[Ensayo] «Útero»: La búsqueda de sentido en un mundo absurdo y fragmentado

La obra del escritor chileno Juan Mihovilovich —y la cual se lanza este día lunes en su Punta Arenas natal— es una novela de sanación y salvación, que sigue el paradigma de la formación del héroe en un escenario laico o mundano, iniciado con El Quijote, y quien retorna a su hogar para morir luego de alcanzar el desengaño a partir de la confrontación con su propia «sombra».

Por Cristián Cisternas Ampuero

Publicado el 13.12.2021

La forma interna de la novela es escribir la historia de lo que no tiene historia con la seriedad de la historiografía, pero con la libertad de lo verosímil. Puede ser la historia de un sujeto ejemplar o contra ejemplar: un Santo, un pícaro o el sujeto medio, el everyman. Puede ser también la búsqueda de un ideal en un mundo en que ese ideal ha desaparecido. Puede ser, finalmente, la búsqueda del sentido en un mundo fragmentado y absurdo.

En la mayoría de los casos, la forma interna de la novela está emparentada con la búsqueda de la novela de caballerías y los ciclos europeos medievales. En la novela contemporánea, surge el modelo de la escritura de la propia vida como una salvación colmada de dudas surgidas de un sentimiento de lo profano.

Es, creo, el caso de Útero, donde se da una revisión de lo vivido desde la memoria embrionaria hasta un presente de la enunciación. Es la búsqueda de un origen y un destino.

Como la “historia de un alma” que se narra en El pozo de J. C. Onetti, el narrador de Útero dice: “He reflexionado estas últimas horas sobre el sentido de estar aquí sintiendo o no, viendo o no, tocando o eludiendo los objetos a mi alrededor… soñando con los ojos bien abiertos… deduciendo, analizando, clasificando, y concluyo que nada de esto importa, que las cosas seguirán siendo las cosas y yo terminaré siendo nada entre ellas. Especulo sobre todo esto mirándome el ombligo, profesando aquel famoso y manido trayecto existencial del que suelo hablar como lorito de feria… nada significa, es un autoengaño; en lo profundo de mí hay un débil signo que me dice: no desfallezcas, no te quedes a la deriva, persiste. Y continúo. Persevero” (p.133).

Útero es el repaso y resumen —condensación y montaje— de los episodios significativos de la formación existencial de un sujeto: comprensión de las principales determinaciones del Yo: culpa, violencia recibida, relación parental.

Cabe preguntarse: ¿Quién es este sujeto? Aparece como una persona de género masculino, de edad madura y formación intelectual, que está en posición de evaluar su vida y de sacar un conocimiento o una conclusión acerca de su propia existencia, pensándose o ponderándose a sí mismo con distanciamiento e, incluso, inmisericordia. Esta ponderación es un acto de memoria, no menos trabajoso que los trabajos de memoria mismos (Jelin).

La escritura se caracteriza por una tensión entre el presente de la enunciación y la escritura y el acto de memoria volcado hacia el pasado. Es la escritura de la propia historia clínica, o sea, anamnesis de sí misma: compuesta por la escritura en sí y sus artificios, la memoria olvidada y los residuos del olvido.

La escritura ejercita una confrontación y aceptación de las dimensiones sombrías de la personalidad; desde un presente de la enunciación se vuelve al pasado, en sucesivos retornos que releen la vida propia con el beneficio de la experiencia, para develar un enigma y anunciar un “kerigma”.

La motivación de la novela es resolver ese enigma primordial para descifrar el sentido de la unidad del todo: en el principio hay un secreto personal que se trata de despejar, con una necesidad imperiosa de saber. Un escamoteo de significado, tal vez la pregunta por la justificación del sufrimiento.

Si en las fronteras del nihilismo, frente al sufrimiento de los niños, Dostoievski hace decir a Demetrio Karamazov que todo está permitido, el narrador de Útero afirma: “Todo es posible, el demiurgo nunca descansa” (pág.148).

Y agrega: “escribo esta novela, encerrado en mi mutismo excluido de todo compromiso social. Pero mis palabras suenan a comedia humana, a frivolidad innecesaria. Escucho su voz y recupero el dolor que ha estado quieto y oculto, como si el pasado fuera succionado hacia adelante en un giro invertido que me deja pasmado…el sueño que regresa… caminamos con las manos tomadas por las callejuelas que bordean los basurales.” (pág. 182).

Como todos los enigmas, una vez resuelto, reenvía a otro mayor: incluso después de resuelta la interrogante, ¿acaso hay algo más allá? ¿O todo retorna a un todo, que a su vez disuelve la noción de unidad en una ontología todavía más amplia?

Como lo sugiere una filosofía oriental, la raíz del enigma reside en la mala formulación de una pregunta, e incluso, en la pregunta misma, que cuestiona el ser en vez de simplemente aceptarlo.

