[Ensayo] Charles Baudelaire y Edgar Bayley: La poesía tiene una felicidad que le es propia

Me pregunto seriamente si los alcobranes existen, y de inmediato elijo pensar que lo mejor es creer que esa palabra se refiere a un pájaro inventado por el autor argentino para conversar con nosotros y a fin de tender un puente hacia la tradición poética europea del siglo XIX.

Por Franco Bedetti

Publicado el 10.6.2021

Este texto nace de la potencia que radica en el gesto de un intertexto tejido entre “Costubres de los alcobranes” de Edgar Maldonado Bayley y el famoso poema baudeleriano:L’albatros”.

En los párrafos que siguen intenté desplegar esa potencia.

En el poema de Baudelaire lo que a simple vista parece ser una metáfora sustitutiva “poeta = albatros” es, no sólo metáfora, sino también pieza fundamental de una configuración alegórica.

El albatros no sólo sustituye la figura del poeta y lo metaforiza, sino que —al mismo tiempo que efectivamente lo hace— amplía la definición de esa figura.

En esa ampliación se realizan los ensambles semánticos que construyen las alegorías a las cuales podemos llegar a través de la concatenación de metáforas que sustituyen al elemento metaforizado, pero que en simultáneo siempre están ampliando el campo semántico: «tout pour moi devient allégorie», nos dice Baudelaire, desde el medio de una plaza llena de escombros, en la cual un cisne se llena de polvo.

En «L’albatros» la alegoría dice el Spleen, lo muestra, le da entidad; también en «Le Cygne».

Tanto el poeta-albatros como el cisne —que también es metáfora del poeta— están manchados por el polvo del suelo. Ninguno de los dos logra remontar vuelo; el cisne-poeta está empantanado y al poeta-albatros sus alas de gigante se lo impiden.

El cisne-poeta: «baignait nerveusement ses ailes dans la poudre, el poeta-albatros: exilé sur le sol au milieu des huées,/ Ses ailes de géant l’empêchent de marcher».

El poeta-albatros y el cisne-poeta llevan la marca de Caín, la bilis negra, el sello del Spleen.

En Bayley, en cambio, el alcobrán sí vuela pero está encerrado en una casa, y la completa fundición con la figura del poeta ya no es tan segura.

En “Costumbres de los alcobranes” no hay una metáfora sustitutiva explícita que diga a todas voces que el alcobrán es el poeta, puede ser parte del poeta, sí, pero no funciona como metáfora sustitutiva de él, no sucede como en Baudelaire con el cisne-poeta y el poeta-albatros que lograban —más allá de ampliar el campo semántico para el devenir de la alegoría— sustituir y reemplazar la figura del poeta, en Bayley el poeta es quien aloja al alcobrán:

(…) tus alas de gigante te permiten volar
y te quedas retenido en esta casa
te arrastras de una a otra habitación
no entiendo qué te impide fugarte.

 

En el poema de Bayley el pájaro es una otredad que ingresa al interieur del poeta que lo aloja y declara no entender por qué el pájaro no se va:

No sé cómo apareciste en mi casa
y además si alguien supiera que aquí hay un alcobrán
qué contrariedad qué dé explicaciones rebuscadas.

 

El yo poético desconoce cómo llego el alcobrán a su casa, admite no interesarse mucho en el pájaro, se olvida de su presencia por semanas enteras; el ave como la poesía es autónoma: “tú te buscas tu alimento arreglas tu lecho”, dice Bayley, pero sin embargo, es un escándalo que alguien descubra que hay un alcobrán en la casa.

Quizás el verdadero escándalo sea la afectación que el alcobrán ejerce sobre la cotidianeidad derivada en trinchera de la poesía:

Pero sé también que los alcobranes padecen por sus errores en sociedad
y que el amor que no pueden expresar ni ejercer
es su verdad más honda la única inalterable
por eso es muy posible aunque no te lo he preguntado
que después de muchos viajes y experiencias
prefieras para no causar involuntarios inevitables males
mantenerte apartado en esta casa
porque sabes que no hay fiesta posible
ni otra vía que la soledad y el olvido.

 

Edgar Bayley (1919 – 1990)

 

El texto de mi lectura

Al desplegar la potencia de un intertexto el ojo lector intenta no dar puntada sin hilo y así aparecen otros textos con otras figuras como es el caso de la alondra de Shelley para delimitar las costuras con las que la lectura (una lectura, mi lectura) teje el texto (un texto, el texto de mi lectura).

