«Escombrario», de Nicolás López-Pérez: La representación de una suma

En el poemario del novísimo autor chileno se construye una prosa lírica hecha de lo que su creador exhibe como restos, esto es, de recuerdos, ensimismamientos de la voz en primera, segunda y tercera persona: un recurrir a la palabra para delinear imágenes nítidas y borrosas que forman secuencias narrativas de una belleza que inquieta.

Por Pablo Fernández Rojas

Publicado el 30.1.2020

—Te tengo que pasar la caja, para que la veas— me dice Nicolás López-Pérez al pedirle que tratara de explicarme, por una llamada telefónica, cómo era la caja, cuántos libros vendrían dentro, si era una especie de objeto de colección como esas cajas elegantes que guardan vinilos o libros. Ediciones de lujo súper caras y bonitas. Libros biográficos, cancioneros, detalles extras con fotos a todo color, y esas características que un fan fetichista pudiese morir o pagar bastante, pero no.

—Pásame un PDF, mejor— le digo, para empezar a leer y a darme una idea de lo que había escrito, y así trabajar imaginariamente, porque estaba seguro que iba a dejar todo para última hora. Me gusta la presión de la última hora, pero no soporto que otros me presionen a escribir obligatoriamente. Esta última aseveración es completamente innecesaria, pero a mi favor puedo decir que en mi caso siempre termino obsesionado por hacer la pega lo mejor que pueda a mi ritmo.

—No, mejor pásame la caja— ya estaba seguro que no iba a estar tranquilo hasta tenerla en mis manos para desentrañar qué era lo que iba a presentar.

Preparo mi maleta para irme un par de días a la playa invitado por unas amigas. Suena el celular. Mensaje de Nico: Estoy afuera.

Noche. Calor. Santiago. Antejardín. El cemento de mi casa está resquebrajado. Limones pudriéndose en la tierra en la que no han querido que plante pasto. Unas casas de pájaro que colgué de los limoneros y que no han sido habitadas. Las luces de ese anaranjado que tiende a deprimirte o a tranquilizarte según como te esté tratando la vida, o uno mismo. Nicolás me pasa la caja, cruzamos un par de palabras y se va. Entro a mi pieza y veo una cajita de cartón con restos de cola fría. Todo hecho a mano. Aparece un marcapáginas con la silueta de Virginia Woolf que dice ser un separador de libros con letras manuscritas en tinta azul. Estiro una hoja impresa en blanco y negro que se encuentra doblada. Hay cuatro fotografías asociadas a siete versos. Un pequeño papel rectangular con un ensayo minúsculo que responde a la siguiente pregunta: ¿qué es tener una casa? Otro mini libro, con un epílogo de Descartes, reúne ilustraciones con frases sacadas de Escombrario. También me encuentro con un trozo de papel cartón con un escrito en braille que aún no sé qué dice, aunque traté de descifrarlo vía Google, pero no hubo caso. Para mí que es algo escrito en alemán o en escandinavo (conociendo a Nicolás, no sería raro). Sigo y veo una foto tipo Polaroid, donde logro divisar el patio de una casa hecha de madera pintada de blanco y un jardín lleno de flores. Hay unas sábanas tendidas que denotan la nostalgia de un desamparo. En la parte inferior de la instantánea leo: “La emoción de la criogenia”. A todo esto se le suma un fanzine titulado Cuaderno de Berlín, pero el libro que vengo a presentar se llama “Escombrario”. Me pregunto si todas las cajas traerán los mismos objetos, supongo que Escombrario debe estar, pero ¿y el resto? Escucho a mi Pepe Grillo diciéndome —Pablo, basta, por favor—.

Termino de hacer la maleta.

No leí ni escribí nada en la playa, aunque lo intenté, pero no quise interrumpir estar tirado sobre la toalla con los ojos cerrados sintiendo la brisa marina y el sol.

