[Ensayo] «Hamnet»: A propósito de William Shakespeare y de su familia

Considerada por el prestigioso Diario «El País» de España como la mejor novela publicada en ese país durante 2021, esta obra de la escritora irlandesa Maggie O’Farrell (en la imagen destacada) se encuentra basada en la cotidianidad íntima del inmortal bardo inglés del siglo XVI.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 24.12.2021

«Recuérdame».
Hamlet

Con esta súplica muere Hamlet en manos de su fiel Horacio en la obra más famosa de William Shakespeare que de algún modo es un homenaje al hijo que el autor perdió prematuramente. Hamlet o Hamnet, dos formas intercambiables de un mismo nombre.

Poco sabemos de la vida privada del mítico dramaturgo británico, y con ese poco la excelente escritora irlandesa Maggie O’Farrell ha elaborado una emotiva novela que estremece en belleza.

Mediante una prosa poética rica en matices, nos invita a vivir intensamente una ficción que se asemeja a la realidad, y nos transporta a la Inglaterra de las postrimerías del siglo XVI haciendo que vivenciemos como propias todo tipo de situaciones, un dolor, una alegría… o un “simple” mirar el bosque:

«Podría parecernos una vista verde inconstante, en continuo movimiento: el viento acaricia la masa de hojas, la riza y la alborota; cada árbol responde a las atenciones del viento a su propio ritmo, ligeramente distinto el de sus vecinos, doblando las ramas, sacudiéndolas y agitándolas como si quisiera librarse del aire, incluso de la tierra que lo nutre».

 

Una mujer salvaje

Y en su buen hacer, la autora nos adentra brillantemente en la hipotética historia de la familia de William Shakespeare a través del mirar y el sentir de su excepcional mujer Agnes.

Es ella la protagonista, la puntal del hogar, la madre de sus tres hijos, la mujer que en amor pleno antepone las necesidades de William a las suyas permitiendo que él pueda desarrollar su oficio en el lejano Londres. Así la describe su hermano Bartholomew, el otro hombre de su vida:

«Le da igual lo que piensen de ella. Siempre hace lo que quiere. Cuando mira a alguien le ve hasta el fondo del alma. No hay ni una gota de hostilidad en ella. Se toma a las personas por lo que son, no por lo que deberían ser».

Agnes, una mujer de la tierra y del bosque, una mujer que conoce las plantas y sus propiedades terapéuticas, una mujer capaz de saber de alguien con sólo mirarlo y tocarlo, una mujer indómita que se enamora de un hombre radicalmente distinto a ella, un hombre de letras que —sabemos— hará historia.

Qué bella la descripción de su primer encuentro sexual en la despensa familiar entre estantes de manzanas que tiemblan en su estremecer amoroso:

«Las hileras de manzanas se mueven, botan, dan saltos en las baldas… Bote, bote, salto, salto… La frecuencia de los golpecitos varía: más pausada, más lenta y vuelta a empezar… En el angosto espacio que hay entre ella y la balda (de manzanas) de enfrente se encuentra él… ¿Cómo es posible, se pregunta, mirándolo a la cara, que una cosa encaje tan bien, con tanta precisión, con esa sensación de acierto? Las manzanas, fuera de su alcance, giran y botan».

Ambos conforman una pareja singular en esas tierras y esos tiempos de cerrazón y oscurantismo. Tiempos en los que mujeres como Agnes a menudo eran señaladas y criticadas por la libertad que encarnaban, tiempos en los que hombres como William eran menospreciados frente a otros que ostentaban oficios “respetables” según los absurdos cánones de la época.

 

La muerte del hijo

A pesar de su amor, la pareja no lo tendrá fácil pues ha de vivir en un anexo a la casa paterna de él y es que William se lleva muy mal con su autoritario progenitor. Así, finalmente Agnes resolverá ayudarle a salir de ese lugar que lo atormenta con la esperanza de acompañarlo tan pronto pueda con su hija Susanna y el bebé que está al nacer.

Pero no es uno sino dos los bebés que da a luz, los gemelos Hamnet y Judith. Y la pequeña tiene una salud muy frágil por lo que se trunca la esperanza de establecerse todos en Londres, ciudad en la que William se ha labrado merecido prestigio como dramaturgo logrando sustanciosos beneficios económicos.

La tensión de esos dos mundos irreconciliables y las prolongadas ausencias de William abren una brecha en la pareja, brecha que crecerá tras la repentina muerte de Hamnet a causa de la peste negra. Nada se sabe de cuál fue la enfermedad real que contrajo el chico, O’Farell según confiesa optó por esta ya que en esos tiempos causó muchas muertes.

Y dedica un capítulo muy original a describir el largo proceso de cómo llegó la peste a Inglaterra supuestamente desde el lejano Egipto. Una pulga de un mono que se aloja en el cabello de un niño a bordo de un carguero que recorre el mediterráneo y finalmente arriba a la ciudad del Támesis infectando fatalmente todos los puertos en los que atraca

Y ante esa devastadora enfermedad, la desesperación de Agnes quien ve que pierde a su hijo sin que sus remedios y sabiduría puedan evitarlo:

«Intentaría lo que fuera, haría lo que fuera. Se abriría las venas, se abriría en canal para darle su sangre, su corazón, sus órganos; si con ello le aliviara aunque solo fuera un poquito».

Porque ella es una madre con mayúsculas, una madres que: “Siempre lanza pensamientos hacia sus hijos como si lanzara cañas de pescar al agua, piensa en dónde están, en lo que estarán haciendo, en cómo se encuentran”, no hay amor más grande que ese y O’Farell lo sabe muy bien.

También describe en autenticidad el dolor de la pérdida de un hijo, la dureza del vivir tras ese negro vacío a pesar del amor a los otros hijos. Y su rabia por la ausencia de William antes y después del horror. Rabia que parece insalvable a pesar de la actitud empática de él.

Rabia que la llevará a asistir al estreno de Hamlet en Londres y a entender que él también está roto, también —como Agnes— está muerto en vida.

En la obra, William se ha intercambiado con su hijo, es el padre quien ha muerto y se aparece como espectro a su descendiente, ese hijo que buscaba siempre entre el público de sus espectáculos y que un día por fin encontró; porque Hamlet es un fiel calco de su Hamnet en físico y en personaje de corazón noble

Ella ve al esposo padre real como muerto y al hijo ficticio como vivo, se conmueve:

“Alarga el brazo, la mano, como reconociéndolos, como si quisiera tocar el aire que hay entre los tres, como si quisiera atravesar la frontera entre el público y los actores, entre la vida y el teatro”.

Excelente final para una excelente ficción basada en uno de los más excelsos de la ficción.

¿Qué más se puede pedir?

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Hamnet», de Maggie O’Farrell (2021)

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Maggie O’Farrell.