«Días de radio y por amor al arte»: La voz de Neruda no se quería acallar

Desde julio de 1976 hasta ese séptimo mes del año en 1984 (que coincidía con la celebración del natalicio del poeta) produje en la desaparecida frecuencia de la emisora Sudamérica de Santiago, el programa de cultura miscelánea «Dialoguemos».

Por Edmundo Moure Rojas

Publicado el 30.1.2020

«Ay, hermano, como tú yo anduve/ por la más ancha latitud del mundo,/ toqué en la piedra el agua de la nube,/ toqué las manos del amor profundo.”
Homero Arce

En julio de 1976 debuté con mi primer programa literario, en Radio Sudamérica, “en lo más alto del dial”; como debiera saberse, la emisora más antigua en nuestro país, después de Radio Chilena. Su propietario era Manuel Casabianca Latorre, abuelo materno de mis hijos Karen, Michel y Mauricio… Le propuse una emisión semanal, en hora vespertina, con el título Dialoguemos. Iniciamos las transmisiones con mi amigo, el poeta, escritor y catedrático, Juan Antonio Massone.

El uso del espacio era financiado por nosotros, a través de avisadores comerciales, como Exprinter, la empresa de turismo de mis tíos gallegos, Manuel y José; como Menard y Compañía, y otros favorecedores de la comuna de La Cisterna, aunque tales auspicios no cumplieran con el propósito publicitario de aumentar las ventas.

Don Manuel me advirtió, con claridad meridiana, que el programa debía ser “apolítico”, dadas las circunstancias que padecíamos en aquel Chile aherrojado por la manu militari… Le prometí (no juré) lo imposible, pues ya con escoger a los autores ejercíamos un acto político, y si ahondamos, recordemos a Vicente Huidobro cuando afirma que: “cantar a la rosa es ya un gesto ideológico”.

Nuestra audición –como se decía entonces- estaba estructurada sobre la base de entrevistas a escritores chilenos, entre los que hoy puedo mencionar a Enrique Lihn, Gonzalo Drago, Fernando González Urízar, Delia Domínguez, Matilde Ladrón de Guevara, Carmen Dávalos, Edmundo Herrera, Raúl Mellado, Sergio Bueno, Luis Sánchez Latorre; también a Efraín Barquero, aunque su diálogo vino por correo, pues estaba entonces en su exilio de Strasbourg, en el norte de Francia.

En 1982 entrevisté a Laurita Arrué, entonces viuda del poeta Homero Arce, secretario durante más de una década de Pablo Neruda, y amigo entrañable de nuestro Premio Nobel de Literatura 1971. En la primera visita a su casa, ubicada en el barrio San Miguel, ella no me permitió el ingreso.

Con justa aprensión, manifestaba temerosa desconfianza ante los extraños, pues a comienzos de 1977, un grupo de carabineros había torturado a Homero, causándole la muerte debido a múltiples hemorragias internas. El poeta con apellido de árbol era un hombre sencillo y generoso, cuya única peligrosidad radicaba en su cercanía con Pablo Neruda. Quizá aquellos esbirros que lo apremiaron ferozmente esperaban de él alguna imposible delación como “agente de Moscú”.

La escritora Bernardita Moena escribió así la terrible y escueta noticia:

El 2 de febrero de 1977, Homero salió de su casa a cobrar su jubilación, en la mañana, y al subir a la Caja de Subsidios, varios sujetos lo apresaron, lo hicieron entrar a un auto, devolviéndolo a las 16:00 horas a su hogar, con graves heridas. Murió a las 18:00 horas del 16 de febrero de 1977, a causa de los golpes recibidos. Se piensa que se le persiguió, por haber sido secretario y amigo de Pablo Neruda.

En mi segunda tentativa, Laurita Arrué me franqueó el paso y pude conversar con ella durante dos o tres horas. Salí de su morada emocionado, con un material de primera mano, con el precioso regalo del libro de sonetos de Homero Arce, ilustrado con dibujos de Pablo Neruda, ejemplar que extravié en alguno de mis numerosos exilios librescos, como ya se ha contado… También Laurita me regaló tres bellos óleos del pintor Ginés Contreras, que hoy cuelgan en las paredes de casas de mis hermanos.