Sin embargo, pensaba: Deben ser escombros, desde la cajita hasta cada letra que usa Nicolás para formar cada palabra. Son escombros, repetía, mientras me tiraba solo en la piscina del condominio donde estaba. Cada objeto dentro de la caja debe ser parte de una suma de escombros o al menos hacer la representación de éstos.

Las cosas que nombramos son proclives a la obsolescencia. Si viajáramos al Chile del futuro mil millones de años más, y si en ese tiempo existiera ese algo que ahora conocemos como un país llamado Chile, estoy seguro que no entenderíamos ni una sola palabra, entonces, el lenguaje y las cosas tienden a desmoronarse. Cecilia Vicuña es una de las artistas que rescatan esas lenguas que van desapareciendo, esas combinaciones sonoras que quizás nunca más escucharemos. Las estructuras caen y otras se levantan.

En Escombrario, Nicolás López-Pérez, construye una prosa poética hecha de lo que él presenta como escombros, esto es, recuerdos, ensimismamientos de la voz en primera, segunda y tercera persona.  Recurre a la palabra para construir imágenes nítidas y borrosas que forman secuencias narrativas de una belleza que inquieta. Nicolás fotografía cada palabra desde ángulos diversos a través de pequeños viajes en el tiempo, así despoja y aprovecha toda perspectiva posible. La velocidad con que planifica la entrada y salida de la luz en cada toma va generando una suerte de música, inherente a la textura de sus fraseos que son similares a su tono en vivo. El tono de Nicolás es risueño y rápido. Arroja palabras en medio de una conversación y siempre termina con un remate de risa o a una explicación que argumenta con un cariño optimista.

No hay mucha impostación en su ejercicio escritural, sin embargo a veces se le cuelan algunas tonalidades de lector empedernido, pero pesa mucho más lo que significa de modo poético genuino, puesto que si bien hay arrojo, también se nota cierto temblor por debajo de su voz que propicia una mayor aproximación del autor hacia el lector. Me gusta mucho la composición que se genera entre su voz y los recursos de estilo. Nicolás parece renunciar al flash en estos textos, lo más brillante que podemos encontrar como objeto podría ser alguno de los cuásares a los que parece renunciar para que se los lleve otro, otra, quizás el lector, tal vez él mismo. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el cuásar más cercano al planeta tierra está a setecientos ochenta millones de años luz.

En Escombrario, los puntos seguidos son la presión decidida que ejerce el dedo sobre el disparador. Es una cámara que no para de fotografiar. Entre cada disparo hay una imagen atrapada, sometida a una resolución que respira y que sigue una lógica de secciones e intersecciones que bajan la mirada para ecualizar de manera soberbia la formación de la zozobra, que parece ser uno de los estados desde donde caen los escombros que construyen Escombrario.

Me llama la atención, en Escombrario, el intento por centrar la prosa en la bisagra del libro, ¿cuál es la intención del autor la de formar un bloque centrado? Páginas que se abren y parecen dos brazos abiertos para recibir gentilmente la trayectoria del ojo sobre el texto.

En Cuaderno de Berlín, Nicolás nos lleva a un viaje que se pierde en otros viajes, con estadías que son estados de ánimos que se hacen paisaje y que se fusionan dejando una sensación de lo inconcluso. Un lago en la oscuridad en algún lugar de Alemania, una llamada telefónica, el enigma y la presencia de A; una relación que transita magistralmente a través de la figura que no se ve y del fondo que se apropia de ésta con la particularidad de lo indecible, pero muy lejos de ser indescifrable. Las anotaciones que hace de otros escritores, y que cita a modo de referencia, nos instala como pasajeros de libros.

Nicolás López Pérez, es a mí modo de ver, un fotógrafo del lenguaje. Precisa la imagen para descubrir la intención detrás del objeto situándonos en una poética que experimenta con la luz, con las formas y el habla.

Éste es uno de esos textos que dan ganas de volver a leer.

Es un texto que se puede diseccionar porque tiene vida.

Felicito a Nicolás por su Escombrario. Agradezco su invitación a reseñar el libro, a su confianza y amistad.

 

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Imagen destacada: El poeta Nicolás López-Pérez.