio del poder jurisdiccional. El territorio es una porción de espacio en la que se aplica un determinado sistema de normas jurídicas. Sin embargo, la soberanía territorial queda vaciada de contenido en caso de ocupación militar, en caso de consentimiento del establecimiento de bases estratégicas o de incorporaciones de otro estado.

Si en el ámbito internacional se realiza el paralelismo con el derecho de propiedad privado, habría que pensar en las diferencias entre propiedad y posesión.

Así, sin hablar de la delimitación de fronteras, pensemos en los principios de igualdad y soberanía territorial en tiempos de guerra. En la esfera internacional existe un derecho de la paz y un derecho de la guerra. El de la paz protege a los estados contra el aniquilamiento y la mutilación del territorio, y a los individuos frente a la destrucción deliberada.

Mientras que el derecho de la guerra, renuncia al primer objetivo y restringe el segundo, y se limita a proteger al hombre contra los destrozos y los sufrimientos gratuitos.

Desde el punto de vista militar, hay guerra cuando se lucha. Pero puede lucharse sin que exista estado de guerra. El estado de beligerancia empieza normalmente con la declaración de guerra. Pero también rigen dichas normas en caso de hostilidades. En la guerra el ciudadano pasa a la condición de súbdito. En cuanto a las circunstancias económicas, el estado puede: bloquear costas «enemigas», incautar buques, confiscar propiedades.

Si hemos observado, en su momento, el movimiento de los imperios durante la Primera y Segunda Guerra Mundial y sus efectos de desfiguración de fronteras y pueblos, con el consiguiente rediseño de modos vitales; tendríamos que preguntarnos acerca de la naturaleza de las relaciones políticas en el mapa planetario actual.

Hoy estamos ante una nueva guerra fría o guerra mundial fragmentada, con la cualidad de una escalada de confrontaciones, más una tensión de Rusia en los frentes ucranianos y en el Cáucaso Sur, Israel contra Palestina, Líbano e Irán; China contra Taiwán, EE.UU. y Gran Bretaña contra Yemen, y luego Francia presionando por la construcción de Occidente.

La crisis de acumulación de capital en el norte provoca el programa de instauración de un nuevo orden mundial global. Los cimientos se inician con una agudización de contradicciones político estratégicas de carácter estructural. Los teóricos políticos identifican este período como de Guerra Mundial Híbrida y Fragmentada. Una disputa por la redefinición mundial y una expansión de los enfrentamientos y pujas entre los estados.

Bajo una amenaza de guerra termonuclear se habla, ya hace diez años, de una nueva guerra fría que tiene como foco la polarización EE.UU. – Rusia. La pandemia enfatizó la noción de beligerancia e introdujo a China dentro del marco de los conflictos.

En esta guerra en la que participamos todos hay elementos de la guerra convencional (ejércitos regulares contra estados) pero también modos no convencionales o irregulares. Los frentes son: económicos, financieros, informativos, psicológicos y virtuales. Ciberguerra, guerra judicial, financiera, hasta la denominada guerra cognitiva.

Se llama «híbrida» porque es difusa; difusos son los límites entre lo público y lo privado, entre lo militar y lo civil, entre el inicio y el fin. Lleva el nombre de cognitiva porque la «inteligencia» juega un papel fundamental.

 

El sur global y el Cáucaso sur

Ahora bien, en esa hibridación se encuentra el Sur global, y el Sur caucásico. Por mi doble condición de argentina y de armenia me interesan estas regiones y observo con estupor el barrido de viejas estructuras ideológicas y jurídicas en aras de una nueva normatividad que cambiaría orgánicamente dichas naciones.

Argentina viene de unas elecciones presidenciales que ponen al poder un presidente que dice ir contra la casta política y, desde su asunción, anuncia una mega ley que ejecutaría una revisión radical del modo de gobernabilidad del estado.

Por su parte, Armenia, viene de perder una guerra con Azerbaiyán en el año 2020. Más tarde, un desplazamiento forzado de la población armenia de la región de Nagorno Karabagh (Artsaj) en el año 2023. El exfiscal de la Corte Penal Internacional, Luis Moreno Ocampo publicó un informe que califica las acciones llevadas a cabo por el gobierno azerí como intento de genocidio contra la población del enclave en disputa.