Aporté el precioso material para nuestro programa, aunque tuvimos que remitirnos a leer algunos de sus poemas y a hablar del poeta de un modo inocuo y evasivo. En esa atmósfera, enrarecida por el “terror de Estado”, se desenvolvía nuestra cultura, sobre todo en los llamados “medios de comunicación” (que no lo olviden los amnésicos), mientras los escritores concurrían al edificio, llamado a la sazón “Diego Portales”, para entregar sus manuscritos bajo censura previa, esperando una aprobación que muchas veces no llegaba.

El 12 de julio de 1984 se cumplían ochenta años del natalicio de Neruda. Preparamos una edición conmemorativa en Dialoguemos, que incluyó la lectura de algunos versos de Alturas de Machu Picchu, en la voz cascada y gangosa de Pablo, merced a un disco 33 1/3 que era parte de nuestro tesoro discográfico. El programa duraba media hora, pero nos alargamos a casi sesenta minutos, porque la voz del poeta parecía trepar, uno a uno, los miles de escalones de piedra de la ciudad fortaleza vigilada por cóndores ancestrales.

Cuando estábamos en plena transmisión: “Sube a nacer conmigo, hermano”, encerrados en la caseta, irrumpió don Manuel para exigirnos que finalizáramos la audición, cosa que tardamos diez minutos o más en cumplir… Pablo no quería callar.

Don Manuel había recibido una veintena de llamadas telefónicas de airados auditores que, en medio de imprecaciones e insultos, le manifestaron su indignación por difundir, en: “una radioemisora seria y prestigiosa, la voz de un comunista perverso y antipatriota”.

Fue mi última audición en Radio Sudamérica. Pero el inquietante prurito radiofónico me llevaría a otras emisoras, en la buena compañía de amigos y camaradas de oficio, dispuestos a regalar el oro de su tiempo a cambio del placer de la palabra creadora transmitida al éter.

En 1986, con mi buen amigo, escritor, ensayista e incansable gestor cultural, Hernán Ortega, iniciamos la transmisión de varios programas culturales en Radio Universidad de Chile FM. Entre ellos, recuerdo Gaceta Huelén, Galería de Arte, Toda España, Confines de Hispanoamérica, Vieiros de Galicia, en los que participaron activamente Gabriel Ilabaca, Ramón Camaño; asimismo Margarita Schultz… Bernardo Aguilera, el diligente operador técnico de la emisora, hacía gala de infinita paciencia en las interminables horas de grabación.

Gabriel trajo a la memoria, hoy mismo, que tiene en su poder todos los libretos de aquellos seis o siete años que duraron las emisiones, junto a los casetes que contienen cada uno de los programas. Algún día, sí… algún día, los reeditaremos, que en esto de soñar, la radio se asemeja también a la literatura.

A propósito, recuerdo que durante aquellos ocho primeros años de audiciones radiales, numerosos escribas, compañeros de la Casa del Escritor, me asediaban para que los entrevistara o para leer, a viva y amplia voz, sus poemas. Gocé quizá de un prestigio inmerecido, pero grato y estimulante, pues aunque no lo crean nuestros neoliberales mortecinos, el mejor emprendimiento es aquel motivado solo: “por amor al arte”.

 

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Edmundo Rafael Moure Rojas nació en Santiago de Chile, en febrero de 1941. Hijo de padre gallego y de madre chilena, conoció a temprana edad el sabor de los libros, y se familiarizó con la poesía española y la literatura celta en la lengua campesina y marinera de Galicia, en la cual su abuela Elena le narraba viejas historias de la aldea remota. Fue presidente de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) en 1989, y director cultural de Lar Gallego en 1994. Contador de profesión y escritor de oficio y de vida fue también el creador del Centro de Estudios Gallegos en la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Casa de Estudios donde ejerció durante once años la cátedra de «Lingua e Cultura Galegas».

Ha publicado veinticuatro libros, dieciocho en Chile y seis en Europa. En 1997 obtuvo en España un primer premio por su ensayo Chiloé y Galicia, confines mágicos. Su último título puesto en circulación es el volumen de crónicas Memorias transeúntes (Editorial Etnika, 2017).

Asimismo, es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

Edmundo Moure Rojas

 

 

 

Imagen destacada: El poeta chileno Pablo Neruda (1904 – 1973).