[Ensayo] Mímesis: Sembrar en el planeta Marte

Siento marchitos a los jóvenes del presente, como si los deshojaran en sus aspiraciones y sueños y ya estuvieran acostumbrados a las marchas, a la alegría sin sentido que los unen, a la cobardía de los grupos violentos y descontrolados de origen animal.

Por Hernán Ortega Parada

Publicado el 24.2.2021

«La conciencia humana, en tanto el producto más complejo de la actividad nerviosa del organismo, no se encuentra en nuestro cerebro, sino más bien en el campo electromagnético de este órgano».
Revista Neuroscience of Consciousness

Esta situación con siglos en marcha —al menos de las épocas primitivas hasta el presente— permite elucubrar sobre la estancia del yo y de los infinitos, como de los seres humanos que nos han preteridos.

Recuerdo, por ejemplo, esas vagas y literalmente desconocidas líneas que esbozó el sabio judío Putah, al menos seis siglos antes de la era cristiana, aquellos mismos signos grabados tal vez en cueros de oveja o tablillas y que empezaron a dar formas a un lenguaje escrito comunicacional que, con el tiempo se unió a otras escrituras diversas que la voluntad de nuevos iluminados ha dado en llamar, en conjunto histórico, la Biblia.

Esta misma experiencia es la que resume el lapso reconocido en los días presuntuosos que culminan con el siglo XXI cuando muchos rostros no florecerán jamás.

¿Existe, en consecuencia, un juego de paredes invisibles —el tiempo— llámese ontología o simplemente una mímesis de planos repetidos y perpetuos que no alcanzamos a considerar?

Porque, ¿es lícito ubicarse en el 2021 para mirar hacia atrás y especular sobre lo que vendrá? ¿No hay un parecido con lo que prefigura una teoría cuántica?

¿Qué importancia tiene el futuro con tanto aparato lanzado al espacio?

¿Qué validez cumple sembrar en el planeta Marte?

 

Una vieja contemporaneidad

La mímesis es un espejo de dos caras y no es estrictamente  útil para nuestros ojos. ¿O lo es? ¿Existe, en consecuencia, un juego de paredes invisibles —el tiempo— llámese ontología o simplemente una mímesis de planos repetidos y perpetuos que no alcanzamos a considerar?

Porque, ¿es lícito ubicarse en el 2021 para mirar hacia atrás  y especular sobre  lo que vendrá? ¿No hay un parecido con lo que prefigura una teoría cuántica?

¿Qué importancia tiene el futuro con tanto aparato lanzado al espacio? ¿Qué validez cumple sembrar en el planeta Marte? La mímesis es un espejo de dos caras y no es estrictamente útil para nuestros ojos. ¿O lo es?

Apelo, en cierto modo, a un pensamiento  ya remoto: “Esta inversión de la perspectiva es, cuando menos, transitoriamente, de clara utilidad”, elaborado por José Ortega y Gasset en años del siglo anterior.

Será de utilidad porque no hay reversión en dicha propuesta. Es decir, el pensador previene del abismo que tenemos por delante y de la planicie que estamos dejando atrás sin alternativa alguna. Abismos  ciegos, en cuanto a ignorancia filosófica. También ignorancia legendaria.

Derechamente, la historicidad plantea la imprudencia de hablar de “modernidad”, algo hoy inexistente. Está claro que extender el concepto hacia una época casi incomprensible que no hemos tocado con nuestros dedos ni hemos apreciado como siglo de violencia y liquidación de gran parte de la humanidad que ya ha quedado atrás.

Es verdad que el humanismo ha crecido aun a precio de ignorar el corazón de la etiología y de cierta parte teocrática, a fin de instalar una especie de mirada global en que los cerebros privilegiados ahora miran la conquista de otros planetas y aún desean sus minerales sin saber cómo ni cuándo ni quiénes.

Otras páginas inéditas proveerán las respuestas así como olvidaremos las drogas. Pero la verdad es evidencia palpable: estamos en otro siglo que nos hace olvidar el pasado y valorar tan sólo la existencia real del amanecer. ¿Será un castigo?

La pandemia mundial que nos aflige parece que multiplica las imprudencias y los estragos en la economía, tal como lo hacen —cierto— los virus. La pachotada de Trump (octubre 2020) y su falta de apreciación de los hechos comunes, encubre  los “progresos” de  Norteamérica, de Rusia y de China. Como si un sordomudo —tartamudo— hablara del armamentismo y dijera: “basta, señores, botemos las armas”.

Estaríamos, en consecuencia, al pie de una nueva etapa en la cual, pese a las divisiones entre los países y las culturas, tenemos una vieja contemporaneidad.

De persistir el “entretiempo” podemos esperar lo que se nos viene pese al cambio climático en marcha y a una nueva cobertura social inédita.

 

¿Es lícito hablar de la etiología antes de morir?

Lo que sí es relevante —al menos para nuestro país— es el cambio fundamental en la mente de la gente joven. No es difícil adivinar, o percibir, la falta de una educación secundaria más completa y eficiente.

No puedo comparar los sentimientos de los jóvenes de mis tiempos, pero los siento iguales de inquietos y respetuosos de un sistema de educación que no les permitió abrigar lágrimas.

Siento marchitos a los jóvenes del presente, como si los deshojaran en sus aspiraciones y sueños y ya estuvieran acostumbrados a las marchas, a la alegría sin sentido que los unen, a la cobardía de los grupos violentos y descontrolados de origen animal.

Algo se perdió. Los muchachos del Aplicación de los años 50 no saben hoy pedir, no saben escuchar. ¿El sistema nuevo? Nadie sabe. O lo saben.

Comparo mi formación y yo sabía que a finales de los años de aulas me esperaban otros embates y, principalmente, trabajo sustentable de cualquier nivel. No cabían otros sueños.

Las niñas con hogares desarmándose. El éxito relativo en algunos emprendimientos. ¿Retornan en mí los pensamientos metafísicos? ¿Mímesis?

Estas lágrimas no saben ver el futuro. Mis reminiscencias son inútiles. Sólo ven mis ojos los árboles que han proyectado nuevas hojas.

La intromisión de las drogas en las culturas contemporáneas. Los conos de neblina provienen de los países latinoamericanos y orientales, pero con una penetración en el “yo” inimaginable de niños, jóvenes y parte de los adultos que todavía piensan como antes.

Las re-aperturas de clases y las “enseñanzas modificadas” de maestros y de adultos tienen un nuevo nombre para este calendario, recuerden que dejó de existir.

Los momentos de la vida ya no son para lamentar. Hay que estar preparados para la tormenta.

Y la tormenta está en la calle. En las poblaciones pobrísimas, en las manadas de hombrees sin trabajo.

Hombres y mujeres no saben esperar ni tienen educación: muerden, ladran, roban, saquean, violan.

Esa es la parte que la derecha miope no ve. Esa es la consecuencia de un cambio anormal en el país. Un cambio que la dictadura del 73 no predijo. Y que la actual dirigencia conformista, izquierdista, bien pagada también, tampoco ve.

¿Cuál es la realidad? ¿Estaremos equivocados?

La televisión mostró el caso de Machasa, de la Corfo, el robo del agua, que también se pudrieron con el cambio. Este país se desarticuló.

No hay conciencia de sí mismo.

¿Es lícito hablar de la etiología antes de morir?

 

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Hernán Ortega Parada (1932) es un escritor chileno, autor de una extensa serie de poesías, cuentos, notas y ensayos literarios.

 

Hernán Ortega Parada

 

 

Crédito de la imagen destacada: NASA.