[Entrevista] Jesús Diamantino: «Chile es un pueblo que ‘sabe a desdicha'»

En el contexto de un país sitiado por la represión y los organismos de seguridad insertos en una cotidianidad cercana al terror y al agobio vital, «Rural», la segunda novela del escritor y académico nacional, explora las posibilidades del género fantástico y su posible interpelación, de cara al último tercio del siglo XX local, pero con acento femenino.

Por Enrique Morales Lastra

Publicado el 10.5.2024

Ambientada en la década de 1980, la nueva obra de Jesús Diamantino Valdés (Santiago, 1984) profundiza en la desdichada biografía de Julieta, una mujer chilena que marcada a fuego por la violencia cotidiana e irracional de nuestro país, escapa de una dura urbanidad, solo para sufrir todavía más.

Quizás las exageradas descripciones que se desprenden de las páginas de Diamantino, a ciertos lectores termine por abrumar, pero el género del horror fantástico a veces lo demanda, y en ocasiones una poesía contenida apacigua esa sed por el dolor y el descontrol sin fronteras ni límites palpables. Aquí, al parecer, estamos lejos de aquello.

El escritor dice que admira a José Donoso y a María Luis Bombal, y algo de esos mundos locales y a la vez sobrenaturales, se evidencian en el argumento torcido pero atractivo de Rural, en una catástrofe anímica que pese a estar lejana en la distancia de las temporalidades históricas, siempre resuenan a la vuelta de la esquina, para todos los nacidos entre cerros, valles y mitos (los chilenos).

La confrontación política desde los extremos, el régimen cívico y militar, los organismos de seguridad como la DINA y la CNI, el miedo adherido a la espalda y en la nuca, en tanto una metáfora del poder sin fronteras del general y de su cohorte, en un báculo y bastón de mando entregado por otros ciudadanos, también ateridos por el temor, aunque desde el lado contrario.

El personaje de Julieta hace pensar en esas mujeres chilenas desdichadas, que pese a la fuerza de su talento y de su inteligencia (ojo, que también de su belleza), sucumben ante un destino desgraciado, solitario, y redactado con una fatal anterioridad, bajo la letra de su descendencia, en una metáfora silente y monstruosa de nosotros mismos.

Así, la novedad de esta segunda novela de Jesús Diamantino, luego de la publicación de Los que susurran bajo la tierra (2021) es el desarrollo de una estética del horror fantástico y moderno que, inserto en la zona rural del Valle Central, cuestiona uno de los instantes culmines de la historia nacional, en un salto hacia el pasado y un presente imposibles de eludir, y lo que es peor, de superar, en esos años 80 sin respiro ni menos aliento vital.

 

«El miedo ha sido un mecanismo de control»

—¿Cuáles han sido tus principales referentes chilenos en el cultivo del llamado género literario del horror?

—Mis principales referentes han sido María Luis Bombal, Marta Brunet, José Donoso, Joaquín Díaz Garcés, Manuel Rojas y Roberto Bolaño.

 

—¿Es el miedo en tiempos malos un símbolo y un espejo de la realidad social y política de un país?

—El miedo, sea en tiempos buenos y malos, siempre ha sido una metáfora de la vulnerabilidad del ser humano, un espejo de sus carencias, frustraciones, traumas y contradicciones. Desde el vínculo entre el hombre y la naturaleza (mitología), hasta la pulsión de autodestrucción (guerra), el miedo ha sido un mecanismo de control.

 

«Una identidad casi monstruosa»

—»Hay pueblos que saben a la desdicha», se lee en un epígrafe de Rural, debido al mexicano Juan Rulfo. ¿Puede entenderse a la nación chilena como una víctima de ese estado anímico y cultural? Si es así, ¿por qué?

—Efectivamente, Chile es un pueblo que ‘sabe a desdicha’, no solo por las problemáticas sociales como la desigualdad, sino también porque cargamos con una memoria fracturada a causa del horror de la dictadura y sus consecuencias.

Si bien la llegada de la democracia significó una esperanza para abrazar la armonía, continuamos con una herida que no termina de sanar, lo que se ha generado una identidad todavía ambigua, quebrada, indefinida, casi monstruosa.