En Shelley la armoniosa alondra sería —con su habilidad de poeta— mejor que todos los versos de deleitables sonidos, mejor que todos los tesoros que se encuentran en los libros, esa alondra sería Ideal en el sentido romántico del término, e incluso en su persistencia baudeleriana:

Better than all measures

Of delightful sound,

Better than all treasures

That in books are found,

Thy skill to poet were, thou scorner of the ground! [1]

 

En el poema de Shelley la alondra desde lo alto —con su melodía que es incluso mejor que la de los coros de Himeneo— burla al suelo, se distancia de lo terrenal; la armonía que la alondra posee y representa es todo lo que el albatros baudeleriano no tiene.

En Baudelaire el Ideal es sólo una parte de la conjunción que significa lo poético, mejor dicho, es sólo una parte de lo poético de la modernidad: “lo eterno y lo fugaz”, “Ideal et Spleen”.

Como dice Américo Cristófalo, en Baudelaire:

“Del lado del Ideal: la retórica poetizante, los mecanismo prosódicos, la desustanciación adjetiva, los hechizos de la lírica. Del lado del Spleen: tensión hacia la prosa, aliento sustantivo, una corriente baja, material, de choque crítico. La estilización del Ideal nombra el Ideal en sentido recto. El Spleen es la comedia del Ideal, su estilización irónica».

En este sentido, si tuviéramos que hacer como Cristófalo y definir qué está de cada lado, creo que sin dudas diremos que las aves en Baudelaire ya no ocupan el espacio que ocupaba en Shelley la alondra (el lugar del Ideal), sino que se ubican del lado del Spleen en tanto comedia del ideal.

Creo que eso es claro si se compara el poema de Shelley y el de Baudelaire y se presta atención al hecho de que la alondra en Shelley es la representación de una melodía armoniosa que desde su altura anima el Ideal que el poeta quiere alcanzar, y que en cambio en Baudelaire el cisne se ve empantanado en el polvo, y el albatros-poeta adherido al suelo, atrapado por los marineros que salen a cazarlo.

Por su parte, la poesía en Bayley dista mucho de ser la melodiosa armonía representada en la alondra de Shelley; tampoco es la belleza negra del Spleen baudeleriano, reconoce en el albatros su referente, sí, pero lo hace en tanto y en cuanto se diferencia:

Sospecho sin embargo que no eres un albatros
un alcobrán más bien de fino plumaje negro
tus alas de gigante te permiten volar.

 

En el poema de Bayley a diferencia del de Baudelaire no hay una identificación total entre el poeta y el pájaro, ni tampoco es una otredad positiva como en a “To a Skylark” de Shelley, en el argentino el poeta y el pájaro son dos instancias que comparten características: “no me das trabajo y como yo hablas muy poco”, pero son dos instancias interdependientes: como ya dijimos, el poeta aloja al poema (el alcobrán) en su casa.

Podemos encontrar en Shelley y Baudelaire un pájaro-poeta, pero no podemos encontrar en Bayley sino un poema-pajaro que puede compartir características avícolas con su dueño pero la inversión de roles no logra ser total porque en Bayley la autonomía del poema —su relación con el sujeto poético— no lo permite, por eso el yo poético sabe con total claridad que la poesía —el alcobrán— es invitada eternamente a la misteriosa fiesta de ella misma y a la que ella misma responde.

En este sentido, el poema de Bayley es “spleeniano” pero no puramente “spleeniano”, es decir, hay un spleen en Bayley, sí, pero no es como en Baudelaire “estilización irónica, comedia del ideal”, se trata más bien, como señala Beatriz Vignoli —con notable lucidez—, de una dramatización de la ironía.

“La ternura de sus personajes ante la destrucción es una forma dramática de la ironía”, dice Vignoli, y uno piensa en las aventuras de Dr. Pi. y puede ver que la “estilización irónica, la comedia” que en Baudelaire sufría el Ideal —dentro de la jurisdicción del Spleen—, en Bayley se da con el Spleen, es decir, es “el Spleen” lo que sufre ahora la estilización irónica.

Resultan orientativas, en esta dirección, las palabras de Urondo sobre el movimiento literario del cual Bayley fue partícipe: “El invencionismo (…) niega la melancolía, exalta la condición humana, la fraternindad, el júbilo creador».

Hablo de “el Spleen” (entre comillas) porque no creo pertinente ni conveniente hablar —sin modulaciones— de una categoría tan específica.

