[Entrevista] Juan Pablo Belair: «En estos cuentos a los hombres les cuesta llorar»

El narrador chileno acaba de lanzar bajo el sello Glück de Das Kapital Ediciones su volumen de relatos «Esquirlas de la rabia» —el tercer libro de su autoría— y aquella es la excusa perfecta para este diálogo con el Diario «Cine y Literatura» en torno a los núcleos artísticos de su nueva entrega (ahora coral), y los cuales se sitúan en el contexto de un Santiago neoliberal que apuesta por la sobrevivencia de su geografía humana.

Por Nicolás Poblete Pardo

Publicado el 15.12.2022

Juan Pablo Belair (Santiago, 1971) publica Esquirlas de la rabia (Glück Libros 2022), un volumen de ocho relatos en los que destacan personajes masculinos que cubren un amplio espectro emocional, desde la torpeza más banal hasta la inusual afectividad amistosa entre hombres que ya han superado la etapa de la competencia (darwinista).

En cuentos como «El automovilista» se acentúan las presiones y tentaciones que el mercado inocula en los cerebros masculinos que se creen en control, pero que revientan ante la imposibilidad de mantener realidades paralelas. En esa narración, en segunda persona, vemos a un autodenominado «ganador» que recuerda con «aprecio viril» a su primer jefe.

Relatos como «Segundo B» u «Ojo de pez» nos llevan a los orígenes de los traumas actuales, enquistados en plena dictadura, en ese modelo-experimento, y sangrando hasta el momento actual con heridas que no han logrado cicatrizar.

Como señala Tania Encina en su blurb, los relatos de Esquirlas…: «van desde lo generacional hasta lo metaliterario». En ellos circulan: «personajes sumidos en un sistema capitalista que detona y rige gran parte de las experiencias vivenciales en la República de Chile y que nos dejan un gusto a soledad, hastío y la sensación de estar siempre arrastrados por las cuerdas del poder».

 

«Un Santiago que se cree Sanhattan»

—En «El automovilista» se habla de derechos básicos como productos, como prendas en una vitrina. Su protagonista es descrito por la voz en segunda persona: «No es que seas muy de Iglesia, pero todos saben que en este país la mejor educación se paga y es católica. Por ahora son esos los valores que prefieres para tus hijas, sabes que no es fácil para las mujeres ser siempre la costilla del hombre». El mercado es el que comanda o, por lo menos, moldea los valores de este personaje que se felicita por ganar la suficiente plata como para mantener a sus hijas mujeres, a su esposa, a la que ya no desea, a su amante inmigrante, a la que le paga un arriendo. La narración privilegia la jerárquica segunda persona, con esta improbable marioneta, tanto de la voz como del mercado. ¿Qué encarna este retrato del monstruo capitalista quien, curiosa u obviamente, cree en Dios?

—Es un modelo de vida en la actualidad, es más, un modelo de éxito sustentado en el poder y en el abuso de poder. Es un poder económico, omnipotente, que incluso está por sobre el político, porque lo puede comprar. Este sujeto cree que todo lo consigue con su posición socioeconómica, comprando, hasta el punto de empalidecer su mérito profesional y, definitivamente, el valor de su familia y sus afectos con los cuales se llena la boca.

La segunda persona es una especie de conciencia que lo conoce, que pareciera alimentarlo con migajas para su ego mientras escucha la canción «Creep» en la radio una y otra vez. Pero esa misma segunda persona lo manipula, como dices, o le evidencia su condición de títere inconsciente de su banalidad ética.

¿Cuál es el sentido de su poder? Si finalmente está solo, nadie lo quiere, si solo es una billetera, si entiende muy bien el precio de todo, pero no reconoce el valor de nada.

Si en esa autopista moderna, ícono de la maqueta del éxito de un Santiago que se cree Sanhattan, que recorre y observa la segregación social y económica de oriente a poniente, se queda sin salidas, se queda atrapado, en su auto full equipo y en su propia conciencia, en esa mueca absurda tratando de llorar cuando se reconoce en su propia mirada por el retrovisor de lo pasado.

 

Los principios capitalistas

—En «Segundo B» uno de los relatos más extensos, vemos la educación durante los años 80; la influencia gringa y un período crítico, los últimos años de la dictadura. Hacia el final se refieren, sin nombrarlos, a Jaime Guzmán y a Patricio Aylwin. Esta voz en primera persona nos deja en ascuas tras una conclusión desoladora que revela la degradación de la identidad: «¿Y yo? ¿Qué más podría decir de mí?». Y concluye: «sigo aquí… terminando apenas de componer esta historia, como quien restaura a medias una cerámica para no tirarla al basurero». Ante la devastación histórica, ¿es posible la reparación psíquica?

