[Ensayo] «Hijos del sol»: De los niños que se ven forzados a ser adultos

El filme del realizador iraní Majid Majidi —galardonado en el Festival de Venecia 2020por la actuación del joven Roohollah Zamani — es analizado en sus vertientes simbólicas y metafísicas, en el contexto de una sociedad moderna donde se invierten los roles y las responsabilidades de sus integrantes.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 14.10.2021

Ten esperanza niño, mañana y pasado mañana
Ten esperanza todas las mañanas
Confía mientras vivas.
Víctor Hugo

El veterano realizador iraní vuelve a adentrarse en el universo infantil, un tema recurrente en su excelente filmografía. Y es que Majidi sabe empatizar con los niños, los mira y los siente como el niño adulto que sin duda es logrando joyas cinematográficas que conmueven por su autenticidad.

En Hijos del sol y a partir de un excelente guion que firma junto con Nima Javidi, nos ofrece una película muy amena —a mi entender toda una obra maestra— que denuncia la explotación infantil; porque tal y como se explica en la dedicatoria inicial en el mundo hay más de 150 millones de niños trabajadores lo que supone según mi opinión la mayor vergüenza de nuestro sistema económico globalizado.

Y a la vez la película es un homenaje confeso a “todos aquellos que luchan por sus derechos” según concluye la dedicatoria; difícil, muy difícil lo tienen esos héroes anónimos que aquí ejercen de maestros escolares.

Aclamada por público y crítica, fue presentada en el Festival de Venecia de 2020 obteniendo su joven protagonista Roohollah Zaman el premio al mejor actor emergente. Y es que el chaval “llena la pantalla” con su sola presencia mostrando con gran naturalidad todo tipo de registros dramáticos, su interpretación es sublime.

Debo advertir que el análisis que sigue contiene inevitablemente spoilers.

 

Dioses y cargas

Antes de que veamos las primeras imágenes aparece en pantalla la invocación “En el nombre de Dios” que nos remite a la tradición islámica, una nota espiritual —ninguna referencia religiosa más en la película— como introducción por contraste al mundo globalizado de “Dioses” vacuos. Porque las imágenes que siguen nos muestran coches de lujo, esas marcas —y otras de otros productos— como codiciados y lamentables “Dioses” para tantos en casi todo este mundo nuestro del insaciable consumismo.

Coches de alta gama aparcados en uno de tantos centros comerciales impersonales que pueblan el planeta, sus ruedas son el objetivo del grupo de chavales que lidera nuestro protagonista Ali. Niños que “trabajan” robando para adultos que los explotan en todo tipo de menesteres, también en sus talleres donde son obreros especializados.

Más allá del robar, está claro que el hecho de trabajar es impropio para un niño en edad escolar. Una anormalidad normalizada que es síntoma de gravísima enfermedad social en Irán y en tantos otros países que lo toleran, y con mayor razón también en nuestro hipócrita “primer” mundo que consume sus productos cerrando los ojos. El mismo mundo que clasifica la película como “no recomendada para menores de 12 años”.

Javidi nos muestra tal y cómo es esa “normalidad” en su Teherán natal: el niño que puede comprar tabaco en un establecimiento sin mayor problema, el niño que maneja fajos de dinero en el patio de la escuela, el niño que sabe de representaciones gráficas matemáticas porque trabajó colocando baldosas en la construcción… “Normalidad” anormal.

Pero esa responsabilidad laboral no es la única que soportan esos niños forzados a ser adultos. La película retrata como la mayoría de ellos tienen grandes carencias familiares, padres muertos, padres ausentes a menudo yonquis o con problemas psiquiátricos…

Lo que en muchos casos obliga a esos niños trabajadores extenuados a cuidar a quienes deberían cuidarlos, atender a los progenitores y también a sus hermanos más pequeños.

Infancia truncada.

 

Juntos

Chavales que ante tanta carencia buscan la compañía familiar en otros como ellos. Así lo hace Ali con sus amigos del equipo delictivo, es bella la escena de los cuatro lanzándose a un estanque circular, su felicidad compartida, el juego del niño que son a pesar de tanto, el sentirse libres y sin cargas ni que sea momentáneamente…

Y finalmente Javidi que nos los muestra a vista de pájaro flotando y mirando al sol, evocando la rosa de los vientos elemental, sublime.

Y juntos se inscriben en la escuela Niños del Sol, una institución privada con problemas económicos que con heroicidad cubre las deficiencias del ineficaz Estado iraní. Se inscriben allí por encargo de uno de esos adultos explotadores, desde el sótano de la escuela podrán acceder a las simbólicas alcantarillas del cementerio vecino donde se esconde un “tesoro”.

