[Crónica] Voy a hablar de la esperanza

Nuestra árida región de Coquimbo nos recuerda a las zonas bíblicas, con sus cabritas como en el Medio Oriente asomándose en los riscos y a cada vuelta del camino, y hasta la propia Gabriela Mistral tiene un acento que recuerda a los antiguos profetas.

Por Iván Ramírez Araya

Publicado el 30.6.2023

A los Campesinos de Canela de Mincha

La zona árida caracteriza en el mundo el nacimiento de las grandes culturas de la humanidad, ellas se desarrollan en zonas desérticas. La Mesopotamia, Egipto, Israel, la Biblia y el hijo de Dios nacieron y se crearon allí. Es que el hombre árido tiene un entorno desnudo y debe poseerlo.

El hombre de la selva vive en un medio denso y hostil, se agota en la lucha con su hábitat.

Mientras, el hombre del desierto tiene un dialogo con lo absoluto, lo eterno, lo inconmensurable. Todas las noches mira la bóveda celeste que lo cubre.

Y el hombre de la selva tiene un medio estrecho cuya altura máxima lo da el ramaje del árbol.

Con la soledad del desierto la nube se transforma en alfombra que lo transporta a largas distancias, crea Las mil y una noches, porque al revés del hombre de la selva que se sobresalta ante el temor de la oscuridad, el hombre del desierto recibe la paz serena y silenciosa de esos millones de lámparas que llamamos estrellas.

El hombre selvático crea dioses abstractos difícilmente comprensibles para aquel que teme la dentellada de la fiera, del torrente, o del mosquito.

Cinco mil años antes de Cristo los caldeos ya pensaban en la eternidad y básicamente buscaban normas de vida que no solo permitían vivir en paz sino prosperar en la cooperación.

 

El azúcar del sol

Así, nuestra región árida nos recuerda a las zonas bíblicas, con sus cabritas como en el Medio Oriente asomándose en los riscos y a cada vuelta del camino. Las viñas asemejan a las de Jericó. La higuera evangélica muestra en todas partes su silueta atormentada, y el asno de la Sagrada Familia recorre los caminos polvorosos con la misma mansedumbre gris y somnolienta.

¿No se ha dicho que hasta la propia Gabriela Mistral tiene un acento que recuerda a los antiguos profetas?

¿Acaso el Cristo de Elqui no era hijo de nuestros valles?

En nuestras áridas tierra resecas de sed, hay valles ardientes y húmedos cubiertos de una vegetación abundante donde los frutos crecen como ensalmo. Nuestros valles interiores son como una axila, tienen una suavidad mojada y musgosa. Todo esto bajo un calor intenso pero etéreo como una lluvia de miel.

Porque todo es dulce en esta tierra de uvas, chirimoyas, papayas y pasas que llevan la savia del suelo y el azúcar del sol. Hasta el vino soleado que parece luminoso en el cristal de la copa. Y hay higos secos, los huesillos, las nueces, sustancias cálidas como la tierra confitada por el calor y la luminosidad.

Pero en esta aridez vive el hombre, reseco, pobre que cambia el giro del análisis del medio natural a su espíritu. Nuestro hombre es capaz de largas esperas, de esperanzas de amores que nunca llegan.

Se queja a la chinita de Andacollo, porque no le manda el agua para sus siembras, o a la veta del dorado que siempre lo lleva a la Circa improductiva.

Este hombre vive en la soledad ensimismado, resignado a su suerte y se comunica con devoción y tiene certeza de un misticismo empírico para con su Dios.

Ayer pirquinero que orada la roca, hoy pastor trashumante con sus ganados a los Andes Milenarios y tocando las estrellas, cuaja sus quesos, curtidos por la soledad y maduros por el tiempo que allí se detiene entre guanacos, águilas y cóndores.

Nuestro hombre disperso por la Sequía de su entorno natural, capta con sumisa resignación su ancestral pobreza. Suplica por la lluvia esperanzadora.

Así, nosotros, los hijos de esta tierra miramos sin estadísticas, pero con la fuerza que nos da las vivencias que durante muchos años hemos convivido, la sequía que genera la pobreza más dramática de nuestra Patria.

Sembremos esperanzas, granos de verde vida, en nuestra querida tierra, la Región de Coquimbo.

 

 

 

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Iván Ramírez Araya nació en Chile, en las tierras semidesérticas de la provincia de Limarí, el 30 de agosto de 1937. Hijo de don Ángel Custodio Ramírez Galleguillos y de doña Pabla Ida Araya Carvajal de Ramírez.

De profesión médico veterinario, titulado en la Universidad de Chile, ha ejercido en diferentes lugares del país. Fue funcionario del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), del Ministerio de Agricultura durante 30 años, hasta su jubilación. Se ha perfeccionado en su especialidad en el extranjero y en materias de ciencias sociales en el Crefal, Pátzcuaro, Michoacán, México.

Durante el gobierno del presidente Salvador Allende (1970 – 1973) ocupó cargos de responsabilidad política en materias de su especialidad profesional, y más tarde, en el primer gobierno de la Concertación (1990-1994) se desempeñó como director regional de Corfo (Corporación de Fomento de la Producción) y, de seremi de Economía en la Región de Coquimbo.

 

Iván Ramírez Araya

 

 

Imagen destacada: Gabriela Mistral.