«El vicepresidente»: La intimidad cotidiana del poder

Nominada para ocho premios Oscar -incluyendo las estatuillas de mejor filme del año y de mejor guión- el largometraje del realizador norteamericano Adam McKay (el cual se estrena el próximo jueves 21 de febrero en Chile) es una obra ágil, bien estructurada en su argumento, notablemente interpretada por su elenco, y que retrata con crudeza las trastiendas de la política gubernamental estadounidense de los últimos 40 años.

Por Cristián Garay Vera

Publicado el 17.2.2019

Este es un logrado biotopic sobre Dick Cheney, secretario (ministro) de varios gobiernos republicanos y con un historial íntimamente unido a Donald Rumsfeld (Steve Carell). Ambos construyeron el nudo del equipo más mortífero del gobierno de George W. Bush, desplazando al de Condoleezza Rice y Colin Powell, como antes habían desplazado a Henry Kissinger. Pero también es una mirada cáustica acerca de un nada prometedor chico Cheney, más famoso por sus juergas, peleas y alcohol, dos veces detenido por este motivo, y que aprovechando las circunstancias concentró el poder en su cargo como nunca antes. Es la historia de un hombre que es inseparable de su mujer, el artífice de su trayectoria personal y política, la que enmendó el rumbo y la que siempre supo lo que quería.

Una manera de ver esta película, que hay varias, es la importancia de las mujeres –su esposa, Lynne (Amy Adams) e hijas- que construyen y limitan su carrera pero que están siempre en segundo plano. Pero a la larga, es su esposa la constructora de su carrera, es que ella, republicana de corazón, guía su trayectoria, lo aconsejó, lo acoge en sus derrotas, y planifica en las victorias.

También es una extensa requisitoria, con una actuación descollante de un irreconocible Dick Cheney (Christian Bale), sobre la forma de hacer política de los republicanos, que son descritos siempre de un lado poco amable, diciendo que estaban enojados con los cambios sobre el país producidos por los demócratas. Es claramente un largometraje militante del mundo demócrata sobre la trayectoria del secretario de Estado, pero sin la pesadez de Moore.

Quizás la película es más que eso, ya que la imbricación entre política, guerras y negocios (Cheney fue presidente de Halliburton Co.) es más amplia e involucra también al Partido Demócrata (solo hay una imagen de Hillary Clinton en toda la película que la deja incómoda). Eso sin omitir la advertencia de un presidente republicano sobre el peso del Complejo Militar Industrial mucho antes. Pero este «militantismo» del guión no impide disfrutar el relato, que abarca desde principios de los años ’60 hasta un final inacabado para la saga Cheney, prolongada en su hija Lizzie.

Ante todo, es la trayectoria de una militancia política, la republicana, a través de altos y bajos. Una militancia reconocible por el apego a valores que se sienten amenazados, aunque en algún momento Cheney pregunta a Rumsfeld, su padrino en la colectividad: «¿en qué creemos nosotros?». Por respuesta, recibe una risotada y el cierre de la puerta de su despacho. Cheney, complota, planifica, porque su creencia es el poder, y así se asegura de tener el poder decisorio antes que el inexperto presidente George W. Bush (Sam Rockwell), entonces gobernador de Texas. De este modo, un cargo anodino, que es solamente el reemplazante por si muere el titular, ejerce labores ejecutivas, y lo hace amparado en la nebulosa legal de la ausencia de control jurídico sobre el cargo. Para lo fundamental utiliza asesores legales que propagan la teoría del Poder Ejecutivo Unitario, y el resto la picardía de recibir despachos de inteligencia antes que el Presidente. En los atentados del 11-S es el quien autoriza el derribo de aviones amenazantes, y mientras tiene en refugios al Parlamento y al Presidente en un avión, él dirige el gabinete de guerra.

También es una película acerca del poder y de la intimidad. Cheney es menos amenazante en su entorno familiar y personal. Su actitud cuando sabe que su hija Mary es lesbiana, es ese tema es una barrera infranqueable para el partido. Su complicidad con sus hijas, su férrea defensa del entorno cercano, es una característica de su forma de hacer política y no solo de su vida familiar.

Pero también es un monstruo del poder. Su perfil es del asesor, del hombre de segunda fila, fiel y proactivo. Se destaca lentamente en su ascenso, desde ser pasante hasta la Casablanca. Consciente de la imposibilidad de ser nominado candidato, precisamente por el tema de su hija, entra en las actividades profesionales y todo está en suspenso hasta que se le da la oportunidad de ser vicepresidente, un puesto decorativo, de George W. Bush y a cuyo padre ha prometido ayudar en su postulación a la presidencia.

Y a la sombra del poder, Cheney ha encontrado varios asesores legales que propugnan la Teoría del Ejecutivo Unitario, que permite evadir el control del Congreso, y los pesos y contrapesos de la constitución estadounidense.

Cheney es parte de una larga lista de segundones: el cardenal Richelieu, el cardenal Mazarino, el Conde-Duque de Olivares y en nuestra tradición Diego Portales Palazuelos. Son los verdaderos articuladores del poder, aun cuando Cheney pertenece a cierta género de picaresca, cuya única diferencia es que se trata del país más poderoso del mundo. Este guiño a la pequeña trampa, que retrata a Cheney como un monstruo de la política, de esa política de baja estofa: la palabra que no se cumple, los principios que no se aplican, las conspiraciones para aislar a los rivales y “amigos”, de la cual hay tantos ejemplos en la vida nacional o internacional.

A veces el guión y dirección de McKay toma un aire decididamente lúdico, en otros irónico y pocas veces dramático. E incluso, mediante toda suerte de recursos de filmación incluyendo un narrador externo, flashback, congelamiento de imagen, recursos administrados por Greig Fraser), y un fragmento de Shakespeare recitado en la cama por el matrimonio Cheney para ilustrar su vocación de poder. Por algo en España se tituló esta película como El vicio del poder. Hecha a través de cortinas que dividen las partes del filme, con leyendas muy decidoras, la obra no cansa. Más allá de la crítica los republicanos, me parece es una descripción del poder a secas, que es quizás el motor de estos personajes que estuvieron detrás de la II Guerra de Irak y la invasión de Afganistán, pero que entrelíneas forjaron su poder muchos años antes con Nixon y Ford, aprendiendo de sus fracasos y errores con Carter, Reagan, Bush padre, y Clinton.

 

El vicepresidente (Vice). Director: Adam McKay. Guión: Adam McKay. Música: Nicholas Breitell. Fotografía: Greig Fraser. Elenco: Christian Bale, Amy Adams, Steve Carell, Eddie Marsan, Tyler Perry, Sam Rockwell, Lily Rabe, Lisa G. Hamilton Y Bill Camp. Estados Unidos, 2018, 132 minutos.

 

Cristián Garay Vera es el director del magíster en Política Exterior que imparte el Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Santiago de Chile, casa de estudios de la cual además es profesor titular.

 

El actor Christian Bale en «El vicepresidente» (2018)

 

 

 

 

 

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