[Entrevista] Escritor Nicolás Medina: «Recordar es un ejercicio propulsor de invenciones, dudas y mentiras»

El debutante narrador chileno recorre en este diálogo las coordenadas artísticas e históricas contenidas en su ópera prima, el singular libro de cuentos «Cóndor rebobinado», una obra que a las pocas semanas de entrar en circulación ya cuenta con diversos comentarios especializados, debido a lo atingente de su propuesta literaria.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 1.10.2021

Cóndor rebobinado (La Pollera, 2021) es la primera publicación del abogado y traductor Nicolás Medina Cabrera (Santiago, 1986).

El conjunto ganó el premio en categoría cuento como mejor obra literaria el pasado año, e incluye nueve relatos breves en los que Medina despliega un talento para narrar con un tono poético (como en el cuento que da título al libro), que roza lo coloquial, como en el caso de “Sueños de un sapo de micros”.

Así, el volumen entero destaca por el cuidado y muy pulido uso del lenguaje con el que Medina organiza su discurso.

En esta entrevista con el Diario Cine y Literatura el narrador abordó el mundo creativo, estético y político que subyace al interior de este celebrado libro de cuentos, especialmente la evocación que hace de una ciudad de Santiago ya ida, y el homenaje que a través de su literatura, que rinde a los desaparecidos poetas Gonzalo Millán y Armando Uribe Arce.

 

«Al discurrir del futuro hacia el pasado van resucitando muertos»

En Cóndor rebobinado vemos una serie de juegos temporales marcados por la voz narrativa (que duda del tiempo en el que relata; antes o después, no está claro). Asimismo, hay un mecanismo que nos hace tomar conciencia del modo en que la historia puede retroceder, con el cóndor como metáfora: “El cóndor se aproximaba a ser. Iba rápido en las aguas como un vector de mercurio dirigido al corazón del ayer”. ¿Cómo pensaste la organización de este cuento?

—La idea medular proviene de Carpentier, de Millán y de otros autores que juegan con el tiempo en sus textos, con un afán que excede lo lúdico, pues tratan de bregar contra el paso del tiempo, una de las normas más férreas de la “realidad”.

La literatura permite, mediante un pequeño esfuerzo de la imaginación, librarnos de las cadenas que imponen las leyes físicas y pensé en ese texto como un parpadeo de lucha contra lo consumado, contra la fugacidad de la vida y la inexorabilidad de la muerte.

Y Cóndor rebobinado, en el fondo, no es más que una variación del memento mori o del tópico clásico de la vanidad humana. Es un leve ejercicio de fantasía; un ensayo para combatir la tiranía del tiempo, su unidireccionalidad, sus sentencias inapelables.

Al discurrir del futuro hacia el pasado van resucitando muertos, vivencias, símbolos inhumados y esquinas arrasadas de la ciudad. Sin embargo, un tiempo dirigido hacia el ayer (hacia el big bang) también provoca desnacimientos, saltos a la inexistencia, desapariciones.

Y por eso el cóndor regresa a la vida un instante, justo cuando el tiempo vuelve a transitar en su sentido acostumbrado. Es un momento epifánico, porque no existe escapatoria a la desintegración, y eso me lleva a conmemorar a Parra y su soliloquio del individuo: ‘Pero no: la vida no tiene sentido’.

 

«Quería pensar en la oscuridad que nos aleja del niño que fuimos»

—En “Renata” (cuya etimología alude al renacer), vemos a una mujer de 58 años recordando la tragedia de Carlos, que es su propio fantasma. Se trata de una historia trans que contiene angustia, dolor; una sensación desfamiliarizante respecto a su cuerpo pasado. ¿De qué se arrepiente Renata? ¿Cómo ingresaste en aquella intimidad?

—Yo no sé si Renata se arrepiente; al contrario, sospecho que está bastante satisfecha con su cambio de identidad. Lo que ocurre es que, al existir esa mudanza, se torna más profundo el abismo que separa a la infancia de la adultez, se hace más explícito que el adulto es un extraño que evoca la niñez.

Tengo la impresión de que el acto de recordar la infancia es un ejercicio creativo, propulsor de invenciones, dudas y mentiras. Uno siempre será un gigante extraño para ese niño o niña que quedó oculto, absorto en la cueva del pasado, incrustado en alguna mota del universo.

¿Qué se recuerda realmente cuando evocamos un momento de niñez? ¿Buscamos un episodio con personajes, imágenes y contextos? ¿O buscamos redescubrir las sensaciones que sentimos en ese ayer lejano? ¿Simulamos colarnos en ese cerebro morfológica, moral y empíricamente remoto y bordado de cerrojos y amnesias?

