El «Caupolicán» de Nicanor Plaza y la masificación de «El último de los mohicanos»

La escultura que el artista chileno estrenara en yeso en 1868 fue fundida en bronce al año siguiente y replicada en Europa y los Estados Unidos como la típica imagen del nativo norteamericano descrita por el novelista James Fenimore Cooper en su célebre obra de ficción.

Por Rodrigo Barra Villalón

Publicado el 2.6.2020

En mayo de 1910, al celebrarse el Centenario de la Independencia de Chile, un consejo del Museo Nacional de Bellas Artes redactó un acuerdo en el que accedía a donar a la ciudad de Santiago: “la estatua en bronce del héroe más característico de la raza araucana… Caupolicán”. La pieza quedó instalada ese mismo año donde sigue hasta hoy en día, a unos cien metros de altura, sobre un peñón que se eleva a un costado de la terraza del mismo nombre del Santa Lucía.

En ese entonces, ninguno de los sabios consejeros del Museo de Bellas Artes pareció poner en duda que esa escultura caracterizaba al jefe militar mapuche. Era Caupolicán simplemente, porque así la había bautizado su autor dos décadas antes, cuando la creó como parte de su programa de estudios de la Escuela de Bellas Artes de París.

La obra llegó con ese nombre y en yeso al Salón de París de 1868, y al año siguiente se fundieron varios ejemplares en bronce que se dispersaron por Chile y el mundo. El original habría llegado a manos de Luis Cousiño, mecenas del escultor, y sería el mismo ejemplar que actualmente se exhibe en Lota y que se exhibió en la Exposición Nacional de Artes e Industrias de 1872, en el recién inaugurado Mercado Central de Santiago.

Por la época, otro ejemplar de la misma serie era bautizado “The Last of Mohicans” para presentarse en un concurso en Estados Unidos.

En la segunda edición de Azul, que documentó su paso por Chile, Rubén Darío escribió que: “la industria europea se aprovechó de esta creación de Plaza —sin consultar con él para nada, por supuesto, y sin darle un centavo— y la multiplicó en el bronce y la terracota. ¡Caupolicán se vendió en los almacenes de bric-a-brac de Europa y en América, con el nombre de The Last of Mohicans”.

Se dice que no hubo confusión ni ánimo de engaño por parte del escultor. Que el modelo es del tipo caucásico y sigue los cánones clásicos del David de Bernini. Y que lo que Plaza hizo fue: “transformar en ícono y emblema el concepto romántico del nativo, que en Europa despierta curiosidad y hasta mitología”.

En octubre de 1939, a casi tres décadas de haber sido instalada en el Santa Lucía, un redactor de la revista Zig-Zag denunciaba que la estatua de Plaza, con su penacho de plumas, no representa nada chileno. Tres años después, el poeta Carlos Acuña reparaba en el equívoco acusando que un cacique de carne y hueso había desconocido al Caupolicán de bronce.

En su Historia urbana y cultural de Santiago, Cristian Salazar Naudón dice además que tanto Joaquín Edwards como Ernesto Greve: “creían que se trataba de un mito o de un engaño”.

Para fortuna del autor, la polémica no lo alcanzó en vida. Ni la polémica ni la fortuna. Vivió de espaldas a la celebridad, encerrado en su taller de calle Ejército, como lo retrató Juan Francisco González en su paso por Europa: “viviendo pobremente, sin calefacción, y, al parecer, hasta comía mal”.

Nicanor Plaza, maestro de maestros, trabajó hasta sus últimos días, pese a la amputación de uno de sus brazos, y a su muerte, ocurrida en Florencia en 1918, su emblemática obra estaba distribuida por parques de Santiago, Concepción, Rengo y Lota.

La obra alcanzó tal impacto, que llegó al antiguo billete de $1.- del Banco de Concepción, a la imagen del Teatro Caupolicán y a la cadena de farmacias El Indio, que popularizó su propia escultura en madera y terminó de desperfilar la imagen narrada por Alonso de Ercilla.

 

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Rodrigo Barra Villalón nació en Magallanes, zona austral de Chile, en 1965. Cirujano dentista titulado en la Universidad de Chile, ejerció durante algunos años para luego dedicarse a la actividad empresarial en un ámbito del que recién se comenzaba a hablar: Internet. La literatura siempre fue una pasión, pero se mantuvo inactiva por razones de fuerza mayor. Hasta que en 2018, alejado ya de temas comerciales, tomó la decisión de convertirla en un imperativo.

Durante ese año sometió su escritura al escrutinio de diversos editores, talleres y cursos: lanzó su primer libro de cuentos y de crónicas políticas del período de la dictadura (1973-1991), Algo habrán hecho (Zuramerica, 2019), el cual obtuvo una positiva reacción por parte de la crítica especializada y del público lector.

Luego vendría Fabulario (Zuramerica, 2019), una colección de 37 narraciones de ficción alegóricas y se encuentra trabajando en su primera novela: Un delicioso jardín. Es socio activo de Letras de Chile.

Asimismo es redactor estable del Diario Cine y Literatura.

 

«Caupolicán», de Nicanor Plaza

 

 

Droguería Alemana

 

 

Rodrigo Barra Villalón

 

 

Crédito de la imagen destacada: Rodrigo Barra Villalón.