En esa escuela se visualizan los enormes problemas que han de afrontar esos chavales de mochilas cargadas de piedras familiares y también los de esos abnegados profesores que la gestionan.

Queda patente en una de las mejores escenas del filme, vemos cómo los administradores de la propiedad impiden por impago del alquiler el acceso a la escuela y los profesores que responden aleccionando a sus chavales a abordarla; mochilas lanzadas al aire que caen al patio mientras que tanto niños como maestros trepan por la verja y los muros. Juntos niños y profesores, los ninguneados frente a la insensible sociedad del culto al dinero.

No obstante ese juntos tiene sus sombras, en los adultos por la ambición política del director de la escuela que es criticada por Rafie, un maestro íntegro hasta la médula. Y afloran también en el equipo de Ali cuando uno de ellos decide abandonar la misión.

En otra magistral escena lo vemos sincerándose con su jefe tras una protectora puerta cerrada, hablándole de lo que significa para él integrarse en un equipo de fútbol tal y como le han ofrecido en la escuela, expresando el orgullo materno y su desinterés por ese “tesoro” que buscan …

Y Ali que pierde la paciencia amenazándole con darle una paliza, y el antes vasallo que ahora descarga su hartazgo: “siempre dando órdenes, siempre quieres pegarme por todo, pues venga pégame”, mientras que en sentidas lágrimas abre la puerta con un “vamos hazlo”, Ali consternado —¡qué expresividad la de su rostro!— no cumple su amenaza y observa cómo se va.

Nuestro protagonista se da cuenta de que es verdad, está repitiendo el patrón aprendido del mundo adulto, el terrible pegar para imponer y someter al otro.

 

Héroes

Aunque en ocasiones el golpear puede ser un recurso necesario como defensa. Ali es experto en dar cabezazos y Rafie quiere que le enseñe su técnica por si fuera necesario. El profesor empático también aprende de sus alumnos, y se estrena como cabeceador ante un policía que castiga de forma humillante a una niña.

Ali afirma que cabecea como el afamado futbolista Zidane aunque su objetivo no sea una pelota sino la nariz de un adversario. La cabeza como símbolo de inteligencia y liderazgo, cualidades que definen a nuestro protagonista, porque sabe siempre encontrar salidas y soluciones a todos los percances y ordenar a otros chavales incluso de mayor edad que él.

Capacidades que se evidencian en esa secreta misión en los sótanos de la escuela, él se abre paso creando accesos con titánico esfuerzo y gran capacidad de improvisación. Ese trabajo de minero como reto personal y sobre todo como forma de conseguir dinero para sacar a su madre del psiquiátrico en el que está ingresada desde el traumático incendio del hogar en el que murió la pequeña de la familia.

Y finalmente logra su objetivo, localiza una bolsa en las alcantarillas pluviales del cementerio. Estremece su llanto de desesperación al descubrir que el “tesoro” es un paquete de la odiada droga que desvanece a tantos adultos convirtiéndolos en vergonzosas sombras, adultos que se dañan a sí mismos y que en su no asunción dañan a sus familias, a sus niños.

Es la rabia del niño valiente y consciente ante esa mierda (nunca mejor dicho) que le lleva a destrozar el paquete dejando que se pierda en esas simbólicas aguas de tantos llantos de la maltratada naturaleza humana. Y al borde de la muerte su asfixiante regreso por esos túneles cavados con su duro esfuerzo ahora anegados de aguas crecientes torrenciales.

Y el final sublime del héroe que como tal se sobrepone y persiste, el “No puedo seguir, seguiré” que enunciara Samuel Beckket.

La escuela vacía, él solo —como de hecho ha estado siempre— repara el timbre que el buen maestro dejó a medio reparar el día en que la policía vino a arrestarle por ese cabezazo cómplice.

Ali extenuado y cubierto de barro comprueba que él tenía razón (le dijo a Rafie qué cables debía conectar), que él sabe, que él es capaz… así que el timbre suena de nuevo. Y se nos muestra a esa escuela derrotada por la insensibilidad y el egoísmo de la sociedad del dinero con planos de dentro hacia fuera.

Una derrota como tantas injustas derrotas a lo largo de los tiempos, y a pesar de esa derrota suena un timbre —una llamada— anunciando que mientras hay compromiso con la vida hay esperanza, esa es la actitud heroica que Ali encarna.

Magnífico, maestro Majidi.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

 

Imagen destacada: Hijos del sol (2020).