[Ensayo] «La batalla de Chile»: La mitificación audiovisual de la Unidad Popular

Las tres partes temáticas que componen el largometraje documental del realizador nacional Patricio Guzmán —proyectado inéditamente a través de la televisión abierta durante este mes de septiembre para las audiencias del país— crea la impresión histórica y estética, en la sensibilidad de sus espectadores, de haber contemplado en imágenes a una sociedad abruptamente modificada por la fuerza de una violenta arbitrariedad.

Por Cristián Uribe Moreno

Publicado el 21.9.2021

Este 11 de septiembre del 2021, la televisión abierta, por primera vez desde que se recuperó la democracia el año 1990, exhibió La batalla de Chile (1971 – 1973) de Patricio Guzmán. Documental que grabó in situ el proceso sociopolítico vivido durante el gobierno socialista de Salvador Allende.

Una proeza técnica y humana que recogió el ambiente de ese crucial momento como ningún otro testimonio visual lo hizo. De ahí su valor cinematográfico e histórico que con el tiempo solo ha crecido.

Por ello, habíamos esperado por años que apareciera en la televisión abierta y que todos pudieran apreciar esta impactante obra. De lo que vi en pantalla me quedan dando vueltas algunas impresiones que me gustaría compartir.

La primera es la exhibición misma.

Desde su creación, la realización nacional ha sido mostrada en festivales, eventos culturales y mítines políticos en distintas partes del mundo. La película cuenta con un sinfín de galardones y es mención obligada en cualquier manual básico de la historia del cine.

Sin embargo, nunca fue estrenada comercialmente en nuestro país. Solo en algún ciclo de películas chilenas, en algún sala de cine arte.

Sus presentaciones nos rememoran a salas clandestinas en los años de dictadura, en sindicatos, centros culturales, centros de estudiantes o unidades vecinales. Liturgia obligada de la izquierda de oposición al régimen, la película había adquirido aspecto casi mítico de un público que de boca a boca la veneraba.

Muchos ya habíamos visto el documental. Pero la aparición en televisión abierta fue una experiencia única. No es lo mismo estar conectado con un pequeño grupo de gente que piensa de manera algo similar que la amplia diversidad de espectadores que tuvo ante la televisión. Distintas generaciones, en distintos lugares y distintos grupos sociales unidos por la imagen. La experiencia individual se volvió colectiva. Y en muchos casos familiar.

Uno se imaginaba a miles de chilenos en el living de su casa todos mirando este testimonio. Algunos recordando tiempos pasados y otros viendo por primera vez, de primera fuente, un proceso histórico muchas veces distorsionado por los grupos de poder, que tan interesadamente contribuyeron a la caída del gobierno de la UP.

La masividad de la experiencia y su recepción se pudo apreciar en los innumerables comentarios que fueron apareciendo en redes sociales. Comentarios en relación al momento histórico mismo, junto con mensajes de personas que reconocían a familiares y amigos que ya no estaban.

Esas emociones fueron aflorando en las redes sociales. En este sentido, el momento fue catártico y reparador para muchos.

 

Patricio Guzmán en la década de 1970

 

Un país con otros principios y un destino trunco

Por otra parte, las nuevas generaciones iban descubriendo una versión de la historia que ha sido soslayada por años. Primero, por una dictadura que mintió descaradamente y luego, por una concertación política que le incomodaba el pasado.

Y, ¿qué pudieron ver estas nuevas generaciones?

Un país que en 50 años ha cambiado radicalmente. Y ahí estaba, las imágenes para demostrarlo. Un documental que más que mirarlo, nos mira, nos interpela.

Esas imágenes, con sus protagonistas muchas veces en difíciles y precarias condiciones de vida, pero parados en el sitio privilegiado de la historia, nos observan. Nos hace sentir incómodos en nuestro confort, materialismo e individualidad. Una sociedad de tiempos pretéritos con otros principios, otros valores y otro destino.

Y he aquí, una de las cosas que más llamó la atención. Incluso en redes sociales fue uno de los comentarios obligados: el nivel discursivo de muchos líderes políticos, así como también de obreros, campesinos, mineros y gente común que era entrevistada.

