«Hambre», de Knut Hamsun: La terrible espiritualidad del mundo

Una novela de uno de los excelsos escritores escandinavos, que resultó el anticipo de un Nobel justiciero (1920), aunque su propia condición humana se deslizara hacia opciones políticas que terminaron por enclaustrarlo en un manicomio (su militante filonazismo), pero la historia de la literatura y del arte está llena de ejemplos semejantes. Releída hoy, después de muchos años, irradia la misma y silenciosa atemporalidad de las grandes obras de la narrativa universal.

Por Juan Mihovilovich

Publicado el 26.4.2019

“¿No querría usted ser tan amable de darme un hueso para mi perro? Sólo un hueso para que no me inoportune demasiado.” (Página 103)

Hambre de Knut Hamsun (1859 – 1952) fue escrita en 1890, cuando el joven autor noruego rizaba apenas los treinta años de edad. Situada  en “Cristiania”  el personaje se desliza por una ciudad que le resulta totalmente inhóspita, cruel, indiferente, mientras camina acuciado por el hambre física que carcome, no sólo sus entrañas, sino su percepción espiritual del mundo y de los seres que pasan por su lado.

Aherrojado de continuo desde una mísera habitación en que suele acomodarse cada tarde para sortear el frío ambiental y los requerimientos más básicos a que se ve sometido, su existencia se remite a  deambular sin sentido por las calles, equilibrándose apenas en una suerte de incipiente insanidad y, paradójicamente, en una lucidez prístina, esmerándose por no sucumbir ante ese apetito no saciado que lo debilita y convierte en esclavo de sus divagaciones.

Zaherido en sus convicciones más profundas, se aferra al anhelo intelectual de escribir algo digno en un diario local, al que acude cotidianamente premunido de unas cuantas hojas arrugadas, que una y otra vez son rechazadas por el Director. Sin embargo, su porfiada obstinación se equipara al hambre que lo desgasta. Insistirá una y otra vez, aunque sus desequilibrios emocionales bordeen siempre el límite de la racionalidad.

En ese juego inmisericorde al que se ve sometido y del que hace gala con una agudeza notable, percibe los gestos más insignificantes, las insinuaciones más veladas, las burlas solapadas, las ironías diagonales y ese desprecio generalizado del que se siente víctima, así logre entender que la miseria en que se halla envuelto es, por un lado, fruto de su propia incapacidad de subsistencia, como también parte de un Dios indolente ante sus torpes intentos por superar su feble condición humana.

Blasfema medidamente, increpa con cautela, llora en silencio su desdicha. El hambre no es únicamente el retorcijón incontrolable de sus vísceras. Es más que eso. Se halla en medio de una ciudad que lo ve cruzar a diario cual un fantasma de sí mismo. Recorre los sitios más recónditos imaginando otra suerte, otros rumbos que, invariablemente, se desvanecen como pompas de jabón, fustigándolo y azotándolo como un náufrago a la deriva.

Así y todo, su voluntad interior renace y el optimismo circunstancial acude en su favor como si quisiera salvarlo de una caída irremediable.  Las situaciones más nimias, las actitudes más discretamente humanas, la sonrisa oculta o la acogida imprevista, suelen cambiar su pesimismo y logra pasajes literarios que considera notables.

Confía en su talento, pero duda, y en la duda se ve pisoteado e ignorado por una sociedad neutra, distante, enfrascada en su propia sobrevivencia y ajena al sufrimiento individual.

El hambre, luego, siendo real, es la metáfora que asfixia al espíritu. Y en ese tránsito desolado la imaginación bordea los límites de una cordura amortiguada. Por ello supone intenciones o inventa términos fantásticos. Por ello se ríe sin sentido o se burla de su propia indigencia o hace escarnio de quienes lo postergan.

Equilibrado en la cuerda floja de una existencia asfixiante, procura, con todo, mantener incólume su dignidad: él es un hombre, un ser humano, consciente y honesto, que manotea desvalido en un océano de frialdad extendida. Y si bien las contradicciones implícitas en sus propias acciones lo hacen dudar de “su recto actuar”, procura, con el dolor de su alma, mantenerse indemne de espíritu ante su marginalidad extrema. A veces lo logra y a ratos sucumbe. Es su lucha. El hambre es inmisericorde y no repara en su talento natural. La vida es algo más que un trozo de papel donde escribir pasajes memorables para la posteridad.

Sin duda, un precursor excepcional de la novela sicológica. Un maestro perspicaz en captar los trastornos y desequilibrios emocionales, propios y ajenos.

Una novela de uno de los excelsos escritores escandinavos, que resultó el anticipo de un Nobel justiciero, aunque su propia condición humana se deslizara hacia opciones políticas que terminaron por enclaustrarlo en un manicomio (su militante filonazismo). Pero, la historia de la literatura y el arte está llena de ejemplos semejantes.

Releída hoy, después de muchos años, irradia la misma y silenciosa atemporalidad de las grandes obras de la literatura universal.

 

Juan Mihovilovich Hernández (Punta Arenas, 1951) es un importante poeta, cuentista y novelista chileno de la generación de los ’90 nacido en la zona austral de Magallanes. De profesión abogado, se desempeña también como juez de la República en la localidad de Puerto Cisnes, en la Región de Aysén. Asimismo, es miembro correspondiente de la Academia Chilena de la Lengua.

 

 

Una de las tantas ediciones de «Hambre» en castellano, a cargo de la antigua editorial española Aguilar

 

 

La edición chilena de «Hambre» por Zig-Zag (Santiago, 1930)

 

 

Juan Mihovilovich

 

 

Imagen destacada: El escritor noruego y Premio Nobel de Literatura 1920, Knut Hamsun (1859 – 1952).