[Entrevista] Escritor Ricardo Elías: «El humorismo se ha perdido totalmente en la literatura chilena»

Una de las voces creativas más singulares de las letras nacionales, ubicadas en el grupo de los narradores menores de 40 años del circuito local, dialogó con este Diario acerca del libro de cuentos que acaba de lanzar —»Expediciones al núcleo de la zoología moderna», se titula—, y sobre las parodias que en esos relatos se rastrean, debido a la inspiración de los mismos en la historia política, y en la realidad social y cultural de nuestro país.

Por Francisco Marín-Naritelli

Publicado el 29.4.2021

Ricardo Elías (nacido en Santiago, 1983) es autor de Cielo fosco, (Libros de Mentira, Chile, 2014) y la novela A la cárcel, ganadora del V Concurso Internacional de Novela Contacto Latino 2017 en Columbus, Estados Unidos (Pukiyari Publishers, Estados Unidos, 2017 y Editorial Alto Pogo, Argentina, 2018).

Sus textos han aparecido en antologías de Chile, España y Zimbabue.

Hablamos en exclusiva para Cine y Literatura sobre su último libro, Expediciones al núcleo de la zoología moderna, editado por Libros del Fuego a fines del año pasado.

 

«Hay que entender que la ficción siempre va a ser ficción»

—¿Qué diferente tiene este volumen respecto a tus libros anteriores?

—Antes que todo quisiera agradecer esta entrevista, profesor Naritelli, y comentar que me da risa lo de la antología en Zimbawe. Cuando hicimos la contratapa del libro decidimos agregar el dato por lo insólito que resulta que un cuento tuyo haya sido seleccionado para una antología en Zimbawe.

Esa antología está en Amazon, se llama Writing grandmothers, Africa vs. Latin America y se hizo con escritores de ambos continentes. Hay un texto de una escritora de Kenya, por ejemplo, que es maravilloso. Existe una enorme cantidad de gente escribiendo obras increíbles en cada rincón del planeta y nadie sabe.

Volviendo a la pregunta, en mi anterior volumen de cuentos, Cielo fosco, como buen libro inicial, hay una búsqueda, una exploración hacia ciertas temáticas, ciertas estéticas. En Expediciones sentí más convicción en la construcción del discurso y en la forma en que me interesa que el lector lo enfrente.

 

—¿Cómo nace el título tan peculiar de este libro?

—Lo sugirió uno de los editores, apoyándose en el título del primer cuento, que narra las expediciones de sir Thomas en busca de una raza de simios. Un título que de alguna forma engloba a todos los demás cuentos. El libro entero es una expedición al núcleo de la zoología moderna.

 

—¿Cómo fue el proceso creativo? ¿Qué fue lo más difícil? Pienso en el trabajo de verosimilitud, por ejemplo, en el cuento «Concursos de propuestas de innovación tecnológica».

—Ese es un tema que usted conoce bien. Por ahí supe que estás intentando dar con la personalidad de un psicópata para una nueva novela…, todo un reto. En mi opinión, no existe solo un camino a la hora de escribir. El camino obvio es estudiar a fondo el tema del que va a tratar la ficción, ¿cierto?

Ahí tenemos a esos escritores que se van a vivir debajo de un puente para poder darle forma a una novela sobre vagabundos. O también están los que acceden a esa realidad mediante la lectura del diario, o las/los autores más cuicos, que, como mucho, entrevistarán a alguien que “ha visto vagabundos de cerca”, existen miles de posibilidades.

Primero hay que entender que la ficción siempre va a ser ficción. Puedes abordar un tema específico desde la realidad o desde la invención total, desde tu propia interpretación de un gesto, desde su simbología, etcétera. Esa es la gracia.

Descreo de todos los que dicen que solo se debe escribir “de esta manera” o “desde aquí hasta acá”, eso es la muerte de los libros.

Si Julio Verne hubiera nacido en los tiempos que corren, hubiera tenido que escribir ‘estoy solo en el mundo, el mundo no me quiere, soy una vístima, me odio a mí y odio a todes’ ¿De dónde sacó eso de ir al centro de la tierra? ¿Cómo describir un viaje a la luna si ni siquiera alguien había pensado en la posibilidad de viajar a la luna? Ahí está la esencia de la literatura.

