[Ensayo] «Relatos»: Las esquirlas de la historia en la intimidad de Giuseppe Tomasi di Lampedusa

Estos textos desiguales —una gentileza de Editorial Anagrama para los lectores en español— no solo corresponden a una nota al pie de página de «El Gatopardo»: aquí está contenida la pericia literaria de un humilde artesano, del cual aún podemos aprender.

Por Alfonso Matus Santa Cruz

Publicado el 9.2.2021

Escritor tardío, de esos en que la vida ha macerado con lentitud pertinaz, conjugando los desastres históricos, la decadencia de su herencia aristocrática, los ribetes nunca inocuos de las relaciones íntimas, el cariño y el desapego que se van contaminando con demonios tan familiares como el café matutino, Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Palermo, 1896 – Roma, 1957) concibió una obra literaria de la cual en vida apenas alcanzó a prolongar retazos.

Textos que ganaron el elogio de su círculo de amigos y algunos de los literatos de mitad del siglo pasado —entre los cuales Marguerite Yourcenar—, pero no fueron publicados en vida, como su gran novela, El Gatopardo, que después sería revindicada como uno de los clásicos insoslayables de la literatura italiana.

La gloria, destino misérrimo, tan a sazón de los clásicos helénicos que tanto apreció, le sería dada de manera póstuma. Nada más un ramo de flores sobre la lápida, el desayuno predilecto de los grandes escritores.

La colección de textos que aquí nos convoca, cortesía de la editorial Anagrama, es una congregación de profanaciones a su intimidad: unos recuerdos de infancia que escribió a empellones emotivos, de manera simultánea a la concepción de su obra magna, y tres relatos, entre los cuales el último, Los gatitos ciegos, sería el punto de partida de una segunda novela, en la que vida familiar y peripecias históricas se hubiesen aunado con tanta o más solvencia que en su ópera prima.

Nacido príncipe de una de esas últimas grandes familias aquilatadas con el galón de un linaje noble, con propiedades heredadas durante siglos y relaciones con varias de las familias que se intercalaron algunas de las monarquías europeas, el niño que fue pudo ser feliz, pero no se dejó seducir por la indolencia, o tal vez su memoria no se lo permitió.

Los escombros irradiados durante los primeros años de vida se van acumulando en gavetas que pudiesen parecer arbitrarias, recuerdos segregados en un archivo con la arquitectura de un castillo bombardeado, pero una lucidez curiosa, en ciertas mentes, pugna por desarmar al olvido y su criterio caprichoso, recolectando pestañazos bañados por una luz significativa.

De estos pestañazos se da cuenta en el primer texto: la mañana que entra por las cortinas, la voz airada del padre y un objeto que se rompe al caer de las manos de la madre. Tres años, nada más, y el recuerdo primigenio del pequeño Giuseppe no solo es un episodio familiar sino, como vendría a enterarse más tarde, la noticia del asesinato de un rey.

Las esquirlas de la historia clavadas en los filones de las memorias familiares, ésta es la dinámica que atravesará la obra del hombre, la que llevará a una cota expresiva tan intensa como quirúrgica en su poder evocativo.

Sus correrías por la casona de Santa Margheritta, una de esas aldeas del interior de Sicilia, matriarca avejentada y reseca de la cultura occidental, en cuyas decenas de pasillos sentía rebotar el eco de sus pasos, en cuyas centenas de habitaciones se paseaba como por el ropero de Narnia, ojeando libros antiguos, leyendo y maravillándose.

Su cariño por el administrador de la casona, del cual escribe con entrañable precisión, confiando en que sus palabras no serán leídas por nadie.

¡Y qué equivocado estaba!

Para alegría y gratitud de los lectores que nos solazamos al profanar el arcón de aquellos escritores cuyas obras ganan salud con los años, llevando la contra a las leyes naturales, este volumen es un bocado de pequeñas delicias, contextualizadas con rigor y estilo equivalente.

Y gran parte de la responsabilidad la tiene su relato más logrado, La sirena, historia en que un joven periodista hace migas con un famoso helenista, erudito con un sentido carnal de la vitalidad mitológica expresada por los antiguos griegos.

Bastará decir que la voluptuosidad mítica del relato parece deslizarse sin fisuras a través de la conversación entre los dos personajes; realidad y fantasía fusionados, como la espuma del mar en la orilla de la península que las musas y sirenas frecuentaron durante el fragor cosmogónico y el parto de la historia occidental, y quizá hasta nuestros días, como plantea el viejo asceta, con esa ironía exenta de nostalgia que le deparó una experiencia capaz de aniquilar el parangón de cualquier placer mundano.

En suma: una serie de textos desiguales, con los vaivenes infaltables de una cocina literaria demolida de improviso por la muerte, que siguen conservando el estilo de un hombre que dedicó su vida a la literatura, con el oficio y la sensibilidad que solo unos pocos han podido cultivar sin mendigar la aprobación de sus pares.

Esto no es solo una nota al pie de El Gatopardo, aquí está contenida la pericia literaria de un humilde artesano, del cual aún podemos aprender.

 

***

Alfonso Matus Santa Cruz (1995) es un poeta y escritor autodidacta, que después de egresar de la Scuola Italiana Vittorio Montiglio de Santiago incursionó en las carreras de sociología y de filosofía en la Universidad de Chile, para luego viajar por el cono sur desempeñando diversos oficios, entre los cuales destacan el de garzón, barista y brigadista forestal.

Actualmente reside en Punta Arenas, cuenta con un poemario inédito y participa en los talleres y recitales literarios de la ciudad. Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Relatos», de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Editorial Anagrama, 2020)

 

 

Alfonso Matus Santa Cruz

 

 

Imagen destacada: Giuseppe Tomasi di Lampedusa.