Aniversario de «Cine y Literatura»: Julián Ayala o tras los pasos de un viajero insumiso del mundo clásico

El dramaturgo y redactor español de nuestro Diario ofrece para celebrar esta especial conmemoración, una ambiciosa semblanza en torno al influyente periodista y poeta canario, al abarcar los motivos estéticos y literarios que confluyen en sus libros más gravitantes: «Los compañeros de Ulises», que reúne la totalidad de su producción lírica, y la selección de sus artículos aparecidos en la prensa, impresos bajo el título de «Desde la orilla».

Por Roberto García de Mesa

Publicado el 15.8.2020

Julián Ayala Armas nace en Santa Cruz de Tenerife (España), en 1941. Es licenciado en periodismo. Ha cursado estudios de derecho y de filosofía. Ha sido redactor del periódico El Día y jefe de los servicios informativos de Televisión Española en Canarias. Sus colaboraciones en prensa escrita desde los años 70 hasta hoy representan una parte muy importante de la crítica política, social y cultural publicada en las Islas. Ha colaborado también en revistas como Sansofé, Canarias 2000, El Puntal, Anarda, Pásalo (periódico de los movimientos sociales de Tenerife), Tierra canaria, entre otras. En la actualidad, sus artículos pueden leerse en revistas digitales como Canarias Semanal, El Diario, Rebelión y Viento Sur.

Paralelamente a sus incansables labores de columnista y articulista, uno de los grandes empeños que ha marcado una etapa de su vida ha sido su labor como director, o mejor, sé que Julián lo prefiere, como «coordinador» de la ya mítica Disenso, revista canaria de análisis y opinión, un referente cultural, por muy diversas razones, imprescindible, que llegó a reunir importantes colaboraciones y que fue, durante unos 14 años, una de las revistas, desde la izquierda, más crítica con la realidad social y cultural de su tiempo, ocupando un lugar especial, el análisis de lo sucedido en las Islas Canarias.

Allí se publicaron numerosos artículos, columnas de opinión, ensayos de filosofía, literatura, política, monográficos de artistas, textos de creación (relatos, poemas, teatro), etcétera. La revista concluyó como tantas cosas, pero creo que las ideas que la motivaron, no, pues si se leen, muchos de aquellos trabajos poseen una asombrosa actualidad.

Antes de pasar a su obra poética, reunida en un único tomo titulado Los compañeros de Ulises [2016], es conveniente señalar que Julián Ayala recogió también una selección de sus artículos aparecidos en prensa, entre 1993 y 2008, en las revistas antes señaladas, en el volumen titulado Desde la orilla [2009].

Julián es un inconformista, honesto y coherente, un rebelde nato y ejemplar, una mosca cojonera para los que abusan del poder. Por cierto, Javier Cercas llegaría a escribir: «Una vez le oí decir a José Saramago que un escritor de verdad es una mosca cojonera» [2016].

Pero a Julián, probablemente, le acompaña también el desencanto, como a muchos irreverentes de su generación, los que lucharon contra la dictadura de aquel impresentable, duradera y brutal para varias generaciones de españoles. Julián fue uno de los que verdaderamente ha luchado contra la sinrazón de las dictaduras, y aún lo continúa haciendo, reconvertidas en democracia, en los desmanes discretos y siniestros del poder.

En sus artículos en prensa, recogidos en Desde la orilla, es posible encontrar ejemplos de su posición ante todo ello. Por citar uno de esos trabajos, si vamos a «Que me apunten en la lista» podemos hallar párrafos tan lúcidos como el que, a continuación, paso a reproducir:

«Uno, que se ha pasado la mitad de su vida adulta conspirando, entre otras cosas por la República, y ya se había acostumbrado a pasar la otra mitad observando tan solo —con el distanciamiento que da el escepticismo— los avatares mezquinos de los cabezudos y cabezudas instalados en sus enmoquetados despachos oficiales, con sueldos, dietas y visa oro a cargo del contribuyente, así como algún que otro lucrativo mordisco en forma de comisión empresarial por obra fraudulentamente adjudicada, siente reverdecer su viejo corazón de los veinte años ante la mención de dicha conjura» [2009: 36].

Julián me ha llegado a decir, a partir del comentario de uno de sus poemas, que, por supuesto, ni aquello, la dictadura, pues la rechazaba por completo, pero tampoco le convence la España que vino después: una democracia corrupta, en muchos casos… Precisamente, en uno de los poemas de Los compañeros de Ulises, su autor evoca especialmente un sentimiento de desencanto, de tristeza. Se titula «Infelices aquellos» y un fragmento dice así: «¡Infelices aquellos a quienes los dioses han condenado / a ser ciudadanos de ninguna parte!» [2016: 42].