—Quizás por ahí va la clave, una reparación psicológica, acaso «un aprendizaje de vida», quizás la cerámica reparada pudiera llegar a tener mayor valor todavía, como el Kintsugi. Sin embargo, el cabezón Estrada siente que toda la vida ha traicionado sus sentimientos, sus deseos, su búsqueda, sus valores.

Se siente un traidor de sí mismo y el texto lo va develando, su propio texto se lo enrostra, le hace patente su insuficiencia, como la transición democrática de Chile. Ese es el paralelo. Estrada ha sido él mismo en la medida de lo posible y siente que nunca se ha acercado siquiera al heroísmo de Pavez, Martínez o el mismo Maluenda, quienes más allá de la valoración de su decisión la han tomado con valentía y aplomo.

Creo que Estrada es una síntesis del joven bien intencionado, talentoso incluso, que no ha sido capaz de ser por quedarse en el hacer lo correcto. Hay una trampa moral en su conducta, impulsada por el miedo a su propia idea de masculinidad y a los «principios» capitalistas (nuevamente), y por su padre, que de alguna forma los representa.

 

—»El tiempo entre dos ríos» nos muestra las dificultades para expresar, incluso reconocer o valorar, el afecto masculino. Solo un estado límite, como una enfermedad terminal o la misma muerte, remueven a los hombres, que viven (en) una emocionalidad tronchada. Al final de ese cuento hay una especie de redención. Aquí se ve el conflicto entre afectividad y competencia, y también la dificultad para perdonar y perdonarse…

—Creo que es todo eso. Una masculinidad que distancia el afecto y el tiempo como una barrera impenetrable que separa el curso de dos ríos hermanos.

 

La imagen de una emocionalidad sin lenguaje

—En «Ojo de pez» tenemos a otro personaje militarizado, al que le cuesta llorar, y en «Rainer» se nos presenta a un hombre deslumbrado por la sensibilidad poética. Háblanos del espectro emocional que concibes en estos personajes hombres, donde palpitan «lamentables disfunciones», como indica Ignacio Álvarez en su blurb.

—En «Ojo de pez» me interesaba mostrar la separación de lo público y lo privado, de quien cree tener el poder de proteger, quien ha tomado juramento para eso, y el poder institucional casi kafkiano o pasoliniano de la jueza. El muro de la casa separa el afuera y el adentro, la virtud y la aberración.

Y el jurel nos hace testigos y jueces de lo que ve, lo que observa, con su obsesión, con su delirio policíaco, con su sexualidad aparentemente castrada por el propio poder. Y esa capacidad de ver, con esos ojos grandes y ese lente descomunal, el ojo de pez, se revierte y el tiro le sale por la culata, casi literalmente.

Por supuesto que hay una referencia a que en este caso es un carabinero de bajo rango el que queda ciego y no puede atestiguar el horror del que cree haber sido testigo y sin que nadie lo defienda.

Sin duda, en este y otros cuentos a los hombres les cuesta llorar, aun derrotados y conscientes de aquello. Es la imagen de la emocionalidad sin lenguaje, el no reconocimiento de la vulnerabilidad.

En «Rainer», tanto Toño de la Vega como el propio Rainer son impotentes a su propia emocionalidad y también quedan atrapados en la intelectualidad, en constructos intelectuales, y cuando surge la poesía, en la tesis de que fuera prelingüística, aparece sorprendentemente un vínculo que los reconoce entre sí y casi a sí mismos (mejor no spoilear).

 

 

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Nicolás Poblete Pardo (Santiago, 1971) es periodista, profesor, traductor y doctorado en literatura hispanoamericana (Washington University in St. Louis).

Ha publicado las novelas Dos cuerpos, Réplicas, Nuestros desechos, No me ignores, Cardumen, Si ellos vieran, Concepciones, Sinestesia, Dame pan y llámame perro, y Subterfugio y los volúmenes de cuentos Frivolidades, Espectro familiar, y la novela bilingüe En la isla/On the Island.

Traducciones de sus textos han aparecido en The Stinging Fly (Irlanda), ANMLY (EE.UU.), Alba (Alemania) y en la editorial Édicije Bozicevic (Croacia).

Asimismo, es redactor permanente del Diario Cine y Literatura.

 

«Esquirlas de la rabia», de Juan Pablo Belair (Gluck Libros de Das Kapital Ediciones, 2022)

 

 

 

Nicolás Poblete Pardo

 

 

Imagen destacada: Juan Pablo Belair.