«El año pasado en Marienbad»: La cinta más audaz y filosófica de Alain Resnais

La inolvidable actriz francesa Delphine Seyrig —una de las intérpretes predilectas del surrealista Luis Buñuel, y luego de François Truffaut— caracteriza al personaje principal de esta obra audiovisual del realizador galo, que también protagonizada por Giorgio Albertazzi y Sacha Pitoëff, estipula una reflexión artística acerca de la escisión en la falsedad espacio y temporal (de la realidad tridimensional), tal y cual la percibimos. El guión de este filme se encuentra basado en la novela «La invención de Morel» del escritor argentino Adolfo Bioy Casares.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 23.9.2020

Hay un baile de máscaras en el palacio de invierno
La princesa de luto se despierta del sueño
que en estatua de sal acabo convirtiendo
y el eterno extranjero prisionero del tiempo
sin perder ni ganar juega a todos los juegos
Tristes y solitarios en el jardín del deseo
hoy tan sólo confían en las mentiras del viento
Siempre hay bailes de máscaras en los palacios de invierno
y locos y perdedores en un mundo perfecto
que sin fe llamarán a las puertas del cielo
carrusel de la pena en el jardín del deseo
dónde sólo se escuchan las mentiras del viento
Manolo Tena

Cada vez somos más los que percibimos este mundo como un gran escenario en el que actuamos de forma muy inconsciente. Una Matrix o Maya espacio–temporal que desde el inicio de este siglo se nos presenta más extraña y grotesca que nunca. Quizás el caos creciente en el que estamos sumidos es la mejor forma de que todos nos demos cuenta de que la “realidad” a la que nos aferramos no es tal, así esta confusión tragicómica vendría a ser como un brusco zarandeo al durmiente que se resiste a despertar.

El año pasado en Marienbad es una inquietante historia escrita por Alain Robbe-Grillet que nos presenta un universo extraño en el que transitan gentes muy dormidas que parecen incapaces de despertar. La película está abierta a distintas lecturas y plantea más interrogantes que no respuestas al espectador, pero a mi entender sirve como fábula sobre nuestro desconcertante mundo Matrix. El análisis que sigue expone esa interpretación personal y contiene inevitablemente spoilers.

Resnais nos muestra —en un excelente blanco y negro— un grandioso microcosmos de tintes oníricos, un hotel inmenso lleno de pasillos interminables con decoración barroca, oscura y fría en la que abundan los simbólicos espejos (asociados al verse y a la inversión) y los suelos dameros (la imagen de la dualidad en la escisión y la de la vida como un juego cual ajedrez).

Un hotel que tiene un jardín enorme de disposición simétrica y arbustos recortados en perfección geométrica (la representación del orden racional y la ambición “humana” por controlar la naturaleza) decorado con numerosas estatuas (como símbolo de esa vida congelada). Un jardín sin árboles frutales, ni flores. Ese jardín y esa edificación fría constituyen un mundo inerte, un mundo cerrado casi sin vida.

En ese microcosmos suntuoso habitan gentes de clase alta entre los que se encuentran los tres personajes principales de esta extraña historia: dos hombres y una mujer que conforman un atípico triángulo amoroso. Todos ellos —protagonistas incluidos— deambulan como zombies o sonámbulos, se tocan lo justo, no hay besos ni abrazos, no hay prácticamente expresión de emociones salvo los obligados aplausos tras alguna representación en esos salones. Son personajes autómatas en los que se remarcan las expresiones de sus miradas a menudo perdidas.

En muchas escenas esos personajes permanecen inmóviles evocando cuadros, evocando que transitan en un mundo diseñado. Ningún niño ni adolescente en esa inmensidad, ningún animal en ese espacio interior o en ese jardín, ni un pájaro en el cielo… Vamos, para salir corriendo de allí cuanto antes pero eso parece imposible para esos hombres y mujeres aletargados que se mueven con exagerada lentitud.

Y en ese ambiente frío y distante, conversaciones banas en las que “jamás se hablaba de lo que pudiera despertar pasiones y controversia” tal y como se nos relata en la obra. Un espacio anodino en el que se “mata” el tiempo con juegos de mesa y espectáculos pasivos, un espacio en el que todos están sumisamente atrapados.

Parece que ese peculiar microcosmos existe sólo para ese trío protagonista, que sólo para ellos tiene sentido semejante sueño. X (Giorgio Albertazzi) —el personaje más consciente de lo que ocurre que cree tener “todo el tiempo del mundo”— propone salir de ese lugar que califica como trampantojo a la bella A (Delphine Seyrig) quien asegura no conocerle. En su intento de hacerle recordar a ella su pasado compartido, X se convierte en el narrador de esta extraña historia.

Una extraña historia contada de forma extraña, narrada con poca precisión y en un hipnótico bucle en el que lentamente afloran nuevos detalles. De entrada se nos muestra ese mundo con la descripción del sentir de X estando —de nuevo— allí:

«Ningún ruido de pasos llega al propio oído. Como si el ruido de pasos de quien avanza estuviera lejos de estos largos pasillos, de esta construcción de otro siglo, de esta decoración pesada y vacía. Como si este suelo fuese aún de arena y guijarros o de losas de piedra por los que yo avanzo una vez más para ir a tu encuentro entre estas paredes. Avanzando en estos corredores, eligiendo este camino en el laberinto como al azar entre el dédalo de itinerarios semejantes».

