Diego Vargas Gaete, autor de «El bosque sumergido»: «La novela retrata a un nuevo y más diverso Chile»

En entrevista con el Diario «Cine y Literatura» el escritor nacional explica las motivaciones identitarias y existenciales que tuvo para concebir su tercera obra de ficción narrativa, y la cual ha contado con una entusiasta recepción tanto de los lectores como de amplios sectores de la crítica especializada en el país.

Por Joaquín Escobar

Publicado el 9.8.2019

Diego Vargas Gaete (Temuco, 1975) se expresa a la manera de un hombre maduro: las reflexiones creativas acompañan cada uno de sus juicios en torno a su labor artística y de producción simbólica. En efecto, el exitoso escritor local de La extinción de los coleópteros y de El increíble señor Galgo, enfrentó las consultas de este medio haciendo gala de un llamativo afán pedagógico y divulgador, así como de un esfuerzo intelectual, sincero y loable, con el propósito de establecer puentes de comunicación con las audiencias culturales y masivas (no en vano enseña literatura en los liceos públicos de Santiago).

Acerca de los nuevos rostros humanos y sociales del Chile construido por oleadas de inmigrantes de este presente que nos atormenta, de las minucias biográficas y estéticas que significaron la redacción de El bosque sumergido -su más reciente entrega novelística-, y de sus ilusiones profesionales (de que este texto sea trasladado al cine, por ejemplo), y de las lecturas que lo han formado y marcado en su condición de escritor, dialogó sin filtros el autor, con Cine y Literatura.

 

-Nos parece interesante la forma en que tu novela trabaja con diversos registros. Tenemos un texto híbrido en donde hay migración, ciencia ficción, saga familiar, literatura del yo y dictadura. Cuéntanos un poco de ese proceso, la multiplicidad de formas y géneros con los cuales desarrollaste el texto.

La génesis de este libro está en mis propios recuerdos de infancia, en historias que escuché en boca de familiares, en cuentos que escribió mi abuela paterna y en libros de Mariano Picón Salas (hermano de Josefina, protagonista de la novela) que leí cuando era adolescente y en los cuales él narra su niñez en Mérida, Venezuela, y su estadía en Chile durante una década. Toda esa información fue a dar a mi cabeza y se archivó por un buen tiempo. Luego se sumaron mis lecturas, mis experiencias de vida y el deseo de consignar, una vez que me convertí en padre, un registro de la historia de una parte de mi familia.

Ahora, como los recuerdos siempre me han parecido difusos y plagados de vacíos, apelo a esa mezcla de géneros al momento de escribir, con el solo propósito de acercar el relato a un territorio que me resulta más cómodo, cercano y convincente. Se produce así, en el texto, una hibridez que lo hace transitar por buena parte del siglo XX, sumergirse a ratos en el género fantástico o en la ciencia ficción, abrazar la memoria familiar o el tono más confesional. Tal mestizaje narrativo, de pronto, es un reflejo del mundo que la novela retrata y que hoy en día está fraguando un nuevo y más diverso Chile.

 

-Resulta importante la forma en que construyes y destruyes la ciudad. La figura de la urbe como un cuerpo silencioso que respira y siempre está allí. Se pueden establecer críticas al libremercado a partir de la arquitectura, por ejemplo, la forma en que este edificio familiar y barrial se ve amenazado por la homogeneización de la urbe que pretenden realizar las grandes constructoras.

-Una de las capas narrativas de El bosque sumergido (otras podrían ser la vejez, la memoria, la herencia de patrones de comportamiento, la búsqueda de una raíz, etcétera) es la ciudad como un espacio que recibe a quienes desean convertirse en sus habitantes, ofreciéndoles oportunidades y un nuevo hogar. Sin embargo, también se comporta como un organismo capaz de expulsar o eliminar al desprevenido, al más débil, al que no posee redes o grandes contactos. La ciudad, en esa calidad de ente vivo, tiende a borrar los rostros, a imponer el anonimato o el desconocimiento de quienes nos rodean, sembrando desconfianza hacia el otro. A veces, incluso, puede exigir ofrendas o sacrificios para aceptarte. Algo de eso se ve en el accidente brutal que sufre uno de los hermanos de Josefina, la protagonista. El tema del edificio, instalado en un barrio pujante, es parte de esta dinámica, un espacio que contiene memoria, biografías, vida, y que se niega a desaparecer, absorbido por los vaivenes de la gentrificación.