Estos son, por tanto, los «hijos de nadie»… Los hijos sin un lugar que los acoja, sin partida, pero también sin destino, sin nada seguro, excepto lo que les marca la conciencia o sus instintos… He ahí una de las múltiples maneras en las que Julián Ayala presenta esta idea tan del barroco español, tan de Quevedo en «El mundo por de dentro», de los Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños, en todos los oficios y estados del mundo

Las crisis, los desengaños son parte de la historia de España. Incluso, una buena parte de las mejores páginas de la literatura española, probablemente, hayan sido escritas desde los desengaños políticos, ideológicos o amorosos. El uso de determinados temas literarios comunes que reflejan todo un panorama histórico, también, abunda en el libro de Julián. Pero antes de entrar en ello seguiré comentando algunos aspectos generales.

 

La segunda edición de «Los compañeros de Ulises» fue publicada en 2016, por Ediciones Idea

 

«Los compañeros de Ulises»: Interrogar a la condición humana

Al parecer, los poemas de Los compañeros de Ulises fueron redactados a finales de los años 80 y a principios de los 90, según ha señalado su autor en alguna ocasión. En 1991 realizó una pequeña selección de los mismos y la presentó a la edición del Premio Julio Tovar de Poesía de 1991, obteniendo el galardón. La colección Ediciones Nuestro Arte, del Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, la publicó dos años después, en 1993. El compendio se editó con un «Prólogo» del escritor Carlos Pinto Grote.

La segunda edición de Los compañeros de Ulises fue publicada en 2016, en la Colección Micromeria de Poesía, por Ediciones Idea. Del «Prólogo» esta vez se encargó el profesor Rafael Fernández Hernández. La nueva edición mantiene la estructura de la primera: «Los compañeros», «El viaje» y «Nec spe nec metu» (sin esperanza, sin miedo). La diferencia recae en que Ayala añade a cada parte otros poemas, que, al parecer, como ha señalado en alguna ocasión, no eran nuevos, sino que fueron excluidos en su momento porque tenía la limitación de la extensión requerida en las bases del citado premio. Esta sería la configuración final:

«Libro I: Los compañeros». En esta parte figuran veintitrés poemas, esto es, trece más respecto a la primera edición: «Los compañeros de Ulises», «Caecilia, venusta mulier», «Contraluz en Apolonia», «Idus de marzo», «Encuentro en Niza», «Tuaregs en la niebla», «Los huesos de Skanderbeg», «Antifaz en el balcón», «A Jorge Dimitrov en su regreso», «Infelices aquellos», «Balleneros de Faial», «Antonio González Ramos viene con la lluvia», «Partisanos» (ocupa esta nueva posición en el libro, en la primera edición estaba en el penúltimo lugar), «En Alepo», «Diosa de las serpientes», «La emparedada», «El destino de Patroclo», «Elegía para una ventana», «La gloria de Capaneo», «Brigadistas», «Nacimiento de Venus», «Nausícaa» y «Feacios» (que pasa a ser el último de los poemas y no «Nausícaa»).

«Libro II: El viaje». Componen esta segunda parte un total de dieciocho poemas, esto es, diez más que en la primera edición: «Las cigarras en Butrinto», «En el autocar», «Ciudad sin nombre» (que estaba en la primera edición, pero pasa a titularse solo así, omitiéndose «en el camino de Lezha»), «Domingo de Drilon», «Volúbilis», «Fiesta del Cordero», «Los pájaros de Karnak», «Akrópolis», «En la isla de Circe», «El descenso a los Infiernos» (que estaba en la primera edición, pero pasa a titularse sin «sobre»), «Las sirenas», «Piazza dei Miracoli», «El triunfo», «Venecia», «Bosque de los druidas», «Puerta de los leones», «Creta desde el mar» y «Sitio sagrado» (que pasa a ser el último de los poemas y no «Creta desde el mar»).

«Libro III: Nec spe nec metu». Finalmente, esta parte contiene catorce poemas (siete más que en la anterior edición): «El regreso» (que estaba en la primera, pero pasa a titularse solo así, omitiéndose «de Ulises»), «Argos», «Carpe diem», «Piedra de Dürres», «Como en otoño», «Recuerdo del Sol en Florencia», «El jacarandá», «Carta desde el invierno» (ocupa esta nueva posición en el libro, en la primera edición se encontraba en el penúltimo lugar), «Insomnio», «Lamento de Ulises», «La metamorfosis», «En la alta noche», «Primavera» y «Vísperas».

