[Ensayo] Tarantino y Bong Joon Ho: La diferencia está en el significado de la violencia

La irracionalidad que propone el realizador surcoreano es infinitamente más intimidante que la del director estadounidense: es locura de verdad, es la lucha de clases desbordada, esa que destruye vidas y pone de rodillas a un país.

Por Aníbal Ricci Anduaga

Publicado el 2.2.2021

¿Por qué el director de Knoxville, Tennessee, en la última noche de los Oscar, no se quedó con el premio al mejor guion original? Un trabajo de primer nivel, meticulosamente elaborado (es improbable que escriba otro como Pulp Fiction), sin embargo, esa noche fue eclipsado por el guion de Parasite.

La explicación es simple: la filmografía de Tarantino es insuperable, pero Quentin es un enamorado del cine clásico, de la forma tradicional de hacer películas y sus historias siempre van tras el beneplácito del espectador, unas veces más espectacularmente que otras, pero siempre esas historias son relecturas de otras viejas historias. Cambia la forma, pero el contenido se queda enredado en el pasado.

Once upon a time in… Hollywood es básicamente un homenaje al cine como arte, a las imágenes que se quedan en la retina, finalmente un homenaje a la maquinaria que hace posible que todos esos sueños se conviertan en realidad. Nos referimos a los actores, a los dobles de riesgo, a los estudios gigantescos con pueblos del oeste en su interior, al mayor de los géneros del cine estadounidense: el western.

El juego de Tarantino es la forma, la puesta en escena, los monólogos ingeniosos, la banda sonora de lujo y una dirección de actores que pocos pueden imitar. Desde esa arista hay que apreciar al cine del hombre de Knoxville, tomarse el tiempo y disfrutar, las escenas serán una delicia, las verás primero en el cine y más adelante en la tranquilidad del hogar. Quentin, como ninguno, es capaz de hacernos ver sus películas en repetidas ocasiones. El argumento será rudimentario, pero uno no se cansará nunca de verlas.

Parasite no hizo otra cosa que igualar el juego audiovisual de Tarantino, con un guion tanto o más ingenioso, pero proponiendo una historia incómoda para el espectador, no una parodia como las que acostumbra Quentin, una historia despiadada acerca de la lucha de clases, un tema quizás viejo al que Bong Joon-ho le da una lectura actual, de siglo XXI, no la vieja utopía de que para vencer al capitalismo hay que emprender una revolución mediante la fuerza de la clase obrera.

Parasite ocurre en Seúl, una de las capitales más capitalistas del mundo, pero oh sorpresa, en el mundo capitalista también existe la lucha de clases, no es privativa de los regímenes socialistas que todavía existían en tiempos de la Guerra Fría.

Esta nueva lucha de clases se lleva a cabo con ingenio, con suplantaciones, con mentiras del porte de una catedral, con abusos. Sí, las clases populares también pueden abusar del sistema capitalista, eso es lo que muestra el director surcoreano, no los pone solamente en el papel de víctimas.

Así como la clase alta abusa de sus cuotas de poder mediante el dinero, las clases menos acomodadas siempre tienen en sus manos la posibilidad de patear el tablero… sólo se necesita imaginación: quemar el Metro, una universidad, un par de bibliotecas y unas cuantas iglesias, buses de la locomoción colectiva y un interminable etcétera.

No se debe olvidar que cuando dispones de pocos bienes, menos tienes que perder y ante el abuso constante e inmisericorde, obvio que vas a estallar y ejercer tu derecho al uso de la fuerza.

¿De quién es la culpa? Bong Joon-ho abre la interrogante, en nuestro mundo no hay sólo buenos y villanos, uno a cada lado del muro. El mundo actual es tan convulsionado, que los villanos pueden venir de cualquier lado. No hay respuestas en este escenario caótico donde los seres humanos queremos vivir mejor, con más bienes, qué importa el medio ambiente si Donald Trump se desliga del acuerdo de Paris.

En lugar del drama de la pobreza, Bong Joon-ho es más moderno en su tratamiento (tanto temático como estético) llevando a los personajes por una montaña rusa muy bien urdida, con giros de guion que convencen por su realismo y donde cada escena aporta profundidad al conflicto de clases. El director coreano nos bombardea con múltiples aristas que se disparan una tras otra, cruzando géneros narrativos e incluso superponiéndolos.

Quentin Tarantino les da otra vía a los asesinatos del clan Manson. «Soy el diablo y he venido a hacer cosas del diablo», dice uno de los secuaces de Charles Manson. Tarantino rescata al espectador de esa película de terror y ofrece otra más divertida, donde hace lo que mejor sabe hacer: usar escenas violentas de forma catártica para hacernos reír. Sorprenden esas imágenes casi gore, pero el recurso termina agotándose. Definitivamente, no son tiempos para reírse de la violencia.

El uso de la fuerza es una válvula de escape, un momento de tremendo estrés. Pero en la vida real, siempre hay que buscar una vía para superar la violencia, debido simplemente a que no se puede vivir eternamente en el caos.

La violencia que propone Bong Joon-ho es infinitamente más intimidante que la de Tarantino, es violencia de verdad, es la lucha de clases desbordada, esa que destruye vidas y pone de rodillas a un país.

El director coreano no respeta, al igual que el de Knoxville, ningún género cinematográfico, ambos juegan con ellos, pero Bong Joon-ho juega en serio, no en la escenografía de una cantina del oeste. La cámara de Tarantino gira exquisita tras las espaldas del cowboy, hacia atrás y hacia adelante, pero en la vida real, las personas no pueden simplemente olvidar las palabras del parlamento.

Tanto Parasite como Once upon a time… son unas maravillosas películas de terror, pero la coreana es una que nos da miedo del futuro y la de Tarantino nos hace volver a sentir el terror ante Carrie (Brian De Palma) y nos hace huir con una melodía muy parecida a la de El bebé de Rosemary (Roman Polanski).

Las dos cintas me encantaron, aunque para Tarantino pareciera que el pasado nunca termina de ocurrir.

 

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Aníbal Ricci Anduaga (Santiago, 1968) es ingeniero comercial titulado en la Pontificia Universidad Católica de Chile y magíster en gestión cultural de la Universidad ARCIS.

Como escritor ha publicado con gran éxito de crítica y de lectores las novelas Fear (Mosquito Editores, 2007), Tan lejos. Tan cerca (Simplemente Editores, 2011), El rincón más lejano (Simplemente Editores, 2013)El pasado nunca termina de ocurrir (Mosquito Editores, 2016) y las nouvelles Siempre me roban el reloj (Mosquito Editores, 2014), El martirio de los días y las noches (Editorial Escritores.cl, 2015), además de los volúmenes de cuentos Sin besos en la boca (Mosquito Editores, 2008), los relatos y ensayos de Meditaciones de los jueves (Renkü Editores, 2013) y los textos cinematográficos de Reflexiones de la imagen (Editorial Escritores.cl, 2014).

Su último libro puesto en circulación es la novela Voces en mi cabeza (Editorial Vicio Impune, 2020).

Asimismo es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

 

 

Tráiler 1:

 

 

Tráiler 2:

 

 

Aníbal Ricci Anduaga

 

 

Imagen destacada: Parasite (2019).