En «Concurso de propuestas de innovación tecnológica», el mismo texto exigía un mayor trabajo de verosimilitud porque comienza desde una premisa real de innovación tecnológica, o sea, debe tener sentido, ¿cómo crear un arma de “construcción” masiva?

Hubo cierta indagación, los tecnicismos científicos son reales, claro, pero están al servicio de la ficción, no al revés.

 

«Hay un tema con la desesperación, la angustia con la que nos hemos acostumbrado a vivir en este sistema»

—Sabemos que es clave la relación editor-escritor, ¿cómo fue el caso de Libros del Fuego con relación a experiencias anteriores? ¿Cómo es corregir un libro a distancia?

—Esa relación es clave, profesor. Yo no puedo quejarme porque siempre he tenido buenos editores que aportan a la obra. Con A la cárcel, editada por Alto Pogo en Argentina, viví esa experiencia de corregir a la distancia, y con Libros del Fuego fue muy parecido.

Las posibilidades tecnológicas de hoy son un lujo. El lanzamiento, que fue por zoom, estuvo a cargo de Paula Puebla, desde Buenos Aires, y Daniel Centeno, desde Houston, ¿cuándo más se hubiera podido lograr algo así?

Hubo gente conectada desde Venezuela, México, Colombia, El Quisco, yo creo que el rigor en la edición de un libro no debe estar sujeto a lo presencial o remoto, ya no. Son dos mecanismos de interacción igual de válidos.

Usted me contaba que durante la pandemia tomó clases de guitarra por zoom, y ahora toca a Salvatore Adamo, Cerati y enamora a las chiquillas. Qué más se puede pedir.

 

—¿Cómo nace el cuento «Peaje»? ¿Hay algún guiño cortazariano?

—»Peaje» surgió durante una ducha, justamente, en un periodo de mi vida en que estaba terminando una relación y tenía poca plata, como el cuento. Estaba jabonándome el ombligo cuando sentí un ruido al interior del wáter.

Me acordé de esas historias que dicen que de pronto surgen ratones y hueás raras desde el interior de la cañería, y claro, pensé lo que todo el mundo pensaría en un momento como ese: “mientras no aparezca un enano, todo bien”.

Hay un tema con la desesperación, la angustia con la que nos hemos acostumbrado a vivir en este sistema. No sería capaz de desmentir algún guiño cortazariano, pero creo que en este relato los referentes son más brutales.

Pienso en los cuentos de «El loro que podía adivinar el futuro», de Luciano Lamberti, o en el Saramago de «El hombre duplicado».

 

—En el cuento «Chino» paródicamente se aborda la venganza de artesanos de Pomaire contra los chinos. En una lectura más profunda, bien podríamos analizar los crecientes índices de racismo en nuestra sociedad y en el mundo. ¿Esa era tu intensión? O sea, ¿mediante una narración hilarante abordar una temática “más seria”?

—La última vez que fui a Pomaire, debe haber sido hace como cuatro años, noté que los pomairinos estaban en pie de guerra contra los productos chinos que habían llegado a invadir el pueblo. De hecho, recorrer Pomaire era como estar en Meiggs, puros cachivaches plásticos, chucherías inútiles, basura, en definitiva, y lo que menos vi fue artesanía local.

En los restaurantes, los trabajadores protestaban contra esto y hacían un llamado a preferir la greda. Me parece interesante tu lectura.

Creo que «Chino» tiene que ver con una denuncia a ese capitalismo brutal e inmoral que arrasa con todo, que termina destruyendo hasta la cultura ancestral de una zona para llenarnos de chucherías plásticas.

La propuesta narrativa funde elementos del género negro con el cuento popular chileno, y con elementos propios de nuestra identidad país. El Cohete Rayo, por ejemplo, un arma que sabemos fue un fracaso del ejército, un botadero de plata.

Un proyecto armamentístico súper ambicioso, súper publicitado, que iba a venderse a Irak en pleno conflicto bélico con Irán y que estuvo listo cuando la guerra ya había terminado. Dime si eso no es profundamente chileno.

