[Ensayo] «Succession»: Atrapados en el poder y en la riqueza

La pedagogía de la serie audiovisual de tres temporadas y con una cuarta ya programada, del realizador estadounidense Jesse Armstrong —y la cual es parte del catálogo de la plataforma de streaming HBO Max— está en mostrarnos que el dinero en manos de quienes no aman crea toxicidad, conflicto, asfixia, aislamiento, dureza, pesadez y desequilibrio, tanto a su pequeña comunidad como a la sociedad en su conjunto.

Por Jordi Mat Amorós i Navarro

Publicado el 22.1.2022

«El hombre que posee el obstinado ‘sentido propio’ no busca ni dinero ni poder… Éste sólo valora una cosa: la misteriosa fuerza en su interior que le alienta a vivir y le ayuda a crecer».
Herman Hesse

Quizás pueda parecer que tener mucho dinero es sinónimo de buena vida. Pero historias como la mostrada en esta ficción evidencian que no necesariamente es así. No es así cuando el dinero es la prioridad absoluta de una persona o un colectivo que en ese entender llega a perder el auténtico goce de vivir por mucho que “lo tenga todo”.

El creador británico de esta laureada serie retrata a una poderosa familia gobernada por Logan Roy un hombre “hecho a sí mismo” quien por edad pronto deberá decidir cuál de sus cuatro hijos toma el timón de su holding empresarial.

El rotundo éxito de Succession se debe a su excelente guión que balancea entre el drama y la comedia y también al buen trabajo actoral de sus protagonistas. Destacar la brillantez de los intérpretes que encarnan a los hijos con mayor experiencia gerencial: Jeremy Strong como Kendall y Kieran Culkin quien es Roman; y la participación de la siempre magnífica Hiam Abbass dando vida a Marcia, su madrastra.

 

Familia

Como si de un capo siciliano se tratara, esta es la palabra invocada por Logan para reunir a los suyos, les recuerda que son familia especialmente en los momentos más críticos con el fin de evitar disidencias.

Pero ese colectivo que él gobierna autoritariamente para nada es una familia con mayúsculas que merezca enfatizarse tal y como él lo hace. Al contrario, es una familia tóxica que está tensamente “unida” por el interés económico.

Como suele ocurrir en estos casos, los hijos son los más intoxicados, de niños vivieron temiendo al padre y ahora siendo adultos siguen temiéndolo. Lo temen y buscan constantemente su aprobación, una aprobación que nunca llega —ni llegará— en la plenitud que desean.

Y como consecuencia los hermanos han aprendido a competir entre ellos para alcanzar esa gratificación que Logan administra homeopáticamente. La competitividad que tanto define y agrada al jefe del clan lo domina todo.

Logan les ha inculcado que todo vale para conseguir lo que uno se propone, que todo puede comprarse con dinero.

Pero ese postulado no es real, afortunadamente no todo puede comprarse. El verdadero amor no se compra.

 

Sin amor, excesos

En esa familia no hay amor, los hijos no conocen el amor, la madre huyó y para nada es amorosa, lo admite a Shiv —la única chica— con un sincero “nunca debí tener hijos” que les duele. Y Marcia —la mujer que la sustituyó— tiene una relación distante con ellos, relación especialmente tensa con la chica por su condición de —hasta cierto punto— favorita paterna.

No hay amor en esa familia principalmente porque Logan ha impuesto su modo de entender la vida, para él la vida es “ganar” siempre en un frenesí sin fin. Ganar dinero, ganar empresas, ganar gente, ganar poder… ganar y ganar en un acumular insaciable que pesa y esclaviza.

Por eso cuando su nieto se atreve —la inocencia del niño— a decirle que ha perdido en un juego, Logan lo golpea con violencia tal y como en ocasiones aún hace con sus desquiciados hijos gerentes.

No hay amor en él, no hay amor ni a sí mismo puesto que el “amor” lo entiende como “admiración” ligada al “éxito”. Sin amor, nada es auténtico. Logan tiene propiedades, poder, fuerza, agallas… podríamos resumir como valor e incluso “valor de mercado”.

