«El cofre», de Eugenia Prado Bassi: El imaginario de una escritura sancionada (un texto de Carmen Berenguer)

Rescatado del temido olvido, más abajo se transcribe el artículo que la poeta Premio Iberoamericano Pablo Neruda 2008 escribió para presentar el segundo tiraje (por la desaparecida Editorial Surada) de la trascendente novela de la narradora chilena y también editora adjunta del Diario «Cine y Literatura». El lanzamiento del volumen se hizo en el Centro Cultural de España de Santiago, en diciembre de 2000, y presentaron además de la autora aquí convocada, Juan Pablo Sutherland y Ricardo Loebell.

Por Carmen Berenguer

Publicado el 18.10.2018

El cofre de Eugenia Prado es una nueva puesta en escena, una reedición del primer Cofre, de los años de la guerra sucia en Chile. Desde ese punto de vista habría dos Cofres, hoy en una sociedad de consumo (para unos pocos), la autora recalca su impronta y su punto inicial con la escritura. Para ello, hube de releer el primero y sumergirme en el segundo.

Pues, son distintos en todo sentido, especialmente en las épocas y en el sentido de ambas épocas. Especialmente, porque la autora ha re- diagramado y re- diseñado su obra, lo que no deja de tener importancia. Lo digo, porque el libro ha ganado en todo sentido, lo pienso en la importancia del proceso de re- elaboración, que implica re- procesar como acto de autocrítica y de ejecución de replantearse en un mismo ejercicio con la palabra, que denota madurez, experiencia, y un tanto de modestia aparte.

Por eso dentro de las presentaciones, que cada día se hacen más agobiantes en su forma y agotamiento. Diría que el ritual de hoy, tiene al menos esas dimensiones que son dignas para todo joven que escribe.

El tiempo dirá otra cosa, tal vez más exacta de las implicancias de este gesto. Lo que no quiere decir que, el mismo tiempo se ha encargado de mostrar dos libros. El primero, es un libro de confección manual, con problemas de experiencia en su confección, pero con un mismo diseño de tapa, – no es para menos -, pues es la misma mano del artista Eugenio Dittborn, que nos hace pensar que el tiempo en el arte, no tiene tiempo.

El primer Cofre, viene con un prólogo de la prestigiada narradora Diamela Eltit con quien la autora Eugenia Prado dialogaba las formas narrativas en curso propuestas por la Eltit.

El de ahora, viene precedido con una muy buena re- lectura y puesta en el tiempo actual del escritor y ensayista Juan Pablo Sutherland. Quien en su prólogo sitúa los temas, que han sido citas recurrentes, como poner en tensión las formas tradicionales de la narrativa, el canon de la novela y sus convenciones, el cuerpo como soporte estratégico en curso de la mujer, proveniente de la teoría del pos- feminismo, etcétera.

Y es ahí justamente donde me he detenido al releer El cofre, en sus dos dimensiones contractuales, en el que surgen algunas interrogantes. ¿Porqué pensar que un libro escrito desde esa periferia –entre dos tiempos- podría ser leído hoy, si supuestamente no lo fue en su tiempo, al menos con los mismos dispositivos con que J. P. Sutherland, nos emplaza? ¿Por qué su autora, propugna la insistencia de posesionarse y re-escribir un imaginario de una escritura sancionada?

Personalmente, pienso que escribir es una obsesión, un placer, un trabajo, cosas que observo en este gesto de inscribir una obra. Como dice la autora: “reconocidas al inicio como imágenes de piratas sin asombro, descubiertos antifaces y máscaras, atrapadas dulcemente, de consignas endemoniadas, tratábamos, y en eso consistía la propuesta», página 173.

El cofre es una novela dividida en ocho capítulos donde el número cero es un capítulo destinado al Cofre como nuevo capítulo, y donde se vaciaría la novela, quedaría en cero el relato general.

El formato de la novela en su diseño actual es un cofre de papel. El diseño interior es mucho más cuidado y más exacerbado que el libro anterior.