Los poemas poseen algunas variantes, aunque llama la atención una tendencia, en términos generales, hacia una mayor espacialidad, generando, por tanto, un notable número de agrupaciones de versos, y una tendencia también hacia una tímida fragmentación visual.

Por otra parte, otro cambio que se produce en esta nueva edición es que, si bien el poema «Partisanos» en la primera pasa a titularse «Brigadistas», en la segunda, sigue existiendo, pero con otro contenido. Son dos bellos poemas [2ª ed., 2016: 47 y 58, respectivamente] y dos grandes homenajes:

 

Partisanos

Para Montse Sentís y Javier González

Cuando dormían se detenía el viento,

y cuando caminaban entre las plantas y los sembrados

el viento soplaba fuerte para acallar sus pasos.

Por las noches las estrellas

buscaban refugio en sus capotes

y ellos iban por los campos

con los bolsillos llenos de estrellas.

Y cuántas batallas al pie de los montes,

y cuántos muertos de ojos como antorchas

iluminando la noche.

 

Su recuerdo está al borde de los caminos,

monolitos levantados

por los que vinieron después,

las manos al fin libres de los suyos.

 

Brigadistas

Para Pilar Hernández y Ramón Afonso 

Marchaban como árboles sobre la tierra dura.

El Sol se reflejaba tenaz contra sus ojos

y llenas de un gran sol sus miradas ardían.

Traían en sus vastos y heroicos corazones

la fuerza sin furor de los viejos volcanes

y en sus manos abiertas la ternura del aire

que pasa entre las flores sin troncharles un pétalo.

Iban firmes y erguidos, sus grandes cartucheras

llenas de días bellos como las mariposas.

Valerosos y alegres con las luces del alba

las nieblas de la tarde les hallaron exangües

y las hierbas crecían en sus bocas abiertas.

En sus labios seguía soñando la sonrisa

y aunque es triste decirlo hoy casi nadie sabe

por qué a morir vinieron tan lejos de su hogar.

 

En otros casos, como, por ejemplo, «Ciudad sin nombre» o «El triunfo», el poeta añade algún verso. Además, modifica sustituyendo, quitando alguna palabra o transformando la puntuación en algunos casos. Es posible encontrar ejemplos de todo ello en poemas como «El descenso a los infiernos», «El triunfo», «Puerta de los leones», «Lamento de Ulises», etcétera.

Pese a lo explicado, en términos generales, y a esas leves modificaciones, tanto en lo que respecta a la estructura y al contenido, Ayala ha mantenido la misma concepción del libro. No obstante, esta nueva edición ha ganado en libertad, en extensión, en profundidad, en calidad y en detalles. Constituye, por tanto, el libro definitivo, el libro poético de una vida.

Por otra parte, como ya he apuntado, el prologuista de esta segunda edición ha sido Rafael Fernández Hernández. Si bien, Carlos Pinto Grote, en la primera, prefería ser un mero introductor, muy sintético, del volumen, en la segunda, Rafael Fernández ha analizado con algo más de profundidad numerosos aspectos del mismo. A continuación, quisiera destacar algunas ideas del «Prólogo», de este último, que aproximan a cualquier lector con gran acierto al libro de Julián Ayala Armas:

«En las tres partes de la obra, Julián Ayala desgrana las distintas apreciaciones y percepciones que anidan en la condición humana […]. Esa prefiguración del viaje como parte del poemario está muy presente en diversas composiciones, pero siempre para aportar algo inesperado, casual, azaroso, aunque no menos intenso. Siempre ese rasgo va acompañado del fulgor de un instante, en el que transita la realidad oculta. […] Julián Ayala no solo conoce muy bien la cultura y la historia antiguas, sino que en ocasiones busca una aproximación a la estructura sintáctica y versal clásicas, como en «Los huesos de Skanderbeg», héroe de la Albania del siglo XV, o en la elegía a Jorge Dimitrov, cuyo «regreso» es el no regreso que cantaba la antigua épica, pues el político búlgaro murió en 1949 y demolieron su mausoleo en 1990; fue Secretario General  de la Internacional Comunista entre 1934 y 1943 y una unidad de las Brigadas Internacionales había llevado su nombre durante la guerra española. […] Concluimos estas breves reflexiones sobre Los compañeros de Ulises, reiterando la rara y antigua voz en la que se complace Julián Ayala, aunque muy enraizada en la modernidad, pues ante tantos escritos que loan o maldicen el paraíso perdido, como algo separado del sentir profundo de la condición humana, como una impostación, este poeta no se desdice de los compañeros, del viaje y del pesimismo lúcido como trasuntos de la vida que le ha tocado vivir contemporáneamente; pero sin olvidar el sentido clásico de lo que significativamente permanece» [2016: 13-20].

