«El árbol del yoga», de B. K. S. Iyengar: La trampa del ego

Este texto ya canónico explica de una manera clara, sencilla y sin adornos la importancia de la reconexión de uno mismo con el todo. Donde la respiración deja de ser un acto mecánico e involuntario, pasando a convertirse en un ancla al presente. Y estar unido con el ahora es meditar.

Por Alejandra Coz Rosenfeld 

Publicado el 23.3.2018

La trampa del Ego, siempre presente, poniendo obstaculillos solapados en el camino, para que caigamos en su astuto entramado. ¿Por qué? No importa ¿Para qué? Para tomar consciencia, guardar proporciones y no perdernos en el bosque, tan fácil de, tan cotidiano, común y bien visto.

Hoy en día, estar sobreexigido es el reflejo del exitismo entendido como un bien que se transa, en medio de un sistema que nos ha vendido como producto/humanidad. Estamos llenos de necesidades materiales innecesarias. Necesitando necesitar, deseando algo, algo del allá afuera, algo tangible, palpable, con forma, masa, peso, volumen; y para cuando lo hayamos conseguido, dejarnos de interesar al instante una vez que lo poseemos, para así volver a las canchas en busca de un nuevo objetivo, para creer así, que podremos saciar ese vacío interno de rumia mental constante que nos ha ido carcomiendo, cada vez más aguda, precisa e intencionalmente. Y así nos pasamos la vida. Deseando, buscando, sin saber siquiera qué es lo que buscamos, algo que calme esa sed perenne de un no sé qué.

La necesidad constante del Ego de sentirse henchido, nos hace caer en sus redes día tras día, y nos evidencia cada vez más, la dicotomía interna que vive el ser humano.

La sociedad exitista actual individualiza, separa y compite, dejando fuera todo lo colaborativo e integrativo, incluso lo hace para que funcione con nosotros mismos. Por lo que el conflicto está instalado de manera basal.

Se separa el cuerpo de la mente y de las emociones; se disecciona el ser, se subdivide, se lotea. Esto se puede observar claramente en la educación y en la medicina. En la educación porque todo lo inclusivo, unitario, cíclico se ha perdido; se separan los niños por sexo, capacidad, estrato social, edades, niveles e intereses. Para así convertirlos en seres no pensantes y dramáticamente competitivos, algo más bien cercano a un molde de. Ya no se considera siquiera el ritmo de cada niño/a, se les quiere uniformados y no cuestionadores. En la medicina pasa algo muy similar, hay especialistas para cada centímetro del cuerpo, que diagnostican y medican en un abrir y cerrar de ojos, un dolor de hombro, por ejemplo, sin ningún tipo de indagación previa, sin siquiera preguntar cómo ha estado tu vida este último tiempo. Se bordea el origen del malestar muy lejos de la frontera y se diagnostica de manera generalizada. Dando nuevamente una solución separatista como operar, cortar, adormecer, suprimir. Incluso los medicamentos alopáticos cumplen la función de sedar, dividir, separar. Haciendo desaparecer el síntoma, sin necesidad de mirar un poco adentro y escuchar realmente lo que estamos necesitando.

La rapidez, lo inmediato, la velocidad, son elementos adictivos irrefrenables que nos conducen por un camino donde ya nadie se detiene por otro, se ha perdido el sentido de lo colectivo. Se ha perdido, hemos dejado que suceda y ese era uno de los objetivos.

Los trastornos psicológicos y psiquiátricos que existen hoy en día como el estrés, la depresión y la bipolaridad son tan comunes que a nadie preocupan. Mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí.

Estos trastornos se pseudo controlan rápida y eficazmente con la ayuda de alguna píldora mágica (que usualmente es de un laboratorio específico y no genérico, por lo tanto pasa a ser otro bien que se puede transar en la bolsa de valores). Ella hace el trabajo sucio, inmediato y flojo, de tirarle tierra al problema para que no lo veamos y creamos así, que ya no existe; sin saber que es una bomba de tiempo que explotará de seguro, cuando menos lo esperemos, y es única y exclusívamente porque hemos perdido la capacidad de escucharnos.

