[Crónica] Milagros de la temporada cultural

El Ministerio de las Culturas es un aparato burocrático kafkiano autosuficiente, que resuelve asignaciones de recursos, premios, viajes a ferias internacionales, becas y prebendas, con prescindencia —casi absoluta— de juicios estéticos, consideración de trayectorias y obras de los beneficiados.

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 8.1.2024

La Católica Iglesia, haciendo gala de su experiencia y sabiduría milenarias, recurre a liquidaciones milagreras de temporada, adecuándose a los tiempos con experticia política, mediante renovada publicidad. Así, Leda, Sanadora de Rosario, le ha venido como anillo al dedo para procurar números azules, cifras alegres, después de años de sequía concurrente y balances de platillo negativos.

Nada nuevo, nos dirán los escépticos y descreídos de siempre, pero ha escogido bien la Jerarquía, pues ella, Leda Bergonzi, es mucho más “producida” que la vulgar y olvidada Yamilet, contratada hace cuatro décadas por la dictadura, para justificar el POHJ y el PEM, enfriar ímpetus de lucha de clases y agregar entretenciones masivas a los Sábado Gigante de Don Francisco.

Sí, Leda Bergonzi se hace también creíble para las clases: media alta, media-media, y para la seudo aristocrática. Nada de fea la niña, viste bien, se pinta con propiedad, luce implacable dentadura, habla poco y bien, sin vulgaridades ni lugares comunes marginales, y hasta la hipérbole de su don divino suena como un talento plausible y realista.

Además, los milagros atribuidos a su imposición de manos llevan el sello eclesiástico de la autenticidad, la previa canonización de lo escatológico bien resuelto. Ella no cobra, no lucra, al menos de los millares de padecientes, aunque no queda claro esto de la gratuidad eclesial, dudosa por la naturaleza misma de sus mentores hijos del diezmo, ni las múltiples donaciones por cada «favor concedido» que los fieles extraen con gratitud desde sus humildes carteras. Por algo se remozaron las dependencias de Maipú y de la Gruta de Lourdes.

Nuestra Iglesia Apostólica Romana está separada del Estado, pero no del inconsciente colectivo del «chileno esencial». Por eso mismo, este fenómeno milagroso nos llegó como inesperado regalo de Año Nuevo, debiendo ser aprovechado —políticamente hablando— por el poder laico y civil, sobre todo en el ámbito más menesteroso del bisoño gobierno, al promediar su mandato. (Esta es una idea que el cronista expone, sin mediar compromiso alguno con entidades, asociaciones o grupos culturales).

 

Intérpretes, actrices e iluminados

Sí, señores, Leda Bergonzi sería una estupenda Ministra de las Artes, las Culturas y el Patrimonio, cartera en la que no se ha dado pie con bola desde que Gabriel Boric se posesionara de «la Casa donde tanto se sufre».

Quienes participamos, durante dos años, en el Consejo del Libro y la Lectura, representando a nuestra querida y marginada Sociedad de Escritores de Chile, podemos corroborar este aserto —en mi caso— con una imagen futbolera, sentados en las graderías, para observar el tortuoso juego, entregado a la voluntad omnipotente de burócratas que vienen ostentando inmerecida titularidad desde hace dos décadas, dejando en la banca a los diestros, manejando a su amaño el balón cultural, prescindiendo de entrenadores y entrenadoras (léase ministros o ministras), asistentes de campo (léase subsecretarios o subsecretarias).

En efecto, el Ministerio de las Culturas es un aparato burocrático kafkiano autosuficiente que resuelve asignaciones de recursos, premios, viajes a ferias internacionales, becas y prebendas, con prescindencia —casi absoluta— de juicios estéticos, consideración de trayectorias y obras de los beneficiados.

Por más que el Presidente haya recurrido —lo siga haciendo— a conocidas figuras de la «farándula ilustrada» (Andrea Gutiérrez, Jaime de Aguirre y Carolina Arredondo), la hidra burocrática tras bambalinas continúa devorando toda posible innovación creativa o creadora, tragándose a virtuosas actrices, a poetas de fuste, a narradores de primera línea, mientras a los (as) subsecretarios (as), los mantiene en la estacada, o les hace someterse a largas licencias médicas, por «estrés funcionario» o «locura oficinesca».

Menos mal que el gobierno, en su búsqueda incierta y tentativa, no le haya ofrecido el cargo a Cristián Warnken, tan iluminado quizá como la vidente trasandina de Rosario, aunque todavía es posible su designación, después de las impugnaciones de la actriz Amparo Noguera, respaldadas por el actor Francisco Melo, y suscritas —no cabe duda— por lo más granado de los actores chilenos.

—Bueno, ¿y qué monos pintaría aquí la ilustre Sanadora?

—Pues, llevar a cabo una exhaustiva imposición de manos a los conspicuos burócratas del «artístico ministerio». Quizá después de ello se produzca el milagro de la depuración de sus cagatintas y el señor del Castillo baje el puente levadizo para que ingrese el cortejo variopinto de los creadores nacionales.

—¿Extendería usted la imposición de manos al mismísimo señor Presidente?

—No vayamos tan lejos. Seguro que él cuenta con sus propias deidades, laicas y democráticas.

 

 

 

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Edmundo Moure Rojas (1941) es un escritor, poeta y cronista, que asumió como presidente titular de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, luego del mandato democrático de Poli Délano.

Además fue el gestor y el fundador del Centro de Estudios Gallegos en el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), casa de estudios superiores en la cual ejerció durante once años la cátedra de Lingua e Cultura Galegas.

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Sudamérica y seis de ellos en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Sus últimos títulos puestos en circulación son el volumen de crónicas Memorias transeúntes y la novela Dos vidas para Micaela.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

Imagen destacada: La actriz Carolina Arredondo Marzán.