[Ensayo] «El viento sabe que vuelvo a casa»: Viajes al soplo de lo humano

El aplaudido largometraje documental del realizador chileno José Luis Torres Leiva —cuyo protagonista es el destacado cineasta nacional Ignacio Agüero, puede visionarse desde hace algunas semanas, a través de la plataforma de streaming Mubi.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 18.5.2023

Una agradable sorpresa trae la plataforma de streaming Mubi pues subió a su catálogo una de las obras audiovisuales más reconocidas del cineasta nacional José Luis Torres Leiva: El viento sabe que vuelvo a casa (2016), el aclamado trabajo que hizo junto a una leyenda del documental nacional: Ignacio Agüero Piwonka.

La realización audiovisual está protagonizada por Ignacio Agüero, quien se traslada a Chiloé, específicamente a la isla de Meulín, en busca de información en torno a una historia antigua que alguna vez escuchó: en este remoto pedazo de tierra, un par de adolescentes se enamoraron irremediablemente, pero las familias se opusieron a esta relación; entonces, ellos decidieron huir, internándose en un bosque cercano a sus hogares, donde nunca más se supo de ellos.

Con este sencillo testimonio, Agüero arriba a la isla para profundizar en este legendario relato. La razón es que planea una futura película sobre este trágico drama de amor. Y por ello, decide hacer unas audiencias a adolescentes de colegio que viven en la isla, desarrollado un casting del cual deja un registro. Y, paralelamente, el longevo realizador vagabundea por los alrededores, tomando contacto con sus habitantes.

De esta manera, el relato cinematográfico progresa por dos carriles: por un lado, los chicos que hacen sus actuaciones frente a la cámara de Torres Leiva y respondiendo a las consultas de Agüero y, por otro lado, las conversaciones que va teniendo el documentalista con los lugareños mientras se traslada por distintos puntos de la isla tras los testimonios que confirmen y amplíen el relato de los adolescentes perdidos.

 

Un título que evoca a Abbas Kiarostami

En relación a las audiciones, los registros muestran la espontaneidad y energía de los muchachos que crecen lejos de la cultura central (por llamar de algún modo). Ellos muestran sus dotes artísticas musicales, literarias y bailarinas. Y en esas pequeñas exhibiciones, que más de alguna encanta y emociona, se vislumbra que hay chicos que terminarán emigrando al continente.

De esta forma, el relato mayor surge de las pláticas que se van dando entre Agüero y las distintas personalidades que se posan frente al lente. En ese deambular, se encuentra con personajes que al ser inquiridos por el cineasta, estos le cuentan sus propias historias de amor.

Al igual que una serendipia, descubrimiento afortunado de algo que no se buscaba, las historias narradas van desentrañando el alma de sus habitantes. En algunos momentos, las conversaciones suenan divertidas, delirantes, extraordinarias y, sobre todo, muy queribles.

Junto a esto, Torres Leiva filma los espacios en que se mueven y viven traspasando ese entorno vital que ha moldeado estas vidas. En este aspecto, la cámara nunca deja de captar el ambiente, el adentro o el afuera de las casas, escuelas o trabajos: lo que se ve, lo que se escucha, lo que está en el aire. Situaciones muy domésticas.

Acciones muy simples. Y entremedio, momentos de melancólica poesía. Instantes muy inspirados que transmiten la soledad y dureza a la que se enfrentan a diario los lugareños. Todo mezclado con el paisaje lluvioso que domina la isla, o la oscuridad total que sume en algún momento a la imagen, o alumbrada por una increíble luna.

Y en esta grabación, donde la cámara no deja de captar sutiles detalles, el registro sonoro también añade un elemento de carácter antropológico de los habitantes: su habla. Esta cadencia con la que se comunica pasa a ser un detalle más del lugar como la lluvia, el verdor o el viento. Esos sonidos tan característicos de la zona que exhiben en momentos tanto adultos como menores, se siente como un patrimonio inmaterial de la cultura chilota.

Todo muy bien integrado y tan poético como el título. Un bautizo que evoca a Abbas Kiarostami y su formidable El viento nos llevará (1999) película con la cual la realización nacional tiene más conexiones que solo el nombre.

En el resultado final, anidan dos formas distintas de entender el cine: las de José Luis Torres Leiva e Ignacio Agüero.

Hay momentos en que se percibe el toque de Agüero en pantalla. Así como también hay momentos en los cuales se palpa la sensibilidad de Torres Leiva. Esta dualidad artística dio uno de los grandes trabajos cinematográficos de los últimos años en nuestro país.

 

 

 

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Cristián Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional General José Miguel Carrera, y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile.

También es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y al cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

 

Tráiler:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: El viento sabe que vuelvo a casa (2016).