[Ensayo] El test de Turing: Las identidades electivas

Siempre habíamos creído que la meta de la razón era encontrar la verdad, y resulta que el científico inglés nos dice que la finalidad es la eficacia en alcanzar un objetivo o resolver un problema, aunque para lograrlo haya que seguir un camino indirecto o simulado.

Por Luis Miguel Iruela

Publicado el 28.6.2025

Hace unos pocos meses, la revista de divulgación científica Muy interesante. Edición coleccionista publicó un número monográfico dedicado a la figura de Alan Turing (1912 – 1954) que ofrecía un acceso adecuado para el gran público a la obra de una de las personalidades tecnológicas y teóricas más destacadas del siglo XX.

Alan Turing lo fue casi todo en la ciencia británica y aun occidental: criptógrafo que descubrió la clave para descifrar el Código Enigma nazi y de cuyo trabajo se piensa que ayudó a acortar la Segunda Guerra Mundial al disminuir la frecuencia y eficacia de los ataques enemigos; precursor de la inteligencia artificial; informático avant la lettre y lógico entre otras muchas cosas.

Son de especial originalidad e interés sus trabajos de biología matemática sobre la morfogénesis, a través del estudio físicoquimico de los patrones de distribución de las manchas en la piel de los animales tales como las rayas de las cebras o los tigres, o como la decoración de los leopardos y otros felinos.

En cambio, su personalidad adquirió la mayor popularidad al haberse convertido en un mártir de su condición homosexual. En los años 50, fue condenado por indecencia debido a la aplicación de la ley británica, a la sazón vigente, sobre conducta sexual.

Se le dio a elegir entre la castración química o la cárcel. Escogió la primera opción, pero quedó psíquicamente destruido. El día 7 de junio de 1954, fue hallado muerto cerca de una manzana roja mordida e impregnada de cianuro potásico. Se dictaminó oficialmente como suicidio, aunque la familia, en especial la madre, se opuso a esta conclusión.

Resulta, de cualquier forma, difícil adivinar por qué clase de accidente iba a empaparse la fruta de cianuro.

Alan Turing siempre mostró preferencia por el cuento de Blancanieves y se comenta que la imagen distintiva de la firma Apple es un homenaje y un recuerdo de su persona.

 

Del juego de la imitación

En 1950, presentó en la revista trimestral de psicología y filosofía MIND ( vol LIX, nº 236, october) un artículo con una pregunta fundacional: ¿Pueden pensar las máquinas? Está disponible una traducción al español de la Universidad de Chile a cargo de Cristóbal Fuentes Barassi (2010) con el título «Mecánica computacional e inteligencia», que circula libremente por internet.

Cualquier intelectual abordaría la cuestión tratando de definir para empezar conceptos tales como «pensar» o «máquina». Incluso considerando, desde un punto de vista estadístico, qué se entiende por las mismas ideas en la comunidad cultural de que se trate.

No es lo que hace Alan Turing (y esto es un brillante rasgo de genialidad), sino que plantea una prueba, un experimento para observar cómo se comporta un artefacto comparado con un humano en determinadas circunstancias.

Se puede apreciar aquí todo un admirable sentido pragmático de acceder a problemas complejos que recuerda la actitud de Alejandro Magno ante la liberación del «nudo gordiano». Es ni más ni menos que la base teórica del llamado «test de Turing».

Parte este del «juego de la imitación», que consiste en la adivinación que debe efectuar un jugador entre las identidades de otros dos. Los tres están aislados entre sí y solo se comunican por medio de un teclado para evitar oír sus voces, y así recibir pistas sustanciales por el tono, acento y estructura sintáctica de las mismas.

Uno de los participantes somete a los otros dos a una batería de preguntas igual en un tiempo dado, al cabo de la cual tiene que adivinar las identidades correspondientes de sus oponentes.

 

La respuesta de Maquiavelo

En el test de Turing, uno de los probandos es una máquina (A) y el otro es un homo sapiens (B). El investigador aplica el mismo cuestionario a ambos durante un plazo fijo. La máquina tratará de ofrecer unas respuestas lo más humanas posible para imitar la condición antropológica.

Con todo, el participante B acentuará en sus contestaciones dejes, sesgos y características que ayuden al interrogador a identificar su naturaleza con facilidad.

Es decir, la máquina procurará confundir al examinador, mientras que B le ayudará al máximo en su tarea.

Si A logra ser etiquetada de naturaleza humana, se dice que ha pasado la prueba de Turing y se considera un hecho cierto que es capaz de pensar. Hoy en día, con el desarrollo de la inteligencia artificial, hay muchos robots que la superan con facilidad.

Lo verdaderamente interesante para nosotros, sin embargo, es que en el núcleo del pensamiento aparece como el principal sillar la mentira, la imitación, la añagaza.

Siempre habíamos creído que la meta de la razón era encontrar la verdad. Y resulta que Turing nos está diciendo que es la eficacia en alcanzar un objetivo o resolver un problema, aunque para lograrlo haya que seguir un camino indirecto o simulado.

¿Cabe un pragmatismo mayor?

Probablemente Maquiavelo diría que no.

Desconcertante hallazgo que da materia suficiente como para reflexionar acerca de ello. ¿O no?

 

 

 

 

***

Luis Miguel Iruela es poeta y escritor, doctor en medicina y cirugía por la Universidad Complutense de Madrid. Especialista en psiquiatría, jefe emérito del servicio de psiquiatría del Hospital Universitario Puerta de Hierro (Madrid), y profesor asociado (jubilado) de psiquiatría de la Universidad Autónoma de Madrid.

Dentro de sus obras literarias se encuentran: A flor de agua, Tiempo diamante, Disclinaciones, No-verdad y Diccionario poético de psiquiatría.

En la actualidad ejerce como asesor editorial y de contenidos del Diario Cine y Literatura.

 

«Alan Turing. De la máquina enigma a la inteligencia artificial» (2024)

 

 

 

Luis Miguel Iruela

 

 

Imagen destacada: Alan Turing en una carrera a fines de la década de 1940.