Muchas veces contemplé a la majestuosa cordillera desde el centro urbano de Santiago y a la orilla del río Mapocho que lo cruza y que atravesé por varios puentes, extasiado por la belleza y la grandiosidad del níveo macizo que ocupa todo el horizonte, desde cualquier lugar que se le observe.
Por Claudio Rodríguez Fer
Publicado el 17.8.2025
La Cordillera de los Andes, además de ser la cadena montañosa más larga de la Tierra y de recorrer de norte a sur toda Sudamérica occidental, pues tiene 8 mil 500 kilómetros de longitud, es la espina dorsal del Estado de Chile. En efecto, nace en su extremo sur, en Tierra del Fuego, y continúa hasta Arica, en la frontera con Perú.
Recibí el primer impacto visual andino al llegar a Santiago de Chile, donde se ven desde muchos lugares las majestuosas montañas nevadas de los Andes.
De hecho, ya desde la primera mañana de nuestra llegada, y tras pasar toda la noche austral en el avión, Adina Ioana Vladu y yo quedamos extasiados por la belleza y la grandiosidad del níveo macizo que ocupaba todo el horizonte desde la terraza elevada del hotel donde nos alojamos, situado en el centro de la ciudad.
Pero también hubo ocasión de contemplar los Andes viajando por Chile, incluso entre ellos y la Cordillera de la Costa que se eleva en paralelo a la orilla del Océano Pacífico y cuyo pico es el cerro Vicuña Mackenna.
Circulando por carretera entre Santiago de Chile y Valparaíso divisé con emoción el cerro Aconcagua, formidable montaña andina de casi siete mil metros sobre el nivel del mar, que es el pico más elevado de América e incluso de los hemisferios meridional y occidental.
Fue un santuario inca, del cual quedaron restos, y ahora pertenece a la República Argentina. Reto permanente para el alpinismo, tiene cerca el llamado Cementerio de los Andinistas, dedicado a los montañistas fallecidos tratando de escalarlo.
Menos de cien metros más bajo que el monte Aconcagua es el cerro Nevado Ojos del Salado, la cumbre más alta de Chile, localizada en la región norteña de Atacama, como muchos otros altos cerros andinos del país.
Siendo Chile pionero en la puesta en marcha del ferrocarril en América del Sur desde el siglo XIX, durante buena parte del siglo XX existió un Ferrocarril Trasandino que llegaba a la República Argentina atravesando los Andes, desaparecido como tantas otras líneas férreas durante la década de 1970.
Incluido por supuesto el Tren Popular de la Cultura puesto en práctica por el gobierno de la Unidad Popular para difundir arte, artesanía, música, teatro y ballet por las zonas más necesitadas del país, siguiendo la pauta de los trenes de artistas utilizados en Rusia por la Revolución Bolchevique o de las Misiones Pedagógicas promovidas por la II República Española.
A la orilla del río Mapocho
Por otra parte, al territorio andino chileno llegaron los supervivientes del accidentado avión uruguayo que se estrelló en los Andes argentinos y que recurrieron a la antropofagia para subsistir, dando origen a tantas polémicas como reportajes, libros y películas, pues fue una de las noticias que causaron más sensación en el siglo XX.
Dos de los fallecidos y dos de los supervivientes eran descendientes de emigrantes gallegos a Uruguay, el país del Cono Sur americano que, junto con la República Argentina, acogió más inmigración gallega.
Tanto en mi hotel como en los restaurantes y museos de Santiago de Chile fue perceptible la presencia de turistas procedentes de la Argentina, pero aún mucho más notoria fue la de turistas procedentes del Brasil, en buena medida atraídos por los deportes y los juegos de nieve en los Andes.
Con todo, tan grande es el contingente brasileño visitante, que en el Barrio Bellavista, donde puede verse algún negocio con un mural lleno de abetos y montes nevados, existen comercios de alquiler de ropa y equipamiento para esquiar en la nieve y para escalar en la montaña con nombre y reclamos en portugués.
Muchas veces contemplé los Andes desde el centro urbano de Santiago de Chile y a la orilla del río Mapocho que lo cruza y que atravesé por varios puentes.
Su nombre, que parece aludir en mapudungun al agua de los mapuches, me era conocido por la «Oda al invierno del río Mapocho», de Pablo Neruda, y por la canción «En el río Mapocho», de Víctor Jara, pero también, lamentablemente, por las personas asesinadas luego del golpe de Estado, y las cuales aparecieron flotando en sus aguas ensangrentadas, los días posteriores a la jornada del 11 de septiembre de 1973.
