«Grita, que nadie te escucha», un cuento de Francisco García Mendoza

El culpable intelectual de este relato nació en la urbe capital del país, durante el año de gracia de 1989, cuando se reformaba la Constitución Política de la República, y la Selección Chilena de Fútbol protagonizaba su propio «Maracanazo» en Brasil, y mientras Patricio Aylwin, Hernán Büchi, y Francisco Javier Errázuriz Talavera, se disputaban la elección de la Primera Magistratura de la Nación. Así, amén de escritor, el narrador que introducimos en este párrafo es también magíster en literatura latinoamericana y chilena por la Universidad de Santiago de Chile, y como creador de ficción, ha publicado las siguientes novelas: «Morir de amor» (2012) y «A ti siempre te gustaron las niñas» (2016), ambas por Editorial Librosdementira.

Por Francisco García Mendoza

Publicado el 21.09.2017

A Tomás M.

I

Mi cuerpo no existe, es un mar de lágrimas. Es un uso y ya no me pertenece. No es mío cuando me obligan a pintarme los labios tonito rosa pasión. No es mío cuando me obligan y me dejo. Mi cuerpo se deja porque siente rico cuando le introducen los dedos. No me pertenece porque se moja diez minutos antes cada jueves puntual porque lo presiente. Huele a veinte, treinta metros el perfume incienso del sujeto que entra, se encierra y lo usa. Lo explora, lo muerde y lo penetra. Golpes, manotazos a palma abierta, eso, perra, gime, grita que nadie te escucha, ¿eso te gusta?, ¿eso querías? Y se va y viene otro perfume cigarro-humedad y el cuerpo sigue mojado, se deja, siento rico y al tercero me agoto. Quiero descansar. Una pausa y parece que me la conceden.

Un rastro de baba se seca desde el ombligo a la ingle.

Yo quería ser como esos artistas performances que trabajan con el cuerpo: su cuerpo. Yo quería ser como ese chico que en el Vicuña Mackenna fue penetrado por un dildo negro lubricado por una dominatrix. Yo quería, pero no soy. No soy una simulación. No tengo cuerpo cuando este no obedece y solo se deja llevar, pero siente, sí siente el muy puto cuando lo tocan y también lo acarician con ternura.

Termina la pausa y entra un sujeto que me abraza y me lleva. Vamos camino a la ducha y me lava. Enjabona sutil el cuerpo y el agua tibia lo recorre, enjuaga y seca. Enjuaga y seca cada jueves puntual después de dos o tres perfumes que se impregnan en el cuerpo, se mezclan y no se distinguen.

Cuando me saca de la ducha, le da play a la Maldita primavera de Yuri. Sube el volumen y el siguiente hombre sabe que al finalizar la canción, es cuando ya puede entrar. Son casi cuatro minutos y acomoda el cuerpo en la cama de plaza y media del cuarto contiguo.

La música ha dejado de sonar, pero la sigo escuchando mientras el sujeto me enviste y me enviste. Son dos y al tercero me agoto nuevamente. Otra vez el mismo ritual, pero esta vez me unta con sus dedos en la boca. Desaparece el cansancio y el cuerpo se pone eufórico, como si quisiera correr, saltar, brincar de forma permanente. Un clic y la canción de Yuri otra vez. Los casi cuatro minutos son apenas casi dos.

Grita, que nadie te escucha, me dicen y yo sigo pero no soy yo, es mi cuerpo el que gime y aúlla excitado. No soy yo quien disfruta, pero igual lo siento. Igual responde esta piel cuando se estremece, cuando se contraen los músculos, se tensa el interior y explota.

Un rastro de baba detrás de mi oreja. En la pared de la habitación una mancha de humedad que va creciendo cada día.

 

II

Niños se fugan de un centro de rehabilitación.

Delincuentes juveniles pertenecen a un hogar del Sename.

Hasta los 14 el antisocial estuvo viviendo en una casa de acogida.

No puede quedarse con la abuela, se ordena el ingreso a un centro de protección del Estado.

Como medida cautelar, la jueza decretó que el menor sea ingresado a un hogar especializado para delincuentes juveniles.

 

III

Este pueblo es la ciudad del pecado. Cada domingo llegan a misa las mismas familias que en la semana desfilan por un cupo hacia el confesionario. La misma parejita que se da la paz es contigo, el lunes y martes vienen a expiar sus infidelidades. Pienso que es mejor así, en todo caso: ambos son más felices de lo que serían si no se mintieran. ¡Dios mío, líbrame de este pensamiento! Es verdad que a veces los pecados no consideran el contexto ni las situaciones particulares de cada feligrés. Este pueblo no está ni cerca de ser la cuna del pecado.

Tenemos a la encargada de los remedios que me cuenta que ayuda a las niñitas abusadas por sus padres, por sus tíos, por sus hermanos, ¡Dios santo!, yo no creo que sus actos sean condenables. Después de todo… Apenas unas niñas… Son los padres, tíos, hermanos quienes… También los veo en misa cada domingo con las niñitas de la mano y reciben el cuerpo de Cristo y este lo permite porque son solo ovejas descarriadas que pecan y el Padre los ama a todos, a todos sus hijos porque cree en el arrepentimiento.

Este pueblo está lejos de ser la ciudad del pecado, muy lejos, porque hay otros mucho peores, mientras agito el incienso que se impregna en la sotana, más allá de la sotana.

