Fragmento de la novela “Informe sobre la muerte de Manuel Quiroz”, de Carlos Zúñiga: En la penumbra de los sentimientos

La vida del abogado José Miguel Marín Quiroz transcurre entre el tedio y el buen pasar en un pueblo del sur de Chile. Un encargo legal lo saca de la rutina y lo lleva a indagar en la vida de tres parientes. En la medida que elabora los informes solicitados, descubre cosas que lo llevan a cuestionar su propia vida. Con elementos de la crónica, el relato político y la novela histórica, el argumento abarca 100 años en la vida y la circunstancia (en términos orteguianos) de tres hombres. La trama se inicia a fines del siglo XIX al norte del Biobío con la vida y muerte de Manuel Quiroz Pincheira, empresario, farrero y putero (hasta que se le acabó la suerte); continúa con su hijo Manuel Quiroz Gauthier, mujeriego, hedonista y arrabalero; y termina con el nieto, Manuel Sperberg Quiroz, el primer universitario de la familia y el primer idealista, el único que no organizó su vida en función de tabernas y de burdeles: por sus páginas se recorren tugurios, paisajes de Concepción, Talcahuano, Contulmo, Temuco, Villarrica, Neltume y la Patagonia argentina. En el trasfondo, como una presencia permanente, la ficción se entrelaza con la trayectoria del MIR, la Universidad de Concepción en la década de 1970 y los sucesos del Complejo Maderero y de la Forestal Panguipulli.

Por Carlos Zúñiga Jara

Publicado el 11.7.2018

 

Capítulo 1

En la penumbra de su departamento decorado (con una estética de retail) por una de sus tantas amantes, con una copa de vino tinto en la mano derecha y el control remoto en la mano izquierda, José Miguel Marín Quiroz recorre una y otra vez la banda completa del TV cable, una y otra vez, una y otra vez, hasta que el hastío lo obliga a beber algo más que la medida que se ha autoimpuesto para cada noche: dos cervezas, una botella de vino y tal vez algo de ron. Hoy, tal como ha ocurrido durante los últimos 20 años, fue otro día de mierda en esa máquina de moler carne en que se ha convertido su oficina, de 8:30 a 22:00, de lunes a sábado: Marín & Asociados, próspero bufete de abogados vinculados al sector financiero. Another day, another dollar.

Desde el fondo de su cuarta copa, un duende ríe burlón. Hace cinco años que acumula botellas vacías en esa rutina que lo atrapó una tarde de febrero del 2007, cuando Verónica se fue con las niñas. Sin gritos ni escándalos, simplemente le comunicó: ¡Me voy!, y antes de cerrar la puerta vomitó la rabia acumulada durante tantas noches de soledad: ¡Quédate con tu trabajo de mierda y tus amantes!

Para espantar la nostalgia retoma por enésima vez la lectura de “Conversación en la Catedral”, uno de los tantos libros a medio leer que tiene desparramados por su departamento. ¿Cuándo se jodió el Perú?, se pregunta Zavalita. Lee un par de páginas y las urgencias de las cervezas que precedieron al vino lo llevan al baño. Entre la micción que cae como cascada amarillenta y la incipiente borrachera, se pregunta: Putas, ¿y cuándo se jodió Marín? Mientras se lava las manos descubre un espejo traidor que le devuelve la imagen de un desconocido: un viejo cansado. Y Marín llora frente a ese espectro. No se reconoce en ese fantasma de grandes ojeras. Por primera vez desde que murió su padre hace 25 años, llora. Le parece increíble que ese espectro ojeroso sea el mismo Marín, de Marín & Asociados. Se mira a los ojos largamente, buscando respuestas en el reflejo. Sí, parece que es el mismo.

Y en la semi penumbra de la borrachera lo ataca la nostalgia. Recuerda cuando usaba los ternos que heredó de su padre. Dos trajes y dos pares de zapatos para el año. Nunca fueron pobres, pero su viejo intentó inculcarle la sobriedad y la austeridad como un valor. La ostentación le parecía de mal gusto. Firme y digno el viejo. Un canuto de vieja cepa. La biblia y la familia fueron los ejes de su vida. Marín, artesano orgulloso de su trabajo. Lo mejor del espíritu protestante establecido en el sur de Chile. Recuerda el bamboleo de un carretón mientras la vida se le escapaba por tres heridas. Y recuerda, como en todas sus borracheras, los ojos verdes de María. Por las ojeras del espectro en el espejo comienzan a derramarse más lágrimas. Mientras tanto Marín, con la espalda apoyada en el vano de la puerta, se desliza lentamente hacia el piso. Bebe de prisa de la botella enredada en su mano. Bebe para espantar a los fantasmas.

