El lugar de la novela «Objetos del silencio», de Eugenia Prado Bassi en la narrativa nacional

A continuación reproducimos el texto que presentará a la obra de la multifacética artista local en Cuba, y el cual será leído en el IV Encuentro Hispanoamericano de Escritores a realizarse en la ciudad de Santa Clara del país caribeño, entre el 19 y el próximo domingo 23 de septiembre. En el citado evento participan el autor de este artículo y la también editora adjunta del Diario «Cine y Literatura», en representación de Chile y de su fuerza creadora.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 19.9.2018

“Los niños no son ángeles, ni seres asexuados, sino niños y niñas habitados por un cuerpo, una mente. Caen allí sobre la tierra, marcados por el sexo, obligados al silencio. Constituidos como secretos, es desde allí que elaboran su mínima identidad, desde movimientos desplazados bajo las insidiosas miradas de sospecha de los adultos”.
Eugenia Prado Bassi, en Objetos del silencio

En la literatura el tema del incesto ha sido ampliamente abordado, desde la ya clásica historia de Edipo y su descendencia, paradigma de los estudios modernos y punto de partida para los diversos análisis, hasta escrituras más contemporáneas del escenario chileno. Las relaciones entre menores y mayores que también desafían la normativa cultural y legal de la sociedad occidental es un tema recurrente en las letras nacionales. Entre las obras más recientes y que abordan el cruce de ambos temas o indistintamente uno del otro, puedo citar, por ejemplo, El cuarto mundo (1988) de Diamela Eltit, que aborda las políticas de identidad y rol sexual desde el punto de vista de las relaciones filiales. En la década del noventa aparece Hasta ya no ir (1996), novela de Beatriz García-Huidobro en donde el deseo y abuso nace de un adulto por una niña en un contexto de ruralidad; o el relato “Versión original” incluido en Santo roto (1999) de Juan Pablo Sutherland, en donde el hecho ya ha sido consumado y es la reflexión la que toma el protagonismo de la narración: el relato se construye a modo de epistolario confesional cuya función es reconstruir y verbalizar la versión silenciada del abuso de un padrastro con su hijastro. En el ámbito de relaciones incestuosas consanguíneas aparece la obra Objetos del silencio (2007) de Eugenia Prado Bassi, en donde en uno de sus apartados se relata la experiencia sexual de dos hermanos de nueve y once años, construida en torno a la exploración de los deseos más íntimos del hermano menor buscando el cuerpo del mayor: “A los primeros sobresaltos de la adolescencia, mi hermano menor empieza a actuar en forma más desinhibida, lejos de toda norma se hace sexualmente promiscuo” (100), comenta el mayor al notar el desenfreno sexual del pequeño, a la vez que sospecha de la complicidad materna en el secreto inconfesable; por otra parte, aparece el relato “Árbol genealógico” incluido en No aceptes caramelos de extraños (2011) de Andrea Jeftanovic, que narra el episodio del deseo incestuoso que se concreta entre una hija y su padre en el marco de la posibilidad de fundar una nueva sociedad a partir de la transgresión familiar. Otro de los casos notables que siguen la misma línea, es la crónica “Las azucenas estropeadas del incesto” de Pedro Lemebel, recopilada en Háblame de amores (2012), en este relato el autor aborda con su particular prosa el incesto desde una posición “(…) más allá de la condena moral que criminaliza estos arrebatos (…)” (141), narrando lo develado en una entrevista televisiva en donde una madre confiesa que se ha acostado con su hijo, y se cuestiona sobre cuándo caen en la categoría de pecado estos actos, sobre todo si el hecho se consuma en un marco en donde la droga y la pobreza son los protagonistas. Una de las últimas novelas publicadas que abordan la temática incestuosa es El cielo que pintamos (2015), ópera prima de Carmen Galdames Jiménez que narra, en el marco cultural de los años noventa, la adolescencia de un trío de muchachos inmersos en un triángulo amoroso que involucra a Iggy con dos hermanos: Ana y Matías, y en donde los progenitores son excluidos del mundo privado que los muchachos construyen para sí.