No obstante, al mismo tiempo resulta claro que Bayley la conocía y queriendo o sin querer la trabajó. Tomar la figura del albatros baudeleriano e invertir el valor del verso baudeleriano es fiel ejemplo de su conocimiento de la obra del francés y del trabajo que Bayley realiza en su propia poesía, ese trabajo de búsqueda constante como sostiene Rodolfo Alonso:

“Edgar Bayley pertenece a ese linaje de grandes poetas que, como Baudelaire y Apollinaire, no sólo fueron capaces de reflexionar sobre la poesía y el arte sino también de descubrir y anunciar nuevos valores y encabezar nuevos movimientos. Pero no porque se hubiera puesto a hacer docencia o proselitismo, todo lo contrario, sino porque han sido artistas de raza, artistas exigidos, artistas de fondo, que han sentido que el ejercicio apasionado y sin dobleces de su poesía los llevaba, intensa y rigurosamente, a plantearse preguntas a esas cuestiones que sabían insolubles. Porque, como en tantas otras cosas, aquí también el camino sigue siendo más importante que la meta. Y la pregunta invalorablemente más preciosa que ninguna respuesta».

 

Percy Bysshe Shelley (1792 – 1822)

 

Un pájaro inventado por Bayley para dialogar con Shelley y Baudelaire

Busqué “alcobrán” en Google con intención de encontrar alguna imagen del pájaro y poder ver su “fino plumaje negro”, sus garras, sus alas. No encontré nada. Busqué en tres diccionarios de aves del mundo, y tampoco.

Consulté a especialistas, algunos dudaron si no se trataba de un nombre de un pájaro de las costas marinas como el albatros pero con el nombre popular de algún poblado oceánico. El misterio se prolongó durante días.

Nuevamente recordé —haciendo la advertida salvedad de que Bayley no era sectario— la adscripción de Bayley al invencionismo y el misterio creció. Pensé en unas de sus palabras:

“(…) ahora no se trata de embellecer al mundo en la obra de arte o en la imaginación, o de afearlo, o simplemente de copiarlo. Es preciso inventar nuevas realidades. Es preciso reconstruir el mundo. El artista no tiene reino aparte de la realidad común. El Nuevo Arte nace de un deseo de participación en el mundo.”

Releo esta cita y me pregunto seriamente si los alcobranes existen, y de inmediato elijo pensar que lo mejor es pensar que el alcobrán es un pájaro inventado por Bayley para dialogar con nosotros y con Shelley y Baudelaire.

Además, ¿para qué querer obtener la respuesta?, ¿no es propia de la poesía “su familiaridad con lo desconocido”?

Tal vez, como sostiene Aulicino en su prólogo a la Antología poética de Bayley que editó Fondo de Cultura:

“Por aquello de que la poesía tiene una felicidad que le es propia, la poesía consista en su procura, en su búsqueda, en su experimentación. O en la experimentación sin más; en la propia libertad de movimientos, en el hecho de lanzarse a una riqueza abandonada e intentar moverla, así como un cuerpo al caer en el fondo del mar levanta columnas de arena y barro que se mantendrán en suspensión por un momento más largo que el esperable en la tierra.”

Por último, terminaré diciendo que con mi inconducente duda sobre la existencia de los alcobranes creo que sucede lo mismo que con la magnolia de este poema de Bayley que cito a continuación:

Los desiertos reales
los mares imaginarios:
no hay palabras para elogiar a esta magnolia
tampoco hay forma de destruir las palabras
ni el oficio de florista.

(guarden compostura:
en la soga de colgar se agita la flor blanca)
una tez de flores de cerezo
la última gota de sangre
los desiertos reales
los mares imaginarios
no pueden compararse a esta magnolia.

 

[1] Mejor que todos los versos

de deleitables sonidos,

Mejor que todos los tesoros

que se encuentran en los libros,

sería tu habilidad de poeta,

¡tú, que al suelo burlas!

(Traducción propia).

 

***

Franco Bedetti nació en Casilda, Santa Fe, Argentina, en 1993. Se desempeña como corrector de Saga (revista de la Escuela de Letras de la Universidad Nacional de Rosario).

Su poemario Pan obtuvo la tercera mención en el concurso de la Municipalidad de Rosario Felipe Aldana (2013), al igual que su nouvelle inédita Lobotomía en el Concurso Municipal de Narrativa Manuel Musto (2014).

Actualmente está escribiendo una novela por entregas titulada Pichaçao, la cual se está publicando mensualmente en Revista Camalote (Rosario).

En 2018 publicó su poemario La era del fármaco con Editorial Búnker (Rosario).

 

Franco Bedetti

 

 

Imagen destacada: Charles Baudelaire (1821 – 1867).