 

-Aparece a lo largo de toda tu novela la migración hacia el Chile contemporáneo, pero también la que existió a principios del siglo XX. A su vez, el protagonista intenta tomar la posta y encarnarse en la figura de Alberto, su tío muerto al caer de un cerro. En El bosque sumergido todo parece ser cíclico, muy anclado en el eterno retorno del que habló Nietzsche. Una novela de espejos íntimos y sociales. La idea del reflejo, el lugar en donde todo vuelve.

-La mirada lineal acerca del tiempo me parece un poco tramposa, limitada, si se quiere, porque no logra dar cuenta a cabalidad de nuestra propia evolución o de cómo funciona la naturaleza o se construye una sociedad.

La linealidad impone la idea del camino constante hacia el progreso o una ruta de perpetuo aprendizaje, situación que la misma biografía de una persona o la historia de un país se encargan de desvirtuar.

Me gustan, en cambio, los ciclos, donde se repiten episodios, conductas y hechos hasta que logramos comprender cuál es ese mensaje que debemos asimilar o qué patrón debe modificarse para poder saltar al siguiente estado que nos espera. En ese proceso se involucran recuerdos, experiencias, emociones, biografía. Muchas veces tal conocimiento era un simple latido que antes no escuchábamos o algo más complejo como cortar el hilo que hacía que imitáramos el mismo comportamiento que heredamos, por decir algo, de nuestros tatarabuelos.

Lo circular no implica la ausencia de aprendizaje o estar atrapado en una realidad que no cambia. Las estaciones del año funcionan de esta manera y ningún otoño o verano es idéntico o calcado al anterior. Esta mirada se encuentra en muchas de las civilizaciones antiguas, por eso quizás sigue habitando en nuestro ADN y de tanto en tanto salta a las historias que contamos.

En mi caso, a la hora de tomar una decisión siempre visito hechos del pasado, escondidos en algún lugar de mi infancia, para contrastarlos con el presente y de ahí proyecto lo que quiero hacer en un futuro cercano. El pensamiento, por tanto, también puede ser visto de manera cíclica, pues tal modo te permite reflexionar y entender que todo lo vivido suma y entrega mensajes que debes volver a interpretar más de una vez. Por eso en mis novelas aparece tal forma de ver el tiempo.

Ahora, siendo sincero, este tipo de reflexiones solo nacen cuando el libro ya está publicado y he tomado una distancia de él. Las preguntas que me formulan en relación a su contenido me llevan a mirar, otra vez, el mismo relato, pero con nuevos ojos. Siempre aparecen cosas que en su momento fijé al texto sin hacerlo de manera tan consciente. Así se va cerrando o quizás ampliando el círculo propio que trae en su interior cada libro.

 

-Además de trabajar una historia dentro de una historia, realizas una genealogía familiar condensada construida mediante una escritura actual. ¿Qué fue lo más complejo de este proceso? Pese a que su estructura funciona, también, El bosque sumergido pudo haberse escrito en muchas más páginas. ¿Cómo fue el proceso de edición? ¿Cómo se trabajaron los cortes y las pausas? 

-Primero trabajé con audios, porque buscaba un tono cercano, que el narrador, nieto de la protagonista, estuviera comprometido con lo que contaba: la historia de una abuela, de una familia, que llegó desde Venezuela a Chile y que tuvo que sortear una serie de obstáculos hasta encontrar su verdadera raíz y cómo eso impactaba en la situación actual del narrador, un adulto instalado en el presente. El relato tenía que salir de las entrañas de quien contaba, sin censura, cercano, emotivo. Grababa mi voz y enseguida traspasaba esa información al word hasta convertirla en un capítulo. Eran jornadas intensas en las que reuní más de mil minutos de audios. Por supuesto, al transcribir, se producía la primera de muchas correcciones.

