“El extranjero”, de Luchino Visconti: Cuando un títere hace demasiado ruido

El protagonista de la película (el personaje de Arthur Meursault, interpretado por el actor Marcello Mastroianni)  es un extraño en el mundo y un exiliado en su propio universo. Así, el director italiano y el escritor francés Albert Camus (en cuya novela homónima se inspira la cinta) atraviesan las paredes de la piel, de la historia y la carne de aquel hombre tratando de ver si encuentran algo adentro, pues los muros de su celda -la cárcel de su cuerpo- no les revelan nada y a éste le da lo mismo vivir que morir: he aquí el análisis de esta joya de la cinematografía internacional, a cargo del redactor argentino del Diario «Cine y Literatura».

Por Horacio Ramírez

Publicado el 17.11.2018

EEl extranjero de Luchino Visconti (de 1967) -y basada en la novela homónima del francés argelino Albert Camus-, accedemos a la historia de un hombre joven muy especial, Arthur Meursault, narrador ante la justicia que lo indaga y que vive y trabaja en Argel. En su historia, narrada ante la policía, cuenta que después de recibir un telegrama informándole de la muerte de su madre, toma un autobús al asilo de ancianos de la localidad de Marengo. Duerme durante casi todo el viaje. Cuando llega, habla con el director de la casa quien le permite a Meursault ver a su madre cuyo cuerpo está tapado en el ataúd. Rechaza la oferta del cuidador de abrirlo. Le da lo mismo verla que no. Esa noche, Meursault se queda velando el cuerpo junto a los viejos compañeros de la madre en el asilo. Para su desagrado, un conserje charlatán se queda con él todo el tiempo. Al amanecer, están casi todos dormidos. La cámara de Visconti panea sobre los rostros de los viejos dormidos y, en cierto modo, hace recordar al inicio del Nosferatu, de Werner Herzog del ’79… paseándose, esa vez, sobre rostros de momias. Meursault fuma un cigarrillo, bebe café y duerme. Nunca llora. Le da lo mismo. A la mañana siguiente, antes del entierro, se encuentra con el director quien le informa que Thomas Pérez, un anciano que se había convertido en una especie de “novio” de la madre para paliar la soledad de ambos, acompañará al cortejo. Visconti apenas insinúa con el personaje de Pérez algo interesante en el futuro desarrollo de la investigación de la personalidad de Meursault en el resto del filme: Pérez no sigue al cortejo fielmente. En un momento, ante una curva del camino, sigue a campo traviesa, por su ruta, solo, rumbo al cementerio…

Al día siguiente, Meursault va a la playa pública para darse un baño. Allí, se encuentra con Marie Cardona, su antigua compañera de trabajo. Los dos convienen en una cita para ver una comedia en el cine esa misma noche, un filme cómico de Fernandel. Después de la película, pasan la noche juntos. Cuando Meursault se despierta, Marie se había ido. Él huele el hueco que ella dejó en su almohada: le da lo mismo su presencia que su perfume. Ya es mediodía de un día especialmente depresivo para él como es el domingo. Se sienta en su balcón, mirando pasar a la gente en la calle. Con cierta curiosidad ve el paseo de las familias ricas, formales y francesas. Con una sonrisa difícil de ver, imita al despreocupado dueño de una tabaquería en la vereda de enfrente en el modo de sentarse leyendo su periódico. El paso de un grupo de jóvenes que lleva en alto a una especie de campeón, le desagrada. La distinción le desagrada: la ve sin valor, la ve como pérdida de tiempo, mientras que perder el tiempo lo ve como un transcurso normal de la vida.

Al lunes siguiente, Meursault regresa a su trabajo de empleado de oficina donde le ofrecen un mejor puesto en la empresa, en París, pero no muestra entusiasmo: insinúa que seguir allí, en Argel -a la cual en cierto sentido desprecia, por su mugre y su gente “pálida”- o en París le resulta indiferente. Almuerza con un amigo y luego trabaja toda la tarde. Al subir las escaleras de su departamento esa noche, Meursault se encuentra con Salamano, un anciano oscuro que vive junto a su cuarto y que es dueño de un perro enfermo de la piel como él. Se ríe del animal y del viejo. Meursault también se encuentra con su vecino, Raymond Sintes , de quien se afirma es un proxeneta. Raymond invita a Meursault a cenar. Durante la comida, Raymond le cuenta cómo golpeó a su amante después de que descubrió que ella lo había engañado. Raymond ahora quiere atormentar a su amante aún más, pero necesita que Meursault escriba una carta para atraerla, y así tenerla enfrente para castigarla. Meursault acepta y escribe la carta esa noche: como un autómata que escribe bien o mal sobre alguien a quien no conoce, pero porque se lo piden y por un plato de comida… casi como un periodista profesional…