 

«Julieta es una representación simbólica del dolor»

—Julieta escapa, pero no es tal vez una huida, en el sentido clásico del drama, ¿buscar inconscientemente la resolución de una coyuntura actual a fin de resolver por el personaje en su presente vital? ¿Concurre en esta idea del desplazamiento, una visión geográfica en torno a una suerte de estética del horror?

—Desde mi punto de vista, Julieta es una representación simbólica del dolor. Al asumir su rol de ‘madre’, ve también en esa decisión una salida al abismo que ha significado su vida. La verdad nunca quise conferir a este personaje la posibilidad de redención ante su pasado tortuoso y violento, sino la posibilidad de amar y sentirse amada.

De cierta forma, el final de la novela es una especie de purga para ella, el ascenso a un plano armónico lejos del dolor de la realidad.

Al ser una novela de folk horror, el espacio juega un rol fundamental, ya que el entorno rural tiene una connotación misteriosa, salvaje, un locus alejado del espacio civilizatorio que ofrece la ciudad, generando así puentes con lo ominoso, aspecto fundamental de la pulsión imaginaria que ofrece el folclore.

Julieta ve en Santa Rosa un vínculo con su niñez en Chillán, uno de los pocos episodios felices de su vida, un punto de desconexión con los maltratos de su padre, los abusos sexuales, la crudeza de su vida en la ciudad. Por eso ella cree que en el campo encontrará seguridad.

 

«Me declaro como un escritor de terror»

—En tu plan creativo, ¿qué concepto o noción creativa es la que quieres o deseas plasmar en las páginas de tu obra, y en Rural, específicamente?

—Me declaro tajantemente como un escritor de terror, sin medias tintas, el género que trabajo es el horror. Sin embargo, mi interés creativo recae en el concepto de la maldad y sus diversas formas.

Por ello, para mí es fundamental establecer un vínculo con el horror que nos ofrece la realidad, en donde los monstruos son solo metáforas de nosotros mismos. En Rural, quise problematizar la idea de poder, y como este nos arrastra al mal en distintos contextos históricos y sociales.

 

«El horror fantástico está ligado a los procesos de desestabilización social»

—De acuerdo a la alusión argumental que se realiza en tu novela, ¿es el régimen cívico y militar liderado por Augusto Pinochet, un punto de inflexión acerca de la idea del horror fantástico y sobrenatural, tanto en la historia como en la literatura nacionales?

—Sin duda, la dictadura significó un punto de inflexión en la historia de nuestro país y, por supuesto, el arte en general buscó (y busca todavía) representar la pulsión de aquel horror, sin embargo, el miedo es una construcción cultural que trasciende la historia.

El horror sobrenatural, en cualquier contexto, es una representación metafórica de un determinado momento. En Chile, el horror fantástico está estrechamente ligado a los procesos de desestabilización social y al imaginario folclórico desde los inicios de la nación, no necesariamente a partir de la dictadura.

 

—¿A qué escritores o autoras chilenas de la actualidad, te sientes cercano en base a la propuesta narrativa tratada en tu bibliografía personal?

—Francisca Solar, Francisco Ortega, Miguel Ferrada, Carlos Reyes y Julio Gutiérrez son referentes para mí.

 

«La obra de H. P. Lovecraft encierra una filosofía pesimista»

—¿Qué opinión tienes de la obra de H. P. Lovecraft?

—Creo que la obra de H. P. Lovecraft es determinante para el horror fantástico moderno, en primer lugar, porque el miedo está focalizado en fuerzas portentosas e indefinibles, provenientes de dimensiones extrañas; monstruos inefables que representan la pulsión destructiva del ser humano: como la guerra o la caída del progreso científico.

La obra de H. P. Lovecraft encierra una filosofía pesimista que en gran medida define nuestra sociedad: una visión desgarradora y aunque parezca paradójico, bastante ‘realista’ en cuanto a los miedos colectivos que acechan hoy en día.

 

 

 

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«Rural», de Jesús Diamantino (Minotauro, 2024)

 

 

Imagen destacada: Jesús Diamantino Valdés (por Felipe Romero).