 

Julián Ayala maneja muy bien las formas, los tamaños y las intensidades en Los compañeros de Ulises. Su trabajo como redactor o sus ocupaciones de columnista y articulista le hacen tener un sentido muy preciso de las dimensiones en el espacio, desde la independencia de las mismas palabras y de cada verso, pasando por la independencia de cada poema o de cada una de las tres partes o «Libros» en los que se estructura… Todo ello, si se va de lo particular a lo general, culmina en la coherencia de la unidad del volumen que abarca. Si bien la primera edición comprende veinticinco poemas, la segunda abarca más del doble de textos, llega a los 55. El lector se encontrará ante el mismo viaje, pero con más personajes, más experiencias, más divagaciones. Este es un buen ejemplo de cómo los premios literarios limitan la belleza y las posibilidades de los libros.

Los compañeros de Ulises [2016], de Julián Ayala, se abre con una traducción de dos versos de Homero: «Mi nombre es Nadie y Nadie me llaman / mi padre y mis compañeros todos» [cit. en 2016: 23]. Las revisiones tanto del mundo clásico como del contemporáneo son expresas, para ello su autor realiza este ejercicio de intertextualidad con la Iliada o la Odisea, y muchos otros referentes, citando personajes, lugares, acontecimientos de la historia europea del sur que más le han interesado. La historia vivida y soñada, por tanto, se cruza con los lugares comunes de la literatura y con la libertad formal del poeta contemporáneo. El resultado es un volumen muy sólido y deslumbrante.

Julián Ayala presta especial atención a los detalles cotidianos, a la captación del instante. Su libro parece repetir una y otra vez la misma idea, el mismo objeto poético con distinta apariencia, en una estructura similar: exposición y conclusión. ¿Y cuál es ese objeto poético? Pues el instante, sí, pero no cualquiera. Un instante que interroga su condición humana, su lugar en el mundo y que le hace cuestionar o ratificar su personalidad, sus ideas, el sentido de sus intenciones, su posición ante la vida y la muerte, ante la inmensidad del tiempo y el lugar que ocupa en su historia personal.

 

«Desde la orilla», de Julián Ayala (Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2009)

 

La nostalgia de lo no vivido

Con lo cual, siguiendo con este objeto poético y la manera de articularlo, no es extraño encontrar algunas aproximaciones muy concretas a la importancia del instante fotográfico, en sus artículos de opinión recopilados en su otro libro: Desde la orilla. Algunos ejemplos podrían ser los siguientes:

«Navegando en un mar de sensaciones pensó en la vida como un álbum fotográfico errante en la memoria, cuyas hojas pasa el azar sin darnos cuenta. […] En su inanimidad, las antiquísimas piedras podían simbolizar la esencia inmutable de la vida, pues el corazón efímero de los hombres dota de alma sempiterna a los lugares que siente como suyos [«Armonía», 2009: 19-20]. El interior de una melodía, de un sabor, de un aroma y hasta de una vieja fotografía, puede trasladarnos al paraíso, pero también al infierno» [«Los sentidos», 2009: 24].

Los compañeros de Ulises invita al lector a adentrarse en un viaje por el mundo de los vivos y los muertos, a través de una sucesión de momentos que han marcado la vida del autor, desde su formación clásica y contemporánea hasta sus viajes por el Mediterráneo. Por ello, no me parece posible reflexionar sobre los contenidos de este libro sin señalar los espacios comunes de la literatura que en él se dan cita. Su compromiso con la existencia es evidente a lo largo de todas sus páginas. El frecuente uso de referencias al tempus fugit (el tiempo huye) o al carpe diem (atrapa el día) dialoga con ello una y otra vez. Pero estas referencias que marcan, sobre todo, los conflictos de las dos primeras partes se concilian verdaderamente en otra tercera que aparece, no por casualidad, como título del tercer bloque del mismo: nec spe nec metu (sin esperanza, sin miedo).

Y esa probablemente sea la tesis principal a la que conduce Los compañeros de Ulises. Este tríptico no necesita de dioses ni mitos, sino de seres humanos. El título de este tercer bloque que, como se sabe, es muy probable que provenga de Cicerón, generalmente atribuido a Isabel d’Este, también le serviría de lema de vida al pintor Caravaggio y a su círculo de amistades más cercano. El viaje así cobra un sentido anárquico. El viajero asume que está ante el camino de la vida, pero no por eso deja de ser posible cuestionar el destino. De esta manera, la condición humana, la libertad es la que está en juego.

