[Ensayo] «The Batman»: El héroe que se esconde en los túneles

El filme del realizador estadounidense Matt Reeves es una obra maestra, y la cual como pocas construye una epistemología audiovisual acerca de los significados que tiene la oscuridad desde un aspecto técnico y dramático en la composición de un encuadre y en el balance o retórica final de su montaje.

Por Horacio Ramírez

Publicado el 5.5.2022

«La venganza nunca cambiará el pasado».
Batman

Nos creemos poblados por la luz. Nos parece que estuviéramos inundados de luz… pero es un hecho que la luz que entra en nuestro cuerpo apenas si lo hace a través de la pupila y llega hasta la retina: a partir de allí todas son reacciones electroquímicas del sistema nervioso que generan imágenes visuales, pero que no están hechas de luz. Nuestro cuerpo está sumido en la total oscuridad.

De modo que lo que vivimos y llamamos «luz» es un fenómeno que ocurre en ausencia de esa misma luz que tanto nos ha servido para sobrevivir ante las inclemencias y exigencias del mundo. Nunca vimos luz, sólo vimos las consecuencias electroquímicas de nuestro sistema nervioso ante el impacto de ondas electromagnéticas de ciertas longitudes de onda sobre la retina.

La oscuridad nos rodea y nos constituye. Si sumamos todas las longitudes de onda —tanto las visibles como las invisibles—, tendríamos de nuevo la oscuridad: la verdadera oscuridad. La oscuridad de la luz. Porque hay dos condiciones donde la sombra es imposible: con la oscuridad absoluta o con la luz absoluta.

Pero siendo que no conocemos ni la una ni la otra, debemos investigar entre ambas y llegamos a ver que la luz produce sombras pero la sombra nunca produce luz: la retiene, la encarcela, la prohíbe. Acercarnos a la sombra, a su sustancia y a sus contenidos, nos introduce en un misterio que se va transformando en otra cosa.

La oscuridad es misteriosa, pero cuando la tiniebla se concede hablarnos, sólo puede hacerlo transformándose en un secreto. Y por querer ver en la oscuridad —allí donde el ver con los ojos es imposible— es que hemos asistido a la última versión de un personaje de historietas, que ha subido su peso filosófico específico hasta ser una pregunta central que debemos formular alrededor de una respuesta.

Para escuchar este complejo epistemológico es que hemos visto The Batman, «El Batman»: el hombre murciélago, que se presenta con la respuesta de la que hablábamos: «No estoy en la oscuridad… Yo soy la oscuridad». Ante esa respuesta, Matt Reeves formula su pregunta que es, en verdad, su película del 2022.

De su batuta había nacido El amanecer del planeta de los simios del 2014: otra extracción de la oscuridad hacia la luz de un amanecer, otra revelación… pero en The Batman, Reeves ya no puede abandonar la oscuridad: busca la luz que reside en la tenebra porque Batman lo atrapa y lo retiene en ella.

Y si bien hay contadas escenas diurnas, el sol no es nunca protagonista, salvo en una escena donde surge a la luz una verdad que involucra a Bruce Wayne y a sus padres: la oscuridad había tenido que entregar una de sus verdades.

Mientras tanto, burdeles, sótanos, baticuevas, calles, portones abiertos a lo oscuro intimidante: en todas estas formas emergen los pasos, la parsimonia del héroe, el negro brillar de las armaduras de historietas.

 

La oscuridad corporizada

El Batman de Reeves alcanza un nivel de tenebrosa corporeidad inédito en la saga de filmes acerca de esta antítesis del acerado y brillante Superman. Su aparición en la escena de un crimen no como hombre de acción sino en función detectivesca, durante una noche de Halloween, le permite al director movilizar esa mole de misterio entre policías de carne, huesos y vidas comunes.

Reeves consigue que su Batman se vuelva extrañamente real. Hacía sólo dos años que había comenzado su carrera como justiciero, pero todavía no había alcanzado ni la popularidad ni el ascendiente entre las fuerzas de la policía, salvo por el teniente James Gordon (Jeffrey Wright) que fuera el primero en crear la «batiseñal» y ver en el extraño personaje a un profundo y poderoso aliado.

Batman no pasaba de ser un «loco disfrazado», pero su andar como detective en esa primera escena llena de policías en el espacio reducido de un departamento, su empatía con el niño que había descubierto el cadáver de su padre, va amarrando cada vez con más fuerza el disfraz al símbolo y lo va distanciando de su faz humana acercándolo a la del héroe.

Un ser de una naturaleza trascendente, poéticamente inhumana y virtualmente invencible como lo es la oscuridad… y no porque no le duelan los golpes o los balazos sobre su armadura, sino porque el director consigue que el cómic y el personaje de la película se vayan deshumanizando progresivamente, y logra el efecto estético que el espectador vea a dos personas diferentes en pantalla: al millonario pálido y silencioso y al vengador enmascarado, y no ya a un millonario que se disfraza para hacer justicia.