Todas estas preguntas, quizá, me condujeron a esa intimidad, motivado por el afán de sondear ese puente quebrado entre las edades. Quería pensar en la oscuridad que nos aleja del niño que fuimos.

 

—Háblanos de la perspectiva que privilegian estos personajes descentrados masculinos. En “El boceto” vemos a Gustavo Soto, con rasgos asociados al Asperger; el conflictuado Adrián, en “Sueños de un sapo de micros”, también batalla consigo mismo; el torpe José, con sus intentos de acercamiento amoroso, en “Vida de las piedras”, es otro hombre herido…

—No sabría afirmar si son descentrados; tampoco veo que su masculinidad juegue un papel crucial en los textos. Son personajes, eso sí, expuestos a disonancias y curtidos por causas que los han alejado de “lo normal”.

Gustavo Soto tiene una especie de Asperger que le permite fijarse en detalles que otros no ven. Adrián no sabe si habita un mundo actual o uno pasado, donde batalla de distintas formas contra el rigor de una vida al borde de la miseria.

José, desde mi punto de vista, no tiene nada de torpe, ni un pelo de tonto, como se dice en buen chileno. Es un tipo sensato, quizás demasiado sensato, que se ve inmerso en tiempos extremos, utópicos y polarizados que exigían un compromiso con quimeras de uno u otro bando. Y ese rechazo de la contingencia lo conduce a una fuga de la locura colectiva.

 

«Es inevitable hablar de Santiago sin mencionar alcantarillas»

—Los relatos acusan la contaminación que ha venido sufriendo la naturaleza. La ciudad es un vector infeccioso: se habla del “bestiario de Santiago” (en “Tú, yo, alguien, cualquiera”); de la calma “espinosa” asociada a la capital (en “Vida de las piedras”). La denominación que obtiene la ciudad de Santiago es incluso vista como una “pocilga” (en “Cóndor rebobinado”).

—Creo que la contaminación se evidencia más en este último cuento. A estas alturas es inevitable hablar de Santiago sin mencionar alcantarillas, aires amordazados, elementos tóxicos y una fauna de desperdicios que se hallan en casi todas las grandes ciudades, especialmente las del tercer mundo.

Respecto a la palabra “bestiario”, la escogí como un guiño a Cortázar y también como la evidencia de que se trata de una colmena o un hormiguera, ya que veo a las ciudades como estructuras orgánicas.

Y la “calma espinosa” alude a esa paz frágil que existió antes del golpe. Esa tensión que antecede la tormenta. Ese aire filoso y erizado que se huele cuando bandos de ciudadanos se ven como enemigos entre sí.

 

«Armando Uribe no pactó por migajas o granjerías»

—Estos relatos sobrepasan la concepción de “historia”, porque el lenguaje se enviste de un protagonismo que va más allá de este servicio. El volumen comienza con una mención honorífica a Armando Uribe y, en el primer cuento, se destaca una cita de Gonzalo Millán. ¿Cómo ingresa la poesía a tus narraciones? ¿Piensas en las diferencias de géneros?

—Estoy lejos de ser un lector curtido de poesía o de dar cátedra sobre escuelas poéticas, métricas, endecasílabos, etcétera.

Sin embargo, leo poemas desde la adolescencia y acuso una influencia significativa de Gonzalo Rojas, Violeta Parra, Nicanor, Neruda, Mistral y el Siglo de oro español. Creo que, por lo general, toda buena prosa contiene elementos poéticos, rítmicos y de sonoridad.

Ahora bien, no sé si mi prosa pueda ser catalogada como buena, pero escribo con la convicción estética de poetizar el lenguaje, siguiendo los ejemplos de tantos grandes, dígase, Faulkner, Onetti, García Márquez o el mismísimo Borges, quien pese a desdeñar del lirismo lorquiano o hispánico, escribía con una prosa, con una sintaxis ajena al español y llena de influencias poéticas.

No pienso mucho en las diferencias de géneros; éstas han sido bien definidas hace rato. Sin embargo, se me antojan interesantes las obras fronterizas, los textos híbridos.

En cuánto a Millán, ¿qué puedo decir?

La ciudad fue un poemario que me marcó a fuego. Tanto así, que escribí un cuentito en honor a uno de sus poemas.

¿Y qué decir de Uribe?

Un verdadero profeta, un visionario sombrío, uno de los pocos intelectuales chilenos de peso que denunció lo que había que denunciar y que no pactó por migajas o granjerías. Para mí, sus crónicas y su figura, sobrepasan su poesía (que por lo demás es excelsa).

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, y Dame pan y llámame perro, y los volúmenes de cuentos Frivolidades Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

«Cóndor rebobinado», de Nicolás Medina Cabrera (La Pollera Ediciones, 2021)

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Nicolás Medina Cabrera.