El poeta, también, lleva a cabo un homenaje a Botticelli y a su modelo Simonetta Vespucci, por el célebre cuadro El nacimiento de Venus. Precedido por los conocidos versos de Angelo Poliziano sobre el mismo tema, el poema de Ayala [2016: 59-60] se titula igual que el cuadro y evoca también la idea de la contemplación del amor imposible sin prescindir de un cierto aire petrarquista:

 

Nacimiento de Venus

Giurar potresti che dell’onde uscisse

La dea premendo con la destra il crino,

Con l’altra il dolce pomo ricoprisse.

A. Poliziano

¿Qué palabra o qué mano

o qué ojos insomnes

no sueñan tu belleza

que otros sueños crearon?

¿Qué corazón innoble

no acelera su ritmo

ante tu dulce cuello,

ante tu larga crencha?

¿Quién te ve navegando

en la concha más frágil,

hija azul de las olas,

peregrina del viento,

y no vive el temblor

de tu alada tristeza,

la tibia transparencia

de la luz en tu piel?

¿Quién te vio, Simonetta,

en la tarde dorada

y no sintió el misterio

de tus ojos de hierba,

la secreta amargura

de saberte imposible?

 

Por otra parte, obviamente, abunda la idea del Homo viator, el hombre viajero, el ser humano en movimiento, la existencia como ruta y como prueba de libertad. La segunda parte del volumen avisa al lector de ello, ya, en su título: «El viaje». Así que Los compañeros de Ulises podría ser un libro de impresiones de una especie de periplo por diferentes épocas, acontecimientos y asuntos de talla que poseen una gran significación para el propio viajero, quien se enfrenta, por tanto, a los hechos y personajes que históricamente han moldeado su carácter y educación.

Constituye, así, un encuentro consigo mismo, con la interpretación de los hechos pasados, con la recuperación de una experiencia no vivida, pero sí recreada con la imaginación previamente. Imaginación y realidad se mezclan en cada poema, lo que es, debería o quisiera ser debaten en cada uno de los textos que componen este libro.

Pero, además de lo dicho, y por otra parte, la idea siempre presente del viaje se combina con otros tópicos, como, por ejemplo, el célebre Ubi sunt? (¿Dónde están…?), al que también evoca «El triunfo» [2016: 92]:

 

El triunfo

Para Francis Seguí y Pablo Ródenas

Entré en Roma por la Vía Nomentana.

La noche estilizaba los cipreses

vigilantes a ambos lados del camino.

 

¿Dónde el clamor del pueblo?

¿Dónde los senadores y los cónsules?

¿Dónde los otros grandes magistrados?

 

Solo el silencio y una lluvia fina

acompañaron mis cansados pasos

hasta los altos muros de Aureliano.

 

Nadie tuvo que recordarme que soy mortal.

 

Una idea que abunda especialmente en la poesía española barroca del siglo XVII, de la que sin duda también bebe Julián, es el debate entre la apariencia y la realidad. En la actualidad, el asunto se ha desplazado al mundo virtual, con lo cual, en cierto modo, continúa vigente. Pero, obviamente, si se trata de Ulises, el mito esencial elegido, los espacios imaginarios brotan del poema «En la isla de Circe» [2016: 84-85]. Así que el mismo conduce a los espejismos del paraíso, a los peligros del mar, al sueño eterno, a la parálisis del tiempo y, también, al desencanto por no poder vivir las mismas experiencias que el mito:

 

En la isla de Circe

Para María Pinto

La playa es un gran arraclán de luz,

donde se apagan los pasos y las voces

y solo llega hasta el nivel del alma

el sonido muy tenue de un suspiro.

Tendido entre un tiempo y otro tiempo

el mar, monstruo joven, yace insomne.

 

Mezcla el sol ojos y gestos

sitiados por el aire adormecido,

viejos y nuevos corazones como hormigas

con ladridos nerviosos de los perros

que nunca han visto romper las olas.

 

Pero no asume la tarde mi ventura,

ni la brisa como una gaviota

perdida en la curva del horizonte,

que se refleja y se confunde en la curva de tus ojos,

ni las caricias que de tus dedos penden

como estolas de un rito ancestral,

ni tus cabellos de algas ni tus pies de espuma,

ni tus pestañas como remos ni tus pechos de arena,

ni tu corazón latiendo en una gota de agua, en una pluma,

en el ojo sin pausa de un pájaro o de un lagarto.

