«Entre la razón y la locura»: La libertad audiovisual de las palabras

La obra del realizador iraní Farhad Safinia -que se estrena este jueves 18 de abril en Chile- es un filme soberbio que muestra el gran talento de su autor y su considerado trabajo en la dirección de actores (Mel Gibson y Sean Peen protagonizan el crédito). Y aunque es una ópera prima a la que, tristemente, los intereses corporativos le cortaron las alas, es posible ver aún un trabajo esforzado y serio: la cinta, tal como está, es admirable, pero queda la sensación de que pudo ser incluso mejor.

Por Felipe Stark Bittencourt

Publicado el 18.4.2019

Esta es una película de personajes notables en un momento notable para la historia de la lengua inglesa. Fijar los criterios y las palabras que entran en un diccionario es un ejercicio que permite aprehender la realidad e incrustarla en un espacio que luego puede ser usado, mutado y controlado por diversidad de personas e intenciones; permite delinear el origen de una lengua y darle dignidad y unidad a los pueblos que la hablan.

Al menos así parece indicarlo Entre la razón y la locura (The Professor and the Madman, 2019), largometraje de Farhad Safinia (1975) que se acredita, sin embargo, a un tal P.B. Shemran, nombre que, al parecer, no corresponde a un pseudónimo de Safinia ni tampoco al de otro realizador, sino, a una decisión de Voltage Pictures, estudio responsable de la cinta y que se adjudicó el corte final pasando por encima del director y de Mel Gibson, su productor y principal promotor. Eso, al menos, se ve al investigar sobre la película. Cabe decir que ni Gibson ni Safinia quisieron promocionarla después de estos problemas (y con justa razón habrá sido), cosa que también es triste, porque el presente es un filme sólido y sobresaliente, una ópera prima que vale la pena ver y recomendar.

Gibson interpreta a James Murray, un brillante autodidacta al que Oxford le encarga la titánica realización de su famoso diccionario inglés. La empresa ha fracasado una y mil veces, pero Murray es obstinado e inteligente, aunque algo ingenuo y soñador. Su método, sin embargo, es adecuado y, al parecer, más sencillo y preciso, aunque no carente de polémica para cierta élite enferma y ciega: Murray quiere pedirle al común de la gente que colabore enviando una palabra con su definición y una cita de algún texto literario.

De este modo, empieza a recibir cientos de cartas y, entre ellas, una inmensa recopilación de miles de palabras de un norteamericano llamado William Chester Minor (Sean Penn), un atormentado veterano de la Guerra de Secesión que cometió un crimen presa de un arrebato de locura. Esto, que significará una gran ayuda para Murray, es, no obstante, un lastre en el honor de la lengua inglesa según la poca altura de otros.

Esta dualidad de la dignidad del lenguaje le permite a Safinia tomar partido y no duda en apoyar al pequeño, aprovechando cada recurso que tiene a mano para decir lo evidente: que la lengua es orgánica e indomable.

La imagen, de este modo, transita entre tonos grises y ocres hasta otros más luminosos que dan cuenta de la libertad que respiran las palabras y los libros, entre la locura de Minor y el comedimiento lógico de Murray, pareja que sella esta idea y que entrega algunos de los mejores momentos de la película con su relación de amistad y de trabajo.

Ambos ven que la lengua no puede aprehenderse ni restringirse a una minoría culta y corta de vista como lo son ciertos miembros de Oxford, pues se encuentra libre y la hacemos todos día a día, como puede verse en esa notable viuda que interpreta Natalie Dormer.

El trabajo que Murray ha abrazado, entonces, no es sino una catedral que futuras generaciones seguirán construyendo, una quimera que comunica con lo eterno, el amor y la redención que busca Minor. Safinia subraya este punto y por eso intercala una cámara en mano que enuncia la locura de este personaje, con otra más comedida y pausada, detallista y minuciosa para la labor de Murray. Es una cámara eufórica que solo se calma frente a esa eternidad que deslizan las palabras y la libertad de su poesía.

Quizá a ratos la película adolezca de una reiteración agotadora de estas ideas, tanto en las delimitaciones del habla de cada personaje como en su forma de comprender el idioma inglés y, consecuentemente, su propia realidad. La banda sonora, sin ser en lo absoluto olvidable, es, también, un poco repetitiva y guía demasiado la acción, olvidando que la imagen, el relato y las interpretaciones son sólidas, admirables y más que suficientes.

Dicho todo esto, no obstante, hay que señalar que Entre la razón y la locura es un filme soberbio. Muestra el gran talento de Safinia y su considerado trabajo en la dirección de actores; y aunque al parecer es una ópera prima a la que, tristemente, los intereses corporativos le cortaron las alas, es posible ver aún un trabajo esforzado y serio. La cinta, tal como está, es admirable, aunque queda la sensación de que pudo ser incluso mejor. Sobresaliente sin duda, pero melancólicamente corta, tal como esa parte de la élite malgastada de Oxford.

 

Felipe Stark Bittencourt (1993) es licenciado en literatura por la Universidad de los Andes (Chile) y magíster en estudios de cine por el Instituto de Estética de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Actualmente se dedica al fomento de la lectura en escolares y a la adaptación de guiones para teatro juvenil. Es, además, editor freelance. Sus áreas de interés son las aproximaciones interdisciplinarias entre la literatura y el cine, el guionismo y la ciencia ficción.

 

El actor Sean Penn en una escena de «Entre la razón y la locura» (2019)

 

 

 

 

Felipe Stark Bittencourt

 

 

Tráiler:

 

 

Imagen destacada: El actor Mel Gibson en un fotograma del filme Entre la razón y la locura (2019), del realizador iraní radicado en Estados Unidos, Farhad Safinia.