[Crónica] Viaje al Chile más chileno

Ahora bien, el lugar del país andino donde comí y bebí de manera más natural y sana fue sin duda en la finca familiar de mis amigos psicoterapeutas Luis Cruz-Villalobos y Soledad Villalobos Rodríguez, constituida en una especie de comuna filial en un lugar llamado Potrero Grande, perteneciente al municipio de Curicó, en la región del Maule, y donde humanos, animales y vegetales parecen convivir en armonía en un plácido «locus amoenus».

Por Claudio Rodríguez Fer

Publicado el 16.7.2025

Mi interés por el estrecho y longitudinal Chile se remonta a la infancia, cuando supe que era el estado más largo del mundo y cuando leía frecuentes referencias a su variada naturaleza y a su insólita geografía en las novelas de Jules Verne.

De hecho, la novela utópica verneana Les Naufragés du Jonathan fue iniciada con el título de En Magellanie, y está ambientada en territorios chilenos de Tierra del Fuego y de la isla y el cabo de Hornos, mientras que la titulada Le Phare du bout du monde transcurre en la deshabitada Isla de los Estados, perteneciente a la zona argentina de Tierra del Fuego, donde se confunden los océanos Atlántico y Pacífico.

La fascinación ejercida por Tierra del Fuego y otros parajes chilenos próximos al Estrecho de Magallanes se acrecentó cuando leí en la juventud sobre los viajes del naturalista inglés Charles Darwin por Chile, adonde arribó a bordo del barco Beagle, en el que trabó amistad con los indígenas fueguinos que viajaban en él tras ser raptados, cristianizados y reeducados en Inglaterra.

Pero me irrité en extremo cuando me enteré del bestial genocidio del pueblo fueguino selknam perpetrado por ávidos comerciantes sin escrúpulos entre los siglos XIX y XX, que aparece reflejado en películas como Tierra del Fuego, de Miguel Littin, que por cierto contó con participación actoral y musical gallega, y en numerosas novelas.

Además, las numerosas especies de pingüinos que habitan en la costa chilena (el pingüino de Humboldt y el pingüino de Magallanes, que incluso se reúnen en Chiloé; el gran pingüino rey de Tierra del Fuego y el aún mayor pingüino emperador de la Antártida) me fascinaron hasta el punto de tener la espectacular y relajante fotografía de una de sus colonias sobre un iceberg antártico expuesta permanentemente en mi casa.

En consecuencia, cuando fui a Chile, adquirí figuras artesanales de pingüinos como recuerdo, tanto en vistosa madera policromada como en el azul lapislázuli típico del país, combinado este con cuarzo blanco para el abdomen y con bronce dorado para el pico de dichos animales.

Pero también traje como talismán una piedra pulida de lapislázuli, gema abundante en Chile cuyo intenso azul ultramar siempre me encantó, y procuré más piezas artesanales trabajadas en esta roca de lazurita para entregarlas como regalos.

Otra fascinación temprana fue la ejercida por los camélidos que se extendieron por Sudamérica desde los Andes hasta Tierra del Fuego, carentes de las jorobas de los camellos y dromedarios asiáticos y africanos.

En Chile existen dos géneros: Vicugna, compuesto por las especies vicuña, que vive salvaje (la de mayor finura y suavidad), y alpaca, criada domesticada (la de mayor calidad y cantidad de lana), y Lama, formado por las especies guanaco, que se encuentra en estado salvaje, y llama, que se cría en rebaños domésticos y que tradicionalmente se usó para la carga.

Allí pude comprobar la infinidad de figuras e imágenes de artesanía y de todo tipo que representan a estos lanudos animales, multiplicadas en cientos de establecimientos turísticos y mercados al aire libre. Además, los abrigosos tejidos fabricados con tan abundante pelaje son habituales en toda clase de cobertores, desde típicos ponchos a vistosas colchas, pasando por guantes, bufandas y demás complementos.

