Esta nueva novela del autor chileno Gonzalo Garay Burnás es como la vida y por ende tiene de todo: hay humor, sarcasmo, violencia, viajes, trampas y alegrías, amor, sexo (con y sin amor), horrores profundos, decadencia moral, arte, entusiasmo, pasión y perversión.
Por Jaime Hales Dib
Publicado el 9.12.2025
Los medios de comunicación modernos están influyendo en la literatura, particularmente en la narrativa y en el ensayo. Mientras algunos autores defienden la novela más tradicional (los españoles Julia Navarro y Pérez Reverte, por ejemplo, o Isabel Allende, John Grisham, entre otros), los hay quienes dan rienda suelta a formas nuevas.
Desde el boom de 1967 parece que todo comienza a estar permitido. Rayuela y Cien años de soledad son dos obras maestras en las cuales todo se hace posible y la literatura inicia una revolución que no se ha detenido.
Hoy tenemos narradores que escriben guiones de películas. Capítulos de cuatro páginas para que el director pueda ir armando las escenas sin mayor dificultad (Código Da Vinci es el ejemplo más evidente).
La novela de Gonzalo Garay Burnás (Concepción, 1973), La música de los domingos por la tarde pareciera seguir el estilo más complejo de algunas series de Netflix. En lugar de ser un guion, recoge los relatos entremezclados que podemos ver en las pantallas, los que van dejando párrafos con huellas de un proceso que sólo termina de armarse al final.
Desde ese punto de vista la lectura a ratos se complejiza, pero va dejando lazos entre personajes y situaciones que no permiten al lector distraerse.
No conozco las otras novelas de Garay —que de haberlas, las hay— pero al menos ésta me ha interesado pues en las primeras páginas, al estilo de Crónica de una muerte anunciada, cuenta un elemento central de la trama, cuyos antecedentes se van develando poco a poco.
Varios relatores, personajes todos que se esclarecen en el proceso mismo.
Y más que el final, como debe suceder en las buenas novelas (a la inversa de los buenos cuentos), lo que importa es todo el desarrollo, donde los sujetos y los hechos se van dando a conocer tanto por sí mismos como por el relato que otros hacen de ellos.
Las galletas como parte central de la trama
El autor define su obra como un «ejercicio literario», aunque en realidad ya está listo para las competencias difíciles ante crípticos y lectores. Yo soy un colega suyo que oficia de lector con ánimos de comentar, en la idea de fomentar la lectura.
Una persona que leyó la novela antes que yo me dijo: «Es una obra provocadora y confesional sobre la locura, la moral y la redención». Sin duda, algo de eso hay.
El autor nos provoca con un lenguaje directo y largas disquisiciones éticas, descripciones de detalles, recuerdos, opiniones, dibujando un escenario múltiple, que se pasea por varios territorios, aunque será Concepción, ciudad terremoteada y húmeda, la sede central de los acontecimientos.
A ratos da la impresión de que el autor es parte activa de lo que cuenta, por cuanto el protagonista —uno de los protagonistas— es escritor y la primera persona del relator principal (hay otros relatores) así lo da a entender.
No puedo dejar de pensar en esa idea expresada por un estudiante de literatura que decía que los autores en verdad se describen a sí mismos y lo que cuentan es porque lo han hecho o al menos están dispuestos a hacerlo.
Lo que no me cabe duda es que este autor desafía a los lectores a imaginarse como si ellos fueran los verdaderos protagonistas y los sucesos de esta historia a veces oscura y tenebrosa, a veces atrevida y otras sorprendente y audaz, pudieran ser parte de su propia existencia, en cosas tan sencillas como comer galletas, ciertas galletas, adecuadas al clima lluvioso y tristón que toma la ciudad en ciertos períodos.
Con todo, la historia que cuenta la novela tiene a las galletas como parte central de la trama y al galletero como el eje de la moralidad cuestionada.
La novela de Garay es como la vida: tiene de todo. Hay humor, sarcasmo, violencia, viajes, trampas y alegrías, amor, sexo (con y sin amor), horrores profundos, decadencia moral. Es arte, entusiasmo y pasión, es la locura y la perversión, la maldad si como tal existe y la búsqueda incesante de una ternura que se escapa entre las líneas del texto y entre los dedos de los personajes.
El autor es un exjuez que sabe de crímenes y de horrores. Los que hemos sido abogados criminalistas sabemos lo terrible que son las realidades humanas que están tras la comisión de un delito.
Aunque el autor, este juez devenido en escritor (o a la inversa, no sé donde empezó el drama vital), goza con el relato de los crímenes (se nota que goza escribiendo), pero se introduce por los vericuetos de las culpas cuando el crimen no ha sido descubierto y entonces el propio criminal ni siquiera ha elaborado las necesarias teorías que podrían justificarlo.
Es un libro interesante, que con su título nos invita a esas tardes de domingo, sin partidos de fútbol ni cine, donde ponemos la radio para escuchar esas canciones que están a medio camino de las generaciones, casi siempre en inglés, que nos adormecen un poco.
Cuando yo era niño, era música orquestada. Ahora están Sinatra, Diamond, Dione, Stevens (musulmán y todo). Esa música impulsa la imaginación y la expectativa, a ratos la angustia de lo que se aparecerá el lunes por la mañana, emociones que se calman de las maneras más diversas, entre ellas leyendo novelas o perpetrando crímenes.
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Jaime Hales Dib (1948) es un abogado formado en la Universidad de Chile, poeta, narrador y profesor.
En 1995 fundó la Academia de Estudios Holísticos SYNCRONIA, luego fue agregado cultural en México durante el gobierno del Presidente Ricardo Lagos Escobar. También formó parte del directorio y fue secretario general de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech).
Además, integró el Consejo Nacional del Libro y la Lectura de Chile, participó en la comisión redactora de la Ley del Libro, fundó la Editorial Casa Doce, ha publicado varios textos de su autoría y ha dado recitales poéticos en diversas ciudades tanto de Chile como del extranjero (Francia, España, Estados Unidos, Colombia, Ecuador, Panamá, Uruguay, Argentina y México).
En la actualidad es columnista y redactor estable del Diario Cine y Literatura.

«La música de los domingos por la tarde», de Gonzalo Garay (Editorial Trayecto, 2025)

Jaime Hales Dib
Imagen destacada: Gonzalo Garay.