 

 

Al siguiente sábado, Marie visita a Meursault en su departamento. Ella le pregunta si la ama, y ​​él responde tras confusos titubeos que el tema del amor: “no significaba nada”, pero, pensándolo mejor, probablemente no. Los dos luego oyen gritos provenientes del departamento de Raymond. Salen al pasillo y ven llegar a la policía llamada por los vecinos, alarmados. Frente a Raymond, éste se niega a sacarse el cigarrillo de la boca y el policía lo abofetea y dice que lo llevarán a la comisaría por golpear a su amante. Más tarde, Raymond le pide a Meursault que testifique en su nombre, y Meursault está de acuerdo. Esa noche, Meursault se encuentra con Salamano, quien lamenta que su perro se haya escapado. Meursault le dice que consiga uno nuevo, pero el viejo equipara el amor de su mujer fallecida con el amor hacia el perro y, extrañado, oye luego, tras los muros, el llanto del anciano… Marie le pregunta a Meursault si quiere casarse con ella. Él responde con total indiferencia pero termina asintiendo, que pueden casarse si ella así lo quiere. Se comprometen. Al domingo siguiente, Meursault, Marie y Raymond van a una casa de playa propiedad de Masson, uno de los amigos de Raymond. Nadan felices en el océano y luego almuerzan. Tras el almuerzo, Masson, Raymond y Meursault salen a pasear por la playa y se topan con dos árabes en la costa, uno de los cuales es el hermano de la amante de Raymond que había sufrido el castigo. Resultaba evidente que estaban siguiendo a Raymond.  Se desata una pelea hasta que Raymond es apuñalado en un brazo y la cara. Regresan a la casa y curan las heridas de Raymond. Regresan él y Meursault al lugar y encuentran de nuevo a los árabes junto a un manantial de agua dulce y fresca. Raymond considera dispararles con su arma, pero Meursault lo convence y se la quita. Más tarde, sin embargo, Meursault regresa al lugar. El árabe sigue junto al manantial y, al verlo llegar, saca su navaja. Meursault, movido por la tensión, el calor y la confusión del momento, así como por una sed profunda que parecía anhelar el agua del manantial, es alcanzado en la cara por un rayo de sol que se reflejó en la navaja y lo enceguece… ante ese momento de oscuridad mental, Meursault le asesta un disparo al muchacho.

Es en este punto donde el guión del filme entra en un quiebre. Tras el primer disparo relata: “…me sacudí el pelo y el sudor de la cara y en ese momento me di cuenta de que había roto la tranquilidad de la tarde y el relajante silencio de la soledad de la playa…”. Acto seguido, le dispara cuatro veces más: “…como cuatro golpes a la puerta de mi destino…”. Termina en la cárcel, arrojado en un pabellón común. Los que están ahí son un gran número de árabes… uno de ello le pregunta: “Yo estoy aquí por haber robado… ¿Y a ti? ¿Por qué te trajeron?”. Meursault responde sin titubear y en voz alta, sin preocupación ni culpa alguna: “Maté a un árabe…”. Desde la oscuridad, los internos elevan la mirada, y sólo uno se le acerca y le enseña cómo fabricarse una almohada con una esterilla en caso de querer dormir. A los pocos minutos, lo vuelven a buscar: tenía que estar en otra celda, aparte. Va a juicio… y ahí, en boca del juez, se plantea el nudo del problema que se vislumbra en Meursault: “¿Por qué hizo una pausa entre el primer disparo y los cuatro siguientes?”.

 

El inmortal actor Marcello Mastroianni en un fotograma de «El extranjero» (1967)

 