Mapocho es además el nombre de una revista que edita la Biblioteca Nacional de Chile.
Cerca del río Mapocho se encuentra el gran Mercado Central, hecho de hierro fundido en Escocia en el siglo XIX y especializado en pescados y mariscos, que por cierto me resultó excesivamente orientado al turismo gastronómico cuando lo visité.
Una vieja ansiedad de montañas
Gabriela Mistral, de origen andino, consideró los Andes como su «tierra nativa» y «mi cordillera», identificándose tanto con su paisaje como con su paisanaje, como prueba su libro Desolación.
Experiencia andina menos idílica fue la de Pablo Neruda, que se vio obligado a cruzar dificultosa y clandestinamente los Andes a caballo, cuando estaba perseguido por ser comunista, para huir de Chile en dirección a la República Argentina, peripecia que contó en el capítulo «La montaña andina» de Confieso que he vivido y en su discurso de recepción del Premio Nobel de Literatura.
Además, uno de sus poemas más importantes, «Alturas de Macchu Picchu», se refiere a este elevado monte andino perteneciente al Perú, donde los incas establecieron su mítico santuario y su inexpugnable fortaleza, pero por supuesto son muchas más las veces en la cual el poeta chileno aludió en sus obras a los Andes.
Quizás a mí me ocurrió en Chile lo mismo que a otro gallego, Eduardo Blanco-Amor, quien confiesa en sus crónicas reunidas en el libro Chile a la vista: «traía yo a Chile una vieja ansiedad de montañas».
Y dicho escritor menciona en ellas, como antecedente gallego en Chile, a su paisano y amigo en la diversidad Ramón Suárez Picallo, quien en sus crónicas póstumamente reunidas en el libro La feria del mundo se acercó a los contrastes de la geografía chilena sin renunciar tampoco a ciertas analogías con Galicia, como ocurre en un discurso suyo en gallego:
«Efectivamente, nos catro mil seiscentos kilómetros de lonxitude que ten o litoral chileno dende Arica ata Magallanes hai as máis inverosímiles manifestacións xeográficas, as máis atrabiliarias e as máis dispares. Dende as terras desérticas de Atacama e de Antofagasta ata a comarca de La Serena, terra de flores e carabeles, pobo branco, da máis pura estirpe andaluza, ata Valparaíso, o gran porto sobre do Pacífico, a través do cal o mundo coñece a Chile máis que polo propio nome de Chile, pasando polo valle central que vai dende Talca, pasando por Concepción, na desembocadura do río Biobío ata as cidades de Pedro de Valdivia, de Temuco e de Osorno, para chegar despois a Puerto Montt e a Puerto Varas, onde eu vin florecer uns toxos de marabilla, abertos coma os nosos».
Para explicarse Chile, ambos cronistas galaicos recurrieron al famoso, brillante y polémico ensayo de 1940 Chile o una loca geografía, del escritor y psicólogo chileno, de origen francés, Benjamín Subercaseaux.
Tal obra consta de siete significativas partes por las que de algún modo pasamos todos los amantes del estado del último extremo: descubrimiento de Chile, el país de las mañanas tranquilas, el país del sendero interrumpido, el país de la muralla nevada, el país de la tierra inquieta, el país de los espejos azules y el país de la noche crepuscular.
«Quiero ver los Andes a través de grandes bosques», escribió en efecto el personal ensayista, pero no desdeñó nada del resto. Como observó Gabriela Mistral en su extenso prólogo a esta obra, Subercaseaux, teniendo a la «variedad» como «musa», concibió Chile en su: «originalidad mayor, que es la diferenciación acérrima», pues esta tierra posee: «calvicie geológica, selva dura, largos vergeles, nieves y témpanos».
Para mí tuvo y tiene Chile, pues, algo de metáfora matérica de lo que más aprecio, que es el amor y la utopía, al menos tal como lo expresa Gabriela Mistral prologando Chile o una loca geografía: «La pluralidad se confunde con el concepto mismo de la hermosura en lo que toca a Venus-tierra, y Chile tal vez sea la cosa más plural del planeta».
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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

Claudio Rodríguez Fer
Imagen destacada: Claudio Rodríguez Fer.