También visité los lugares que el narrador menciona (Registro Civil, aula de clases, etcétera) prestando más atención de lo habitual y con el objetivo de buscar las huellas de un pariente fallecido hace casi un siglo. En otro plano, tuve que documentarme y leer bastante.

Así nació el esqueleto de la novela al cual le fui añadiendo otros capítulos gracias a que surgieron personajes que exigían un espacio dentro del relato. A ellos los dejé en plena libertad, evitando que fueran transmisores de sentencias o de ideas absolutas.

Me preocupé que la historia, a pesar de ser un relato apoyado en la biografía, no cayera en el homenaje doméstico, que el recuerdo no fuera una trampa que rigidizara o determinara de antemano las acciones de los personajes. Por eso apelé al cruce con la imaginación, a los géneros literarios que se encuentran a lo largo de la novela. La idea es que el retrato de este pequeño grupo humano tenga un carácter universal a la manera de un espejo en el cuál se pueden reflejar muchas otras personas y familias, de distintos orígenes y lugares.

En general, elegí momentos bisagras, situaciones o episodios tras los cuales la protagonista o su entorno no podían quedar inmunes y cuyas implicancias se extendían a lo largo del tiempo. Tomando esa premisa, se descartaba lo trivial o aquello que solo le añadía peso innecesario al relato.

Creo, a su vez, que aquello que no está narrado de manera expresa a ratos flota en las cercanías del texto, al punto que el lector puede ir llenando los vacíos no contados.

 

-En El bosque sumergido hay exilios, muertes, detenciones, olvidos, traiciones. ¿De qué forma toda esta construcción de historia familiar son una analogía de la construcción de Chile como nación?

-También hay amor, herencia, indudable coraje encarnado en una mujer, la búsqueda de la libertad y del arraigo a una tierra, la sabiduría que se transmite por la línea femenina, la fragilidad del éxito o del fracaso, el deseo de tomar las riendas de tu fortuna, lo sobrenatural como un estado latente que nos da señales o advertencias, el desplome de las utopías, la pasión de escribir y contar historias, el humor como un salvavidas al cual aferrarse ante la adversidad, el valor de la memoria en calidad de fuente que nos permite entender nuestras raíces y construir nuestro futuro. Todo lo dicho ocurre en la novela, fundamentalmente, a lo largo del siglo XX y alcanzando la actualidad. Son los ingredientes que podemos encontrar en cada uno de los habitantes de un país, comportamientos e ideas que se transmiten de una generación a otra, fraguando una identidad que nos engloba a todas y todos.

 

-¿Qué autores o autoras han influenciado en tu obra? Por la hibridez de los textos parecen lecturas muy diversas. 

-Prefiero hablar de lecturas que en distintas etapas de mi vida me impresionaron y disfruté bastante. Cada una me enseñó nuevos ángulos de la realidad y cosas que, seguro, no aplico mucho en mis propios textos.

Infancia: Corazón, de Edmundo de Amicis, Papelucho en vacaciones, de Marcela Paz, La isla misteriosa, de Julio Verne.

Adolescencia: La niebla y La danza de la muerte de Stephen King, Pájaros de fuego de Anaïs Nin, El cazador oculto de J. D. Salinger, Viaje al amanecer de Mariano Picón Salas, la saga de La Fundación de Isaac Asimov, Ray Bradbury, Mala onda de Alberto Fuguet, Julio Cortázar, Frankestein de Mary Shelley.