Si enumeramos los bienes transables en la humanidad, podemos llegar a la conclusión que como sociedad en Occidente hemos fracasado, como concluye el filósofo Surcoreano Byung-Chul Han, quien aduce que ya no vivimos en una sociedad prohibitiva, sino más bien, en una sociedad de aparente libertad, que lleva el lema “sí se puede”, para luego hacernos caer en el “tú deberías”. Creemos que somos libres, pero estamos siendo intencionalmente explotados por el afuera y el adentro, hacia el colapso, creyendo que así nos estamos realizando.

Estamos intencionalmente bombardeados por todos los medios de comunicación. De fácil espionaje, sólo para hacernos esclavos de un sistema donde uno de sus objetivo es el exterminio del pensamiento reflexivo.

Es por eso que la toma de conciencia y la necesidad de volver a la tierra ya es más que una ideología bonita, es más bien la última carta que nos queda como humanidad para no desaparecer. Porque la naturaleza es sabiduría pura y perfección, ella no depende de nosotros, a ella no se le domina, aunque pudiese llegar a parecerlo. Y para ello, hay que unificar. Unir nuevamente las piezas, reparar el tejido, desde las raíces individuales hasta lo colectivo.

No es casual que todas las Artes Marciales, y prácticas milenarias de manejo de la energía, vengan de Oriente, donde la naturaleza está permanentemente presente, es parte del todo, está dentro de nosotros también. Un buen ejemplo es la medicina Oriental donde los elementos como el Agua, Aire, el Fuego, la Tierra, la Madera, el Metal forman parte de su sabiduría. Al igual que los ritmos, los equilibrios, los cambios. Porque tienen inserto la conciencia del movimiento. El estancamiento trae enfermedad. Las palabras exceso, déficit, armonía, fuego, humedad, vientos, conforman el vocabulario medicinal que más bien parece poesía para el alma. Y es allí donde se podría decir que se refleja la integración de lo micro con lo macro, en todos sus aspectos y variedades, se nutre tanto el cuerpo como el alma.

En el libro “El árbol del yoga” (1971, de la primera edición en castellano, 2008 para el volumen analizado en este texto), de B.K.S. Iyengar (1918 – 2014) explica de una manera clara, sencilla y sin adornos la importancia de la reconexión de uno mismo con el todo. Donde la respiración deja de ser un acto mecánico e involuntario, pasando a convertirse en un ancla al presente.

Y estar anclado al presente es meditar.

La meditación consiste en hacer que la complejidad de la consciencia se vuelva simplicidad e inocencia, carente de orgullo y arrogancia”. Siendo el orgullo y la arrogancia características propias del Ego y la individualidad.

El arte del Yoga comienza con un código de comportamiento, al objeto de edificar la conducta moral, la conducta física, la conducta mental y la conducta espiritual”. Conductas que llevan a la integración del todo, dentro del yo colectivo e individual, y que permiten un estado de sosiego más prolongado, entre pensamiento restringido y pensamiento naciente, ese espacio, es un momento de pasividad y conexión.

Vivir en totalidad con nuestra energía, nuestra inteligencia y nuestra consciencia como una sola unidad, anudadas al núcleo del ser, es meditación”.

A través de la práctica de yoga ganamos percepción consciente. Si no podemos mantener ese nivel de percepción en nuestra vida diaria, significa que existe una barrera en nosotros”.

Y esa es la dicotomía que existe hoy en día dentro de nosotros como raza.

Cuando llegamos a ser conscientes dentro y fuera, podemos experimentar que la meditación y la acción física no se hallan separadas; que no existe división alguna entre cuerpo, mente y alma”.

 

Portada de la sexta edición de «El árbol del yoga», de B. K. S. Iyengar, por Editorial Kairós (impresión argentina)

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Kairós