«El estado imaginario»: Una revuelta alucinatoria

El largometraje de ficción del realizador santiaguino Alan Fischer -el cual se estrenará en el país durante el próximo mes de marzo- exhibe la historia de un chileno que luego de viajar a Suecia, se integra a una célula terrorista islámica, y la elaboración de su libreto tuvo el apoyo artístico de la destacada escritora nacional Andrea Jeftanovic.

Por Alejandra Boero Serra

Publicado el 29.1.2020

«Quiero usar mis propias palabras para decir lo que veo. No colaboro con el lenguaje del gobierno, ni con el del ejército, ni con el de los medios».
David Grossman

«Todo autor es un artista del trapecio».
Andrea Jeftanovic

El estado imaginario (The Imaginary State) es la segunda película del director chileno Alan Fischer. Co-producción sueco-chilena estrenada con éxito en los cines de Estocolmo a fines de 2019 que los espectadores chilenos tendrán la posibilidad de ver a partir del jueves 30 de enero. Si con Hijo de Trauco (2014) la crítica especializada y el público apoyaron y aplaudieron el debut del artista, este nuevo largometraje viene a confirmar a un realizador que no deja de subir la vara entregando un artefacto perfecto en lo técnico y argumental.

La historia podría resumirse así: Mattías Said (Francisco Sobrado) llega a Estocolmo -lugar donde nació- desde Chile -país en el que vivió desde los 8 años- para esclarecer, sin medir medios ni consecuencias, la muerte de su mujer y su hijo en un atentado terrorista.

Como en toda obra de arte de excepción el qué y el cómo adquieren una cohesión que permiten que nada cristalice en estereotipos, que lo políticamente correcto no figure en pos de no desvirtuar la complejidad del trabajo técnico y escritural y que la mirada del director/escritor y su equipo (Daniel Castro -guionista de Historia de un oso, Fady Hadid -cineasta iraquí- en la co-escritura y la asesoría de la escritora Andrea Jeftanovic) se comprometan artística y éticamente  -problematizando, indagando, reflexionando-  con un tema que en manos inexpertas sólo reportarían miradas maniqueas y remanidas.

El tratamiento de un tópico como el terrorismo -islámico en este caso- no criminaliza ni estigmatiza a quienes practican el Islam como profesión de fe ni a la colectividad musulmana. Fischer, como disparador, se inspiró en hechos reales -¿el atentado de la AMIA en Buenos Aires en 1994 que costó la vida a 85 personas y dejó como saldo 300 heridos? y que explicarlo sería, si se pudiese, hablar de una grieta política, judicial y social que todavía sigue en pie hasta que la verdad salga a la luz y los culpables sean castigados- o como dice el propio director: «En esa época, me impresionó mucho conocer la historia de hombres y mujeres de diferentes lugares del mundo, entre ellos Chile, que dejaban sus países y familias para unirse al Estado Islámico a pesar del riesgo que implicaba y de pertenecer a culturas tan distintas». No es casual que convivan en este filme cinco lenguas, lo que es decir, visiones de un mundo contenidos en ellas (sueco, español, kurdo, árabe y farsi) y dos geografías (Chile y Suecia donde está la comunidad chilena más grande) que irán confrontándose, gracias al trabajo de orfebrería de montaje (Daniel Rosales, asesoría de montaje).

La velocidad de la cámara roza las aguas de un canal y se eleva hacia mostrar la ciudad de Estocolmo. Y vira. La ciudad de Santiago aparece invertida. Una persecución que se repetirá, idéntica, casi al finalizar la cinta. Y desde allí el suspenso, el ritmo vertiginoso, la historia de Mattías que también se inventa a Claude Yussuf Mansour para infiltrarse en una célula terrorista y no comprometer a la parte familiar que lo acoge en suelo sueco (sus primos Ahmet -Isa Aoufia-, Shirin -Siham Shurafa-, Kemal Görgü- y Samira -Serpil Inanc-). Y la incomodidad, hipnótica -los 103 minutos son una fuente de adrenalina que no cesa-, de no saber dónde está parado el protagonista -si del lado de acá o allá en lo geográfico y emocional- , cuándo es su mente la que busca analogías entre el mundo familiar que ya no está y los rostros y el afecto que se encuentra y genera en Suecia, hasta qué punto los espectadores pasamos de creer que los de un bando pertenecen a otro. Hay un juego en donde la ambigüedad y la confusión se transforman en otro modo de ver el mundo desde la óptica propia y ajena. La indefinición y las pérdidas de referencia habilitando lo que no se dice pero está. O lo que el espectador va armando y dejando como cabos sueltos, siguiendo las derivas del director y de los actores que asumen sus roles desde la emoción contenida hasta el virtuosismo técnico.

Y llegamos al final con la certeza de haber sido parte de un puzzle donde emoción, virtuosismo y empatía juegan en el tablero de un mundo loco, enloquecido, paranoide, enfermo y aún así mostrando una humanidad que nos sigue salvando. O como dice el cineasta: «Hay una inmensa diversidad en el mundo, pero en el fondo, somos todos más parecidos de lo que creemos ser. Compartimos tantas cosas, desde las cotidianas hasta nuestros pensamientos más profundos. Y muchas veces enfrentamos realidades y problemas muy similares, independiente del país de origen, religión o idioma que hablemos».

El estado imaginario además de una dirección precisa y actuaciones magníficas cuenta con un equipo que está a la altura de los desafíos del director: la fotografía  de Henrik Jensen, la música original de Santiago Farah y la composición musical de Miranda y Tobar son acabados ejemplos de efectividad y poesía. Así, el filme termina siendo una obra de un lirismo sin excesos, contundente gracias a la pericia de los artistas involucrados.

Una muestra más del talento de un director como Alan Fischer. Una cita con lo mejor de la filmografía chilena.

 

Alejandra M. Boero Serra (1968). De Rafaela, Provincia de Santa Fe, Argentina, por causalidad. Peregrina y extranjera, por opción. Lectora hedónica por pasión y reflexión. De profesión comerciante, por mandato y comodidad. Profesora de lengua y de literatura por tozudez y masoquismo. Escribidora, de a ratos, por diversión (también por esa inimputabilidad en la que los argentinos nos posicionamos, tan infantiles a veces, tan y sin tanto, siempre).

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El estado imaginario (2019).