En este sentido, Reeves sabe aprovechar al máximo la estética del cómic, con sus apariciones en escena, sesgos posturales y las miradas que dispara Robert Pattinson (que se pueden disfrutar obscenamente si se gusta de tales tics y lugares comunes sin prejuicios) y aprovecha el mejor cine —fotografía, ritmo, guion, balance del conjunto—, para presentarnos la cara que habrá de enfrentar una necesidad social impostergable y central: combatir la corrupción política… porque, tal como se ha dicho hasta el hartazgo por estas latitudes, «la corrupción mata».

Sus principales adláteres de guion, El Acertijo —un increíble Paul Dano— y Gatúbela —una Zoë Kravitz que nos hace extrañar aún más la belleza de la legendaria Julie Newmar— luchan del mismo modo contra la corruptela de Gotham City, pero representando al caos que también anida en la oscuridad.

Estos criminales, junto a El Pingüino —un irreconocible Colin Farrel— y un casi invisible y presunto Joker —en la voz de Barry Keoghan, reservado para una eventual secuela—, se nutren de la misma oscuridad que los originó para vengarse.

Pero Batman —que comparte con ellos las luchas y las tinieblas— ha descubierto en su historia de dolor el doble filo y la elección que merece su vida y la de los demás: o ser la oscuridad por la oscuridad misma o ser él mismo la luz que mezquina esa oscuridad y entregarla como un anti Prometeo, subvertido y eminente, a las multitudes indefensas.

Batman no busca la luz en las alturas de los dioses, sino que busca el fuego. Es un Hombre dolorido y decidido a buscar la luz que la oscuridad le mezquina al Hombre. Y si bien comienza el filme con un taciturno: «Yo soy la venganza», se abre a este otro cierre más contemplativo: «La venganza nunca cambiará el pasado».

En una suerte de iluminación personal, tras el ataque final de El Acertijo, Batman se nos presenta como un verdadero héroe: herido y sucio, cubierto de lodo, salvado a duras penas por Gatúbela y portando la luz roja que guía a los indefensos habitantes de Ciudad Gótica en medio del caos: no es ya más la luz de los poderosos de las luminosas terrazas y fastuosas oficinas inundadas de sol y de política, sino el héroe que se esconde en los túneles el que ayudará y guiará a los oprimidos.

¿El mejor Batman?

Difícil decirlo en tanto que personaje de cómic, pero como personaje de cómic en una película que busca conseguir una obra de cine, y en lo que a mí respecta, el mejor… y lejos.

 

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Tráiler:

 

 

Horacio Carlos Ramírez

 

Horacio Carlos Ramírez (1956) nació en la ciudad de Bernal, Partido de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires, República Argentina. Tras terminar sus estudios secundarios comenzó a estudiar Ecología en la Facultad y Museo de Ciencias Naturales de La Plata, pero al cabo de algunos años:

«Reconocí que estudiaba la vida no por ella, sino por la estética de la vida. Fue una época de duras decisiones, hasta que me encontré con una serie de autores y un antropólogo de la Facultad —el Dr. Héctor Blas Lahitte— que me orientaron hacia un ámbito donde la ciencia instrumental se daba la mano con el pensamiento estético en sus facetas más abstractas y a la vez encantadoras… pero ese entrelazamiento tenía un precio, que era reencausarlo todo de nuevo… y así comencé a estudiar por mi cuenta estética, antropología y simbología, cine, poética. Todo conducía a todas partes, todo se abría a una red de conocimientos que se transformaban en saberes que se auto promovían y auto justificaban».

«La religión —el mal llamado ‘mormonismo’— terminó de darle un cierre espiritual al asunto que encajaba con una perfección que ya me resultaba sin retorno… La práctica de la pintura —realicé varias exposiciones colectivas e individuales— me terminaron arrojando a las playas de la poesía. Hoy escribo poesía y teorizo sobre poesía, tanto occidental como en el ámbito del haiku japonés. Doy charlas sobre la simbólica humana y aspectos diversos de la estética en general y de estética de la vida, donde trato de mostrar cómo una mosca y un ángel de piedra tienen más elementos en común que mutuas segregaciones, y para ayudar a desentrañar el enredo sin sentido al que se somete a nuestra civilización con una deficiente visión de la ciencia que nos hace entrar en un permanente conflicto ambiental y social… La humana parece ser una especie que, de puro rica y a la vez desorientada, está en permanente conflicto con todo lo que la rodea y consigo misma…».

«He escrito cuatro libros de poesía, el último con algunos relatos y una serie de reflexiones, y estoy terminando dos textos que quizás algún día vean la luz: uno sobre simbología universal y otro sobre teoría poética…».

Horacio Ramírez actualmente vive con su familia en la localidad de Reta, también de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tres Arroyos, sobre la costa atlántica (a unos 600 kilómetros de su lugar natal), dando charlas guiadas sobre ecología, epistemología y paseos nocturnos para apreciar el cielo y su sistema de símbolos astrológicos y las historias que le dieron origen en las diferentes tradiciones antiguas.

 

*Este artículo fue escrito para ser publicado exclusivamente por el Diario Cine y Literatura.

 

Imagen destacada: The Batman (2022).