Esos itinerarios semejantes se escenifican en el bucle narrativo–visual, y en unos casos parece que A al escuchar el relato está dispuesta a dejar a M (Sacha Pitoëff) su supuesto esposo del que se ha distanciado y en otros es todo lo contrario para desánimo de X.

El hombre es el único que habla de amor —nadie más pronuncia esa poderosa fuerza de vida— en su declaración a A. X es el único que percibe la vida en su mirada, en su sonrisa y en el aroma de su perfume, el único que toca ni que sea levemente con deseo su cuerpo. Y como prueba de su amor siempre le entrega una fotografía que afirma le hizo en ese jardín, el realizador galo nos muestra la multitud de fotografías idénticas que la anestesiada mujer guarda en su habitación.

Fotografía que en una ocasión descubre M y que desata sus celos hasta el punto de disparar sobre ella causándole la muerte. Así podemos concluir que al menos A está realmente muerta en ese mundo onírico o quizás es sólo una posibilidad —la muerte no como un fin irremediable— en un mundo que desafía la linealidad temporal a la que estamos habituados.

De esa historia muchas veces relatada sobre cómo se conocieron A y X y sus sucesivos encuentros por azar resulta significativa su conversación al pie de una estatua de un hombre laureado y una mujer con un perro a sus pies mirando en sentido opuesto. X le explicó que el hombre notaba algún peligro y por tanto quería impedir que la mujer fuera más lejos y A decía que más bien era al contrario, era la mujer la que había visto algo maravilloso que señalaba con la mano extendida, ninguna alusión a ese perro (la naturaleza animal, el instinto) que entiendo está relegado en esa dictadura racional.

Hablaron de que supuestamente estaban al borde de un acantilado (el peligro que siente él) con el mar a sus pies señalando la amplitud del horizonte (lo maravilloso tras el riesgo que percibe ella).

Pero esa conciencia de la necesidad de afrontar el riesgo para alcanzar un horizonte mejor que está en la A del pasado se ha invertido en ese presente onírico: la A que nada recuerda tiene miedo y duda de qué camino tomar (la vemos en ese jardín entrando y saliendo por distintos senderos) X se da cuenta de su miedo a arriesgarse, así cuando la mujer le pregunta: “¿Dónde quieres llevarme?, ¿qué vida tendré contigo?,  él —consciente de su desdicha— responde: “No se trata de otra vida, se trata de tú vida por fin”.

Y en ese bucle finalmente A se decide a salir de allí con X, lo elige cual cenicienta la medianoche. Al sonar las horas se levanta y emprende la marcha, ella delante y él siguiéndola o una nueva inversión de roles que entiendo supone el recuperar la confianza en un horizonte mejor que un día abanderó. Tras ellos M los observa alejarse, mientras X concluye su narración: “A primera vista parecía imposible perderse a lo largo de esos rectos senderos entre las inmutables estatuas, las losas de granito donde estabas perdiéndote para siempre en la noche tranquila a solas conmigo”.

Final que coincide con el final de una representación teatral en los salones de ese hotel a la que asisten todos ensimismados, en ella un hombre relata a una mujer un símil de lo que ocurre en esta fábula espacio y temporal:

“Pasado de mármol como esas estatuas, como ese jardín labrado en la tierra y ese mismo hotel con sus personajes inmóviles, mudos, muertos desde mucho tiempo atrás, guardianes eternos de las telarañas de los corredores incluso cuando avanzo a su encuentro entre muros de rostros, máscaras vigilantes, indiferentes ante ti, mientras tú dudas mirando fijamente la entrada a ese jardín”, a lo que la mujer mirándolo responde: “ahora ya te pertenezco”.

Dos finales en los que X consigue convencer a su amada. Uno, el de esa función teatral de personajes calcados que destila una inquietante aceptación posesiva por parte de ella o el clásico “eres mía” machista que tan nefastas consecuencias ha tenido y tiene en la vida de tantas mujeres maltratadas. El otro —el cual finaliza el filme— más halagüeño, allí la mujer decide libremente y asume el timón de ese arriesgado cambio personal.

A mi entender la mayor lección de este singular filme está en retratar el peligro que supone el convertirse en adultos vacíos y superficiales, en personas desconectadas alejadas del natural vivir. Demasiados adultos han olvidado al adolescente, al niño y al animal instintivo que anida en ellos; ese necesario ser ya no está en su universo y malvive asfixiado bajo corazas defensivas. Son adultos desconectados de la naturaleza que pretenden racionalizarla a un algo predecible y controlable que puedan dominar. Un triste “vivir” que los convierte en autómatas.

Historias tan inquietantes y exageradas como esta pueden servir para darnos cuenta de que la extrañeza y la falsedad de este mundo escindido por el que transitamos tiene mucho que ver con nosotros mismos; con nuestra incapacidad de superar nuestros miedos y de salir de nuestro letargo. De cada uno de nosotros —como sucede con A en la película— depende afrontar ese necesario cambio personal.

 

***

Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Delphine Seyrig en El año pasado en Marienbad (1961).