Inercia versus voluntad

“¿Por qué hizo una pausa entre el primer disparo y los cuatro siguientes?”. Hubo un espacio de tiempo, una hiancia (“béance”) donde podía haber decidido escapar, auxiliar al herido, buscar un médico… pero, en cambio, retoma la actitud de seguir disparando. Estamos en mitad de la película. La segunda mitad transitará en la discusión entre el fiscal, su defensor y el juez acerca de las actitudes frías y distantes de Meursault. ¿Había alguien allí adentro, en el interior de su cuerpo? Su actitud resultaba incomprensible. Los diversos aspectos de su vida -de los que habíamos sido testigos en la primera mitad del filme- son rescatados por el fiscal: mostrar su falta de empatía frente a la muerte de la madre. Su novia -cada vez más distanciada- debe reconocer que al día siguiente del velatorio vivieron una jornada de novios en domingo. Los testigos remarcan su buena predisposición en muchos aspectos de su vida social, pero sus virtudes nunca resultaron equivalentes al profundo desapego frente al mundo que se le presentaba. Un mundo que atosiga al personaje con estímulos desde los cuales existe, pero a los que no les pidió la existencia y que por eso no les devuelve nada. No le devuelve al mundo el dolor, el afecto, el amor ni ninguna de las exigencias sociales desde las cuales se espera su respuesta. Meursault no se engancha con nada de lo que le ocurre alrededor. Por eso el fiscal denuncia “la falta de empatía”, por eso el juez quiere saber qué pasó en ese lapso transcurrido entre el primer disparo y los demás. ¿Hubo pura inercia físicoquímica de un mecanismo inanimado -sin alma- o hay un ente dotado de volición en ese hombre, como se descuenta existe en todos los seres humanos? El policía que lo asusta con la cruz y su cristianismo del dolor y el sacrificio; el defensor que le pide que no repita ciertas frases que lo condenarían ante el jurado, o el fiscal que lo incrimina por su falta de emoción, demonizándolo por ello.

El extranjero es una película que se construye como pieza artística, prácticamente, sólo a través de la iluminada actuación de Marcello Mastroianni y cuyo guión se estructura siguiendo a la perfección los pasos de la novela. Las diferentes expresiones del actor muestran la leve, casual y casi aleatoria conexión existente entre su interior y el mundo exterior de los estímulos. Visconti agrega alrededor del gran actor, el complemento semántico: calor, luz, una mujer que come como un ratón -y que aparecerá como público en el juicio- y una vibración de ventiladores y abanicos y pañuelos que secan sudores en una estridente algarabía que recuerda a las vibraciones lumínicas en los filmes de Ridley Scott: todo vibra de realidad acosadora en el caliginoso verano al borde del desierto. Pero ¿qué hay dentro de la persona? Todos (todos los “normales”) aspiran no sólo a tener un alma dentro, sino a construir un edificio de realidad y de significado social y trascendental desde esa alma virtual entrelazada con las otras…

Camus escribía El extranjero en 1942, en plena destrucción masiva que significaba la Segunda Guerra Mundial, ¿había un alma dentro de lo Humano cuando arrojas bombas o balas matando a millones de personas o es lo Humano un monstruo vacío y mecánico al que le da lo mismo vivir que morir, como un tanque de guerra que avanza sin piloto aplastando todo a su paso? Cuando uno escucha la letra de la canción “Matando al árabe” del grupo británico The Cure -tema basado, justamente, en la historia de El extranjero– entiende la equivalencia en la escena de la playa entre quedarse y matar al árabe o simplemente irse: esa equivalencia acaba con las escalas de valores. Dice la letra: “Estoy vivo. Estoy muerto: soy el extranjero matando a un árabe. Puedo girar e irme o disparar el arma… lo que sea que elija vale lo mismo: absolutamente nada…”.

 

Marcello Mastroianni en el rol de Arthur Meursault

 