 

«Odiseo y Calipso», de Böcklin

 

Cuando Ayala Armas transita por los lugares clásicos de la geografía que recrea, parece evocar la nostalgia de lo no vivido, la sensación de llegar tarde a la historia. Espacios que hablan, por tanto, asuntos recreados una y otra vez por la misma literatura son los que confluyen en estas páginas, vistos a través de su personalidad, experiencia y voz poética.

Pero la estructura misma revela, primero, la presentación de los llamados «compañeros de Ulises». El autor se vale, como se ha señalado, de personajes míticos, de lo que representan, así como de personajes históricos determinados por un momento estelar. Así, historia y literatura se unen para construir una nueva obra. Ayala busca en cada uno de los personajes, muchos no tienen que ver con la Odisea, una idea que les una, su propia mirada de autor. En realidad, todos ellos le sirven para preguntarse si vale o no la pena vivir o sobre el sentido de la lucha por la defensa de ideales. Ayala conoce la respuesta, ya se ha apuntado más atrás, se encuentra en la tercera parte del libro, pero lanza las preguntas a través de los actos de aquellos, sabe que vivir es ir perdiendo poco a poco, es ir cediendo cada vez más terreno a la muerte. Pese a todo, intenta mantener, a través del conocimiento histórico, los recuerdos de quienes han sido sus propios compañeros, hermanos afines en la mayoría de los casos o enemigos con los que medirse, lo que han sido los otros o él mismo, en otras épocas y ahora.

Así que, este autor no solo expone el mito y lo interroga, sino también cuestiona la historia misma o el destino como algo preestablecido. Aunque se sumerge en las aguas de la cultura clásica, observa con ojos modernos, con ojos de explorador europeo, lo que pudo ser y no fue, lo que es y, probablemente, lo que será. En este sentido, el libro también se une a la tradición de viajeros a los lugares emblemáticos de la cultura clásica, ya desde el Renacimiento.

Sobre este último tema, la profesora Isabel García Gálvez, de la Universidad de La Laguna, gran conocedora de estos asuntos, en un trabajo suyo titulado «El viaje del joven Anacarsis a la Grecia moderna según Rigas de Velestino», en el volumen titulado Escrituras y reescrituras del viaje. Miradas plurales a través del tiempo y de las culturas [2007], señalaba lo siguiente:

«Numerosos son los estudios sobre el viaje a Oriente —concretamente los referidos al indeterminado espacio geográfico del Sureste europeo, el Mediterráneo oriental, Bizancio, el Imperio Otomano de los Balcanes— y el redescubrimiento del mundo antiguo entre los occidentales, particularmente frecuentes en la segunda mitad del siglo XVIII y primera del siglo XIX. Las pautas marcadas por el humanismo renacentista (Augustinu, 2001: 19 y ss. y 49-57) y la posterior idealización de Grecia, como continuación y en contraposición a Roma durante el período ilustrado (Constantine, 1989: 14-20), provocaron actitudes particulares ante la evocación de los períodos históricos y los espacios geográficos, constatados en la realidad del proceso viático, que conducen a los topoi fijados de este tipo de literatura o estudio: la evocación de un tiempo pasado atemporal, eterno e inmutable que, pese a constatarse en un espacio físico revelador —palpable igualmente en la ya asentada filología clásica occidental y en los hallazgos arqueológicos que a menudo ilustran los libros de viaje—, adquiere personalidad propia al acentuar la imposibilidad de recuperación de aquella valiosa herencia clásica. No obstante, entre las comunidades grecohablantes el redescubrimiento de Grecia y la construcción de su imaginario por viajeros, visitantes o forasteros europeos en el marco de la Ilustración adquiere personalidad propia (Simópulos, 1970-75). El reconocimiento de sus rasgos particulares y la identificación (propia o foránea) de tales elementos con el esplendor de antaño obliga a los nativos a identificarse con la mirada del occidental, valorar la descripción de las costumbres y modo de vida de los naturales, su religión y su lengua y a tomar conciencia de ella de la pervivencia secular pese a estar durante siglos sometida al despotismo bárbaro de los otomanos. La literatura de viajes de tema clásico —al igual que los tratados científicos de la antigüedad— fueron la clave para la toma de conciencia activa de aquel pasado glorioso común, el de los «helenos», fuente e inspiración de las naciones libres, estrato común anterior que el cristianismo enterró en su momento y que impulsó en el «romeo», es decir, el griego romano–cristiano, las ansias de que el espíritu griego, al igual que las demás naciones europeas, alcanzara su ‘renacimiento’ «[2007: 199-200].