La variada gastronomía chilena, fusión de la indígena con las europeas, parte de una excelente materia prima, pues Chile cuenta con muy abundantes productos de la tierra y del mar. Yo consumí más bien carnes, verduras, frutas, cereales, lácteos y huevos de calidad, así como descubrí el delicioso pan de las circulares sopaipillas de calabaza (allí llamada zapallo) y harina de trigo fritas en aceite.

En Santiago de Chile disfruté del muy profesional trato y gastronomía de los restaurantes Liguria, en la calle Lastarria, y Los Buenos Muchachos, en el Patio Bellavista, mientras que en el Maule adoré el local del popular y familiar mesón Las Viejas Cochinas, en las afueras de Talca, de tan insólito nombre como variado público, que estuvo amenizado con cumbias cantadas en directo.

Mención aparte merecen los excelentes y abundantes vinos chilenos, de prestigio mundial, que yo descubrí viviendo en Nueva York y en París, pues en Estados Unidos y Francia se consumen mucho.

La importación de cepas francesas de Burdeos ya en el siglo XIX motivó que una de ellas, la perdida y recuperada carmenère, extinta en Francia, se conservara en Chile dando excelentes vinos, como tuve ocasión de comprobar.

Pero son muchas las uvas francesas explotadas en los viñedos chilenos, como me demostraron los tintos merlot o malbec, y también muchos blancos que no llegué a probar.

No obstante, mi preferencia siguió siendo, como antes de viajar a Chile, la también bordelesa uva cabernet sauvignon, cepa muy extendida por el mundo que puede ser tinta o blanca y que se da con distintas características en diversas zonas vinícolas del país (Aconcagua, Maipo, Colchagua, Curicó).

Probé también el delicioso pisco chileno, aguardiente de uva que cuenta con la denominación de origen más antigua de Sudamérica, a pesar de tener nombre y antecedencia peruanas.

 

Lo más extraordinario de la literatura mundial

Ahora bien, el lugar de Chile donde comí y bebí de manera más natural y sana fue sin duda en la finca familiar de mis amigos psicoterapeutas Luis Cruz-Villalobos y Soledad Villalobos Rodríguez, constituida en una especie de comuna familiar en un lugar llamado Potrero Grande, perteneciente al municipio de Curicó, en la región del Maule, donde humanos, animales y vegetales parecen convivir en armonía en un plácido locus amoenus.

Tan acogedor espacio, dotado de huerto y jardín y organizado en torno a una acristalada «casazul» (deliberadamente pintada de un azul tan intenso como la casa-museo de la artista mexicana Frida Kahlo en Coyoacán), está flanqueado por otras viviendas y dependencias de madera también llenas de distintos colores.

Allí supe del anarquismo antisistema de los hijos de la pareja amiga, de vidas ya independientes, y de la cordialidad entrañable de los padres de mi editor, que por cierto tanto me recordaron a los míos.

Con el padre, de origen chino, hablé sobre taoísmo, y con la madre, de la plenitud de la vida.

Por cierto, me contaron que el apellido Cruz heredado del padre proviene de que, cuando su abuelo chino arribó a Chile y firmó con un ideograma en el que aparece un signo crucial, fue registrado como Cruz por el funcionario que no sabía transliterar tal nombre.

Por lo demás, los utensilios de madera y de cerámica creados por el hijo mayor, constructor también de delicados instrumentos musicales, se compaginan muy bien con la autogestión agropecuaria de la granja, en la que, pese al constante trabajo que ocasiona, parece vivirse en un permanente estado de beatus ille espontáneamente hippy y próximo a la autosuficiente familia extensa, en buena medida animalista y vegetariana, fundada en su finca Yásnaia Poliana por el alternativo libertario ruso Tolstói.

En este antiguo Potrero Grande, nombre que se daba a los terrenos cercados con pastos destinados al ganado caballar, me encantó conocer a la oveja Juanita, ecológica cortadora de la hierba de la finca; a los lúdicos perros Bellota y Antu, nombre que significa Sol en mapudungun; a la gata Pangui, nombre que significa puma o leona en dicha lengua de los mapuches, e incluso al gallo y a las gallinas proveedoras de huevos, pues todos fueron «harto regalones», como dicen en Chile para describir a los seres muy cariñosos.

