En el estilizado filme del realizador estadounidense John Frankenheimer —construido con un magnífico guion y unos diálogos de gran calidad literaria—, el aislamiento resulta ser una vía de formación vital para su protagonista (Stroud), y una enseñanza de sabiduría al enfrentarle en una encrucijada: al tedio absoluto o bien a la dedicación de una tarea constante.
Por Luis Miguel Iruela
Publicado el 21.8.2025
Según Schopenhauer, el carácter permanece. Solo las circunstancias varían. Reflexionaba así sobre la fábula de Esopo El escorpión y la rana en la que el arácnido pide al batracio que le pase el río, garantizándole su seguridad. A mitad de trayecto pica a la rana, y ambos acaban por hundirse en el agua. Ante la protesta de la víctima, contesta el escorpión: ¿Qué quieres; es mi carácter?
¿Puede cambiar la personalidad? ¿O es esta en realidad un límite? El filósofo David Hume se mostraba, como en otras muchas cosas, escéptico. De ahí su conocida frase: «Nunca vamos más allá de nosotros mismos».
Se han hecho estudios genéticos de la personalidad, basándose en conceptos de neurobiología y libertad, sin llegar a resultados concluyentes.
En 1962, John Frankenheimer filmó El hombre de Alcatraz (en Chile, titulada La celda olvidada), recreación cinematográfica de una historia real que ofrece algunas respuestas a las anteriores preguntas.
Otra película carcelaria, que también reflejaba una aventura real, Papillon, muestra al personaje principal formulándose con desesperación una requisitoria terrible: ¿qué he hecho con mi vida? El tipo de pregunta que revoluciona una trayectoria.
Los griegos hablaban de una «vida lograda» cuando esta cumplía aquello para lo que había sido hecha, cuando descubría su areté (su virtud) desarrollada hasta la excelencia, cuando alcanzaba su sentido que le era propio diríamos hoy en términos más generales.
Con todo, lo contrario de una vida lograda era una «vida malograda».
Caído del nido durante la tormenta
En El hombre de Alcatraz, Harvey es un funcionario minucioso y rígido que se tiene por honesto, pero cuyos profundos sentimientos le traicionan ya que no busca la rehabilitación de los presos, sino su sometimiento. La envidia lo domina, una desazón por la individualidad, libertad e inteligencia de Robert Stroud.
Al final de la historia deja un regusto a fracaso. No así el hombre de los pájaros que encuentra un camino para poder transformarse siendo él mismo en un ser humano más completo que al comenzar el relato.
Stroud es un asesino, un violento de sangre caliente. No un psicópata que explota a los otros, antes bien es una persona orgullosa capaz tanto de fuertes afectos como de arrancárselos tajantemente. La ira, la rabia y el amor propio herido pueden descontrolarlo. Es un hombre que está enfrentado a todos. Solo mantiene un fuerte lazo con su madre, casi simbólico.
A partir de su aislamiento en la celda de castigo, Stroud comienza su transformación gracias a un pequeño acto de compasión, lo que no es lo esperable de un psicópata.
Es un acto de compasión inducido por Ramson, el carcelero, que se preocupa por Stroud, quien transfiere esa preocupación por la supervivencia a un pollo de gorrión caído del nido durante la tormenta.
Después, el mismo Ramson muestra al preso que este también puede herir los sentimientos ajenos, lo que empuja a Stroud a abandonar su egocentrismo y su posición narcisista y pedir perdón. Se trata de una secuencia fundamental en el crecimiento de la personalidad del convicto.
La relación con Stella, una de las mujeres que le escribían a la cárcel, le permite profundizar en su desarrollo psicoafectivo. Aspecto que se muestra en la escena de la exploración del bolso, símbolo de acceso al mundo femenino. Así como confiar en otras mujeres distintas a la madre.
También aprende que a pesar de los afectos de que uno disponga, puede ser necesario prescindir de ellos para seguir adelante, lo que se expresa tanto en la ruptura con la madre como con la despedida generosa de Stella y la separación obligada de su amigo Ramson.
Dedicar la vida a una tarea
El aislamiento resulta ser una vía de formación vital para Stroud, una enseñanza de sabiduría al enfrentarle en una encrucijada al tedio absoluto o la dedicación a una tarea. El azar coloca al gorrión en su camino, y ese instante estimula tanto la compasión como la inteligencia del penado. Le regala una vida a la que cuidar y un problema que resolver.
Así, el aislamiento despoja a Stroud de lo innecesario, lo lleva a la autenticidad en los términos que señalaba Schopenhauer, y por tanto a ser un hombre libre, aun estando encarcelado, y le desata de todas las adversidades de su biografía.
Dice el Eclesiastés: «No existe mayor felicidad que dedicar la vida a una tarea y envejecer en ella». Idea que contrasta con la conclusión del amotinado moribundo: «No he conocido un día bueno en mi vida». Stroud, en cambio, nunca ha pensado en el suicidio.
La labor realizada en favor de los pájaros traspasó los muros de la prisión y obtuvo una difusión internacional. Escribió dos libros sobre patología aviar y participó muy activamente en la investigación del tratamiento de la peste hemorrágica de los canarios.
Al final del relato, el condenado ha adquirido un aire sabio, tranquilo; ha perdido agresividad, y el orgullo se ha convertido en una cierta paz personal. El hombre despectivo e irascible es capaz de conmoverse ante la tosca torpeza de su compañero Fito y de su acusación, y decirle: «Ya me conoces, No soy más que un ladrón».
Quizá podría afirmarse que la transformación es, en realidad, un proceso madurativo, o sea, la forma natural por la que todos vamos cambiando si es que logramos hacerlo.
Hasta aquí la crónica que refiere esta estilizada película construida con un magnífico guion y unos diálogos de gran calidad literaria. Sin embargo, una persona que conoció bien al Stroud real, comentó tras visionar el largometraje: «fantasía». Comentario que enfría nuestro entusiasmo y nos hace volver el rostro hacia Schopenhauer.
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Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.
Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.
En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.
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Luis Miguel Iruela
Imagen destacada: El hombre de Alcatraz (1962).