 

Pero un trabajo histórico, algo más reciente, que podría conectar también con la tradición que se desprende del libro de Julián Ayala sería el delicioso ensayo Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia, de María Belmonte [2015]. En él, su autora recrea la experiencia viajera por los lugares de la cultura clásica del Mediterráneo de apasionados viajeros (en Italia: Johann Winckelmann, Wilhelm von Gloeden, Axel Munthe, D. H. Lawrence o Norman Lewis; en Grecia: Henry Miller, Patrick Leigh Fermor, Kevin Andrews o Lawrence Durrell), que encontraron razones para reflexionar sobre sus propias vidas y lo que aquello significaba en los diversos espacios de estos países. María Belmonte, que todo lo confronta con su propia experiencia, también viajera, por los mismos lugares, escribe en este maravilloso trabajo, por ejemplo, párrafos como el siguiente, que conectan con el mismo impacto inspirador que causan los paisajes y las «fotografías» históricas que recoge Julián Ayala en sus poemas:

«El amante del Mediterráneo suele ser un devoto del pasado clásico, obsesionado o no por él, pero poseedor de una visión propia de cómo sucedieron los hechos, según fueran sus estudios, mentores, viajes y juegos. Como le sucedió a Schliemann, enamorado de la Iliada y la Odisea, desde niño, nuestra Grecia y nuestra Italia quedaron detenidas en aquellos estudios de la infancia, en aquellas imágenes que nos hicimos de un Aquiles de pies ligeros que mantenía largas conversaciones con una diosa guerrera tocada de casco y portadora de una afilada lanza. El amante del Mediterráneo experimenta una especie de déjà vu y tiene la capacidad de percibir la presencia del pasado y sus moradores. Hay lugares en los que siente que ya ha estado antes y tiene la sensación de recordar. El aire en que se mueve está lleno de sonidos, palabras, quizá está lleno de sentimientos, de recuerdos, de pensamientos de otros que allí vivieron. Es una sensación inquietante, más profunda de lo que normalmente nos brinda la conciencia. La prolífica literatura desde el Mediterráneo abunda en este tipo de epifanías, posesiones y explosiones de creatividad» [2015: 10].

 

No parece haber sido otra la experiencia que ha vivido Julián Ayala y que se une a la de tantos y tantas que lo precedieron en ese encuentro, en ese interrogarse con un pasado cultural que no deja indiferente a quien lo ha vivido, como le pasó a Goethe, Yourcenar, Mishima o Gibbon, por citar otros ejemplos.

Antes de concluir el presente trabajo, merece la pena llevar a cabo un pequeño homenaje a otros «peregrinos de la belleza» como la misma Isabel García Gálvez y Salvador Montenegro, así como a Mario Domínguez Parra, a quien le debo conocer estos dos últimos trabajos citados. Los tres han realizado una labor de intercambio entre la cultura griega y la española digna de todos los elogios: desde la reflexión ensayística hasta la traducción directa en diversas publicaciones en editoriales, revistas académicas, de difusión, suplementos literarios, etcétera. Es sumamente importante destacarlo, porque sin los traductores sería más complicado acceder o conocer con cierta profundidad la obra de Kavafis, Ritsos, Kazantzakis, Seferis o Elytis, por citar a algunos escritores que Julián Ayala, autor de Los compañeros de Ulises, sin duda conoce.

Pero es necesario resaltar también que, desde hace unas pocas décadas, ya se están realizando, por fin, las traducciones directamente del griego moderno al español y no desde el inglés o el francés, como se hacía antiguamente. En este sentido, además de los tres autores citados antes, ha sido muy importante la labor de traductores como Pedro Olalla, Carmen Vilela, Vicente Fernández González, Juan Manuel Macías, Selma Ancira, entre otros, o el esfuerzo de editoriales como Romiosyne, Acantilado, Cátedra, la Universidad de La Laguna, Ediciones Idea, Ginger Ape Books & Films, etcétera.

Tal y como se ha podido comprobar, he realizado un pequeño acercamiento a la personalidad de Julián Ayala y, en especial, a algunos asuntos que se pueden ver en este excelente libro, que evoca tantas cosas, titulado Los compañeros de Ulises, y cuyo eco resuena en sus artículos y ensayos recopilados en Desde la orilla.

