[Estreno] «La doble vida de Verónica»: Los colores de un mito griego

El filme del desaparecido realizador polaco Krzysztof Kieslowski es uno de los títulos disponibles en la plataforma de streaming de Centroartealameda.tv, y una de las grandes obras audiovisuales debidas a un creador que impregnaba a sus producciones de un hondo simbolismo artístico.

Por Ezequiel Urrutia Rodríguez

Publicado el 1.1.2020

La pieza compuesta en 1991 recuerda al espectador esa otra historia titulada El príncipe y el mendigo (Twain, 1920), obra que nos expone a dos jóvenes, que si bien tenían distintos orígenes, literalmente era como si ambos se estuviesen viendo a través de un espejo.

Según la ciencia, existe un efecto en la genética que puede ocurrir una vez entre ciento treinta y cinco casos, aquel retratado por la Teoría de los Doppelgänger, personas cuyo aspecto se ha compuesto a tal grado de volverse casi idénticos a las de otra persona en algún punto de nuestro alrededor.

Esta idea de los “Doppelgänger” sería el caldo de cultivo para que Krzysztof Kieslowski (1941 – 1996) y su equipo construyan esta historia, una que hasta se vuelve una “crónica de una muerte anunciada”, con un par de destinos tan calcados, que hasta es irónico que desemboquen bajo el mismo compás.

Pero ya apuntando a la historia. Verónica es una joven amante de la música, enamorada de un gallardo mozuelo, por quien a menudo busca consejos a su tía. Panorama que se dilata en la intriga cuando descubre a una mujer (aproximadamente de su edad) cuyas facciones físicas resultan ser muy similares a las suyas.

Esta búsqueda impulsada por el asombro frente a tan peculiar evento, no solo se vuelve ese trago por saciar la curiosidad de su protagonista, incluso su argumento va más allá de lo que Twain retrata en El príncipe y el mendigo, en que contrasta las realidades entre la plebe y la nobleza.

Aquí, Kieślowski desglosa una comparativa que se expande de lo físico, enfatizando así, en los intereses de ambas “Verónicas”.

 

El tono de las emociones

Lo primero que salta de dicha comparativa es el afán de ambas por el canto, cuadros en que se homenajea el trabajo, así como la belleza de los coros de cámara, volviendo la representación una grata experiencia, sea el espectador un oyente de los mismos, o bien, un practicante.

En este punto se debe dar mérito al trabajo de composición de Zbigniew Preisner, quien estuvo a cargo de la musicalización de la película. Esta no solo supo captar la tensión en los momentos más agudos del relato, sino que también supo mimetizarse con las prácticas musicales de nuestras protagonistas, volviéndose orgánicas.

Al mismo tiempo, es interesante cómo las interpretaciones de ambas al cantar complementan las situaciones por las que están pasando en sus vidas diarias, piezas que hasta sintetizan ese loco listado de coincidencias que las envuelven. Entre esos, sus relaciones amorosas en tan complicada situación, y los problemas al corazón que las aquejan.

Pero por supuesto, dichos elementos no serían los únicos con los que Kieslowski compondría su historia. Es aquí donde conocemos el trabajo de Slawomir Idziak y su paleta de colores, la cual resalta por su contraste en el rojo y el verde.

Para los que no manejan la Teoría del color, los tonos ya mencionados no serían plasmado por Idziak por mero azar. Ambos cargan con un significado en particular y sirven para comunicar el mundo interno de sus respectivos personajes, así como sus personalidades.

En el caso en cuestión, los tonos rojos que envuelven a Verónica reflejan su personalidad apasionada y sensible, no menos propia de una cantante.

Y los verdes, que no en vano se desglosan en los hombros de dicha tía, reflejan una personalidad ingeniosa, sagaz, aunque muchas veces tiende a ser prestada como un ejemplo de malicia.

Bajo esta premisa, resulta aun más orgánico que los cuadros donde nos exponen a nuestra protagonista ensayando su canto condense ambas tonalidades. Engloba así la gama de sentimientos que florecen con el canto, junto con la agudeza que implica coordinar todo al presentar, considerando el contar los tiempos, estar atento a los tonos, las escalas, cálculos que requieren mayor frialdad a la hora de interpretar.

Un ejemplo similar al que aplicó Kieslowski, proviene del trabajo del autor japonés, Aneko Yusagi, en El ascenso del héroe del escudo (2019), en donde su protagonista, Naofumi, destaca por aquellos tonos verdes en su arma y atuendos, enfatizando su personalidad fría y calculadora.

Esto, por supuesto, contrastado por los colores rojizos que componen a Raphtalia, su compañera, alguien más sensible y de carácter más empático.

Algo a señalar, además, de dichos tonos en rojos, es que, de aplicarse un buen contraste, se vuelven bastante acogedores a la vista. Y eso que los tonos rojos en una habitación tienden a ser irritantes para el espectador.

Pero con una composición de tales dimensiones, no se podría decir que la obra de Krzysztof Kieślowski resulte irritante.

Al contrario, es una delicia visual, complementado una exposición de música de cámara para disfrutar hasta la última nota, así como el misterio que te hace imaginar un reflejo tuyo en alguna parte del mundo, uno que podría estar en cualquier parte y aparecer cuando menos lo esperas.

¿Será esta la explicación al mito griego sobre buscar nuestra otra mitad?

 

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Ezequiel Urrutia Rodríguez (1996) es un joven escritor chileno nacido en la comuna de San Miguel, pero quien ha vivido toda su vida en los barrios de Lo Espejo.

Es autor del volumen Kairos (Venático Editores, 2019) su primera obra literaria, y la cual publicó bajo el pseudónimo de Armin Valentine.

También es socio activo de la Sociedad de Escritores de Chile (Sech) y licenciado en educación y profesor de educación básica de la Universidad Católica Silva Henríquez.

 

 

 

Tráiler:

 

 

Ezequiel Urrutia Rodríguez

 

 

Imagen destacada: La doble vida de Verónica (1991).