Etapa universitaria: Un mundo Para Julius, de Alfredo Bryce Echenique, La nada cotidiana, de Zoé Valdes, A sangre fría de Truman Capote, John Steinbeck, Hemingway, Bolaño, George Orwell, Vargas Llosa, La luna era mi tierra de Enrique Araya, Todavía de Carlos León, Fredric Brown, Kurt Vonnegut, John Fante, En la Patagonia de Bruce Chatwin, Compulsión de Meyer Levin, Tom Sharpe, Jorge Teillier, Dashiell Hammett, Clifford D. Simak, Raymond Chandler.

En algún momento trabajé en una biblioteca y en esa etapa mis lecturas fueron libros de ciencias, divulgación e historia.

También sumaría Diez años en la Araucanía, de Gustave Verniory, El océano al final del camino, de Neil Gaiman, La Guerra no tiene rostro de mujer de Svetlana Aleksievich y una lista larga que no consigno para no eternizar esta respuesta.

 

¿Qué opinión tienes sobre la crítica literaria chilena?

-Leo un poco de la crítica que se publica en los medios masivos y también consulto la que se genera en la academia (papers) y que abordan temáticas que estoy explorando en un momento determinado (literatura infantil, memoria, etcétera). Tales lecturas me entregan otro ángulo acerca de lo que se está haciendo en un rubro en el cual trabajo. La crítica que me resulta útil es la que se aleja de la destrucción y se enfoca en establecer puentes entre autores, libros y zonas que antes permanecían aisladas.

 

-¿Cuál es el público objetivo de El bosque sumergido? ¿Hay algún espacio que se pretende alcanzar? 

-Cada vez que pienso en un público objetivo me equivoco de manera rotunda, porque esa acción implica un descarte o cerrarle las puertas a alguien que no conozco de antemano.

Hace poco, jóvenes de trece a dieciocho años leyeron mi anterior novela, La extinción de los coleópteros. Pensé que la lectura les podía resultar compleja. Sin embargo, me tocó ir a charlar con ellos y durante una hora y media escuché las preguntas y los análisis más bellos y precisos que se han hecho de alguno de mis libros. Solo un botón: en esa jornada aprendí que la fragmentación y la mirada circular acerca del tiempo les resultan cercanas pues el cine y las series de televisión que consumen apelan a tales elementos al narrar sus historias.

Desde un punto de vista personal, espero que El bosque sumergido sea el siguiente eslabón en mi carrera literaria y ojalá me permita viajar a otros lados, a conocer nuevos e inesperados lectores.

Por último y porque soñar es gratis, me gustaría ver esta historia en el cine. Sería un bonito ciclo.

 

-¿Qué lees en estos momentos? 

La carretera, de Cormac Mccarthy.

 

También puedes leer:

El bosque sumergido, de Diego Vargas Gaete: Buscando en el pasado.

 

Joaquín Escobar (1986) es escritor, sociólogo y magíster en literatura latinoamericana. Reseñista del diario La Estrella de Valparaíso y de diversos medios digitales, es también autor del libro de cuentos Se vende humo (Narrativa Punto Aparte, 2017).

Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

Diego Vargas Gaete (1975). Fue becario de la Fundación Pablo Neruda y de la Escuela de Escritores del Centro Cultural Ricardo Rojas (Universidad de Buenos Aires). En cuatro ocasiones obtuvo becas de creación literaria otorgadas por el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes de Chile (CNCA). Es autor de la novela El increíble señor Galgo, publicada en Chile (Furtiva, 2014) y en Argentina (Marciana, 2016).

Ha recibido premios en los Juegos Literarios Gabriela Mistral y en el concurso Pedro de Oña. Enseña escritura creativa en escuelas y liceos públicos. Fue seleccionado para representar a Chile en la Feria del Libro de Buenos Aires 2015 y en el festival Belles Latinas, Lyon, 2016.

 

Diego Vargas Gaete

 

 

«El bosque sumergido» (Emecé, 2019), de Diego Vargas Gaete

 

 

Joaquín Escobar Cataldo

 

 

Crédito de la imagen destacada: Emecé Editores.