[Ensayo] Asincronía de la literatura: Los autores sin lector

El estatus de las narraciones funda un pasado que se imagina común, en una galaxia del lenguaje que pretende adormecer todo tipo de disidencia y la cual entiende al escritor como trabajador dentro del legado propio de las técnicas ficticias de una identidad inaprensible.

Por Ana Arzoumanian

Publicado el 16.7.2023

En un encuentro de literatura, una autora describía algunos participantes de sus talleres de escritura. Criticaba los pocos elementos que manejaban para su arte. Indignada, asumía que el desconocimiento de las particularidades de una lengua impedía la escritura.

Si escribimos en castellano, decía, debemos conocer las profundidades del idioma.

¿Pero, es desde la tradición de una lengua, materna o adoptiva, que nos ponemos a hablar, a escribir? ¿O la escritura es deudora de algo mucho más impreciso y más vasto que la lengua misma?

No la lengua castellana, o no sólo ella, sino la cultura francesa es la que reinó en la Argentina del siglo XX. Sarraute, Duras, Bataille, Deleuze y Artaud y Rimbaud y Yourcenar y Derrida. De modo que la lengua nacional, esa forma del habla sedimentada sobre los escombros de pueblos, de minorías, de sistemas de vida ahogados entre los dedos de la tela de una bandera es sólo una tecnología más dentro de las técnicas inventivas de identidad.

La ingeniería que construye los cimientos del folklore de una nación cuenta con una lengua matriz, única y homogénea para solidificar la producción de sentido patrio. El estatus de las narraciones funda un pasado que se imagina común. Una galaxia del lenguaje que pretende adormecer todo tipo de disidencia entiende al escritor como trabajador dentro del legado lenguajero, y su escrito como huella o marca que se realiza a la lengua.

Sin embargo, no es desde allí que se construye la obra, solo se cumple desde la suma de influencias sensibles que son montaje y destino de una sociedad.

De esa manera, si en la Argentina de los siglos XIX y XX fue la cultura francesa que dominó la arquitectura de la ciudad, sus gustos urbanos y estilísticos; en este siglo es la inmediatez y la transparencia norteamericana. Cuando digo transparencia me refiero a los cristales que dominan una escena pretendiendo mostrar y, no obstante, sucediendo únicamente el des–ocultamiento del reflejo.

Una res ficta, cosa fingida, la nación «habla» en una lengua que utiliza el castellano, pero que abreva no sólo en el inglés, pero también en la cultura del norte cuyo centro podríamos adivinar en Silicon Valley. Si la historia está vinculada al concepto general del arte, es allí y en el extravío de la lengua donde el acontecimiento funda su retórica. El texto, los textos como escena donde se desarrollan la estética de un tiempo.

 

Frente a un receptor que zozobra

El incensario, la luz que entra en forma de polvo claroscuro por la ventana y da color a las figuras de la iglesia gregoriana. La cultura del arabesco oriental según patrones extravagantes con formas de hojas, flores, frutas, cintas, pájaros.

Filetes, columnatas, un friso sobrecargado de composiciones más delicadas que se destacan sobre un fondo. Las alfombras de la ruta de la seda en las paredes. Una ornamentación que muestra y esconde. Así el armenio que es lenguaje y otra cosa más que lenguaje.

Ambas lenguas, la materna: armenia, y la adoptiva: castellana responden a una lógica de las sensaciones. Un color, un sabor, un tacto, un olor, un ruido, un peso. Un dinamismo, una acrobacia, un testigo rítmico de una duración. Umbrales de correspondencias en la disipación de la lengua como figuras acopladas al impulso sensual. Reverberaciones, policromías.

Quizás la literatura diaspórica dé cuenta de modo más acabado esa instancia de ser extranjero de una lengua y, aún así, escribir desde la parte exterior a ella misma, su timbre desconocido, ajeno. Escribo en castellano en una literatura armenia y argentina; diaspórica.

Como argentina le debo al gusto francés, como armenia al modo vital de Medio Oriente, sus velos bordados con metales. Como argentina y como armenia estoy frente a un receptor que zozobra, se desorienta.

El amarre del gusto francés de la literatura sudamericana piensa al lector como ciudadano fuera de la geografía cartografiada, en el crespúsculo de la razón nacional. Hoy estamos frente a un nuevo lector, no aquel despertado del adormecimiento europeo, acaso aquel cuyo tiempo mental es el del desarrollo de las tecnologías y de las relaciones informacionales.

Automatizados, prosumidores tributarios de sociedades digitales, ese lector habita otro territorio sensitivo, a ese lector lo hemos perdido de antemano porque la cualidad de «nuestro» dirige el posesivo a un pueblo no por venir sino fundado en la contracara de esa civilización escritural que llamamos nuestra.

 

 

 

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Ana Arzoumanian nació en Buenos Aires, Argentina, en 1962.

De formación abogada, ha publicado los siguientes libros de poesía: Labios, Debajo de la piedra, El ahogadero, Cuando todo acabe todo acabará y Káukasos; la novela La mujer de ellos; los relatos de La granada, Mía, Juana I; y el ensayo El depósito humano: una geografía de la desaparición.

Tradujo desde el francés el libro Sade y la escritura de la orgía, de Lucienne Frappier-Mazur, y desde el inglés, Lo largo y lo corto del verso en el Holocausto, de Susan Gubar. Fue becada por la Escuela Internacional para el estudio del Holocausto Yad Vashem con el propósito de realizar el seminario Memoria de la Shoá y los dilemas de su transmisión, en Jerusalén, el año 2008.

Rodó en Armenia y en Argentina el documental A, bajo el subsidio del Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales de la República trasandina, un largometraje en torno al genocidio armenio y a los desaparecidos en la dictadura militar vivida al otro lado de la Cordillera (1976 – 1983), y que contó con la dirección del realizador Ignacio Dimattia (2010).

Es integrante, además, de la International Association of Genocide Scholars. El año 2012, en tanto, lanzó en Chile su novela Mar negro, por el sello Ceibo Ediciones.

El artículo que aquí presentamos fue redactado especialmente por su autora para ser publicado por el Diario Cine y Literatura.

 

Ana Arzoumanian

 

 

Imagen destacada: Ana Arzoumanian.