Ahora ya no son sólo su padre y María quienes lo atormentan.

La doctora Verónica Ruffinelli, la Vero. Un par de veces al mes, salida con la familia. Desayuno cerca del mediodía en alguna cafetería del gusto de las niñas; después, ropa o juguetes. Lo que las princesas quisieran. “Toma la tarjeta Verónica, yo las espero en el café mientras ustedes compran”. El teléfono móvil suena una y otra vez. Llamadas de clientes ansiosos, de amantes inoportunas, reuniones de última hora. Almuerzo. A eso de las 16:00, demasiado cansado para hablar. ¿Qué te pasa papá, no te gustó la comida? El martes hay reunión en el colegio de las niñas, podrías ir tú alguna vez. El viernes me toca turno. Se modificó el horario de las clases de gimnasia. Hay que pedirle a la nana que venga domingo por medio. El miércoles las niñas tienen natación, no lo olvides. El miércoles no puedo, recuerda que me voy a Brasil. Después, al cine con las princesitas atiborradas de palomitas y Coca-Cola.

Se derrumba en el piso, hincado igual que cuando niño después de alguna reprimenda. Llora. Algo se le rompe por dentro y siente que ya no tiene la fuerza ni el cinismo para contenerlo. Y simplemente llora. Enfermo de soledad y cansancio, solloza como un niño. Se siente tan vacío que ya no se cree ni sus propios argumentos acerca del éxito. (Soy la envidia de todos los abogados del sur, el que va de vacaciones a Europa, el que cambia automóvil y camioneta todos los años, el de las minas más lindas). Está tan vacío de sentido que el egoísmo que lo sostuvo por tantos años ya no basta. ¿Cuándo se jodió Marín?

Una sirena suena en sordina, cada vez más lejana. El ruido de una botella hecha trizas. Y todo se vuelve negro.

­–Los japoneses le llaman karosa. Pero esta vez tuviste suerte.

–Perdón, no entiendo.

–Te digo que los japoneses le llaman karosa a la muerte por exceso de trabajo. Tómalo como un aviso. Tu nana te encontró desmayado en el baño, se asustó y me llamó. No lo tomes a la ligera. Es un aviso.

–………

–Nada de alcohol, haz deporte, empieza con caminatas y después pasa a otra cosa. Baja de peso. Mírate esa guata, huevón, apuesto que ni te ves el pico cuando meas. Nada de brujas. ¿Por qué no intentas volver con la Vero? Búscate una mina que te quiera, busca algo más que un par de polvos. ¡Ordena tu vida, huevón, a este ritmo ni cagando llegas a los cincuenta!

–Como ordene, “dostor” Fonseca.

Fonseca y él se conocían desde los 80’, habían coincidido en el MIR durante la época de las protestas y en los 90’ se sumaron al PPD. Nunca fueron amigos, pero siempre mantuvieron cierta cercanía. Había sido su médico durante los últimos 20 años. Las recetas de ansiolíticos y antidepresivos que consumía esporádicamente desde hacía 10 años llevaban su firma. Como ordene, “dostor”, repitió mecánicamente, intentando convencerse, mientras un sabor amargo le subía hasta la boca.

 

 

La novela «Informe sobre la muerte de Manuel Quiroz» (Ceibo Ediciones, Santiago, 2018)

 

Carlos Patricio Zúñiga Jara

Formado en historia y geografía por la Universidad de Concepción.

Diplomado en ciencias políticas aplicadas en la Universidad de La Frontera-CEADE-Universidad de Chile. Magíster en ciencias sociales aplicadas, Universidad de La Frontera-Université Paris XII Val de Marne. Estudios de doctorado en “Estudios de las Sociedades Latinoamericanas”, y en “Procesos Socia-les y Políticos Latinoamericanos” de la Universidad ARCIS.

Ha ejercido la docencia en pre y postgrado en distintas universidades nacionales. En investigación ha trabajado en temas educativos, históricos y económicos. En los últimos años ha desarrollado trabajos sobre las transformaciones políticas y socioculturales en Chile. Desde la historia oral ha explorado en los cambios culturales durante el siglo XX en la región de La Araucanía.

 

 

Imagen destacada: El actor argentino Federico Luppi en el largometraje de ficción Nieve negra (2017), del realizador trasandino Martin Hodara