Con miras de firmar un tratado de paz, Azerbaiyán exige un cambio en las normas de la constitución de Armenia. Cambio al que empuja el mismo primer ministro de la República de Armenia, Nikol Pashinyan.

En el marco de la guerra híbrida y fragmentada, las naciones poderosas deciden reconfigurar fronteras monetarias, financieras, territoriales, soberanas. La tensión mayor entre EE.UU. y Rusia en ese conflicto frío calienta diversas regiones donde se dirimen la potencialidad de las naciones.

La constitución de Armenia del año 1991, redactada luego de la independencia de la URSS y posterior a la declaración de la soberanía nacional firmada por el entonces presidente de la República, Levon Ter-Petrossian en agosto del año 1990, tiene como preámbulo las bases de la restauración y de la emancipación del pueblo.

Así, la declaración de la independencia toma en cuenta el: «mensaje de sus ancestros con el fin de fortalecer y dar prosperidad a la patria. Adopta la constitución expresando la unidad de voluntades del pueblo armenio. Teniendo en cuenta la responsabilidad y el destino del pueblo en la restauración de una justicia histórica, según la declaración de los derechos humanos ejerciendo el derecho de las naciones a su libre auto determinación, basados en el 1º de diciembre del año 1989 con la decisión conjunta del Concejo de Armenia Soviética y el Concejo Nacional de Artsaj sobre la reunificación de Armenia y la Región Montañosa de Karabagh. Siguiendo las tradiciones democráticas de la República de Armenia establecida el 28 de mayo del año 1918».

De esta forma, el primer ministro de Armenia considera que la declaración de independencia dificulta su agenda de paz. Y subraya que la iniciativa de promulgar una nueva constitución cuenta con el apoyo de los estados-socios.

En cuanto a la paridad América del Sur-Cáucaso Sur podríamos nombrar al modo de poner en el centro de la mira la cuestión del estado. Si para la Argentina de Milei el estado es una especie de monstruo que todo lo abarca y que se alimenta de la producción de la población; para Pashinyan el estado es el lugar al que la nación Armenia debería llegar. Es decir, la «función estado» está puesta en crítica, ya sea en déficit o en hipertrofia la narrativa acerca del nuevo espacio que el estado debería tener en la sociedad es analizada y vuelta a contar.

La alianza sin ambages por la vía norteamericana u occidental rubrica la llegada al poder de ambos mandatarios. La revolución de terciopelo del año 2018 fue un movimiento que prometía finalizar con la corrupción en el poder con el advenimiento de una democratización (occidentalización) de la nación. Los entrenamientos militares norteamericanos más tarde, la idea de cerrar la central nuclear rusa emplazada en Armenia, fueron otros jalones de fidelidad.

En el caso argentino, el presidente llega fuera de los partidos políticos tradicionales con el fin de terminar con la corrupción imperante. La primera visita del mandatario a EE. UU. fue una señal clara y contundente de la lealtad.

De una nación que se consolida bajo la idea de un territorio que se unificaría con la región montañosa, años más tarde en disputa; a otra nación que se enfrenta a volver a nombrar derechos que se asumían adquiridos.

En ambos casos, el ciudadano parece estar fuera de consideración. No por negligencia sino por las mismas cualidades de la guerra cuyos fragmentos se sienten en los bordes de los imperios. Ya no se enfrentan los estados potencia con sus poderes reales sino que colocan en la categoría de súbditos a los sujetos de naciones alejadas geográficamente de sus potencialidades.

Y ello es así porque las dinámicas de la realidad se consolidan en la virtualidad y ya no interesa (tanto) reordenar el poder con una participación actual sino que se domina y se extiende el poderío bajo gobiernos que sólo deben garantizar sufrimientos no gratuitos. Quiero decir, no se podrá exigir a estos gobiernos una merma de los destrozos, sólo la destrucción no deberá ser «gratuita». El postulado guía tiene un cariz teleológico: el fin es la guerra misma.

«Si haces que los adversarios no sepan el lugar y la fecha de la batalla, siempre podrás vencer», enseñaba el maestro Sun Tzu en su El arte de la guerra.

 

 

 

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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada (titulada en la Universidad del Salvador), ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos, los relatos de La granada, Mía, Juana I, y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar.

Asimismo, fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Filmó en Armenia y en Argentina el largometraje documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales, un registro en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en el régimen militar vivido al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).

Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

 

Imagen destacada: Noravank de Amaghu (Armenia).