El mundo se ha vuelto todo igual en una guerra que es mundial y ahí resuena el eco de Nietzsche: “Si todo vale igual entonces nada vale”. Los valores que nos orbitan desde la infancia se tornan equivalentes: todo depende de ser judío, árabe, cristiano o ateo y aún esas diferencias se integran en una masa amorfa de intereses contrapuestos que valen por y desde sus perspectivas: tras el alegato final del abogado defensor se ve al fiscal -hace unos momentos indignadísimo- felicitando por su deposición a la defensa: todo es ficción, el sistema no cree ni en sí mismo: es una parodia, un teatro de títeres… La palabra ‘títere’ deviene de la onomatopeya por el ruido que hacen los palitos del muñeco cuando se mueve en el escenario. Pero en la maquinaria aceitada de los Estados y de las vidas individuales, tanto los malos como los buenos hacen su papel y sufren y disfrutan y buscan intereses personales o extrapersonales dependiendo del guión o gran guía que el sistema de intereses reclama… pero si uno de los títeres no engrana, no establece conexión, se dispara solo sin reflejar lo que se espera de él, hace ruido. Lo que el filme expresa es el peligro que eso significa para la maquinaria absoluta del poder… esa ficción -el poder- desde la que todos nos sentimos partícipes y, por ello mismo, existentes: alguien que no cree, alguien que no integra una matriz axiológica, pone en jaque, en duda, en crisis todo nuestro valer… Pero la pregunta sigue en pie: ¿hubo algo o no en el Hombre que mata y que por eso se toma su tiempo entre el primer disparo y los otro cuatro? Ese leve manantial donde el árabe se refugia, ¿significa que hay algo que nos nutre fuera de lo humano, o todo es una inercia equivalente a algo sin valor, como una piedra solitaria en un lejano mundo de la que nadie sabe nada? Hay un atentado terrorista en París y todos reemplazamos nuestra imagen de perfil en Facebook con una bandera francesa, ¿y ya está? ¿Ya se solucionó el problema? ¿Ya demostramos que no hacemos ruido en la función de títeres de la que se nos hace formar parte? El vacío que se establece entre las personas que se comunican desde sus mundos personales, es llenado por nuestros propios intereses: no buscamos comunicarnos sino reflejarnos: Facebook y demás redes sociales no ofrecen “amistades” sino espejos. El extranjero de la película es un extraño en el mundo y un extraño en su propio mundo. Y tal es el motivo de que la historia cierre en la celda donde Meursault espera la guillotina. Visconti y Camus atraviesan las paredes de piel, historia y carne de aquel Hombre tratando de ver si encuentran algo dentro, y como en un juego de matrioshkas: lo que hay dentro de Meursault es nuevamente un hombre que no ve nada de valor, que es ciego a los efectos de la vida de su piel hacia el afuera. Los muros de su celda -la celda de su cuerpo- no le revelan nada: le da lo mismo vivir que morir. Tiene miedo de la guillotina por simple instinto animal pero eso no lo moviliza a creer en nada… para muchos, la historia de Meursault es la típica jugarreta existencialista de los adolescentes: tienen tanta vida que se pueden dar el lujo nihilista de descreer de un principio divino y un sentido de lo universal… pero Meursault es menos que eso: es una piedra de un mundo lejano y que nadie conoce (salvo Visconti y Camus) y que sólo vive y que muy bien podría no hacerlo. Pero la adolescencia pasa y la muerte comienza a cercar a ese joven ateo y piromaníaco, y poco a poco le entra algún subterfugio de Dios y le va interesando la profesión de bombero… Sin embargo, en Meursault eso tampoco sucede. Es una forma viva de la nada… ¿Eso es lo Humano?, ¿una roca viva? Entra el predicador que anticipa el final y Meursault no soporta su presencia. No porque le duela un Dios en el que no puede o no sabe creer, sino porque lo siente apenas como una invasión a su propio nada.

Las Guerras Mundiales fueron el primer gran par de eventos de globalización que eliminó, como bien lo supo ver el filósofo Kostas Axelos, la individualidad como paradigma dominante de la cultura y donde el individuo termina haciendo ciertas cosas porque se hace en el mundo exterior a su individualidad: primero fue la guerra, después, la paz… ambos constituyen un mundo donde todos hacen porque así se hace en el resto del mundo. Sea cual fuera la creencia, los símbolos lo van unificando todo hasta que todo el mundo persigue y despliega una organicidad lúdica como en un escenario de títeres: porque sí, porque así lo deciden los hilos. En este marco, las estructuras de poder encierran una dramática paradoja: la disolución del poder universal en el encierro personal (como el de un Meursault en su celda existencial), genera la exaltación de un culto al poder en sus diferentes variantes, ya sea a través de la subjetividad liberal o de la objetividad marxista… poco importa cuál. Pero ambas ondas expansivas del simbolismo del poder no atraviesan los muros de Meursault quien le entrega al mundo orgánico y aceitado de los Estados, el ruido de un títere sin significado. Así, el mundo, con sus armas, sus mercados e ideologías juega a que vive, y el extranjero, el extraño, el ajeno a las entrañas del símbolo, no comparte el juego: mira al mundo pasar desde su balcón y se convierte en un francotirador con balas de vacío existencial.

El extranjero es, como muchas propuestas filosóficas, una respuesta a muchas preguntas que nos podemos legítimamente formular, pero que no aporta nunca una solución para nada. Ante esas propuestas, cada uno de nosotros, movidos por el amor, podemos iniciar nuestro propio camino como lo hizo el señor Pérez o podemos dejar que el agua del manantial del Cosmos se desperdicie con una triste violencia simbólica de por medio, en el vacío nihilista de un mundo sin sentido…

 

 

Georges Géret y Marcello Mastroianni en una escena de «El extranjero»

 

 

Tráiler:

 

 

 

El poeta y ensayista argentino Horacio Ramírez, redactor permanente del Diario «Cine y Literatura»

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años: “reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad -el Dr. Héctor Blas Lahitte- que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se autopromovían y autojustificaban. La religión -el mal llamado ‘mormonismo’- terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba  sin retorno… La práctica de la pintura -realicé varias exposiciones colectivas e individuales- me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…”

“He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…”

Actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.