La lista continúa y la posibilidad de hacer una revisión crítica del tema en la narrativa chilena se vuelve tentadora. Pero en el caso de esta presentación quisiera detenerme a pensar en la obra de Eugenia Prado Bassi: Objetos del silencio. Esta reflexión intenta comprender el papel de la perspectiva infantil dentro del marco que la ficción ofrece, no olvidando que es el artificio del autor adulto el que imita la voz del menor. Andrea Jeftanovic menciona que “La narrativa desde la infancia, que siempre es una trampa, pasa a ser una máquina con función creadora, que despliega procesos de subjetivación y empuja el lenguaje y el imaginario a límites y zonas insospechadas” (Hablan los hijos, 13). Por lo tanto, de este proceso quedan fuera los niños de carne y hueso, pues aventurarse dentro de ese campo sobrepasa los límites e intereses propios de la creación literaria.

Objetos del silencio es publicada por primera vez el año 2007 por la Editorial Cuarto Propio. En ese entonces, el poeta Diego Ramírez escribía sobre el texto: “La escritura de Eugenia Prado Bassi habla desde la imposibilidad de la palabra. La palabra cercada, todos estos secretos de infancia son una historia apenas revelada por la confesión, la letra, el epistolario familiar, por el desborde de la escritura”. Apunto lo anterior porque Ramírez es muy preciso al referirse a ese silencio propuesto en el título del texto. Una de las fracturas que propone Eugenia Prado para la construcción de su texto es la de echar por la borda ciertos lugares comunes vinculados intrínsecamente a los niños: que los niños no mienten, que los niños siempre dicen la verdad, que los niños no son sujetos que deseen sexualmente o que los niños son seres angelicales, delicados e ingenuos. No quiero volver a principios de siglo XX y recorrer más de un siglo de historia de la psicología para argumentar estas afirmaciones. Porque quizá la mayor relevancia de Objetos del silencio no tiene que ver necesariamente con los personajes infantiles, sino más bien con esa construcción familiar y cultural que se ha erigido en torno a ellos. El texto de Prado habla sobre todo de la ausencia, ausencia de madres, ausencia de padres, ausencia de modelos de autoridad, ausencia de palabra para expresar lo sentido, lo indecible y el despliegue de pulsiones infantiles contenidas por el tabú son acaso la base de la construcción de su texto. Aquí la complicidad de los sujetos excede las categorizaciones de víctimas y victimarios. Aquí no hay una mirada moralizante, aquí hay riesgo, resistencia, documentación, ficción biográfica que la autora, en un trabajo que demandó tiempo y sobre todo confianza, fue recogiendo a partir de diversos testimonios hoy en día presentes en el libro. Las voces de Lorena, Benjamín, Adriana, Javier, Ana, Manuel, La Catita, Paula, Carmen, El José y Laura tienen espacio en la ficción construida por la autora, no así, en cambio, en la realidad de la que se vale Prado Bassi para la elaborar su propuesta textual. Esta comparación resulta interesante, pues permite pensar la obra literaria como un lugar ajeno a todo tipo de restricción moral. En literatura no operan las mismas lógicas que se despliegan en el mundo real, en literatura los márgenes se desplazan, las zonas oscuras no quedan silenciadas por el qué dirán, por el drama familiar o por el respeto a la moral y a las buenas costumbres. Es cierto que no faltan incluso los escritores que apuntan a la obra sin lograr separar la ficción de la realidad (parece que justo ese día faltaron a las clases de literatura en el colegio), y no logran valorar el texto desde su transgresión. Porque, finalmente, la propuesta de Eugenia Prado apunta a la escenificación de historias desde la materialidad de las cartas, los testimonios, las confesiones y documentos; los cuerpos rotos, las pulsiones condenadas al silencio y los fragmentos de la inconfesión erótica y sexual son objetos que constituyen la potencia de su quehacer literario. Eugenia Prado Bassi trabaja desde la palabra silenciada y le ofrece un espacio de despliegue en donde la plasticidad que opera desde la ficción termina por convertirla en un potente y necesario texto literario a tener en consideración.

 

Francisco García Mendoza (1989) es escritor y profesor de Estado en castellano y magíster en literatura latinoamericana y chilena titulado en la Universidad de Santiago de Chile. Como creador de ficciones, en tanto, ha publicado las siguientes novelas: Morir de amor (2012) y A ti siempre te gustaron las niñas (2016), ambas bajo el sello Editorial Librosdementira.

 

 

La novela «Objetos del silencio, secretos de infancia», de Eugenia Prado Bassi (Ceibo Ediciones, Santiago, 2015)

 

 

La escritora chilena Eugenia Prado Bassi (1962), editora adjunta del Diario «Cine y Literatura»

 

 

 

Crédito de la imagen destacada: Eugenia Prado Bassi