 

Juan Mihovilovich

 

El golpe que propina la novela a los lectores reales

En Útero encontramos un sujeto concreto y existencial caracterizado por un sufrimiento de raíz: enfermedades propias y de otros: esquizofrenia del hermano, angustia, neurosis, depresión; enfermedad del asma, sentimientos de culpa. La muerte del padre y la madre, el complejo de Edipo, lo obsceno y lo escatológico, se acumulan como elementos de una narración de síntomas y experiencias.

Creo que Útero es la escritura de la patología del sujeto, a semejanza de una patografía (Carlos Castilla del Pino). A diferencia de la anamnesis médica (según el Psychiatry Dictionary de Robert J. Campbell, la patografía es el estudio de cualquier enfermedad en la obra de un artista o del efecto de la vida del artista y de su desarrollo personal en su obra creativa), el intérprete de la patología no es el facultativo, sino el lector modelo, en este caso, el propio autor.

De la misma manera que en El pozo de J. C. Onetti, en que Eladio Linacero escribe para diagnosticarse y aceptar su condición presente en un momento crítico, el lector modelo diagnostica su condición y prepara el contexto para la sanación, que es el cierre de la escritura y la proyección de una mejoría.

Sin embargo, la relación entre el lector modelo y el lector real, como siempre, es problemática. Cada lector, en este caso, Yo como Lector Real, no puede sino proyectar sus propias patologías y patografías en el proceso del personaje; vivir (o revivir) traumas y dolores pasados, adaptándose a su condición, sufriendo e incluso compadeciendo para lograr el cierre de un texto que, a su vez abre una interrogante sobre la propia sanación.

Ese es el golpe que propina la novela a los lectores reales, el hachazo (hechizo) del que hablaba Franz Kafka.

Confesión, recuerdo, el sueño inducido o sueño lúcido, son partes de un proceso de memoria y escritura que supera el realismo al remontarse a la memoria del embrión mismo: el embrión vive o revive recuerdos asociados con lo sensorio-escatológico e incluso lo tanático. Se actualiza así el tópico “desde el útero a la tumba» (“from the womb to the tomb”).

Dice el narrador: “Sin embargo persisto, soy el engranaje del mundo, la mano bendecida por un Dios esforzado en acosarme y yo a él. Si él ha creado lo inanimado, lo alto y lo bajo, la idea y los símbolos, los arquetipos… entonces… Dios es la suma y resta de lo que veo, sueño, lloro, deseo y necesito (p. 83).

Y añade: “…mi alma en pena, mis desasosiegos, mis desperdicios mundanos, mis ambiciones, mis deseos ocultos, mis frustraciones, mi sensualidad enferma, mi similitud con el demonio, mi necesidad de ser el otro y de no ser absolutamente nadie para que nadie sea mi semejante” (p. 84).

Este es el estado del Yo adolescente, enfrentado a ritos sociales y litúrgicos que inconscientemente rechaza. A esto se suma un complejo sentimiento de inferioridad, mezclado con secreto orgullo: ser “chilote yugoslavo”, cuya identidad generacional se sustenta, en parte, sobre la diferencia del Otro: el oscuro y patético personaje de Paulinho dos Santos.

Los recuerdos recuperados son dolorosos; están asociados a la muerte, el dolor físico y espiritual, la vergüenza, la ira, la culpa y la sumisión. Forman parte de la negociación psíquica con la propia Sombra (Jung), es decir, con los rincones más oscuros y reprimidos de la propia persona.

Considero esto como un descenso al “Urgrund”, el subsuelo inconsciente, simbolizado por el desecho humano y orgánico, el basural cósmico, el angosto canal de parto y, tal vez, por el Estrecho de Magallanes mismo, con sus connotaciones oceánicas.

El proceso de escritura permite traer a la hora de la enunciación, el tiempo presente, el retorno de la memoria: El narrador regresa, concretamente, a la ciudad de la infancia, Punta Arenas. Allí se enfrenta el cambio urbano, la modernización, con ojos críticos:

“(…) ahora camino por las nuevas calles de un barrio croata que ha dejado atrás, no solo su antigua denominación Yugoslava, ese Reino desgajado del imperio… sino que también ha mudado su apariencia física… ya lo dije los basurales quedaron bajo la alfombra del cemento… Busqué inútilmente la vieja fábrica de baldosas… que es justo la misma desde donde hoy miro el mar apaciguado a las siete de la tarde… pero mi memoria se resiste” (p. 109).

De más está recordar que el motivo del retorno (nostos) es uno de los más universales de la literatura: desde Homero hasta Rulfo, pasando por la poesía de Jorge Teillier y la narrativa del exilio.

