“La muerte del comendador”, Libro 1, de Haruki Murakami: La soledad plástica y sonora

El autor lanzó el primer volumen de lo que será una fascinante trilogía, y con este primer texto de ficción el escritor japonés -eterno candidato al Premio Nobel de Literatura- nos lleva a algunos de sus temas más clásicos: el viaje interior, la composición de la identidad, el enigma de la creatividad, el aislamiento.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 18.10.2018

Un búho en el entretecho, un pozo de piedra desde el que surge un campanilleo de madrugada, un extravagante vecino, y el enigma de la creación artística, hacen de esta novela un relato de misterio único, con rasgos sobrenaturales: un viaje al pasado que rememora la Austria anexada a los nazis el año 1938, y que dialoga con la tradición del relato de terror. Vienen a la mente, por ejemplo, las narraciones de E.A. Poe y, más evidentemente, El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Y, una vez más, la desfamiliarizante presencia de Kafka.

Haruki Murakami lanzó el primer volumen de lo que será una fascinante trilogía. Con el libro 1 de La muerte del comendador, el autor nos lleva a algunos de sus temas más clásicos: el viaje interior, la composición de la identidad, el enigma de la creatividad, el aislamiento. En este primer libro tenemos a un profesor de 36 años que hace retratos por encargo. Él no necesita que su objetivo pose para él (hasta que aparece un misterioso vecino); le basta con conversar. Tiene claro que este talento lo explota solo para hacer dinero.

En un inicio vemos al protagonista instalándose en una casa recluida, en una región montañosa, que le ha prestado un amigo y que es propiedad del padre del amigo, un pintor de cierta fama, ya retirado (se dice que su deterioro le impide diferenciar entre una sartén y una ópera). Este pintor no conserva ningún cuadro en su vivienda; se explica que los que hacía rápidamente los liquidaba; los que no le gustaban, los quemaba. Así, la casa misma es una suerte de lienzo, de tabula rasa, para el protagonista (sin nombre) que vive bajo su abrigo, se empapa de la influencia del pintor, pero sin huellas pictóricas, salvo por el lienzo encontrado en el ático y que lo hipnotiza: “La muerte del comendador” es su nombre y hace referencia a la ópera de Mozart, Don Giovanni. En el ático también habita un búho, única compañía viva en la casa. Así y todo, el aura del retirado pintor permanece en la vivienda, “su presencia flota en el ambiente”.

La casa que le ha prestado es una real caja de Pandora. En esta atmósfera de austeridad y aislamiento, rodeado de música docta que escucha permanentemente, y de novelas ya descatalogadas, el protagonista comienza su metamorfosis. No hay ni siquiera CDs, por la repulsión del dueño hacia todo lo moderno; es un viaje al pasado arcaico de su propia psique; a los gestos atávicos que pululan en el ático de su memoria para ser exorcizados por este espacio que se repolitiza con el juego íntimo de ropajes culturales que gestan a un hombre, otro.

Su permanencia ahí está marcada por las relaciones amorosas que establece con dos alumnas casadas de su clase de pintura (una de ellas es abusada por su marido; la otra le recuerda a su hermana muerta). El instituto cultural donde hace clases de pintura le ofrece esta salida social. Esta actividad es su vínculo interpersonal, mientras goza del silencio y el cuarto propio que necesita para desarrollar su creatividad—un espacio que también es llenado con el tiempo necesario para elaborar el duelo después de su separación. Su mujer lo ha despachado, admitiendo al instante que tiene otra pareja. La ruptura es especialmente dolorosa, pues él se ha enamorado de ella porque le recuerda a su hermana muerta, a los doce años. Su fantasma, el de esa hermana prematuramente fallecida, le pena constantemente y lo deja con secuelas psicológicas: la claustrofobia no lo abandona y acecha en los momentos más inesperados. La imagen de la hermana en su ataúd está grabada en su memoria. Así, el protagonista, que es asimismo la voz narrativa, despliega su sensibilidad, inteligencia y perspicacia en su observación de la realidad, en múltiples y profundas manifestaciones. Cuando se plantea sus relaciones desde una perspectiva ética, comenta: “En un principio, no me suponía ningún problema mantener relaciones sexuales adultas una vez obtenido el consentimiento de la otra parte, pero, a pesar de todo, no podía obviar el hecho de que era algo socialmente mal visto”.

Pero el supuesto control del que se jacta comienza a resquebrajarse con el encargo de un último retrato (en realidad son dos últimos encargos); una oferta exorbitante en términos de plata que no puede rechazar. Se trata de una comisión para el curioso Wataru (cuyo nombre significa “cruzar el río”) que le plantea una serie de problemas para su propia integridad. Detrás de estos encargos está un misterioso cincuentón de pelo blanco y gustos lujosos; un soltero, con un pasado dudoso y en cuya casa hay una habitación cerrada, secreta, tal como en el castillo de Barbazul. Este personaje actúa como un catalizador de su transformación… A esperar el Libro 2.

 

Nicolás Poblete Pardo es escritor, periodista y PhD en literatura hispanoamericana por la Washington University in St. Louis, Estados Unidos. En la actualidad ejerce como profesor titular de la Universidad Chileno-Británica de Cultura, y su última novela publicada es Concepciones (Editorial Furtiva, Santiago, 2017).

 

«La muerte del comendador, Libro 1» (2017), de Haruki Murakami

 

 

Crédito de la imagen destacada: Editorial Planeta.