Un discurso fluido, elocuente y muy informado a cerca de la situación política del momento. Una alocución que devela a un individuo político en todo sentido, consciente de sus convicciones y su momento histórico. Todo razonado con palabras muy bien escogidas, que desarrollaban líneas argumentativas agudamente hilvanadas.

Este discurso de la “clase obrera” suena muy anómalo en una sociedad como la que tenemos hoy en pleno siglo XXI. Algunos en redes sociales, lo atribuyeron a la buena educación pública que existía en ese entonces y que la dictadura destruyó.

En parte, este argumento puede ser cierto. Pero no hay que olvidar que muchos trabajadores y dirigentes sociales comenzaban a laborar desde muy temprana edad, desertando de la enseñanza obligatoria. Si bien después de adultos podían terminar sus estudios, los autodidactas abundaban. En tiempos de los discursos grandilocuentes, muchos se esforzaban por destacar en el ámbito de la oratoria política.

Y es que en el centro de toda esta sociedad, existía el diálogo y la fe en el lenguaje. En el centro de las apasionadas discusiones, el lenguaje oral o escrito cumplía un papel protagónico. En esos días, los referentes sociales hacían gala de su elocuencia. Y quienes aspiraban a entrar a esos círculos se esforzaban por construir un discurso potente, basado en los amplios recursos lingüísticos que la lengua ofrecía.

Dicho de otra forma, la gente se preocupa por tratar de hablar de manera correcta. Hoy a casi 50 años de esas imágenes y de esos discursos, la sociedad no valora la palabra de esa manera.

 

«La batalla de Chile» (1975)

 

El odio anquilosado que explotó el 11 de septiembre de 1973

Si bien la dictadura y su proceso de desculturización nacional fue un factor importante, no explica del todo el momento en que nos encontramos. No explica que muchos de los referentes sociales de las nuevas generaciones sean “influencers” que apenas juntan un par de palabras.

O que se jactan de su “hablamiento”.

De líderes políticos que solo vociferan porque ya no intentan convencer a nadie. O referentes comunicacionales que hablan lo justo y necesario pues el “tiempo es oro” y todo se debe explicar en un par de cuñas que duran segundos.

Y no solo eso, uno mismo cuando habla, cuando escribe, ya no se esfuerza en hablar ni en escribir de manera correcta. Todo es visual, todo es muy sintético. Nada que un buen emoticono no lo pueda representar.

Si antes de la pandemia hablábamos y escuchábamos poco, después de la pandemia muchos se sintieron a gusto en este aislamiento que vino a profundizar aún más este individualismo acérrimo en que hemos caído.

Escasean esas largas conversaciones, esas largas discusiones, ese dejarse llevar por el lenguaje en busca de ideas comunes, de utopías o de descubrir hablando. Solo por el gusto de hablar y escuchar.

El documental La batalla de Chile es una muestra patente de que se estaba llegando a un límite donde la palabra no estaba surtiendo efecto. Un momento en el que emergía una fuerza que lo destruiría todo. Un odio anquilosado que explotó el 11 de septiembre de 1973. Un odio que no escucha, que no conversa y que solo avasalla al que piensa distinto.

El tiempo del diálogo democrático se esfumaba.

Y eso lo vieron venir algunos lúcidos comentarios que se pueden escuchar en la película. Disquisiciones que el día de hoy aún sorprenden porque están esculpidas en una galaxia muy, muy lejana, como todo el material de la película.

Una fuerza visual y discursiva, que nos habla de un mundo de ideales que ya no existen.

Un mundo moral donde la moral ya no tendría sentido.

 

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Cristian Uribe Moreno (Santiago, 1971) estudió en el Instituto Nacional «General José Miguel Carrera», y es licenciado en literatura hispánica y magíster en estudios latinoamericanos de la Universidad de Chile, y también es profesor en educación media de lenguaje y comunicación, titulado en la Universidad Andrés Bello.

Aficionado a la literatura y el cine, y poeta ocasional, publicó en 2017 el libro Versos y yerros.

 

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Tráiler 3:

 

 

 

Cristián Uribe Moreno

 

 

Imagen destacada: La batalla de Chile (1975).