Y lo que siempre se constata en el nostos es el cambio; en este sentido, la visión de mundo del narrador es consistente con el juicio de las generaciones contemporáneas contra la Modernidad y sus efectos devastadores sobre el mundo premoderno y primigenio.

Más aún, viniendo desde el corazón de la provincia y en los límites de la civilización.

 

Juan Mihovilovich

 

Una reconciliación del Yo con su historia

El acto de recordar se instala en el presente, en un departamento moderno, conectado a Internet. Escribir en este mundo a la vez global y local es un acto de resistencia, pero también forma parte de un proyecto personal de trascendencia espiritual, que ha sido referido desde muy antiguo en diversas tradiciones llamadas esotéricas: la búsqueda de la iluminación, o, si se quiere de la piedra filosofal.

Alcanzar o sostener la conciencia despierta, por la transformación del simple humano en iniciado. Se busca la conciencia despierta, superior, recuperar el estado unitivo —el andrógino—, entrar al Sendero. El cierre mismo de la escritura sólo se logra al aprisionar un estado unitivo, una reconciliación del Yo con su historia.

Útero es una novela de sanación y salvación. Sigue el paradigma de la formación del héroe en un escenario laico o mundano. Como sugieren algunos ensayistas, este paradigma se iniciaría en la novela moderna con El Quijote, quien retorna a su hogar para morir luego de alcanzar el desengaño a partir de la confrontación con su propia Sombra.

El simbolismo de la crisálida, que aparece hacia el final de la novela, opera en este sentido. La crisálida muere a su propio estado para pasar a una nueva etapa que la acerca más a la muerte. Pero el estado lúcido revela, finalmente, que la muerte, si existe, no es el fin.

El estado lúcido revela la correspondencia del microcosmos y el macrocosmos, el trabajo de los Devas, la noción del diseño: «me dije que la vida sigue siendo bella del momento que entendemos ser un diseño citológico en la vastedad celeste, que palpitamos con igual belleza y prontitud que una planta, que un gorgojo un huemul o la incansable corriente del río de Las Minas» (p.167).

Estamos frente a un texto en que no solamente se expone la crisis de sentido en un mundo sombrío, el mundo del Holocausto, sino en que, además, se alcanza la resolución de los opuestos.

De ahí la aparición del andrógino, que es, básicamente, una transmutación. Es el momento de comunión en el que se detiene el pensamiento: “No tuve necesidad alguna de pensar; mis reflexivos acosadores dejaron de existir, debieron huir de su propia jaula y me liberé un momento (…) durante ese lapso se produjo una comunión entre las aves y yo” (p.175).

La forma textual de esta autognosis es la memoria que reordena y rearticula la conciencia: sumario de las etapas de la vida. A través de sus capítulos, que también podrían ser estaciones, los distintos aprendizajes, la iniciación, las pruebas, el retorno a la ciudad —el útero— la aceptación de los errores, la cancelación de la culpa y el nacimiento de una nueva identidad, forman parte del cuerpo principal de la novela.

Los capítulos finales anuncian una buena nueva, una vita nuova (Dante), renacimiento y re-ligamiento al cuerpo del universo.

En este sentido, el enigma se ha transformado en “kerigma”, anunciación. Cita: “El astro rey surge ante mí con su poder abrasador. Mi interior grita que estoy vivo y sueño y lloro… Su calidez anula mi viejo narcisismo, mis ansias de poder, de reconocimiento… Soy, sencillamente, un transitorio habitante de esta última ciudad, que en silenciosa reverencia acepta el origen del mundo” (p.197).

Útero, de Juan Mihovilovic, es una novela ardua, que rinde frutos en la perseverancia de la relectura. Avanza desde las sombras hacia la luz, tocando fibras de sentido y activando memorias arcaicas en el lector real. La escritura literaria puede transformar la materia opaca de la historia de un alma en relato luminoso. De esto no hay duda.

Queda suspendida, sin embargo, una pequeña duda, que puede ser roedora: la escritura literaria de la experiencia unitiva, de la propia autognosis ¿es artificio por ser literario? Y si es artificio, ¿es menos real y auténtica? ¿Se puede verdaderamente hablar de la iluminación? El artificio literario ¿no impone a la memoria un orden que ésta no acepta?

Esto es algo que el lector real, al igual que el lector modelo, deben decidir por sí mismos.

Intuyo que la respuesta es un rotundo sí.

 

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Cristián Cisternas Ampuero es licenciado en educación, magíster en literatura y doctor en literatura de la Universidad de Chile, Casa de Estudios de cuya Facultad de Humanidades además es profesor asociado.

 

«Útero», de Juan Mihovilovich (Editorial Zuramerica, 2020)

 

 

 

 

Cristián Cisternas Ampuero

 

 

Imagen destacada: Juan Mihovilovich.