 

IV

¿Has leído alguna vez al Marqués de Sade, putita? ¿No? ¿Acaso sabes leer siquiera? ¿Cuántos años tienes, ah? ¿Cuántos pasaron por aquí antes? Mi dedo entra y sale sin ningún tipo de resistencia. Dos y tres dedos, putito. ¿Qué opina tu mamá de esto? ¿Y tu papá también te toca, mariconcito? ¿A qué edad te tocó por primera vez? Dime. Dime cuántos años tenías cuando te obligó a que le comieras la verga. ¿Cuatro? ¿Cinco años, pendejo? No vas a contestar. Mira, ¿sientes esto? ¿Sientes cuando te muerdo el cuello, maricón? Me gusta tu carne morenita. Morocho poblacional. A nadie le importa que estés aquí tirado, vendiendo tu cuerpo por una cuantas lucas a los viejos que te lamen, que te muerden suavecito y tú no dices nada porque ya no te queda nada por decir. Mira, ya entran cuatro dedos y ni siquiera un quejido tuyo. ¿Tantos han pasado por aquí que ya ni sientes?

¿Y esa cicatriz? ¿Qué le pasó en el brazo, mi niñito huacho? ¿Te cortaste cuando chico? Voy a pasar mi lengua para que sane la cicatriz y tu piel cambie de textura en esa zona. Siento la sutil imperfección y la humedezco, la recorro de norte a sur como si fuese una diminuta falla en tu cuerpo de bribón poblacional. ¿Te duele? ¿Perdiste la sensibilidad? ¿No sientes cuando deslizo mi dedo por esa imperfección? ¿Y el filo de este cuchillo lo sientes? ¿Hace cosquillas o raspa el frío del metal?

Sade propone que cuando los orificios del cuerpo ajeno ya no te satisfacen, es preciso explorar otras posibilidades.

Aquí, por ejemplo. Este agujero entre tus nalgas arrastra demasiado uso. Has perdido la sensibilidad y qué gracia es no sentir nada, ¿verdad? Ambos tenemos que disfrutar de este momento, es lo más justo. Tal vez aquí a un costado donde la piel se tensa, un corte limpio y se va desgarrando. De a poco se van separando las capas y aparecen los primeros rastros de sangre. ¿Aún no sientes nada, maricón? Un tajo en la axila y hay un nervio que es duro y no cede.

Date vuelta y dame un beso que esto es solo el comienzo. Te digo que me des un beso y no lo haces. ¿Respiras? Tu aliento ya no sabe a nada. A estas alturas la única manera de hacerte vivir es esta. ¿Lo sientes? ¿Sientes ahora cuando te clavo en el muslo y luego desgarro hacia abajo? Te tensas y murmullas, dime qué se siente. Hay partes del cuerpo más blandas que otras. Te estás poniendo duro, maricón. Es verdad que te gusta ser penetrado por todas partes, pendejo maricón. Agradécele al cura que te trajo de Santiago y te rescató de ese hogar de mierda en el que ibas a estar hasta los dieciocho. Todos pagamos impuestos, mariconcito, y son para mantener a delincuentes como tú. Esto es por la plata que me faltó a fin de mes, ¿lo sientes? ¡Grita que nadie te escucha! A ver, abre esa boquita, quiero sentir esa lengua tuya con los dedos. ¿Te gusta por la boca? ¿Cuánto te gusta por la boca, puto de mierda? A ver hasta dónde aguantas. Te lo tragas entero, hasta el fondo. ¿Y el cuchillo? Un dos tres afuera, un dos tres afuera. La sangre se mezcla con tu saliva y no puedes respirar. ¿No te enseñaron que por la boca no se respira, huéon? Ahora abres los ojos y me miras mientras te ahogas con tu propia mierda. Lo que debiese fluir hacia afuera no lo hace. Ni siquiera parpadeas y me observas fijo, tenso y erecto, aún erecto. Borbotea la sangre en tu boca. Quedan tus ojos abiertos mirándome. Ahora un poco del labial que tanto te gusta para suavizar tu expresión.

 

V

–¿De dónde salió este bulto?
–El cura lo trajo de Santiago. Hay que deshacerse de él.
–¿Pero está vivo todavía?
–Da lo mismo. Hay que ver cómo lo hacemos desaparecer.

 

VI

Supongo que nadie nunca te va a echar de menos. Nadie en ninguna parte se va a preguntar: ¿Qué fue del niñito ese que fue compañero tuyo? Ni tampoco nadie se acordará de “ese muchacho tan simpático que vivía en la casa no sé cuánto y era hijo de la ni siquiera me acuerdo su nombre”. Un registro de ingreso tal vez en el centro del que te rescaté. Alguien se guardará la subvención que el Estado te destinaba mensualmente. Tu educación, tu alimentación, tu salud, tu vestimenta, tu entretención. Camilo, Valentín, Andrés, Nicolás, Jaime, da lo mismo, da exactamente lo mismo.¡Válgame Dios, perdóname por lo que pienso! Trescientos Avemaría, doscientos cincuenta y un Padre Nuestro que estás en los Cielos.

Cualquier cosa es mejor que terminar robando en todos lados, Señor, cualquier cosa.

Cualquier cosa es mejor que deambular por todos lados, Señor, cualquier cosa.

Cualquier cosa es mejor que pasar hambre en todos lados, Señor, cualquier cosa.

Incluso la muerte, Señor, la muerte es mejor que cualquiera de esas cosas.

El cura derrama unas lágrimas discretas, pero en privado. Coge una bolsa con restos que podrían ser de la cena de anoche (su parte, se dice) y sale a esperar el camión recolector de basura. Es una mañana fría, verdaderamente fría porque aún no amanece del todo y los perros callejeros se le acercan curiosos.

 

El autor del relato «Grita, que nadie te escucha»: Francisco García Mendoza

 

Imagen destacada: La actriz española Luciana Jiménez y el actor peruano Santiago Magill, en un fotograma del largometraje de ficción «No se lo digas a nadie» (1998), del director limeño Francisco Lombardi

Crédito de la fotografía: Daniel Hermosilla