 

«La necesidad de ser tomados en serio es un delirio país, no solo de las letras»

—En este libro, reiteras la hebra del humor que pareciera algo perdida en la actual literatura chilena, ¿qué significa para ti, en particular? ¿Cómo vehiculiza tus intereses narrativos?

—El humorismo en tanto recurso y género se ha perdido totalmente en la literatura chilena, ahora solo lo vemos en entrevistas o en artículos digitales que escriben algunes escritores polemizando con otres escritores, que resultan graciosos por lo anodino del debate.

En la literatura chilena actual creo que Cinthia Matus es una de las pocas autoras que desarrollan el recurso con éxito, Marcelo Mellado también. Pasa que la gran mayoría de los escritores chilenos, desde siempre, han tenido una sola fijación: ser tomados en serio.

El problema es que se confunden los conceptos. Un drama sobre la injusticia no es necesariamente más serio que una crítica descarnada en forma de sátira, y a mí esta última me parece más inteligente y más difícil.

Saramago, Houellebecq, Beigbeder, el gran Jenaro Prieto en su tiempo, Swift. Pero esa necesidad de ser tomados en serio es un delirio país, no solo de las letras.

Estamos hablando de un país donde el ministro de Salud dice por la tele que no tenía conocimiento del nivel de pobreza que hay en Chile, un ministro que ya ha sido ministro de la misma cartera antes, varios años.

Un presidente que declara que Chile es el oasis de América Latina una semana antes de un estallido social. Eso no puede ser serio. Esa es nuestra realidad nacional, es trágico, pero a tal nivel que raya en lo ridículo, y ahí está lo interesante.

Varios de los cuentos contenidos en Expediciones… son tristes, son realidades tristes. ¿Cómo no va a ser triste que un grupo de jóvenes músicos tenga que dedicarse a vender completos en un carrito de la calle?, esa es una realidad profundamente triste que ocurre en nuestro país con artistas muy talentosos, escritores, músicos, actores, cineastas…

 

—¿Qué podrían esperar lectores y lectoras de Expediciones al núcleo de la zoología moderna?

—Lo mismo que se espera en la cola del ServiEstado.

 

—¿Cómo ves el panorama de la literatura chilena en pandemia? ¿Se hace difícil publicar?

—La pandemia arrasó con editoriales y librerías y miles de otros comercios, las únicas que ganaron fueron las botillerías. Si en condiciones normales ya es difícil hacer libros y venderlos, con crisis se hace aún más difícil, lo que no significa que sea imposible. Hay que ingeniárselas más.

Varias editoriales congelaron sus publicaciones del 2020 por miedo a la incertidumbre. Otras se mantuvieron al pie del cañón, peleándola, como estamos todos.

Santiago Ander, por ejemplo, exploró el formato ebook, Los Perros Románticos vendieron pack de libros más vino. Libros del Fuego continuó su plan de publicación anual, un poco más lento, claro, pero aprovechando el formato digital para lanzamientos y venta de libros.

Mira al Alejandro Rozas: se compró una impresora y se puso a imprimir él mismo sus libros. Esa es la actitud. La literatura, como toda expresión artística, no sucumbe ni con mil pandemias.

Si se acaban los lápices, los papeles y los computadores, la literatura volverá a abrirse paso aunque sea con un pedazo de carbón en la pared de una caverna.

Es así, siempre habrá historias que contar.

 

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Francisco Marín-Naritelli (Talca, Chile, 1986), además de periodista y de magíster en comunicación política (titulado doblemente en la Universidad de Chile) las ejerce también como profesor en la Universidad Andrés Bello y como un prolífico escritor nacional, cuyas últimas publicaciones son el libro de cuentos Interior con ceniza (Ceibo Ediciones, 2018) y el volumen experimental de El perfecto transitivo (Filacteria, 2019).

Igualmente fue el director titular y máximo responsable editorial del Diario Cine y Literatura, entre agosto de 2017 y mayo de 2020.

 

«Expediciones al núcleo de la zoología moderna» (Libros del Fuego, 2020)

 

 

Francisco Marín-Naritelli

 

 

Imagen destacada: Ricardo Elías.