Para concluir, me gustaría citar un fragmento de un artículo de Ayala que viene a sintetizar, en cierta manera, ese espíritu contestatario e insumiso que siempre contiene su escritura. En 1998, Julián Ayala publicaba en Disenso unas palabras (que, tal vez, podrían llevar al lector a un después de la experiencia viajera del libro y más cerca de un ahora), en un artículo titulado «No te calles», recogido, también, en Desde la orilla. Es un texto que, probablemente, descienda de aquella dirección final a la que se encamina Los compañeros de Ulises: nec spe nec metu. Al mismo tiempo, su autor también cuestiona otra célebre idea: que cualquier tiempo pasado fue mejor. Las siguientes palabras, por suerte o por desgracia, no han perdido actualidad, y es muy pertinente recordarlas. Pues bien, a finales del siglo XX, Julián escribió lo siguiente:

«Más grave todavía: ahora sabes que tu esfuerzo no va a ser coronado por el éxito, que no vas a poder cambiar sustancialmente las cosas. No añores tiempos pasados; antes era igual, pero lo ignorabas. Agradece esta amarga lucidez y no cejes, pese a todo. Nadie te va a premiar en otra vida y es posible que los poderosos de este mundo intenten castigarte aquí por ello. Pero no te calles: si te oyen habla, si no te oyen habla también. Solo los muertos están callados» [2009: 117].

 

Fragmento de la versión más antigua de la «Odisea» (Ministerio de Cultura de Grecia)

 

 

Referencias bibliográficas:

—Ayala Armas, Julián, Desde la orilla, Santa Cruz de Tenerife, Ediciones Idea, 2009.

_____ Los compañeros de Ulises, primera edición en col. Nuestro Arte, Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 1993, con «Prólogo» de Carlos Pinto Grote; segunda edición en Santa Cruz de Tenerife, col. Micromeria, Ediciones Idea, 2016, con «Prólogo» de Rafael Fernández Hernández.

—Belmonte, María, Peregrinos de la belleza. Viajeros por Italia y Grecia, Barcelona, Acantilado, 2015.

—Cercas, Javier, «Palos de ciego. Teoría de la mosca cojonera», Madrid, en El País, 22 de mayo de 2016.

—Fernández Hernández, Rafael, «Prólogo: En compañía de Julián Ayala. De Ulises a Telégono» a Los compañeros de Ulises, de Julián Ayala Armas, Santa Cruz de Tenerife, col. Micromeria, Ediciones Idea, 2016, págs. 9-20.

—García Gálvez, Isabel, «El viaje del joven Anacarsis a la Grecia moderna según Rigas de Velestino», en Escrituras y reescrituras del viaje. Miradas plurales a través del tiempo y de las culturas, José M. Oliver, Clara Curell, Cristina G. Uriarte y Berta Pico (eds.), Leia, Liminaires-Passages interculturels italo-ibériques, vol. 10,  Peter Lang, Alemania, 2007.

Pinto Grote, Carlos, «Prólogo» a Los compañeros de Ulises, de Julián Ayala Armas, col. Nuestro Arte, Ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, 1993, págs. 15-17.

 

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Roberto García de Mesa es poeta, dramaturgo, director de escena, narrador, dramaturgista, ensayista, filólogo, comisario de exposiciones, productor, artista visual y músico. Es licenciado en Derecho y en Filología Hispánica, además de doctor en Filología Hispánica. Tiene su propia compañía de teatro.

Ha publicado más de cincuenta libros de poesía, teatro, narrativa breve, ensayo, conversaciones y ediciones críticas, como, por ejemplo, Memorias de un objeto, Oblivion, Nausinoos, Sobre la naturaleza de la fragilidad, Apuntes teatrales, La señora Blume, Teoría de los ocho movimientos, Outside, Hamlet Post Scriptum, La edad del frío. Conversaciones con Antígona, Cinco ensayos sobre poesía escénica, La poesía en el teatro, la pintura en la música, Fractales, El teatro de vanguardia en Canarias (1924-1936), Conversaciones con Rafael Arozarena, entre otros títulos.

Obras suyas han sido traducidas a varios idiomas. Sus dos últimos libros publicados han sido Variaciones de la razón y otros textos (Teatro, Zamora, Ediciones Invasoras, 2020) y Retórica. Superficie de contacto. Razón y canibalismo (Poesía, Buenos Aires, Buenos Aires Poetry, 2020). Es académico de la Academia de las Artes Escénicas de España.

 

Julián Ayala Armas

 

 

Roberto García de Mesa

 

 

Imagen destacada: Mosaico sobre la Odisea del año 260 antes de Cristo, de Thugga, Museo del Bardo, Túnez.