Igualmente, disfruté mucho viendo espectaculares «potreros» con caballos y yeguas pastando mientras viajábamos por el Maule.

Luis Cruz-Villalobos, además de prolífico y profundo poeta, de editor internacional y de autodidacta guitarrista y cantautor aficionado, ejerce la docencia en la Escuela de Psicología de la Universidad de Talca, en cuyo Campus Lircai tuvo lugar la presentación de su poemario Storni & Pizarnik y otros poemas, que yo mismo reseñé en el diario digital chileno Cine y Literatura, y de mi ensayo Dostoievski y Tolstói: paz contra poder, en ambos casos seguida de un interesante coloquio con el estudiantado universitario.

Luis Cruz-Villalobos tituló su interesante ponencia «Storni y Pizarnik: depresión, poesía y suicidio», en coherencia con su doble especialidad en afrontamiento postraumático y hermenéutica poética.

Mi intervención, titulada por el editor organizador «Dostoievski y Tolstói: justicia, paz y anarquía», partió de la literatura como forma de conocimiento equiparable al de las ciencias y al de las humanidades practicada por dichos colosos rusos de la cultura universal que se rebelaron contra el poder en nombre de la dignidad.

Seguidamente traté de poner de manifiesto, desde una triple perspectiva ética, filosófica y política, la constante tensión entre el poder que oprime y la paz que libera teniendo, como fines y como medios, la justicia, la libertad y el amor, únicas fuentes de la felicidad vital individual y colectiva.

Preguntado en el coloquio por un estudiante y por una profesora sobre quién siguió los pasos de Dostoievski y Tolstói, respondí que Camus, el autor de L’homme révolté, que explícitamente se reconoció, como yo mismo, hijo espiritual de ellos.

Aunque también comenté que precisamente se sintieron igual los dos Premios Nobel chilenos, Gabriela Mistral y Pablo Neruda, pues este cuenta en sus memorias que ella consideraba las novelas rusas de aquellos autores «como lo más extraordinario de la literatura mundial» y que de hecho fue dicha escritora quien se las descubrió al entonces joven poeta, para quien siempre quedaron en su «más profunda predilección».

Posteriormente, los citados Luis y Soledad, la investigadora Adina Ioana Vladu y yo recorrimos conversando el Jardín Botánico y el Parque de las Esculturas del Campus de Talca, donde se encuentra un Museo Nacional de la Escultura en el que se exhibe una exposición permanente de Lily Garafulic, pionera de la escultura abstracta en Chile, cuya excelente obra recordó con razón a la rumana Adina al maestro de la abstracción escultórica mundial, asimismo rumano, Constantin Brancusi.

Llama la atención en Talca el repetido dicho «Talca, París y Londres», que incluso da nombre a una empresa de autobuses y que admite variadas interpretaciones, unas alusivas al moderno desarrollo de la ciudad en orgullosa analogía con dichas urbes europeas y otras a la notoria influencia inglesa y francesa en su sociedad durante el siglo XIX.

No obstante, también hay explicaciones anecdóticas, como la que lo atribuye a la mala pronunciación de un extranjero cuando al ver la ciudad cubierta de su niebla habitual sentenció:

— Talca parisi Londres.

Mucho disfrutamos pues del respetuoso civismo, de la exquisita educación y de la generosa hospitalidad de la gente con las personas foráneas en Chile, lo que nos facilitó realizar la más humana de las satisfacciones individuales y colectivas: compartirnos compartiéndonos.

 

 

 

 

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Claudio Rodríguez Fer (Lugo, Galicia, España, 1956) es un poeta, narrador, autor teatral y ensayista en lengua gallega e hispanista en lengua castellana.

 

Claudio Rodríguez Fer

 

 

Imagen destacada: Luis Cruz-Villalobos, Soledad Villalobos Rodríguez, Adina Ioana Vladu y Claudio Rodríguez Fer en Talca.