La disposición visual de la letra hace que la grafía se coma la página, atente contra la linealidad del texto. La novela es fronteriza, se sitúa entre la prosa y la poesía.

Las voces del relato se entrecruzan entre pasados y presentes, oníricos y reales.

Uno de los dispositivos relevante en el orden del discurso narrativo es la explotación del eros.

Como vemos, El cofre no se sitúa en la novela tradicional, las obsesiones se sitúan en el campo de la visión, de las relaciones espaciales y del acto narrativo mismo la ubican dentro de la esfera del Nouveau roman. La ausencia de personajes y de diálogo, posibilitan una lectura más cercana al monólogo interior extendido en varias voces.

A medida que el texto progresa, encontramos narrativas adicionales, en este segundo Cofre, y que logra un efecto cuidadoso y selección de material del lenguaje, donde la fragmentariedad irrumpe y corta el hilo narrativo, que lo constituye en un delirio alucinado. Hilo que toma constantemente para abandonarlo, quedando claro que ni los puntos de vista, ni lo que queda dentro del campo de la visión, o de lo onírico, constituyen realmente una narración, sino momentos, esbozos, poemas, alucinaciones, deseos, todas ellas perspectivas para dialogarlas, conversarlas, discutirlas.

La narradora dialoga sus presupuestos, discute la voz, exagera la disponibilidad visual, interroga el presente- pasado ahora-.

El texto no nos permite seguir la trama, tal vez no la haya, no existe trama alguna. No obstante, el juego es el único lugar donde surge y traiciona la posibilidad de novela. Desde ese lugar el texto, es polivalente y dialógico, resistiendo a todo intento de reducirlo al binarismo- que el mismo texto nos compromete a ratos, o al monologismo. Su única posibilidad es su negativa a los reduccionismos, respuesta que le ha costado caro a la novela contemporánea. En Chile el paradigma y con la que dialoga, Eugenia Prado, es Diamela Eltit señera en la narrativa actual y Guadalupe Santa Cruz, quienes son las adalides de evitar el discurso lógico de la narrativa tradicional (a pesar de haberse vuelto un lugar común en la narrativa latinoamericana después de Rayuela de Cortázar, no obstante ser la novela de la cual se teoriza hoy día), Juan Bruce Novoa.

En El cofre, además se puede decir que es un texto poético, por la yuxtaposición de las unidades o fragmentos en prosa, a la manera de un montage, nos obliga a verlo como un todo sincrónico, como se percibe a una imagen poética, en vez de diacrónicamente, como sería un texto en prosa.

Cuando dije al comienzo, que a unidades narrativas se le había agregado un capítulo, este es el contenido literalmente de un cofre, del Cofre, literario es su metáfora: que se ha vaciado en el presente: es la memoria de los objetos, más preciados que aquí son representados en una grafía exuberante, como modo de exorcizar el cadáver, vaciar su contenido y encontrarse en las disquisiciones del inconsciente a quizás con qué pasado o presente. Como quien vuelve de una amnesia.

Cito: “No sabiendo qué con buscarte”. Ciertamente con desenterrarlo advierte su proximidad a uno nuevo, paseando los matices de un paisaje menos desprovisto, desenterrar tesoros, más caídos los pétalos, cómo es entonces que actuábamos, motivados los principios, igualmente al tanto del riesgo que implicaba volver sobre piedras enterradas”, “desenterré presente”, antiguas y preciosas, etcétera, etcétera (página 170).

Bien, hasta aquí, para incitarlos a leer la obra El cofre.

 

Carmen Berenguer (Santiago, 1946) es una poeta, cronista y artista visual chilena. Figura prominente de la poesía chilena desde la década de los 80′, ha sido galardonada con el Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda en 2008.

 

La novela «El cofre» en su segunda edición (Surada Gestión Editorial, Santiago de Chile, 2000)

 

 

La premiada poeta chilena Carmen Berenguer

 

 

 

Crédito de las imágenes utilizadas: Eugenia Prado Bassi.

Crédito de la fotografía a Carmen Berenguer: Fundación La Fuente (http://www.fundacionlafuente.cl/).