Pero para nada tiene Valor con mayúsculas que nace desde ese amor que ha asfixiado en sí mismo. Entiendo que de poco sirven sus múltiples valores sin el Valor del amor, sin el valor de la humanidad que es inherente al que ama y por tanto empatiza.

Y en el no saber amar están también sus hijos por esa toxicidad y la falta de referentes:

Connor, el mayor de ellos —quien es el único hijo de una mujer anterior que no aparece en la serie— está tan confundido que tiene como pareja a una prostituta de lujo que ha comprado en exclusiva.

Roman, el pequeño de la saga también recurre a este tipo de mujeres pero nada prospera porque tiene serios problemas sexuales. Él es el más desequilibrado de todos y ha aprendido a esconder su frustración en el disfraz de bufón cínico.

Shiv se casa con un buen hombre que la ama pero ella se muestra incapaz de amarle en una distancia emocional en ocasiones tan cínica como la de su hermano pequeño.

Y Kendall es el único que ha sido padre, pero su matrimonio fracasó por su adicción a las drogas y el alcohol. Su personalidad es inestable con continuos vaivenes emocionales, por momentos se muestra en luz con capacidad de amor propio y un cierto amor por los demás, aunque en demasiadas ocasiones cae en pozos profundos que lo convierten en penosa sombra de sí mismo.

Kendall es el único que logra desafiar seriamente al jefe del clan pero este conoce sus puntos débiles y acaba doblegándolo sin piedad.

Porque Logan —al contrario del buen padre— utiliza su poder para hundir y manipular a sus hijos, a menudo los desprecia tanto en público como en privado, le interesa que nadie sobresalga, él se siente y se proyecta como una leyenda indestructible e insuperable.

Y ahí radica el problema de Kendall y del resto de sus hermanos, sus vidas no son suyas sino que están ligadas a esa leyenda negra. Por un lado quieren la aprobación y ser elegidos como el mejor y a la vez —en mayor o menor grado— desean superar al padre, buscan la liberación “matando” al padre.

No han crecido psicológicamente, no han alcanzado a integrar que la aprobación madura anida en uno mismo. Y por esa razón se comportan como niños de papá egocéntricos y caprichosos proclives a los excesos.

Excesos en sus adicciones y en su ostentoso modo de vida. Un vivir totalmente desconectado de la realidad de la mayoría, de la realidad del mundo.

 

A modo de conclusión

La serie expone brillantemente la forma de ser del clan Logan y también la de las gentes poderosas con las cuales se relacionan, gentes en su mayoría tan patéticamente adictos al poder y al dinero como ellos. Empresarios, inversores, jóvenes talentos, políticos… que se muestran totalmente entregados al vacuo e insaciable ganar.

Es el caso del joven emprendedor de éxito que confiesa sentirse aburrido de tanto ganar y tener. O la hija de un clan rival que se relaciona con Kendall, la joven es también adicta y se muestra incapaz de amar, simbólicamente en su cumpleaños no es capaz de regalarle algo que demuestre que lo conoce, que lo conoce y ama realmente por quien es.

Esa incapacidad de amar define a los personajes retratados en Succession. Esa incapacidad y ese culto por el poder y la riqueza. La pedagogía de la obra está en mostrarnos que el dinero en manos de quienes no aman crea toxicidad, conflicto, asfixia, aislamiento, dureza, pesadez, desequilibrio… a su pequeña comunidad.

Y se entiende que por extensión a la comunidad planetaria. Así está sucediendo en nuestro mundo, donde lamentablemente la riqueza está cada vez más concentrada en manos de unos pocos y la brecha social se agranda.

 

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Jordi Mat Amorós i Navarro es pedagogo terapeuta por la Universitat de Barcelona, España, además de zahorí, poeta, y redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Jordi Mat Amorós i Navarro

 

Imagen destacada: Succession (2018-).